lunes, 26 de febrero de 2018

Ocho escenarios para el futuro del trabajo

La capacidad de la revolución digital para destruir empleo y automatizar tareas que antes realizaban los seres humanos es una de las grandes preocupaciones de los últimos tiempos. Los cambios se están sucediendo de forma tan acelerada que no disponemos de perspectiva para poder anticipar el futuro que se nos viene encima. No faltan distopías apocalípticas que hablan de un mundo controlado por robots y de legiones de trabajadores desplazados y empobrecidos, ni grandes figuras de la ciencia y la tecnología, como Stephen Hawking o Elon Musk de Tesla, que alertan sobre la amenaza que supone para la humanidad la proliferación de la inteligencia artificial. 

No obstante, también están surgiendo intentos serios de estudiar de forma analítica y objetiva el posible efecto en el futuro inmediato del cambio tecnológico sobre el mercado de trabajo. Uno de los más recientes ha sido llevado a cabo por el World Economic Forum, en colaboración con The Boston Consulting Group, y predice ocho posibles escenarios a los que nos enfrentamos, cuya probabilidad de materializarse depende de la velocidad de evolución de tres variables.

Se trata del informe Eight Futures of Work  y los tres aspectos que contempla son el cambio tecnológico, la evolución del aprendizaje y la movilidad del talento. En el primer caso, se tiene en cuenta a qué velocidad penetrarán en nuestras sociedades la robótica, la inteligencia artificial o la analítica de datos (puede ser un cambio estable o acelerado); el siguiente elemento hace referencia al ritmo al que la fuerza de trabajo adquiere las competencias que demanda la economía digital (puede ser lento o rápido); finalmente, el modelo evalúa el grado de movilidad de la fuerza de trabajo, entre regiones y entre países (baja o alta).

Este planteamiento aparentemente tan sencillo puede dar lugar a ocho escenarios futuros para el mercado de trabajo, a juicio de los autores:

Autarquías de la fuerza de trabajo (cambio tecnológico estable, lenta evolución del aprendizaje y baja movilidad del talento)

Como el cambio tecnológico se produce despacio la automatización de los puestos de trabajo solamente afecta a las tareas manuales de baja cualificación. Al ser también bajo el ritmo de adquisición de competencias tecnológicas, mucha mano de obra poco cualificada compite por pocos puestos de trabajo. Existen puestos de mayor cualificación sin cubrir en las empresas, pero los gobiernos limitan la entrada de trabajadores cualificados extranjeros en los mercados de trabajo locales para proteger a la fuerza de trabajo de escasa cualificación.

Movimiento de masas (cambio tecnológico estable, lenta evolución del aprendizaje y alta movilidad del talento)

Como en el caso anterior, la disrupción que trae la tecnología solamente afecta a los trabajos manuales más rutinarios y los trabajos de cualificación media no se ven afectados. El aprendizaje de las nuevas competencias requeridas es lento, pero al no existir barreras al movimiento de la mano de obra entre países, los trabajadores de alta cualificación de todas partes confluyen en los lugares que ofrecen puestos más atractivos. Mientras, los trabajadores poco cualificados desplazados por la automatización emigran a países emergentes compitiendo con la mano de obra local por puestos a su medida. En este escenario la cohesión social es más difícil de mantener.

Reemplazo robótico (cambio tecnológico acelerado, lenta evolución del aprendizaje y baja movilidad del talento)

El elevado ritmo de cambio tecnológico ha automatizado las tareas manuales y muchas tareas no manuales más cualificadas. La demanda de trabajadores humanos con nuevos perfiles para gestionar y complementar el trabajo de las máquinas no es satisfecha porque el ritmo de aprendizaje profesional es reducido y, en consecuencia, las empresas optan por automatizar más y más tareas y “pierden la fe en el talento humano”. Para paliar la crisis social, los gobiernos optan por llevar a cabo políticas proteccionistas, cerrando la entrada al mercado de trabajo a mano de obra extranjera altamente cualificada, y, en última instancia, llevando a cabo nacionalizaciones de empresas tecnológicas y generando monopolios.

