jueves, 23 de junio de 2011

De la economía del pelotazo a la economía productiva

Un par de artículos aparecidos recientemente en el periódico nos vuelven a aportar piezas para componer el rompecabezas que nos explique qué está pasando realmente con la economía española, lejos de la demagogia vocinglera, de uno u otro bando, que culpan en exclusiva al Gobierno de todos los males presentes. Que conste que no quiero convertir este blog en un campo de batalla entre gaviotas, rosas y campistas, así que obviaré los matices políticos, aunque están allí bien presentes.

Dos son los factores destacables que aportan los textos a los que hago alusión:
  1. Situar la génesis de la crisis actual en la segunda mitad de la década de los noventa, momento en que se comienza a desplazar la economía productiva por una economía especulativa basada en el ansia de dinero fácil procedente del sector financiero y de la construcción.
  2. La ineficacia de las políticas económicas actuales en parte por no haber acometido reformas profundas en el sistema financiero tras el desplome, habiéndose convertido éste en un coágulo que impide que el crédito fluya hacia los principales componentes de la demanda interna, el consumo y la inversión, manteniendo e incluso empeorando progresivamente la situación de estancamiento económico. 
La primera pieza lleva por título La factura política de la crisis económica (El PAIS 18/06/2011) y está firmada por el economista Justo Zambrana. Como he adelantado al principio, el autor nos recuerda como desde finales de los 90 el capitalismo industrial va perdiendo peso frente al capitalismo financiero, y algo más adelante, frente a la construcción. La inversión en un negocio o una empresa para la producción de bienes y servicios suele conllevar, si los tiene, beneficios a medio y largo plazo, que llegan de forma gradual. Sin embargo, la especulación, tanto inmobiliaria como en los mercados de valores, pudo generar para algunos inmensas plusvalías, en situaciones de “burbuja” o ascenso exponencial de los precios. El pinchazo bursátil del año 2000 arrasó con los ahorros de numerosos pequeños inversores, y la posterior caída del sector de la construcción ha puesto en jaque al propietario de viviendas que se endeudó con hipotecas en cantidades astronómicas y ahora es incapaz de responder a la deuda. Desde el punto de vista macroeconómico, esta tendencia ha traído consigo un déficit exterior, pues como apunta el autor “si todos somos más ricos y no producimos para ello, alguien nos lo está prestando”. Desde el punto de vista social, el auge de sectores de bajo valor añadido en general y de la construcción en particular, extrajo del sistema educativo y formativo a un importante porcentaje de jóvenes atraídos por el dinero fácil, que ahora se encuentran desempleados y sin formación.

El segundo artículo, de la pluma del profesor del IE Business School José María O´Kean, establece un paralelismo estremecedor entre la historia económica reciente española y la del Japón de las últimas décadas. Se trata de “España, ¿una crisis a la japonesa?” (EL PAÍS, 19/06/2011). Resumiendo, Japón sufrió el pinchazo de una burbuja financiera a principios de la década de los noventa, que había sido acompañado en paralelo por otra burbuja inmobiliaria. Tras la caída de los precios de los valores mobiliarios y de la vivienda, las familias se vieron en dificultades para devolver las deudas contraídas, el sistema bancario entró en crisis y la economía en recesión. Las políticas monetarias y fiscales llevadas a cabo desde entonces por los distintos gobiernos han sido incapaces de enderezar la senda económica: el consumo está estancado –la gente ahorra la renta que recibe por miedo en vez de demandar bienes y servicios-, y la inversión en el sector productivo no se produce. A pesar de que los tipos de interés ha llegado a ser casi nulo, lo que en teoría debería incentivar el crédito tanto para el consumo como para la inversión, el dinero es absorbido por el sistema bancario para mantener su liquidez, que se ha convertido en un pozo sin fondo que obstaculiza la llegada de recursos a familias y empresas, al no haber sufrido las reformas estructurales necesarias. Por otro lado, los únicos sectores que mantienen activa la demanda son el sector exportador y el gasto público, que ha llegado a generar una deuda nacional del 200 por ciento del PIB. Hasta aquí, la evolución de Japón parece una radiografía reciente de España. Si seguimos la senda del sol naciente, nuestro país se encontrará con décadas de estancamiento, con políticas económicas sin efecto en la demanda interna, con un proceso deflacionario –caída generalizada de los precios-, que es más peligroso que la inflación, y con una generación de jóvenes sin expectativas, que con ese halo poético que inunda todo lo nipón ha sido denominada generación de los sueños rotos.

