domingo, 30 de mayo de 2010

La generación perdida

No, no voy a hablar de John Dos Passos, de Steinbeck, ni de Hemingway, que por otro lado nunca estuvo aquí. Es sobre algo que no es más que una intuición pero que me está dando vueltas en la cabeza, relacionado con todo este circo 2.0. ¿Y si se estuviese produciendo un estancamiento en el uso de los medios sociales en la generación que va aproximadamente de los 35 a los 50?

Vale, basar una hipótesis en una intuición es menos científico que los programas de marcianos de Iker Jiménez, pero vengo observando un descenso drástico del grado de participación de la gente en Facebook, que les guste o no a los iluminados que veneran a los cacharros cuyo nombre empieza por “i”, es la única red, aparte de Tuenti, que ha alcanzado una masa crítica importante de usuarios en España. Ahí es donde realmente puedes ver el calado de la cultura 2.0 en la sociedad en general, la de verdad, que es ajena a y está fuera del microuniverso techie.

Los que estamos dentro de esto no nos damos cuenta de que no somos nada representativos, y las encuestas y estudios sobre uso de redes y otros medios sociales a menudo, no siempre, parten de muestras basadas en usuarios activos, pero pocas veces se sale a la calle a preguntarle a la gente si utiliza tal o cual red, cuánto y para qué.

Mi percepción, personal y completamente subjetiva, contradice todos los informes sobre el tema, que apuntan a un crecimiento imparable de la penetración de las redes sociales.  Los aproximadamente cien amigos que tengo en Facebook no se pueden considerar muestra de nada, aunque entre ellos hay desde gente muy geek hasta otros tan poco tecnológicos que aún utilizan el Explorer 6. En lo que sí que coinciden es que casi todos están entre los treinta y muchos y los cincuenta. Lo que he observado es que el nivel de actividad ha bajado considerablemente desde el año pasado que fue el del boom. La carga de contenidos, los comentarios e incluso la frecuencia de conexión son mucho más esporádicos que antes. Da la sensación de que se han aburrido de Facebook después de la primera ilusión de la novedad. ¿Qué está pasando? No oigo a mi alrededor más que comentarios del tipo “huy, hace que no entro a Facebooook”.

Tengo ganas de ver nuevas estadísticas de Twitter pero me da la sensación de que nunca va a llegar a ser más que un ghetto para expertos tecnológicos y afines, y un lugar en el que las empresas y organizaciones, únicamente del sector TIC, lanzan sus mensajes (¿alguien seguiría un perfil como Sanitarios Martínez por muy buen Community Manager que tenga dicha fábrica de wáteres?).

Los jóvenes que ya han nacido después de la explosión de Internet sí que hacen un uso intensivo de Tuenti y de servicios como Messenger. Como me decía Dolors Reig, las comunidades y las redes evolucionan y envejecen con sus usuarios: probablemente, si existe Tuenti dentro de diez años, será una red de y para gente de entre 25 y 40 años, y los jovencitos futuros se apuntarán en masa a lugares nuevos que todavía no han nacido.

Y Linkedin está compuesta principalmente por profesionales de muy alta cualificación, que en gran parte trabajan por cuenta ajena en oficinas. Pero, ¿alguien ha visto allí los currículums de encofradores, ebanistas, taquilleras de metro, dependientes o camareros? Pues me da pereza meterme ahora en la página del INE, pero estoy seguro de que son muchísimo más numerosos que los ejecutivos de cuentas, los consultores SAP o los analistas de sistemas, y no creo que encuentren ningún interés en los servicios de networking que ofrece dicha red.

Creo, y siempre basándome en impresiones y factores cualitativos, que si se allana el crecimiento en el uso de Facebook, que no coincide necesariamente con el crecimiento en el número de usuarios, la penetración social de los servicios Web 2.0 se pararía. Supongo que no definitivamente, que sería una meseta, para un arranque posterior una vez que la oferta de medios sociales se redefina y consiga atraer de nuevo a las masas que poblamos la generación perdida (¿o estaremos perdidos para siempre en el maravilloso mundo analógico?).

jueves, 20 de mayo de 2010

Punto sin retorno

Siempre que husmeaba en los cajones de oferta de vinilo de tiendas como Discoplay, Madrid Rock e incluso Alcampo en sus buenos tiempos, a menudo me encontraba con la portada de este disco de Kansas, que siempre me ha fascinado. Nunca ha sido un grupo de discografía especialmente memorable, lo que no quiere decir que fueran malos, pero dieron en el clavo con el hit "Dust in the Wind", cuyo arpegio ha sido banda sonora de no pocas noches en las que acababamos tumbados en tugurios de mala muerte, entre cojines poblados de comunidades activas de ácaros, con más alcohol en el cuerpo de Nicolas Cage en "Leaving Las Vegas" y más tristeza en el cuerpo que Bill Murray en "Lost in Translation" (bueno, a lo mejor otros no han vivido esa experiencia y dedicaron su juventud a intentar batir records olímpicos y a coronar ochomiles, hay gente para todo).

