lunes, 11 de noviembre de 2019

La nueva televisión que viene


La televisión ya no es lo que fue en el siglo pasado. Ahora nos encontramos con un sector en ebullición, con un elevado grado de competencia, en el que confluyen distintos actores de muy diversos orígenes: desde los agentes tradicionales del sector –los grandes grupos mediáticos propietarios de las cadenas de televisión lineal-, hasta nuevos players procedentes de actividades tan distantes como pueden ser las telecomunicaciones, como es el caso de Telefónica, Vodafone y Orange.

Mención aparte merecen las OTT (over the top), que son plataformas de contenidos digitales que, basadas en internet, despliegan estrategias de alcance mundial. Es el caso de marcas como HBO, Amazon Prime Video y, por supuesto, el paradigma de todo esto, Netflix. También en el las de las OTT podemos hablar de una gran heterogeneidad de origen. De los tres ejemplos citados, HBO fue es su día una empresa de televisión por cable y por satélite, Amazon Prime Video pertenece al megaportal de comercio electrónico del mismo nombre y Netflix, aunque comenzó alquilando DVDs por correo, es en esencia una compañía tecnológica.

Ya no tiene sentido hablar de televisión, sino, más bien, de un hipersector o ecosistema de entretenimiento. Todo está cambiando a marchas forzadas y el modelo tradicional de televisión lineal en abierto va perdiendo terreno ante propuestas más innovadoras. De acuerdo con la consultora Barlovento, en 2018 tuvo lugar un descenso en España del consumo lineal, 234 minutos por persona y día sobre un “universo de consumo” de 44,6 millones de ciudadanos, que supone un descenso de seis minutos en relación con la cifra de 2017. Barlovento subraya que este particular lleva disminuyendo desde 2012.

Frente a la situación que vive la televisión en abierto, la de pago sigue creciendo año tras año, de forma que en 2018 ya acapara, en sus distintas modalidades, la cuarta parte del consumo total. En cifras, estamos hablando de casi siete millones de hogares, de acuerdo con los datos de la Comisión Nacional del Mercado de la Competencia.

En general, existen en la actualidad tres grandes modelos de negocio en relación con la televisión de pago. Se trata de la monetización por suscripción, por publicidad y por pago por contenidos. Cada uno tiene sus correspondientes siglas en inglés:

Suscripción de vídeo bajo demanda (Subscription Video on Demand – SVOD). El usuario paga una tarifa plana y tiene acceso a todos los contenidos de la plataforma, como ocurre en Netflix.

Publicidad en el vídeo bajo demanda (Advertising Video on Demand – AVOD). El visionado de contenido es gratuito, pero este contiene publicidad. Los ingresos en este modelo proceden del anunciante. El portal YouTube sigue este esquema.

Transactional Video on Demand (TVOD). En este caso el acceso a la plataforma es gratuito, pero se paga por ver contenidos específicos. Es un esquema que se ha utilizado en las retransmisiones de lucha libre y boxeo, y también es el que sigue el portal iTunes de Apple.

La llegada de las OTT, el auge de la televisión por internet y el agotamiento del modelo lineal, están haciendo reaccionar a los agentes tradicionales, que han acabado por comprender que la única forma de competir con empresas nativas digitales, como Netflix o Amazon Prime Video, es establecer una cabeza de playa en internet. La cadena de valor tradicional del sector audiovisual está rota y las empresas se ven obligadas a adaptarse al nuevo ecosistema multipantalla y multicanal, para encontrar modelos de ingresos a medio y largo plazo, en un paisaje en rápido cambio constante.

De esta forma, en Europa están proliferando las alianzas entre los agentes tradicionales del sector para poder establecer en internet una oferta de contenidos, siguiendo la senda marcada por las OTT. En Francia, las cadenas France Televisions, TF1 y M6 han creado la plataforma de SVOD Salto y en el Reino Unido, BBC, ITV y Channel 4, quieren hacer lo propio con Freeview, hasta ahora un canal en abierto, pero que pretenden transformar en un servicio bajo suscripción a través de internet. Alemania, por su parte, también tiene un proyecto de vídeo bajo demanda, todavía sin bautizar, que reúne a ProSiebenSat.1 y a Discovery Communication’s Eurosport.

Nuestro país no se mantiene al margen de esta tendencia y, a finales de 2018, saltaba el anuncio de la creación de Loves TV, que surge de un acuerdo entre Mediaset, Atresmedia y RTVE. El objetivo es convertirla en una plataforma de streaming y, mediante una app, llevar la oferta de contenidos a tabletas y teléfonos móviles, aproximándose al formato utilizado por las OTT.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Los riesgos de la inteligencia artificial


Son numerosos los expertos del sector tecnológico y de actividades asociadas a él que expresan sus miedos y preocupaciones acerca de los peligros que presenta la inteligencia artificial. Uno de los nombres más destacados en este campo es el de Elon Musk, el fundador de empresas de alta tecnología como Tesla o Space X, pero también el propio Stephen Hawking, en sus últimos años de vida, también se manifestó en esa dirección.