¿La solución? No sabemos cómo, pero volver a confiar en la economía productiva y racionalizar las expectativas de beneficio a largo plazo; apostar por la competitividad, por las buenas ideas, por la cualificación de la mano de obra, por la I+D… En suma, por todo aquello que defiende la teoría empresarial y que se nos olvida en momentos de “pelotazo” o dinero fácil.

sábado, 18 de junio de 2011

Amar Bhidé y los errores del sistema financiero


El martes pasado asistí a la conferencia que dio Amar Bhidé en el Círculo de Bellas Artes sobre financiación e innovación. Bhidé es profesor universitario en los Estados Unidos y autor de publicaciones, entre las que destacan por recientes “A Call for Judgment: Sensible Finance for a Dynamic Economy” (2010) y “The Venturesome Economy: How Innovation Sustains Prosperity in a More Connected World” (2008). De hecho, él mismo indicó que su presentación estaba basada en los contenidos y reflexiones contenidos en estos dos volúmenes. No voy a resumir la ponencia porque se puede ver en vídeo completa desde la mediateca de Fundación Telefónica, pero me gustaría comentar algunas ideas interesantes que expuso.

Su tesis principal versa sobre la necesidad de descentralizar la toma de decisiones y la evaluación crediticia. La prosperidad reposa sobre innumerables individuos y negocios que ponen en juego su imaginación y capacidad de juicio, y que asumen la responsabilidad de los resultados. La economía no se basa solamente en los precios, sino en el diálogo y las relaciones entre los agentes que la componen. Sin embargo, en las últimas décadas las finanzas se han convertido en algo centralizado, distante y mecánico. En lugar de permitir que los agentes financieros tomen decisiones de crédito en base a los prestatarios que conocen (en base a su experiencia en el sector), los juicios financieros se concentran en unos pocos “magos” de Wall Street y agencias de crédito, dando lugar a un sistema robotizado que choca con el dinamismo de la economía real y deriva en el colapso recurrente.

Se podría tachar a Bhidé de conservador cuando critica las finanzas contemporáneas, que a su juicio han parido productos tóxicos, al sustituir las relaciones financieras por transacciones anónimas, en un marco caracterizado por una legislación bancaria excesivamente laxa. Pero prueba de que no le falta razón es la situación de profunda crisis en la que nos hallamos inmersos gracias a la irresponsabilidad de unos pocos.

La solución que ofrece Amar Bhidé es simple y en lógica con lo anterior: descentralizar las decisiones financieras, restaurar la acción crediticia basada en las relaciones y en el examen individual de cada caso, y finalmente, obligar a los bancos y a las entidades de depósito a que se dediquen exclusivamente a los préstamos básicos, sin entrar en experimentos ni en productos de riesgo. Desde el público se le criticó esto último defendiendo formas de financiación de la innovación recientes que pueden parecer “peligrosas” a la luz de sus tesis, pero que están resultando muy útiles para las start-ups tecnológicas. La respuesta de Bhidé fue que los bancos son el corazón del sistema financiero y que no deben correr riesgos innecesarios; ahora bien, siempre queda un campo abierto para que otros agentes distintos sí lo hagan. Y puso el siguiente ejemplo automovilístico: nadie prohíbe vender coches que alcanzan grandes velocidades, pero si los compras, sabes que solamente puedes correr en circuitos especializados, nunca en carreteras convencionales.  

En suma, Amar Bhidé nos aportó otra pieza para componer el puzzle que explique cómo hemos llegado a la situación de desastre generalizado económico en el que estamos ahora mismo.

viernes, 10 de junio de 2011

Innovación y economía: lecciones de la historia

Recientemente ha caído en mis manos un interesante informe, publicado en febrero del año pasado, que lleva el sugerente título “The financial crisis and the future of innovation: A view of technical change with the aid of history” (La crisis financiera y el futuro de la innovación: una visión del cambio técnico con la ayuda de la historia). Digo que me resulta sugerente porque subraya la tesis cada vez más evidente de que no estamos pasando por un bache coyuntural de los indicadores de crecimiento sino que nos encontramos inmersos en una transformación del paradigma tecnoeconómico, es decir, en medio de un cambio estructural del sistema capitalista mundial. El estudio ha sido realizado por Carlota Perez de la Technological University of Tallinn, Estonia.