En fin, que aquí no hemos venido a hablar de música sino de medio sociales (¡otra vez!), y tanto el título como la portada del disco me parecen perfectos para ilustrar lo que percibo en este momento en el ámbito del tan manido término 2.0 aplicado al entorno corporativo.

Por una parte, el título del disco "Point of Know Return" (un juego de palabras con la expresión  punto sin retorno), define el estado actual de la situación de los medios sociales, a saber, que se han convertido en un elemento esencial en nuestras vidas y que el tema va creciendo, independientemente de la forma que puedan adquirir en el futuro. Solamente un dato: Facebook se está preparando para celebrar sus 500 millones de usuarios en todo el mundo, lo que implica que todo esto no es una moda de geeks de gafas de pasta. Y aunque lenta y torpemente, las organizaciones ya están haciendo uso de los medios sociales para todo tipo de objetivos, ya sea comunicación, marketing o relaciones públicas. Por lo tanto parece que no hay vuelta atrás.

Y por otro lado, la portada del disco nos muestra un barco llegando al fin del mundo (plano donde los haya) y cayendo al vacío. Otra metáfora, a mi juicio, del ansia que tenemos todos de sacarle los misterios de la viralidad a las redes y comunidades, que nos lleva a un punto a partir del cual, en este momento, no se puede llegar más allá. Me explico. Los que nos pasamos el día leyendo documentos sobre el microcosmos 2.0 nos damos cuenta de que al final todos cuentan lo mismo y que, sin despreciar su valor, nos aportan pocas fórmulas magistrales o recetas que puedan garantizar el éxito de una empresa en Internet. Dan consejos, teorías, pócimas, pero todo se percibe como ambiguo e indefinido.

El problema es que todo ha ido demasiado deprisa, las redes, herramientas, tendencias y palabros 2.0, y no nos da tiempo a sentarnos a estudiar cómo sacarle provecho a lo que tenemos. Tenemos tanta avidez de innovación y cambio que hemos llegado hasta el borde del mar, donde acaba el mundo y donde no hay nada más allá.

Parece que el ritmo de crecimiento de la tecnología y las aplicaciones se ha allanado en los últimos meses, porque en este mundo no se puede hablar de años, y a lo mejor eso nos permite centrarnos un poco en sacarle rendimiento a los recursos actuales y poder ampliar un poco el horizonte de navegación del barco de la portada.

sábado, 15 de mayo de 2010

La soledad del Community Manager

Esta entrada también se podría haber llamado “Las dudas de Teseo o qué se me habrá perdido a mí en el laberinto”. El caso es que nos encontramos en la seudoprimavera de 2010, un año después de que las redes sociales han pasado de ser un juguete para frikis atontados a convertirse en fenómeno social apto para todos los públicos. Y no nos engañemos, todo este florecer 2.0 se ha debido a Facebook, verdadero ágora de la sociedad digital española actual, y no a (por ahora) experiencias más “quiero y no puedo”, como Twitter, MySpace, HI5 o Foursquare, que aún se mantienen en barbecho -o en franco declive-, sin saber si crecerán o se agostarán. Tuenti es un caso aparte de éxito, pero todavía solamente entre chavalines/as.

Y de todo este magma primigenio o intercambio de fluidos ha surgido la figura del Community Manager, una figura profesional de rasgos casi heroicos, cuya aura mítica y determinismo mesiánico sólo es comparable a la del Gilgamesh sumerio o el Rama hindú, por no entrar en comparaciones más cercanas que puedan levantar ampollas entre los seguidores de la cruz y la paloma. El Community Manager (en adelante CM) se supone que recibe una espada mágica de la mismísima mano de la Dama del Lago, para lograr que su empresa u organización, sus productos y sus mensajes, adquieran la notoriedad y el favor del público que habita el orbe digital. Sin embargo, de tan idealizado y alabado, el CM resulta tan hueco y estéril como el personaje de Galahad en  el ciclo artúrico francés del siglo XIII: un caballero sin mácula, ajeno a las tentaciones terrenales, cuyo único fin es resolver la aventura del Santo Grial y ascender a la santidad sin despeinarse. Pero la realidad del CM es otra, mucho más cercana a la del bueno de Perceval, el personaje de Chrétien de Troyes, que acaba la aventura de la mítica copa (o bandeja) a base de fracasos y sinsabores.

