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martes, 21 de mayo de 2024

La tecnología educativa en la era de la IA

 


La tecnología aplicada a la educación tiene ya una larga trayectoria en nuestras sociedades. Desde las aulas de informática a principios de este siglo, hasta la presencia, más adelante, de ordenadores, pizarras electrónicas y otros dispositivos en cada aula, la tendencia de las últimas décadas ha sido la progresiva digitalización de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Hoy en día ya es una realidad, si bien en ocasiones se argumenta que el sistema educativo español avanza en términos de digitalización varios pasos por detrás de la sociedad en general, y que los niños y jóvenes en particular, que ya han nacido inmersos en un mundo con internet, teléfonos inteligentes y redes sociales.

A pesar de todo, parece que los españoles no tenemos tan claro el papel que debe desempeñar la tecnología en la educación, a juzgar por una encuesta llevada a cabo por Cotec publicada el pasado marzo. Las opiniones que arroja en algunos aspectos parecen en principio contradictorias, pues, aunque el 77% de las personas consultadas considera que la tecnología aumenta la innovación educativa, cerca de un 60% opina que es posible innovar sin ella. Por otro lado, más de un 60% de la muestra asocia la innovación educativa con la calidad educativa, pero cerca de la mitad está de acuerdo en que los centros que aplican los métodos de enseñanza más tradicionales obtienen los mejores resultados académicos.

Lo más probable es que el futuro nos depare un modelo híbrido, que combine la enseñanza digital y la tradicional, de forma que la tecnología sirva para impulsar y fortalecer los procesos de aprendizaje. Ésta es en cualquier caso la visión de la consultora GlobalData, que niega que la digitalización vaya a sustituir en forma alguna a la pedagogía tradicional.

En su informe sobre tecnología educativa publicado en febrero de este año, GlobalData subraya especialmente el papel que va a desempeñar la inteligencia artificial en la educación. En palabras de los autores, esta tecnología va a ser el motor de tres grandes tendencias que cobrarán forma a finales de esta década. En primer lugar, proporcionar la accesibilidad a recursos educativos y simplificar los procedimientos administrativos. Segundo, la personalización del aprendizaje de forma que se adapte a las necesidades específicas de cada alumno. Finalmente, GlobalData habla de inmersión, es decir, formatos de enseñanza a través de medios virtuales que maximicen la atención y el compromiso del estudiante.

Hasta aquí la teoría. Sin embargo, cuando nos enfrentamos a las aplicaciones concretas de la inteligencia artificial que están de moda en la actualidad, la cosa no se contempla ya con tanto optimismo. Existe un inmenso debate en el sector educativo sobre el uso de los large learning models (LLM) como ChatGPT, y ni los educadores ni los políticos tienen muy claro cómo incorporarlo a los procesos de aprendizaje, e incluso si resulta conveniente hacerlo. El informe citado pone como ejemplo que el Departamento de Educación de Nueva York inicialmente prohibió el uso de esta herramienta al considerar que podía ser mal utilizada por el alumnado, pero más adelante ha autorizado su utilización, al reflexionar sobre las ventajas que puede aportar a la enseñanza. Los docentes han conocido en el pasado otras tecnologías que prometían revolucionar la educación y que al final no la cambiaron demasiado, como la televisión educativa y el propio internet. El problema con la inteligencia artificial generativa es que puede además producir efectos no deseados y ampliar las desigualdades que ya existen dentro del sistema educativo entre los alumnos más sobresalientes y los rezagados.

Lo que está claro es que no existen soluciones tecnológicas universales, y aquello que puede funcionar en un centro puede no hacerlo en otro. Las necesidades del alumnado varían de unos entornos a otros, y, quizá, lo mejor es que los profesionales de la educación conozcan a fondo las posibilidades que ofrecen los distintos servicios y aplicaciones para poder elegir aquellas más adecuadas para sus estudiantes y adaptarlas en cada caso.

martes, 13 de febrero de 2024

La tecnología digital ha cambiado la educación, pero no la ha transformado

 


El uso de la tecnología digital en la educación tiene una tradición que se remonta al comienzo del presente siglo; al principio a través de las aulas específicas para impartir conocimientos de informática, y, más adelante, mediante la introducción de dispositivos y programas como soporte instrumental para la enseñanza de las materias curriculares. De esta manera, ya es algo corriente ver en una clase cualquiera la utilización de pizarras electrónicas, proyectores y ordenadores. No obstante, entre la línea de pensamiento pedagógico más tecnófilo siempre se ha considerado que la digitalización de la enseñanza se produce a un ritmo muy inferior al que lo hace la sociedad. Se argumenta que los estudiantes, habitantes ya de un mundo completamente digital, se enfrentan en el aula a métodos de aprendizaje heredados de otras épocas, y se subraya la necesidad de adecuar la enseñanza a las necesidades de la ciudadanía del siglo XXI.