El principal valor de este análisis es la perspectiva cenital e historicista con la que enfoca el intento de comprender el momento actual de la economía mundial. El estudio de las sucesivas “oleadas” que ha conocido el capitalismo permite establecer un patrón de comportamiento y evolución, que de cumplirse, puede resultar esclarecedor de cara a la adopción de políticas públicas que contribuyan  a enderezar la senda del bienestar.

La autora identifica las siguientes fases en la historia del capitalismo:

La Revolución Industrial (1771): la mecanización de la industria del algodón y el desarrollo de la metalurgia dan pie a la producción industrial, a aumentos significativos de la productividad y a un ahorro de tiempo en la manufacturación.

La edad del vapor y los ferrocarriles (1829): los motores impulsados por vapor y la maquinaria de hierro, junto con la expansión del ferrocarril, van abriendo el camino a la producción estandarizada, las economías de aglomeración y el desarrollo industrial de las ciudades.

La edad del acero, la electricidad y la maquinaria pesada (1875): el acero barato, la electricidad, el desarrollo de la química industrial, la ingeniería civil y toda una serie de tecnologías asociadas permiten obtener economías de escala en la producción y la integración vertical. El impulso de los medios de transporte permite generar redes mundiales fortaleciendo el comercio entre continentes. La ciencia se convierte en una fuerza productiva.

La edad del petróleo, el automóvil y la producción en masa (1908): revolución de los transportes, consumo en masa, difusión del automóvil, electricidad en los hogares, dependencia del petróleo; son factores que acentúan las economías de escala, la producción estandarizada, la concentración de la población en grandes urbes, el consumo desenfrenado de energía. Igualmente se produce el auge de los materiales sintéticos, en gran parte derivados del petróleo.

La edad de la información y las comunicaciones (1971): el abaratamiento de la microelectrónica y la proliferación de los dispositivos informáticos, junto con el desarrollo de las redes de telecomunicaciones, hace florecer una economía intensiva en información y conocimiento, en un marco caracterizado por la globalización y por el funcionamiento en red. Es el estadio en el que nos encontramos.

La historia nos demuestra que cada uno de estos periodos caracterizados por un nuevo paradigma tecnoeconómico no llega suavemente, sino que presenta dos fases distintas, cada una de las cuales puede durar varias décadas. La primera es una batalla de lo nuevo contra lo viejo. El capital financiero une sus fuerzas con los nuevos empresarios para desbancar a los gigantes del mercado y desmantelar las instituciones que les hicieron fuertes. Este “periodo de instalación” comienza en la fase de madurez de una economía en declive y acaba con una “prosperidad frenética” que acompaña al triunfo del nuevo paradigma, acompañada del ascenso de los nuevos gigantes de la economía y de la creación y posterior pinchazo de una burbuja financiera. Predomina la visión a corto plazo.

En la segunda fase, “de difusión”, se desata todo el potencial acumulado por las nuevas tecnologías que protagonizan el periodo. Los nuevos gigantes de la economía se convierten en motores de crecimiento y se produce una expansión de los nuevos negocios y de aquellos antiguos que han “rejuvenecido”.

El paso de una fase a otra suele caracterizarse por un punto de inflexión en el que tiene lugar una recesión o una crisis que empuja un cambio en las instituciones para adecuarlas al naciente escenario futuro. A continuación se muestra la cronología que establece la autora del informe para las distintas oleadas:

Oleada
Periodo de Instalación
Punto de inflexión
Periodo de difusión
Revolución Industrial
1771 ------>
1793  ------>
1797  ------>
Edad del vapor
1829  ------>
1848  ------>
1850  ------>
Edad del ácero
1875  ------>
1890  ------>
1895  ------>
Edad del petróleo
1908  ------>
1929  ------>
1943  ------>
Edad de la información
1971  ------>
2007  ------>
2020 ?????

