domingo, 27 de junio de 2010

Ser y parecer: el Community Manager y el satanismo

-->Vale, que no somos enviados del Príncipe de las Tinieblas, pero hacía falta utilizar un título impactante, como se hace en el Heavy Metal,  y a ritmo de doble bombo. A menudo me pregunto si esto del community management es una profesión como otra cualquiera, que es como lo veo yo, o una forma de vida, como nos lo venden los iluminados, que implica estar a todas horas pegado a Twitter y a los blogs más punteros para ser el primero en enterarse de la última tecnopollez que los hados 2.0 han tenido a bien poner en manos de la humanidad. Y dándole vueltas y más vueltas, me recuerda este dilema a los grupos de rock denominados satánicos, como fueron Black Sabbath, los más originales del género.

En su magnífico documental “Metal: A Headbanger´s Journey” (2005), Sam Dunn analiza desde una perspectiva antropológica el fenómeno del heavy, desbrozando cada uno de los rasgos característicos del movimiento musical. Cuando llega al epígrafe del satanismo y heavy, una asociación más que evidente para todo el que haya contemplado alguna vez las portadas de la sección metalera de cualquier tienda de discos, el espectador se encuentra los testimonios de señores muy elegantes, como Tommy Iommi (Black Sabbath) o Alice Cooper (otro gran siniestro en escena), que viven en grandes mansiones y que juegan al golf, manifestando que todo eso del satanismo asociado a su imagen no es más que marketing y una forma de llamar la atención mediática sobre el grupo. De hecho, y no me acuerdo dónde ni cuándo, tras un concierto de Black Sabbath el grupo se encontró en los pasillos de su hotel con un nutrido grupo de seguidores de Satanás que, con cirios encendidos, habían montado una sentada para homenajear la vena satánica de la banda, y de paso, a su señor Lucifer. La reacción inmediata de Ozzy Osbourne y sus colegas fue meterse en sus respectivas habitaciones y, a la de tres, salir y mear encima de los devotos del maligno, en un acto de chacota más extrema por el lado oscuro.

Y parece que en esto del community management es más importante parecer que ser. No importa lo bien o mal que estés haciéndolo, todo ello por cierto muy discutible, sino que hay que darle a tu perfil un aire de innovador (cuidado con esta palabra), emprendedor (ésta es peor que la anterior) y techie o superfan de la tecnología (ésta es la más jodida). He leído en varios sitios que un Community Manager nunca desconecta, que siempre está al quite, y que su vocación le obliga a estar las 24 horas pendiente de las redes y de la última majadería que pueda sacar Apple en su colmado.

Pero, ¿realmente es necesaria tanta devoción, tanta esclavitud por la causa? Yo francamente creo que no: es una profesión como otra cualquiera, puede que no de 9 to 5, pero tampoco tipo Seven Eleven. Podemos ser techies en nuestra jornada laboral, como otros son satánicos encima de un escenario, pero luego dedicarnos a temas más sanos que dilucidar las virtudes de Android, y no creo que por ello seamos peores profesionales; quizá más oxigenados mentalmente.

Yo personalmente prefiero, en mi tiempo libre, explorar las afinaciones de guitarra de blues en abierto o traducir los 154 sonetos de Shakespeare (vale, esto ha quedado muy pedante), o incluso relacionarme en el mundo real y, por Dios, sin visos de networking (otro palabro 2.0).

A lo mejor tendríamos que salir de nuestras habitaciones y mearnos encima de tanto gurú, que el mundo off line siempre será más interesante que The Matrix.

jueves, 24 de junio de 2010

La red de la soledad

Dada la sequía intelectual a la que me veo sometido en los últimos tiempos, fruto de una sobredosis de dudas y preguntas,  me veo en la obligación de reproducir aquí una entrada ya publicada en otro blog. Es un pequeño homenaje que le dediqué a mi amigo Fernando, tambien conocido como Webmaster de Fundación Telefónica, al día siguiente del concierto que ofreció con su grupo hace un par de semanas. Una de sus canciones se llama "La red de la soledad" y habla de "un fantasma pasando en el último tren". Es casualmente una de mis obsesiones, la pérdida de identidad asociada a la desconexión con el resto de la especie en el entorno urbano ( en el plano artístico me lo sugieren tanto las baladas de Miles Davies como la pintura de Hopper), y en el texto que sigue lo extrapolé al mundo de las redes (más o menos). La imagen, el grabado Melancolía I de Durero, es probablemente una de las obras con las que toda mi vida más me he identificado.