Mundo polarizado (cambio tecnológico acelerado, lenta evolución del aprendizaje y alta movilidad del talento)

Los robots y la inteligencia artificial asumen tareas rutinarias y no rutinarias, pero las empresas no encuentran mano de obra suficientemente formada para trabajar en la nueva economía digital. En este caso, no hay barreras al movimiento internacional de la mano de obra, así que trabajadores muy cualificados de países emergentes acuden a las economías desarrolladas a buscar mejores oportunidades, mientras que la mano de obra poco cualificada de estas queda desplazada del mercado. Las fronteras nacionales se van diluyendo y el mundo se polariza en clusters de supereconomías muy avanzadas que se relacionan entre sí y el resto de naciones que han quedado atrás. Las sociedades se polarizan igualmente entre el pequeño estamento de los privilegiados y grandes masas de mano de obra sin cualificar que se dedica a prestar servicios a los primeros.

Empresarios empoderados (cambio tecnológico estable, rápida evolución del aprendizaje y baja movilidad del talento)

En este caso, el cambio tecnológico avanza de forma moderada y solamente afecta a las tareas manuales y rutinarias, pero no al resto. No obstante, las sociedades han tomado conciencia de la importancia de formar a la población para afrontar el nuevo paradigma productivo y han reformado los sistemas educativos, adecuándolos a los nuevos conocimientos y habilidades requeridos, mientras que las empresas invierten mucho en reciclar a sus plantillas. Los países cuentan, por tanto, con tejidos empresariales dinámicos y con una población acostumbrada al aprendizaje permanente que se adapta a los cambios con éxito, de forma que los gobiernos limitan la emigración para no perder su valiosa mano de obra.

Flujos cualificados (cambio tecnológico estable, rápida evolución del aprendizaje y alta movilidad del talento)

Este escenario es una variante del anterior en el que igualmente el lento cambio tecnológico y el rápido aprendizaje hace que las economías encuentren la mano de obra cualificada que necesitan para el nuevo modelo productivo. En este caso, la emigración no ha sido limitada y la movilidad de trabajadores muy cualificados entre países y zonas es elevadísima. Los mercados de trabajo locales con mejor acceso a la tecnología han sabido extraer mayor valor añadido con menos, a diferencia de otros, produciéndose una dicotomía que se va ampliando.

Mercados locales productivos (cambio tecnológico acelerado, rápida evolución del aprendizaje y baja movilidad del talento)

La rápida automatización de tareas y profesiones manuales y no manuales genera una demanda de mano de obra muy cualificada para gestionar y complementar a las máquinas que, gracias a la concienciación y previsión colectiva, existe en las sociedades,  derivada del elevado ritmo de aprendizaje de nuevas habilidades de los trabajadores. Las economías que han invertido fuerte en formación del talento no quieren perderlo y cierran sus fronteras a la movilidad laboral. Sin embargo, el elevado ritmo de innovación genera una demanda constante de mano de obra supercualificada que las economías no pueden satisfacer de forma local.

Adaptadores ágiles (cambio tecnológico acelerado, rápida evolución del aprendizaje y alta movilidad del talento)

Con las tres variables mostrando valores elevados, el resultado es la creación de una gran fuerza de trabajo en el mundo, intensamente cualificada y dedicada al aprendizaje permanente, que se mueve constantemente buscando nuevas oportunidades laborales en los numerosos focos geográficos de innovación y dinamismo económico que existen. La transferencia de tecnología y de ideas entre las distintas áreas de desarrollo es constante gracias al continuo movimiento de profesionales. La única “pega” que puede presentar este escenario tan utópico es la falta de arraigo que puede aquejar a este trabajador sin fronteras.

viernes, 16 de febrero de 2018

Los niños de un mundo digital

El estudio Estado Anual de la Infancia de UNICEF lleva en su edición 2017 el subtítulo Los niños en un mundo digital y dedica sus páginas a analizar cómo transforma la tecnología la vida de la infancia del mundo. El director ejecutivo del organismo Anthony Lake expone en la introducción del trabajo una visión dual del mundo digital, en la que puede presentarse como un regalo que nos permite comunicarnos globalmente y aprender, o bien como una maldición que va a socavar nuestra forma de vida y nuestro bienestar.