Según este esquema, estaríamos inmersos en el periodo correspondiente al punto de inflexión del paradigma tecnoeconómico de la edad de la información. Una vez que las instituciones se adapten al nuevo entorno deberían cesar las turbulencias y la incertidumbre e iniciarse una nueva época de esplendor y crecimiento. Para aprovechar el potencial de creciemiento del nuevo paradigma es preciso que la política institucional 1) comprenda la necesidad de cambiar de la fase de instalación a la de difusión, 2) comprenda las características del nuevo paradigma basado en TIC, y 3) comprenda el funcionamiento de las fuerzas que darán forma al nuevo entorno.  ¿Se cumplirá otra vez el ciclo? El tiempo lo dirá.

domingo, 5 de junio de 2011

El sector exterior mantiene el tipo

Hace unas semanas conocíamos los datos de la evolución de la economía española del primer trimestre y podíamos comprobar con cierto alivio como España parece haber recuperado, muy tímidamente, la senda del crecimiento (0,8 por ciento). Cuando los expertos se sentaron a analizar el origen del modesto dato positivo en función de los distintos componentes de la demanda, se enfrentaron a conclusiones paradójicas. Con el consumo y la inversión interna en vía muerta, el leve repunte de las cuentas españolas hay que atribuirlo al gasto público y a las exportaciones de bienes y servicios. Tacho de paradoja este análisis porque como todo el mundo sabe la Administración está llevando a cabo una política procíclica brutal de contención del gasto público (que a mi modo de ver no hace más que perpetuar los efectos de la crisis), así que en principio no parece el candidato ideal para protagonizar la expansión de la demanda. En el caso del sector exterior la paradoja reside en que siempre se nos ha repetido la falta de competitividad de nuestro tejido productivo en los mercados extranjeros por lo que tampoco parece que la actividad fuera de nuestras fronteras se fuese a convertir en la locomotora de los indicadores económicos patrios.

El primer misterio no tiene difícil explicación: no es más que un espejismo. El aumento del gasto público está relacionado con obligaciones con proveedores de 2010 cuyo pago se ha realizado a principios de este año y a que las distintas administraciones pueden estar concentrando la ejecución de los presupuestos públicos en los primeros meses del ejercicio, supongo que por lo que pueda pasar más adelante. Pero el caso de las exportaciones mantiene su intriga y sí que parece una causa sólida de esperanza.

Los datos de comercio exterior del primer trimestre de 2011 ponen en evidencia que las exportaciones españolas crecieron un 7,4 por ciento respecto al trimestre anterior, lo que equivale a un 23,4 por ciento sobre el mismo periodo de 2010, año en que aumentaron un 17,4 por ciento. No se puede tachar de coyuntural la solidez del sector exportador español, pues después del primer choque de la crisis que reduce su volumen, vuelve alzarse con fuerza al recuperarse el comercio mundial. Según la Organización Mundial del Comercio, en 2010 el crecimiento real de las exportaciones (14,5 por ciento) triplicó el crecimiento del PIB mundial (5 por ciento).

Pero volvamos sobre la paradoja, ¿cómo es posible que la empresa española, tradicionalmente considerada como poco competitiva, esté triunfando en los mercados globales, enfrentando con éxito a monstruos del tamaño del dragón chino? La respuesta está en que entre las innumerables empresas de baja competitividad que pueblan el tejido productivo español se encuentra una minoría (alrededor de 100.000 de 3,2 millones) de grandes compañías que presentan una productividad mayor que la de sus equivalentes europeos y en línea con la de los negocios de EE.UU. En palabras de Pol Antràs, catedrático de economía en la Universidad de Harvard, “La solidez de las exportaciones españolas tiene mucho que ver con la alta competitividad de este reducido grupo de grandes empresas, como refleja el hecho de que, durante el periodo 2000-2008, el crecimiento de las exportaciones fue marcadamente mayor para estas grandes empresas que para las empresas pequeñas y medianas”.Estas empresas, gran parte pertenecientes a actividades de las ramas industriales, exportan productos de gran calidad y alto valor añadido.

La mala noticia es que este tipo de empresas no es intensivo en mano de obra; tienen por lo general plantillas estables de trabajadores muy cualificados, pero no van a suponer, al menos de forma directa, una demanda importante de mano de obra. De hecho, gran parte de su competitividad se basa en la moderación de los costes laborales unitarios. Durante los años de bonanza económica los salarios de determinados sectores intensivos en mano de obra de baja cualificación, como la construcción, han sido más elevados que los de los trabajadores cualificados de estos sectores exportadores, que no han conocido aumentos significativos. Parece la fábula de la cigarra y la hormiga.

