martes, 19 de febrero de 2013

Educación para la empleabilidad ( I owe my soul to the company store)

Hace poco comentábamos en un post un  informe de la consultora McKinsey acerca de la educación para el empleo. Ahora toca analizar lo que piensa la Comisión Europea al respecto, que a grandes rasgos no presenta grandes diferencias de enfoque con el anteriormente mencionado. Se trata del trabajo  Un nuevo concepto de educación: invertir en las competencias para lograr mejores resultados socioeconómicos COM(2012) 669 final, que lleva fecha de noviembre del pasado año.

El título no deja lugar a dudas: se acabó la tontería; la educación no debe buscar crear una ciudadanía culta y civilizada sino crear generar productivos para el sistema económico. Y punto. Se puede edulcorar lo que se quiera con la retórica administrativa comunitaria, que siempre nos intenta hacer creer que vivimos en la mejor de las Europas posible, pero la realidad es que la cosa está muy mal y hay que plegarse a las necesidades del capital productivo.

Por si el título no queda lo suficientemente claro, en la introducción se ofrece una explicación más detallada sobre el tema:

“La misión general de la educación y la formación incluye objetivos como la ciudadanía activa, el desarrollo personal y el bienestar. Estos objetivos implican la necesidad de mejorar las aptitudes en provecho de la empleabilidad, con el trasfondo de una economía estancada y un descenso de la población activa debido al envejecimiento demográfico, aunque los retos más apremiantes para los Estados miembros son atender las necesidades de la economía y buscar soluciones para atajar la escalada del desempleo juvenil.”

Podemos comprobar como esos maravillosos objetivos educativos que son la ciudadanía activa, el desarrollo personal y el bienestar, quedan sometidos y condicionados por la empleabilidad y las “necesidades de la economía”. No estoy de acuerdo en que haya que aproximar el currículo escolar a las necesidades de la empresa, por mucha crisis que estemos sufriendo. Creo que es mucho más útil para el sistema productivo de un país una generación de trabajadores de amplia cultura, versatilidad y capacidad de aprendizaje.

Sin embargo, según avanzamos en la lectura del documento la Comisión Europea parece darnos la razón: hay  que concentrar esfuerzos en el desarrollo de aptitudes transversales, como son (y en esto estoy completamente de acuerdo), el pensamiento crítico, la iniciativa, la solución de problemas y el trabajo colaborativo, que preparan a las personas para los recorridos de su carrera profesional, que son hoy en día tan variados e impredecibles. Pero esto va en contra del interés de la empresa media española, creo yo, que tradicionalmente prefiere gente ya formada en competencias muy específicas (así se ahorra la formación), o por lo menos, eso dejan entrever los líderes de la patronal en sus declaraciones públicas.

Seguidamente, el informe de la UE nos baja la ilusión con un jarro de agua fría al citar el vocablo de moda, el emprendimiento. Vaya por Dios, con lo bien que íbamos. Pues nada, los jóvenes deben ser emprendedores, tanto desde la perspectiva del trabajo por cuenta propia como desde la del trabajo por cuenta ajena. Es un término tan vacío y manido que ha perdido cualquier valor que pudo haber tenido. “Emprender” pasa a la estantería de palabras ajadas y polvorientas junto a “innovar”, que también se las trae.

Más adelante se habla de la importancia de las TIC en la educación y del papel trascendental del profesor en el proceso formativo. Básicamente se afirma que los profesores hacen frente a una demanda en rápida transformación que exige nuevas competencias tanto a los propios profesores, como a los formadores del profesorado y al personal directivo, y que reclama una acción decidida para apoyar nuevos enfoques de la enseñanza y el aprendizaje. Vamos, el discurso de la necesidad de cambio que llevamos escuchando desde hace dos décadas.

Y ya en el punto 2.3 nos entra la risa, cuando el documento afirma que la inversión en educación y formación es esencial para promover la productividad y el crecimiento económico. Bien pensado, y nos preguntamos, ¿eso lo sabe nuestro gobierno? Pero en el informe se habla de nosotros con nombres y apellidos: “de los países para los que se dispone de datos, solo España  (presupuesto central), Chipre y Portugal han comunicado un descenso en la financiación de los regímenes de apoyo a las personas que cursan estudios. Sin duda, cualquier insuficiencia de recursos en la actualidad va a tener graves consecuencias a medio y largo plazo para el capital de aptitudes de Europa.”

De hecho, se habla de “dar prioridad a la inversión pública en el sector de la educación y la formación”. O sea, justo lo contrario que hacemos en España.