A ver, en el momento actual, y por mucho que se empeñen los visionarios, no existe lo que se pueda denominar un Community Manager profesional, es decir, alguien directa y deliberadamente formado para ocupar dicho puesto, con una delimitación clara de sus competencias y responsabilidades. Por mucho que les pese a algunos santones 2.0, las competencias de CM las asumimos gente a las que nos ha caído esa gracia, pero que ya desempeñábamos funciones en áreas de comunicación, marketing, publicidad o  informática. Somos, se podría decir así, la primera generación de CM sobrevenidos.

Precisamente, lo novedoso del perfil profesional y lo ignoto del terreno en el que nos movemos, nos hace sentirnos como Lindbergh a los mandos del “Espíritu de San Luis”, rezando en todo momento, “por Dios, que este trasto aguante hasta París”. Y la verdad es que nos sentimos muy solos.

En primer lugar, nos sentimos desamparados porque no tenemos encima a nadie que comprenda muy bien lo que estamos haciendo. Nuestros jefes, en toda la pirámide ascendente, creen que hay que estar en los medios sociales, y eso ya es un avance, pero no conocen el medio, ni son capaces de orientarnos. Lo tradicional para un empleado es que su superior conozca más que él el objeto de trabajo del área y que le oriente y dirija; nosotros tenemos que volar sin visibilidad, basándonos en la intuición y en las muchas majaderías que se escriben y se escuchan sobre este campo de los medios digitales.

Por otro lado, y gracias a la moda del folclore 2.0, todo el mundo interviene, todo el mundo opina y todo el mundo mete las narices en tu trabajo. Todo el mundo te asesora y recomienda ejemplos, y cuando profundizas en una conversación, te das cuenta de que no tienen ni puñetera idea de lo que están hablando, benditos.

Por supuesto, te arrimas a los gurús y a las start-ups tecnológicas, a ver si puedes pillar algo entre tanta incertidumbre, y cuando no te desprecian y te tratan como a un pardillo, y esto me ha pasado a mí, te das cuenta de que sueltan el mismo discurso en todas partes y que son incapaces de mostrarte ejemplos de estrategias que realmente, sin factores externos, hayan funcionado. Qué majetes. A ver quién es el listo capaz de vender en las redes una marca de fondos de inversión, tema aburrido donde los haya, y tener el mismo éxito que Coca-cola. En Twitter te partes de ver lo mediocres y banales que son los mensajes de los “encumbrados 2.0”.

Además, y en estos tiempos arcaicos, el CM no juega con presupuesto, ni para contratar a un equipo, ni para comprar herramientas de software que puedan facilitarle su trabajo; todo se hace en solitario y a pedal. A lo mejor, el Community Management requiere un área de personas, con editores de contenidos, estrategas, especialistas en posicionamiento en buscadores (SEO), etc. Pero estás tú, solo delante del Minotauro, y sin el ovillo para orientarte dentro del laberinto.

También están los que esperan el milagro 2.0. Te llegan de distintos departamentos pidiéndote una acción viral, algo que dé a conocer su proyecto a todo el mundo mundial de Internet, creyéndose que son una empresa de videojuegos o de refrescos, productos que por su naturaleza tienden a acumular acólitos. Y claro, tú les tienes que decir, con el mayor tacto posible, que su idea de montar un foro de discusión en la red sobre la colaboración pública y privada en tiempos de crisis para erradicar el trabajo infantil, por muy positiva que sea, no va a resultar trending topic en Twitter ni aunque regalemos merchandising de Bob Esponja.

Y luego está la métrica: “lo que no se puede medir, no se puede mejorar”. Pero de vez en cuando quieren resultados y ni en organizaciones que posicionan un producto o servicio en las redes resulta fácil establecer una relación directa entre el marketing en medios sociales y las ventas. Como para hablar del posicionamiento de una marca no comercial, algo mucho más difuso y abstracto. ¿Cómo se mide eso? ¿Por los “me gusta” en Facebook? Anda ya...

En fin, que los Community Managers hoy en día somos un figurín, una marioneta a la que le han cortado los hilos, y nos sentimos muy solos en el dichoso laberinto que es el mundo del Internet 2.0, recibiendo cornadas con doble trayectoria rozando la femoral, de uno y otro lado.

domingo, 2 de mayo de 2010

Agincourt 1415: una lección para la empresa

"For he to-day that sheds his blood with me
Shall be my brother"
William Shakespeare. Henry V. Act 4, Scene 1. 

