martes, 31 de marzo de 2020

La pandemia que nos hizo digitales


Una de las pocas buenas noticias que ha traído consigo esta horrible crisis que está sufriendo el mundo es que nuestro país cuenta con una dotación de infraestructuras de telecomunicaciones ultrarrápidas de banda ancha suficientes para dar soporte a la vida digital de los españoles. El “test de estrés” de las redes se impuso de un día para otro  -sin previo aviso- cuando ante la gravedad de la situación el Gobierno decretó el estado de alarma y la necesidad de confinar a la población para frenar la expansión del nuevo coronavirus.

A partir del comienzo del confinamiento, el 15 de marzo, el tráfico por internet ha aumentado un 80% y las llamadas de voz se han duplicado. El ocio en online también se ha disparado: entre el 13 y el 15 de marzo el tráfico relacionado con los videojuegos aumentó un 271 por ciento con respecto a la semana anterior. El encierro domiciliario también ha implicado que miles de españoles continúan su actividad laboral en modo teletrabajo, de forma que las herramientas de trabajo colaborativo como Webex, Skype o Teams –que requieren un ancho de banda muy amplio al incorporar videoconferencia- han multiplicado su tráfico por cuatro.

El caso es que los tres grandes operadores –Telefónica, Orange y Vodafone- llevan desplegando redes de fibra óptica desde 2005, cuando tienen lugar las primeras pruebas piloto de Telefónica, de forma que hoy 3 de cada 4 hogares españoles tienen cobertura ultrarrápida gracias a esta tecnología. Esta penetración sitúa a España en el primer lugar en cuanto a cobertura y clientes de fibra óptica en Europa. Nuestro país dispone de más fibra óptica que Alemania, Inglaterra, Italia, Francia y Portugal juntos.  Además, estamos hablando de que en su mayoría son accesos de fibra hasta el hogar (FTTH: Fiber To The Home), la de mayor calidad puesto que evita perdidas de rendimiento, al unir directamente centralitas y hogares.

Nuestra vida ya es digital y el acceso a internet de los españoles es ya generalizado: 9 de cada 10 ya son usuarios. La pandemia ha demostrado que muchas de las actividades que realizamos diariamente podemos seguir haciéndolas en las redes sin salir de casa, y, a pesar del parón de la actividad económica, las comunicaciones nos permiten estar en contacto con nuestros seres queridos, estar debidamente informados sobre la evolución de la situación, gozar de recursos para el ocio y el trabajo, e incluso, en la medida de lo posible, mantener la actividad de enseñanza y aprendizaje por vía telemática en institutos y universidades.

Cuando pase esta crisis nos daremos cuenta de que la vida real y la digital no son dos espacios separados, sino dos facetas de una misma cosa. Estamos inmersos en un proceso de transformación guiado por la tecnología que algunos equiparan con las revoluciones industriales del pasado. Es nuestra responsabilidad que el ser humano este el centro de dicho proceso, que sea inclusivo, y que no se quede nadie por el camino.

martes, 24 de marzo de 2020

El cine, aquel arte del siglo XX


Sin duda uno de los grandes consuelos que tenemos en estos días de confinamiento es poder ver cine a través del inmenso abanico de canales de televisión y plataformas de audiovisual de que disponemos en la actualidad. Una oferta que además ya no está cautiva del aparato de televisión -el eje de la vida familiar de antaño-, sino que se distribuye a través de los variados dispositivos digitales en torno los que articulamos nuestro ocio, véase ordenadores, tabletas, consolas o teléfonos inteligentes.

Tal día como ayer, un 22 de marzo de 1895, nacía oficialmente el cine, cuando los hermanos Louis y Auguste Lumière celebraron la primera proyección pública en la Société d'Encouragement à l'Industrie Nacional en París de una serie micropelículas, entre las que se encontraba Salida de la fábrica. A partir de ahí, se convirtió en el gran espectáculo de masas del siglo XX, y llegó a ser considerado como un arte, al igual que la pintura, la escultura o la literatura.

En primer lugar, a diferencia de los otros tipos de arte, la filosofía del cine está indisolublemente asociada a una tecnología específica capaz de generar un efecto óptico de movimiento en la mente humana, en base a reproducir una sucesión de imágenes estáticas a una velocidad determinada. Otras artes no dependen de ninguna tecnología concreta: cualquiera puede pintar solo con sus dedos impregnados de barro o esculpir figuras en la arena de playa usando únicamente las manos.

Las tramas de las películas las construye nuestro cerebro por medio de esta ilusión óptica. Es por ello, que Jim Morrison -el cantante del grupo The Doors que escribió una serie de interesantes reflexiones sobre cine en su libro de poesía The Lords. Notes on the visión- defendía que la cinematografía no tenía su origen en las bellas artes, ni tampoco en el teatro-donde existe una complicidad implícita entre el que representa a un personaje y los que están dispuestos a verle como ese personaje-, sino en las sombras chinescas y en la magia simpática de los pueblos primitivos. Es una experiencia equivalente al chamán que conjura a dioses y diablos ante la hoguera, y que consigue sugestionar al resto de la tribu. Mientras dura la proyección, la película es real en la mente del espectador.