En las conclusiones, se establece como verdad inamovible que “Europa solo podrá reactivar el crecimiento a través de una mayor productividad y generando trabajadores altamente cualificados; la reforma de los sistemas de educación y formación es esencial para lograrlo”. ¿Y no podemos hablar de ciudadanos cultos, de mente crítica, capaces de garantizar el desarrollo social de un país, sin necesidad de tratar a los estudiantes como un futuro recurso productivo?

Todo esto me recuerda a aquella canción clásica “Sixteen Tons” que rezaba:

“You load sixteen tons, what do you get
Another day older and deeper in debt
Saint Peter don't you call me 'cause I can't go
I owe my soul to the company store”.


sábado, 16 de febrero de 2013

Empleo de calidad para Latinoamérica

Está en boca de todo el mundo el tema de la mejora generalizada de las economías de la región de Latinoamérica. Parece ser que, tras varias décadas perdidas en las que avanzó poco o nada el desarrollo de dichos países, desde el año 2000 han enganchado una etapa floreciente que, por ahora, parece haber esquivado las dificultades a las que se enfrentan tanto los Estados Unidos como Europa, entre otros, desde 2008.

En el terreno de la creación de empleo, o lo que es lo mismo, de la lucha contra el desempleo, los resultados son igualmente alentadores. El gráfico siguiente, procedente del diario El País,  muestra como en la mayoría de las naciones latinoamericanas el paro ha descendido en los últimos diez años, siendo especialmente significativa la caída en Panamá, Uruguay, Argentina, Paraguay, Venezuela y Colombia.



La pregunta es si esa mejoría estadística tiene un reflejo en las condiciones de vida de los trabajadores y de la población en general. Como refleja el artículo Hacia el pleno empleo pero en precario, publicado por el diario El País el 15 de enero, el hecho de que efectivamente se esté creando empleo en la región no implica necesariamente que dicho empleo sea de calidad, entendiendo como tal un puesto de trabajo que contemple la cobertura social y que proporcione ingresos suficientes como para esquivar la pobreza.

En suma se trata de que la mejoría económica sin precedentes que experimenta el continente realmente se traduzca en una mejora de vida para toda la población, algo que solamente se puede articular mejorando los niveles salariales y las políticas de protección del trabajador por cuenta ajena. Sin embargo, la propia naturaleza económica de la situación latinoamericana actual nos lleva a dudar de su efecto potencial en el bienestar general.

El principal problema, y dejando de lado casos excepcionales, es que la mayoría del empleo se ha creado en sectores de baja productividad, de salarios reducidos y con altos índices de empleo informal. Son por ejemplo el comercio minorista, la construcción y la producción manufacturera, pero de bajo contenido tecnológico. La construcción, que en el año 2000 suponía el 7,1% de los empleos urbanos latinoamericanos, ascendió hasta el 8,7% en 2011, y el comercio pasó del 22,3 al 26,3%. Estamos por tanto hablando de creación de empleo de baja calidad, algo de lo que sabemos mucho en España, por desgracia.

A pesar de proporcionar ingresos en el presente, los empleos precarios tienden a perpetuar y reproducir la pobreza, en vez de ayudar a salir de ella, dado que limita el derecho del trabajador a recibir prestaciones sociales como el acceso a la sanidad, la cobertura del desempleo o la pensión de jubilación.

Resulta imprescindible que América Latina no pierda la ventaja que le está proporcionando el no haber sufrido la crisis global hasta el momento y reenfoque su especialización productiva, y su papel en el teatro de la economía global, hacia la producción de bienes y servicios de alto valor añadido tecnológicamente intensivos (un consejo que también le daría a España, pero nosotros estamos en peores condiciones para cumplirlo).

El modelo clásico basado en exportaciones de productos primarios, en gran parte responsable de esta década de progreso (especialmente gracias a la demanda procedente de China), es en exceso vulnerable pues depende de la relación real de intercambio en el marco internacional de las materias primas, un elemento volátil, y no redunda en la creación de empleo de calidad. De hecho, el artículo citado nos recuerda que  “la industria petrolera, la minería y la agricultura no son sectores de mano de obra intensiva, no generan tanto trabajo como divisas.” Quizá la fórmula sería derivar los ingresos procedentes de estas actividades al desarrollo de otros sectores de mayor productividad y capacidad de creación de empleo de calidad. No hay que perder esa oportunidad.

martes, 12 de febrero de 2013

Mercado laboral: dos crisis y una paradoja

Altas tasas de empleo juvenil asociadas a una carencia de personal cualificado en las profesiones críticas que demanda el mercado. Es lo que la consultora Mckinsey denomina “dos crisis y una paradoja” en un reciente informe sobre desempleo juvenil, Education to Employment: Designing a System That Works.