Una de batallitas del abuelo Cebolleta. Siguiendo la costumbre actual tan en boga de mezclar la dirección estratégica de empresas con cualquier referencia histórica o literaria, propongo sacar conclusiones para la dirección de organizaciones de las acciones inglesas en la batalla de Agincourt; de cómo una derrota casi asegurada se transforma en una sonada victoria.

Esta hazaña, que tuvo lugar en el otoño de 1415, se encuadra en una sucesión de invasiones británicas a Francia, dentro de la llamada Guerra de los Cien Años, en un intento de Enrique V de recuperar el trono del país vecino. Las fuerzas inglesas, estimadas entre 6.000 y 11.000 hombres, después de tomar Honfleur trataban de llegar a Calais y chocaron con un ejército francés, dos o tres veces superior en número, comandado por el condestable de Francia, Carlos d´Albret. A pesar de la inferioridad númerica, los ingleses consiguieron una victoria completa, perdiendo los franceses alrededor de 6.000 hombres.

A grandes rasgos, podemos sacar una serie de factores que determinaron el éxito de Enrique de Lancaster y que se pueden extrapolar a la estrategia de la empresa:

1. Liderazgo: el carisma y la capacidad de liderazgo del monarca inglés sin duda influyeron en que sus hombres mantuvieran las posiciones ante un ejército numéricamente superior, máxime teniendo en cuenta que las enfermedades habían hecho mella en las fuerzas británicas. De igual forma, una empresa necesita líderes que tengan la capacidad de incentivar y motivar a los equipos para alcanzar un objetivo común, por encima de las aspiraciones individuales. El espíritu de equipo y la cohesión entre las personas son imprescindibles para alcanzar cualquier meta. Por desgracia, esto es una asignatura pendiente en la mayoría de las organizaciones en donde prima la jerarquía y el "ordeno y mando" por parte de jefecillos (perdón, mandos intermedios) y directivos.

2. Innovación: un palabro que de un tiempo a esta parte nos llena la boca a todos. La batalla de Agincourt cambió la forma de hacer la guerra. Hasta entonces, la caballería pesada -jinete y caballo acorazados- era la principal fuerza de choque en batalla. Sin embargo, un tercio del ejército inglés estaba compuesto por arqueros provistos del "long bow", un arco largo de la altura de un hombre, con una potencia de fuego suficiente como para derribar a un caballero con armadura. Supuso la supremacía de la infantería frente a la vieja caballería medieval. La innovación es igualmente un factor decisivo de competitividad para la empresa, tanto en el desarrollo de nuevos productos y servicios, o en la prestación de los mismos, como en la mejora de los procesos de producción y el funcionamiento interno de la organización. Evidentemente, es una fuente de ventaja competitiva que desaparece cuando nuestros competidores nos imitan, y es por ello, que debe ser concebido como un proceso continuo en el tiempo, como uno de los valores estratégicos de la compañía.

3. Bloquear la estrategia de la competencia: Enrique V dispuso de una serie de defensas delante de los arqueros, compuestas por estacas afiladas clavadas en el suelo, con el objeto de dificultar y frenar la carga de la caballería francesa, frenando su velocidad e ímpetu, y por ende, su capacidad destructiva. De la misma forma, la empresa debe estudiar la estrategia de sus competidores e intentar neutralizarla. Las estrategias genéricas se clasifican como de liderazgo en costes, de diferenciación y de enfoque o especialización; hay que estudiar cuáles aplica la competencia para contrarrestarlas. Existe una rama entera de la dirección estratégica de empresas dedicada a este tema, así que no tienen sentido insistir más en ello aquí.

4. Entorno favorable: el entorno, en este caso la climatología, le fue favorable a los ingleses: las lluvias en los días previos a la batalla dejaron abundante barro que hacía resbalar a los caballos franceses obstaculizando el ataque. Por supuesto, la empresa no tiene control sobre los factores externos, es decir, los del entorno en el que desarrolla su actividad; sin embargo, hay que mantener una vigilancia permanente de todo el marco de circunstancias que pueden influir en el negocio (geopolíticas, socioeconómicas, legislación...) para identificar situaciones de las que podadamos sacar partido y obtener una ventaja estratégica frente a la competencia.

Y esto es todo amigos. A ver si para la próxima se me ocurre cómo ligar el solo de Julián de "La verbena de la paloma" con el Análisis Input-Output: "y por una morena chulapa me veo perdío, y a la cara me sale el coraje que llevo escondío".


 
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