Existe un amplio debate en la actualidad sobre las implicaciones que pueden tener tanto Internet como los medios sociales en el marco de las relaciones personales de los seres humanos. En teoría, la dinámica general de las redes y la filosofía web 2.0 más en concreto, reposan sobre la conversación y el intercambio incesante de información; en la práctica, a lo mejor estamos sustituyendo una parte importante de nuestro contacto físico con otras personas por el digital, con la pérdida de canales de comunicación directos que ello implica. Y la pregunta que surge es, ¿y si esta virtualización de las relaciones condujese al aislamiento y la soledad? No es este el lugar para aventurar un dictamen sobre el tema, ni nos sentimos capacitados para ello, pero no deja de ser un interesante tema de discusión.


Indudablemente, existen numerosos argumentos tanto a favor como en contra. Son bien conocidas las reuniones de usuarios de Twitter en las que la gente se “desvirtualiza”, es decir, se conoce personalmente después de haber iniciado una relación en Internet. En este caso se puede afirmar que el círculo de relaciones se amplía, las personas interactúan presencialmente y se refuerzan los lazos emocionales iniciados en la web. Pero no todos los colectivos de cibernautas son tan activos en este sentido como los twitteros.

Pero existe el problema de la identidad digital y de cuán divergente puede llegar a ser nuestra presencia en entornos virtuales de nosotros mismos. Este particular tiene dos vertientes diferentes, una más plástica y visual, y otra asociada al comportamiento y a la psicología.

En el primer caso hacemos referencia a la tendencia al encubrimiento del que muchas veces hacemos gala en las redes sociales, a través de los alias y de los avatares, que en gran medida contribuyen a ocultarnos, aunque generalmente se haga con una intención más lúdica que otra cosa. Esto puede llevar a que una profesional serio y circunspecto utilice una foto de Bob Esponja como avatar (aunque sea incapaz de contar un chiste en su entorno laboral), o que una persona realmente maravillosa y extrovertida se autobautice paradójicamente en la web “Salander”, como el inquietante y antisocial personaje de Stieg Larsson. No son más que bromas, pero tienen un componente de baile de máscaras y disfraces, es decir, de ocultación.
Como dijo en una ocasión uno de los ponentes de los Debates Abiertos de Fundación Telefónica, “en Facebook aparecemos todos guapos y felices”. ¿Realmente eso es un reflejo mínimamente aproximado de nuestro ser?

El otro factor al que aludíamos es el de “alterar” nuestra personalidad en los medios sociales, que tiene su expresión extrema en aquellos que se hacen pasar por adolescentes para acosar a menores. Pero sin llegar ni de lejos a eso, sí que presentamos una tendencia de proyectar en la web lo que nos gustaría ser, en lugar de mostrar lo que somos en realidad. Todos intentamos ser simpáticos, alegres, extrovertidos, cultos, ingeniosos…

En las relaciones físicas disponemos de muchos otros canales de comunicación adicionales con nuestros interlocutores: el tono de voz, la mirada, los gestos, la presencia física. En este sentido, las relaciones en la red son como un vuelo sin visibilidad.