El trabajo ha orientado su foco de estudio hacia nueve países heterogéneos de distintos continentes: Brasil, Alemania, India, México, Marruecos, Turquía, Arabia Saudí, Reino Unido y los Estados Unidos de América. Afirma citando a la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que en el mundo existen alrededor de 75 millones de jóvenes desempleados; paradójicamente, en torno al 43% de los empleadores entrevistados en las naciones pertenecientes a la muestra afirman no encontrar personal lo suficientemente cualificado para hacer frente a su demanda.

Supongo que este problema no afecta a Grecia o a España, en donde no hay empleo de ningún tipo ni para jóvenes cualificados ni para jóvenes sin cualificar, pero conviene seguir de cerca el problema, aunque solamente sea como un sano e higiénico ejercicio intelectual. Por desgracia nuestros problemas son otros.

Pero vayamos al grano. El informe detecta seis grandes problemas en los sistemas de educación y formación que obstaculizan el acceso al empleo. Algunos nos suenan como la letanía que siempre repite la patronal en países como España, lo que no quiere decir que les falte razón, aunque habría que pensar que la educación de las personas tiene como objetivo crear ciudadanos cultos y responsables, no curritos inmediatamente adaptables a un puesto de trabajo. Pero bueno, no discutiremos estos temas.

1. Los empleadores, el sistema educativo y los jóvenes viven en universos paralelos. Los tres tienen distintas visiones de una misma realidad. Menos de la mitad de los jóvenes entrevistados piensa que tiene una formación adecuada al mundo laboral, mientras que el 72% de los educadores si lo cree. A juicio de los autores no existe una relación y una comunicación permanente entre los educadores y los empleadores que pueda adecuar la oferta y la demanda de formación.

2. El viaje de la educación al trabajo está plagado de obstáculos: costearse una educación superior a menudo muy cara; en segundo lugar, los currículos no contemplan por lo general la enseñanza de habilidades laborales; y finalmente, el acceso al trabajo suele suponer una ruptura en el proceso, dado que en la mayoría de los casos el primer empleo suele tener poco que ver con el campo de los estudios cursados.

3. El sistema de educación para el trabajo falla tanto para los jóvenes como para los empleadores. En porcentajes, existe una mayoría de descontentos en ambos grupos.

4. Los programas innovadores y efectivos que se aplican en distintas partes del mundo tienen elementos importantes en común. En concreto, suelen basarse en el hecho de que los educadores y los empleadores “invaden” el terreno del contrario: los primeros promueven que los estudiantes compaginen los estudios con trabajos a tiempo parcial y los segundos intervienen en el desarrollo del currículo formativo.

5. La creación de un sistema exitoso de educación para el empleo requiere de nuevos incentivos e infraestructuras: más información sobre oportunidades profesionales para padres y jóvenes; más colaboración y acuerdos entre los empleadores y los trabajadores de cada sector de actividad; y finalmente, los países necesitan integradores, órganos capaces de tener una visión completa del sistema de educación para el trabajo, demasiado fragmentado y heterogéneo, que recojan información, destaquen las buenas prácticas y asesoren.

6. Los sistemas de educación para el empleo necesitan ampliar su escala. El informe hace referencia a tres retos:
a) eliminar las restricciones de recursos de los proveedores de educación,
b) ampliar las oportunidades de la juventud de aprender trabajando, y,
c) superar la resistencia de los empleadores de invertir en formación.   

miércoles, 6 de febrero de 2013

Queríamos coches voladores y en vez de eso nos dieron 140 caracteres

No se puede expresar con más gracia que con la frase del título, cuya autoría se atribuye a la empresa de capital riesgo Founders Fund, la sensación de decepción que tenemos todos los que nacimos cerca del ecuador del pasado siglo acerca de los logros de la ciencia en el presente, entonces el brillante futuro. Recuerdo una colección de cromos que regalaba a principios de la década de los setenta una conocida marca de bollería industrial en la que, entre otros temas, se dedicaba una sección a lo que se preveía que sería el mundo del futuro, que en esa época estaba representado por el mítico año 2000. Las ilustraciones correspondientes nos situaban viviendo en casas encerradas en cúpulas transparentes, sobre pilares por encima de la frondosa vegetación, en ciudades surcadas por monorraíles. Sin embargo, salvo detalles y ampliaciones, las ciudades que habitamos siguen teniendo el mismo aspecto que hace 50 años. No existen tampoco coches voladores como en la distopía Blade Runner, pero tenemos una chorrada llamada Twitter que nos permite informar al mundo de lo horteras que son nuestros gustos musicales, por ejemplo.