Esto último me devuelve a la preocupación que he reflejado en algunos posts anteriores: la posibilidad de que el nuevo modelo económico que se está gestando en la actualidad prescinda de un elevado volumen de la población desempleada de baja cualificación, que ya no es necesaria en un sistema productivo basado en productos y servicios de alto valor añadido intensivo en trabajadores muy cualificados. El coste social sería tremendo... Hay que tener en cuenta que no podemos competir vía costes en los mercados internacionales de manufacturas con países emergentes de Asia y América, con unos costes laborales unitarios imbatibles, por ahora; nuestra fortaleza se debe basar en la especialización productiva en ramas de productos de gran calidad y alto valor añadido. Todo ello nos puede proporcionar una posición muy ventajosa tanto en los actuales países desarrollados, como en los mercados de países emergentes, a medida que sus poblaciones vayan disfrutando de una mayor riqueza general y por tanto desarrollen una demanda de productos cada vez más sofisticados. ¿Y qué pasará con la gran masa de mano de obra poco cualificada?

jueves, 2 de junio de 2011

La innovación según Steven Johnson


El pasado 25 de mayo asistí a la conferencia que impartió Steven Johnson en el Círculo de Bellas Artes de Madrid sobre innovación. Se trata de un conocido divulgador científico que escribe en publicaciones como Wired o Discover, y que vino a España a presentar su último libro Historia natural de la innovación” (2010) en el que analiza las distintas formas que puede presentar el proceso de innovación a través de ejemplos sacados de distintos periodos de la historia. Johnson demostró ser un excelente comunicador y una persona afable y simpática, con un gran sentido del humor, por lo que la charla resultó amena y distendida.

No voy a resumir la presentación de Johnson dado que se encuentra grabada entera en vídeo aquí,  pero me gustaría comentar algunas ideas que me llamaron la atención.

En primer lugar, me atrajo la negación de Johnson del “bombillazo”, es decir, de que un nuevo invento se le ocurre a una persona en un instante como si fuera por inspiración divina. Generalmente los procesos asociados a la innovación son largos, pueden durar décadas, e implican no sólo que surja una idea inédita, sino que el entorno esté preparado para adoptar y explotar dicha idea. Steven Johnson utilizó como ejemplo de lo anterior a Tim Berners-Lee, el creador de la World Wide Web. Según nos explicó, Berners-Lee trabajaba a principios de la década de los ochenta en el CERN y diseñó un sistema de comunicación basado en hipertexto para poder gestionar toda la información que compartía con otros investigadores, es decir por su propia necesidad personal. En 1989 consiguió conjugar su desarrollo hipertextual (HTML) con el protocolo de Internet (HTTP), originó la génesis de lo que más tarde se conocería como World Wide Web, que es la esencia del Internet que manejamos en la actualidad. Es curioso como este gran invento surge para cubrir una necesidad personal, ordenar sus relaciones de información con sus colegas de profesión, y como, a pesar de estar concebido más de diez años antes de su éxito mundial, en su momento de nacimiento no tenía mucho interés general porque no se había producido el boom de los ordenadores personales  y no existía una masa crítica relevante de usuarios que justificase su implantación, ni se le veía sentido entonces.

Otra de las propuestas que me pareció interesante es la desindividualización del proceso de innovación. Siempre tendemos a identificar un invento con la trayectoria individual de investigación de una sola persona, pero Johnson defiende que a menudo, aunque asociadas a un personaje, las nuevas ideas surgen de la interacción entre muchas personas, del intercambio de experiencias y conocimientos, “entornos líquidos”, como los llama él.

A lo largo de los cinco años que lleva investigando a personas innovadoras y entornos de innovación, Steven Johnson ha sacado conclusiones francamente interesantes sobre el perfil del innovador. En primer lugar, a pesar de la profunda especialización en su campo de estudio que presenta el innovador suele ser una persona con múltiples intereses en muchas otras áreas (él hablaba de hobbies, pero yo siempre he odiado esa palabra; yo no tengo afición a la música, siento pasión por ella). Esto le permite importar conocimientos de otros campos a su área de trabajo, enriqueciéndola y aportando perspectivas y soluciones distintas a los problemas. En segundo lugar y relacionado con lo anterior, los innovadores aparte de su red de contactos del sector suelen tratar regularmente con profesionales de muchas otras disciplinas (por ejemplo, un físico nuclear puede estar relacionado con abogados, poetas, economistas, arquitectos…), y al igual que al hablar de las aficiones, estas redes multidisciplinares de contactos generan un cruce de campos y de perspectivas que alimenta su proceso creatividad individual.
 
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