Todo ello convierte las relaciones a través de Internet en un caudal muy fluido de interacción humana, pero a lo mejor estamos más solos de lo que creemos al estar mostrando una personalidad distinta a otros a los que a la vez concebimos diferentes de lo que son. Y a lo mejor hay verdadero temor a mirar detrás de la máscara…

domingo, 6 de junio de 2010

Compartiendo dilemas con Mr. Davies


Hay canciones que nos dicen cosas, nos animan o entristecen, pero también recrean sobre sus acordes ideas y problemas comunes a todo el mundo. Una de esas piezas que siempre me ha “hablado” es “A Rock and Roll Fantasy” que aparece en un disco otoñal del grupo británico The Kinks que se titula The Misfits (1978). Durante los casi cinco minutos de duración, Ray Davies discute con el resto de la banda si tiene sentido que continúen juntos en un escenario musical que ya no es el suyo, es decir, el de los dorados años sesenta, y en el cual no son más que una reliquia del pasado. Mi dilema actual, si bien no tiene el componente anacrónico que tiene el de Ray, comparte similitudes: ¿debo seguir con este blog? ¿tiene sentido que dedique tiempo libre a temas profesionales o debería escribir sobre lo que me gusta realmente, como por ejemplo, la música?

En primer lugar hay que ver por qué decidí abrir este blog. En este mundo 2.0 parece que si no tienes un blog tecnológico eres como un taxista sin automóvil. Todo el que comienza en esto, no nos engañemos, sueña con ser una referencia citada por todos los demás, pues como dice otra canción de los Kinks, “everybody is a dreamer and everybody is a star”. Pero la realidad es que es un sector sobresaturado de información, en el que todo el mundo cuenta las mismas cosas y en el que solamente unos pocos destacan por su capacidad profética o por lo acertado de su prosa.

Pero volviendo a la canción, Ray Davies reconoce que, a pesar de estar desfasados, todavía tienen un público fiel a finales de los setenta, gente para la que la música de los Kinks lo es todo. ¿Merece la pena seguir adelante por ellos, aunque sean pocos? Todo acaba encontrando su hueco en el espacio y este blog no es una excepción. Al final se ha convertido en un medio para informar a un puñado de personas, que mayormente sois mis amigos, sobre temas del mundo de las redes, en el cual muy pocos estáis metidos profesionalmente. Algunos me habéis dicho que os ha servido para entender cosas que no sabíais, y para mí eso ya es un valor. Pero….

Dice Ray Davies al fin al de la canción: Dont' want to spend my life, living in a rock 'n' roll fantasy,
Don't want to spend my life living on the edge of reality
. Yo tampoco quiero vivir en una fantasía 2.0; no quiero, y además no puedo ser un sabidillo del tema de las redes sociales: ni sé lo suficiente, ni me interesa tanto el tema como para dedicarle tanto tiempo de ocio (¿lo convierto en otra cosa?.¿abro otro paralelo? No tienen sentido…)

Me gustaría hablar de música, de libros, de cine (antiguo) y de todo lo que esto lleva asociado, que iría más en sintonía con las cosas que hablamos los que podéis leer esto, cuando estamos de cañas y cuando hablamos de las cosas que realmente nos gustan. Viendo las estadísticas, no creo que haya nadie más por aquí.

Realmente este blog no aporta ningún valor añadido al sector de las TIC (frase lapidaria) y me gustaría acabar con él o transformarlo. Quiero decir que no tiene una proposición de valor importante para nadie, todo lo que pueda decir está dicho y mucho mejor, en otros sitios y en otros blogs. Y sé que podríamos hablar de temas mucho más interesantes. And yet, and yet, me resisto a destruirlo: algo me atrae de todo esto…

¿Cómo resolvió el dilema Ray Davies? Al final siguió con los Kinks y tuvieron un megahit a principios de los ochenta con “Come dancing”, aunque la mayoría de los discos que sacaron en esos años fueron muy mediocres. Ray Davies lanzó su primer disco oficial en solitario en 2006, es decir, casi treinta años después de cuando manifestó su intención de iniciar una carrera en solitario, es decir, en la canción “A Rock and Roll Fantasy”. Manda huevos. ¿Y yo? Quién sabe…
 
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