Existe una corriente de pensamiento de pesimistas en torno a la innovación que defiende que, tras el boom tecnológico que transforma el mundo entre 1900 y 1970, el ritmo de innovación se ha estancado y ya no tira del crecimiento económico. Es un tema tratado en el artículo Innovation pessimism: Has the ideas machine broken down?, que publica The Economist en uno de sus números de enero.

Nos plantean el siguiente razonamiento: si entramos en una cocina de principios del siglo XX y luego en otra de, pongamos, 1965, nos encontramos ante dos realidades radicalmente distintas. Pero si comparamos la de 1965 con una actual nos damos cuenta que, quitando algún aparato más que otro y los displays digitales, básicamente tienen la misma forma y funcionan de la misma manera.

La argumentación que defiende que la innovación en el mundo actual se ha estancado parte de tres líneas o postulados.

En primer lugar, los autores consideran que la tasa de producción por persona (responsable del crecimiento intensivo, es decir, el que mejora el rendimiento de los recursos materiales y de los trabajadores, en parte gracias a la aplicación de la tecnología a los procesos de producción) se ha desacelerado en el mundo desarrollado: hacia 1950 este indicador crecía al 2,5% anual en EE.UU.; en la década de 2000 estaba por debajo del 1% y desde 2004 no supera el 1,33%.

Un segundo elemento está relacionado con el volumen de innovación y la “intensidad investigadora”, medida como la “cantidad de fuerza de trabajo empleada en sectores generadores de ideas”. Se considera que esta variable es determinante para el crecimiento pero que tiene una limitación natural pues no puede crecer indefinidamente. Y aunque se ha expandido considerablemente el número de trabajadores empleados en actividades de I+D desde 1975, estudios realizados demuestran que la contribución del trabajador en actividades de I+D al crecimiento es ahora siete veces menor que 1950.

El último argumento planteado defiende que a simple vista la capacidad transformadora de la vida cotidiana de la tecnología es infinitamente menor desde 1970. El mundo de 1950 era radicalmente distinto del de finales del siglo XIX (automóviles, aviones, nuevos materiales y fuentes de energía…), pero el del último cuarto del siglo XX no es tan distinto del momento actual.

Hay quien postula que las invenciones realmente transformadoras ya han sido realizadas en el pasado y que ahora solamente queda mejorarlas. Se trataría de la capacidad de producir y distribuir energía a gran escala, de poder hacer confortables los edificios independientemente de la temperatura exterior, las mejoras en la rapidez en el transporte y la posibilidad de comunicarse con cualquiera en cualquier parte del mundo. Todo ello ya existe.

Si nos fijamos, la tecnología de base de nuestra adorada e idolatrada sociedad digital tiene su origen en la segunda mitad de la década de los sesenta, con la aparición de ARPANET, el Internet primitivo. No hay nada nuevo bajo el cielo.

Cuando yo era pequeño dábamos por hecho que tras el alunizaje de 1969 la carrera espacial no había hecho más que empezar, y que pronto tendríamos bases en la luna y mandaríamos vuelos tripulados a los planetas más cercanos. Casi cincuenta años después todavía no ha llegado nada de eso y no parece que esté cerca.

Como indica el artículo, la medicina ha evolucionado sobremanera en las últimas décadas, pero la gente se sigue muriendo de cáncer y de ataques al corazón como en el siglo pasado. No hemos asistido a ningún descubrimiento verdaderamente transformador.

Y sin embargo, la innovación tecnológica puede presentar ciertos retardos temporales en relación con su efecto sobre la economía y la sociedad, lo que explicaría esta aparente ausencia de cambios serios. En 1987 el economista Robert Solow afirmaba con sorna que se podía contemplar la era de los ordenadores en todas partes excepto en las estadísticas de productividad; el efecto de la informática sobre la productividad comenzó a registrarse a mediados de la década de los noventa. A lo mejor todavía quedan varios lustros para que veamos los efectos sobre nuestras vidas de los descubrimientos actuales en los campos de la nanotecnología, la biotecnología o la tecnología de redes.
 
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