Para Lake, Internet amplifica lo mejor y lo peor de la naturaleza humana y puede usarse tanto como herramienta para hacer el bien como para hacer el mal. En sus palabras, “nuestro trabajo consiste en mitigar los daños y expandir las oportunidades que posibilita la tecnología digital”.

El primero de los mensajes clave que lanza este trabajo es que la tecnología digital ha cambiado el mundo y, en consecuencia, también ha cambiado a la infancia. Hay datos que avalan el elevado grado de “digitalización” de los jóvenes, como que el 71% de las personas de entre 15 y 24 años del mundo está en red frente al 48% del total de la población. La edad para conectarse a Internet parece estar bajando y hay países donde los menores de 15 años ya acceden a la red tanto como los adultos mayores de 25.

Una de las conclusiones más positivas del informe es que la conectividad puede ser una herramienta para romper el ciclo de la pobreza de la infancia más marginada, ofreciendo además oportunidades para la educación y el aprendizaje. Además, el acceso a la información pone en manos de los niños recursos para ayudar a resolver los problemas que afectan a sus comunidades.

No obstante, existe una importante brecha digital que impide a millones de niños del mundo beneficiarse de las ventajas de un planeta conectado, en concreto, en torno al 30% de la juventud mundial. Las diferencias por regiones son acusadas: en África la cifra asciende hasta el 60% frente al escaso 4% de Europa. A la brecha de acceso a las redes se le suman otras, como la de dispositivo de acceso (acceder desde un teléfono móvil proporciona una experiencia más pobre que hacerlo desde un ordenador), el idioma (hay menos contenidos en Internet en idiomas minoritarios o poco extendidos) y, por supuesto, el género, que hace que en países como India menos de la tercera parte de los internautas son mujeres.

Uno de los principales riesgos de la tecnología para la infancia es que hace a los niños más vulnerables, les pone en una situación potencial de riesgo de explotación y maltrato. Temas como el ciberacoso, la pederastia y el abuso sexual están presentes en las redes y requieren que se proteja a los menores, especialmente a aquellos más desfavorecidos, que pueden tener menos información sobre los riesgos de la navegación por Internet.

Otra preocupación que aflora en el informe es la posibilidad de que las TIC tengan efectos negativos en la salud física y mental de los menores. A falta de una investigación más en profundidad, padres y educadores identifican riesgos en la tecnología relacionados con la dependencia de las pantallas, la depresión, la ansiedad o la obesidad. No obstante, la cuestión es medir, no tanto cuánto tiempo están los niños online, sino qué hacen en las redes, de cara a poder establecer una posible relación entre Internet y determinados problemas de salud mental.

La responsabilidad de definir el impacto de la tecnología en la infancia corresponde en última instancia a la empresa privada, especialmente a la de los sectores tecnológicos. Son los agentes que deben adoptar acuerdos sectoriales y estándares éticos destinados a proteger a los niños en las redes. El sector privado debería igualmente asegurarse de que sus servicios y plataformas no son utilizados por personas que puedan abusar directa indirectamente de los menores. Asimismo, debería aliarse con los socios relevantes de cara a desarrollar contenidos útiles, localmente significativos, para comunidades que tengan culturas o idiomas poco extendidos en Internet.

Para los autores del informe, el papel de los gobiernos es garantizar las condiciones de competencia en el mercado de forma que los costes de acceso a Internet desciendan, beneficiando así a los hijos de las familias más desfavorecidas.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Recordar la sensación de la lluvia

Ya hablamos de que estamos viviendo una revolución digital equiparable a las revoluciones industriales del pasado. También tenemos muy presente que nuestra vida cotidiana se digitaliza, o lo que es lo mismo, que cada vez le dedicamos más tiempo a los mundos virtuales paralelos que nos ofrecen las pantallas. Desde la comunicación casi permanente con otros a través de las redes sociales o las aplicaciones de mensajería, hasta las formas de ocio portables, ya sean nativas digitales, como los videojuegos, o inmigrantes, como el cine, la música y la televisión, que ahora consumimos en red desde cualquier dispositivo; toda esta actividad nos aleja del mundo analógico y nos hace habitar cada vez más en el ciberespacio.