Lo que nos lleva al segundo elemento que define la esencia cinematográfica: el ritual. Al igual que las religiones, el cine en el siglo XX estaba asociado a un rito, que de alguna forma lo definía como espectáculo. La necesidad de estar en una sala oscuras, la gran pantalla blanca que recibía la proyección, y el templo -las salas- donde tenía lugar la ceremonia. Los acomodadores con el haz de luz de sus linternas, las grandes cortinas que se abrían e incluso los noticiarios cinematográficos, eran parte esencial de esa actividad social que era “ir al cine”.

Todo ello comenzó a desaparecer con la llegada de internet y las tecnologías de la información. Por un lado, la tecnología analógica que pasaba una foto tras de otra delante de un foco de luz, dio paso a los soportes digitales; y también acabó la necesidad de celebrar el rito cinematográfico en lugares específicos, puesto que ahora el contenido audiovisual se consume en cualquier dispositivo, e incluso se ruedan películas que solamente son estrenadas en plataformas de streaming, como el último título de los hermanos Cohen, La balada de Buster Scruggs. También el cine comenzó a verse en televisión desde los años 50, se argumentará. Cierto, pero el cine en TV complementaba, pero no sustituía, la actividad de las salas, que siguieron recibiendo un público masivo décadas después de su irrupción.

¿Podemos hablar hoy de cine? Mejor sería hacerlo de producción audiovisual o buscar un nombre más atractivo, porque el cine como tal murió con su siglo, con el siglo XX.

lunes, 16 de marzo de 2020

La pandemia y las nuevas formas de trabajar

Probablemente, la cuarentena a la que nos hemos visto sometidos a causa de la pandemia del coronavirus COVID-19 constituya la prueba de fuego para evaluar la efectividad de las nuevas formas de organización del trabajo que han emergido en este siglo XXI. Esta situación inédita en la historia reciente, que ha obligado a millones de personas en todo el mundo a confinarse en sus hogares durante un número de semanas en principio indeterminado, va a poner a prueba la capacidad de los equipos de las empresas e instituciones para mantener, en la medida de lo posible, la actividad normal dentro de la anormalidad de la situación que enfrentamos.  

A través de esta experiencia comprobaremos cuán resilientes son las organizaciones hoy en día, es decir, cuál es su capacidad para seguir funcionando ante cualquier adversidad, y cuál su grado de flexibilidad para adaptarse a los escenarios variables de un mundo en constante cambio, un mundo líquido, utilizando la terminología acuñada por Zygmut Bauman. 

Sin duda, uno de los factores clave del trabajo de esta era es, en términos generales, su fuerte dependencia de la tecnología, y en concreto, de las tecnologías digitales. La capacidad que estas nos otorgan para, por una parte, acceder a cualquier fuente de información, a recopilar y procesar grandes volúmenes de datos, y por otra, para poder establecer una comunicación permanente remota con cualquier persona, independientemente de dónde se halle, rompe sonoramente con la rigidez de las formas laborales heredadas de la era industrial. Atrás quedaron esas oficinas de largas filas de mesas ocupadas por administrativos cuasi mecánicos, como en la que trabaja Jack Lemmon en el film de Billy Wilder El apartamento.  

España es ya prácticamente una sociedad digital; nuestra vida cada vez reposa más en las redes: desde cómo nos divertimos o nos relacionamos, hasta cómo compramos o como interactuamos con nuestra entidad financiera. La esfera laboral no es una excepción. La penetración de las tecnologías de las comunicaciones en nuestro día a día del trabajo ha ido dotando de ubicuidad a muchas ocupaciones, de forma que ahora están deslocalizadas y pueden desempeñarse fuera de las oficinas. 

Y España cuenta con una ventaja muy importante en este sentido, puesto que tiene la mejor red de internet de alta velocidad de toda Europa. En porcentaje, el 94% de la población cuenta con cobertura de banda ancha, y entre los tres grandes operadores (Telefónica, Orange y Vodafone) suman 48 millones de hogares pasados con fibra óptica, la infraestructura ultrarrápida de nueva generación. De hecho, contamos con más fibra óptica deplegada que Alemania, Inglaterra, Italia, Francia y Portugal. 

Sin embargo, estas nuevas formas de trabajar no consisten solamente en poder trabajar desde casa con el ordenador. El teletrabajo es solamente una parte de todo el planteamiento, si bien dinamita una de las lacras de la oficina clásica, como es el presencialismo, la obligación de hacer horas para que se nos vea desde la dirección. 

Un trabajo por objetivos, que persiga el cumplimiento de una serie de metas e hitos establecidos por encima del “tener que estar en el puesto un tiempo definido” tradicional, es una filosofía que ya aplican numerosas empresas, demostrando un enfoque muy maduro al confiar en la responsabilidad y el compromiso del empleado. 

Igualmente, la paulatina desaparición de las jerarquías recargadas de las organizaciones, y el “achatamiento” de las estructuras de cuadros de mandos, es otro rasgo de la empresa de este siglo. Frente a los complejos entramados de cargos de antes, ahora los equipos de trabajo más eficaces funcionan como redes, donde cada nodo o trabajador tiene sus tareas asignadas, su autonomía para llevarlas a cabo, y una cierta capacidad de toma de decisiones, sin tener que consultar a su superior cada pequeño paso que se da.  

La catástrofe sanitaria que estamos sufriendo estas semanas nos va a demostrar en qué medida estamos preparados para trabajar de otra forma. Para trabajar en la sociedad digital en red de nuestra era. 
 
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