Sobre este particular, el Pew Research Center en el verano de 2018 reunió en un estudio la opinión sobre el tema de grupo de casi 1.000 pioneros tecnológicos, innovadores, desarrolladores, líderes políticos y empresariales, investigadores y activistas. Las principales preocupaciones que surgieron sobre el posible impacto negativo de las máquinas inteligentes fueron las siguientes:

La pérdida de control sobre nuestras vidas. Acabamos cediendo a las herramientas herméticas basadas en el código aspectos clave de nuestras vidas. No conocemos el funcionamiento de estas complejas herramientas, ni por qué toman las decisiones que toman, y sacrificamos nuestra independencia, privacidad y en última instancia nuestra capacidad de elegir.

Mal uso descontrolado de los datos por las empresas y los gobiernos. La inteligencia artificial pone en las manos de las compañías privadas y de los poderes públicos potentes sistemas de control y manipulación de la gente, a través de la gestión de sus datos. Es un aspecto muy difícil de regular, dada la globalidad de las redes y la dispersión de la información que circula a través de ellas.

Efectos sobre el mercado de trabajo. La disrupción que provoca la incorporación de sistemas inteligentes a los entornos laborales conlleva la sustitución de trabajadores por máquinas, hinchando las cifras de desempleo.

Pérdida de habilidades y dependencia. Aunque hay quienes piensan que la inteligencia artificial aumentará la capacidad del ser humano, existen otras teorías contrarias que defienden que el uso intensivo de la tecnología erosionará nuestras habilidades como personas y nos hará dependientes de las máquinas, destruyendo nuestra iniciativa.

Caos mundial. Para los más catastrofistas el cambio tecnológico dañará las estructuras sociopolíticas tradicionales, provocando que el planeta vaya derivando al caos. El uso militar descontrolado de armas inteligentes, la propaganda y las noticias falsas o un cibercrimen cada vez más sofisticado, son elementos que tienden a desestabilizar el frágil orden mundial.

En otro orden de cosas, existen riesgos mucho más concretos e inmediatos, subrayados por el MIT en un texto publicado a principios de este año, que analiza algunos sucesos que han tenido lugar recientemente. El artículo hace referencia a:

Los accidentes de los vehículos autónomos. El coche de Uber que atropelló a un peatón en marzo de 2018 en Arizona, o el Tesla que se estrelló en 2016 matando a su ocupante, ponen de manifiesto que, o bien la tecnología de estos automóviles no está lo suficientemente desarrollada para garantizar su autonomía completa y que la intervención de un conductor humano es todavía necesaria. En cualquier caso, los coches completamente autónomos son actualmente un factor de riesgo.

Los bots que manipulan la opinión pública y la intención de voto. El caso Cambridge Analytica, que saltó a los medios en marzo del pasado año, demostró cómo se puede manipular la intención de voto del electorado haciendo uso de la información de la gente (en ese caso de los usuarios de Facebook), es decir, explotando adecuadamente el big data.

La creación de armas inteligentes. Los trabajadores de Google se rebelaron al conocer la intención de la empresa de aportar tecnología a las fuerzas aéreas de Estados Unidos, y consiguieron impedir el acuerdo para participar en el proyecto Maven. No obstante, el peligro de que los gobiernos –o, peor aún, terroristas- desarrollen armas autónomas sigue allí, y, de hecho, otras grandes tecnológicas como Microsoft y Amazon parecen no tener limitaciones morales para colaborar en programas en ese terreno.

La identificación facial como herramienta de control. Otra de las aplicaciones de la inteligencia artificial que está en boga en la actualidad es el reconocimiento facial. Se trata de una tecnología que puede invadir en derecho a la privacidad de las personas y que puede acumular sesgos que lleven a discriminar a determinados colectivos.

Falsificación de vídeos o deep fake. Es un campo en el que los algoritmos han demostrado su peculiar destreza: construir vídeos falsos de personalidades para desacreditarlas (muchos de ellos de contenido pornográfico) o campañas agresivas de desprestigio para manipular a la opinión pública.

La discriminación que desarrollan los propios algoritmos. Los sesgos de los programas basados en la inteligencia artificial, que bien aparecen en el proceso de aprendizaje automático o que llevan deliberadamente en su propio diseño, pueden conducir a la  discriminación de determinados colectivos, por ejemplo, por motivos raciales o de género.
 
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