Cuando hablamos de la necesidad de que el ciudadano o el trabajador adquiera o amplíe sus competencias digitales, implicitamente estamos condenando la dimensión analógica de las personas. Entre líneas criticamos que tal o cual persona o colectivo no es lo suficientemente digital para habitar este nuevo mundo que nace. Y sin embargo, nuestra vida analógica, la real, la que no está reconstruida a base de unos y ceros, sigue siendo la que nos hace humanos.

Resulta paradójico que una parte importante de los hijos de los empleados de las grandes empresas tecnológicas de Silicon Valley estudie en colegios sin ordenadores ni dispositivos electrónicos, y en cambio, lo haga con papel, tiza, lápices y materiales básicos como únicas herramientas. Por contra, los sistemas educativos públicos de todo el mundo llevan décadas introduciendo aparatos en las aulas. ¿Qué lleva a que las personas que diseñan algoritmos y aplicaciones para Google, eBay o Apple no quieran que la educación de sus vástagos incluya la informática hasta los trece años? Principalmente, la creencia de que el uso de ordenadores inhibe el pensamiento creativo, el movimiento, la interacción humana y la capacidad de atención.

La defensa de lo analógico fue un tema que surgió en el debate que tuvo lugar entre la socióloga Belén Barreiro y José Mª Lassalle, actual secretario de Estado para la Sociedad de la Información y la Agenda Digital, el pasado noviembre en el Espacio Fundación Telefónica dentro del ciclo de conferencias Tech & Society.

Barreiro explicó en dicha ocasión que los estudios demuestran que las personas más digitales son, curiosamente, las que más se refugian en actividades analógicas, como puede ser el componer puzzles, escribir, tocar instrumentos o hacer calceta. A su juicio, los avances de la digitalización y la robotización no alteran el hecho de que la relación que tenemos con la tecnología es una relación que establecemos desde nuestra posición como seres humanos, de forma que siempre manifestaremos características humanas, como la inteligencia, la creatividad, la empatía o la confianza en el otro. Es por ello, que los sistemas educativos se deben centrar en educar, algo que no consiste en enseñar a programar ordenadores, sino en aprender a entender, analizar, contrastar y debatir la información y, en suma, en aprender a razonar.

José Mª Lassalle, por su parte, considera que las identidades virtuales y las ideas tecnológicas nos están atrapando en las pantallas y haciendo que nos relacionemos con el entorno estrictamente a través de una humanidad que es puramente virtual. Desde su punto de vista, lo analógico no es nada malo, sino todo lo contrario: es lo que nos conecta con la antropología, con la cultura y con la poesía. Defiende incluso que el conjunto de los derechos digitales de los ciudadanos debería incluir el derecho a seguir siendo analógicos, es decir, la opción de poder seguir vertebrando nuestra ciudadanía como seres desconectados del mundo digital.

En una línea de pensamiento similar, el filósofo norcoreano Byung-Chul Han, que recientemente ha impartido una conferencia en el CCCB de Barcelona, arremete con virulencia contra la comunicación digital, pues considera que reemplaza las relaciones humanas por conexiones y que reduce nuestro abanico de sentidos a uno solo, la vista. Para él, el mundo digital es la abolición de la realidad, dado que lo digital -a diferencia de lo “real”- “no pesa, no huele, no opone resistencia, pasas un dedo y ya está”. Hemos sido privados de los colores, los olores, las texturas y las sensaciones.

Esperemos que el darle progresivamente la espalda a la realidad física no haga cumplirse la terrible profecía de Jim Morrison, poeta y cantante de la banda The Doors, cuando escribió: “Puede que llegue el día en que acudiremos a teatros meteorológicos para recordar la sensación de la lluvia”.
 
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