A menudo se ha dado por supuesto que usar tecnología en el aula solamente trae consigo ventajas, sin embargo, cada vez se alzan más voces que ponen en cuestión este axioma. A mediados del pasado año, el Gobierno de Suecia anunció la paralización del avance de su plan de digitalización en centros educativos para volver a fomentar el uso de los libros de texto. Esta decisión vino motivada porque el Estudio Internacional para el Progreso de la Comprensión Lectora (PIRLS) referido a 2021 detectó un descenso del nivel del alumnado del país en este campo, de forma que las autoridades educativas quieren centrar sus esfuerzos en habilidades básicas como leer, escribir y contar, todo ello apoyado por medios tradicionales.

La Unesco ha reflexionado en su informe GEM (Global Education Monitoring) de 2023 sobre las ventajas y desventajas de utilizar la tecnología en la educación, estableciendo una postura fuertemente crítica al respecto. Bajo el título Tecnología en la educación: ¿una herramienta en términos de quién?, el trabajo subraya la necesidad de aprender a vivir tanto con tecnología como sin ella (es decir, reducir su dependencia), que los jóvenes desarrollen la capacidad para identificar la realmente necesaria entre la avalancha de información que les rodea, y que la tecnología debe apoyar, pero nunca suplantar la relación humana. De cara a mejorar la educación, la digitalización tiene que ser un complemento de la interacción cara a cara con el docente, jamás un sustituto. La tecnología se nos vende como un vehículo para el aprendizaje personalizado, y, con frecuencia, esta promesa nos hace olvidar que el corazón de la educación reposa sobre unas dimensiones sociales y humanas.

La Unesco se muestra escéptica sobre el valor que supuestamente añade la digitalización a los procesos educativos, destacando que no existe una evidencia robusta al respecto. Por una parte, la innovación se produce a tal velocidad que es muy difícil medir sus efectos. Como ejemplo de ello, los productos de tecnología educativa cambian de media cada 36 meses. Por otro lado, una parte importante de los estudios que defienden el impacto positivo están realizados o financiados, directa o indirectamente, por las empresas que comercializan los productos y servicios, en un intento de refutar análisis procedentes de entidades independientes que niegan dicho impacto.

Con todo, el estudio admite que la tecnología educativa puede aportar mejoras a determinados tipos de aprendizaje en algunos contextos. Una ventaja evidente es que ha facilitado el acceso a cantidades ingentes de recursos educativos online. En cualquier caso, su introducción debe dirigirse a la consecución de objetivos de aprendizaje, y tiene que estar integrada en la orientación pedagógica aplicada en cada momento. Igualmente, la Unesco señala que un uso excesivo o inapropiado de dispositivos y servicios digitales puede tener un efecto negativo en los rendimientos del estudiante, y pone de ejemplo los resultados del informe PISA, que refleja que en catorce países de los analizados se detectó una relación negativa entre la proximidad de los teléfonos móviles y el aprendizaje del alumnado. El debate sobre si los móviles deben estar en el aula o prohibidos en ella es especialmente intenso en España en estos momentos, con comunidades autónomas a favor de una u otra postura.

Otro aspecto interesante que destaca este trabajo es que la velocidad de la innovación tecnológica dificulta la adaptación de los sistemas educativos a la digitalización. Poco a poco los países van definiendo los estándares de habilidades digitales que van a necesitar dominar los estudiantes para vivir y trabajar en un mundo conectado, si bien muchos alumnos no tienen la oportunidad de practicar con herramientas digitales en los centros escolares: de acuerdo con las cifras que aporta el estudio, solamente en torno al 10% de los estudiantes de 15 años utiliza dispositivos digitales más de una hora a la semana en las asignaturas de matemáticas y ciencias. Asimismo, los docentes en general se sienten poco preparados para impartir clases con tecnología, y la evidencia es que únicamente la mitad de los países analizados tienen definidos estándares relacionados con las habilidades TIC requeridas para los profesores.

Como conclusión, la pregunta que surge es si la tecnología puede resolver los mayores retos de la educación. Para la Unesco, estos desafíos son tres: la equidad y la inclusión, la calidad y la eficiencia. En el primer caso, es cierto que la digitalización reduce las barreras de acceso a la educación para grupos desfavorecidos de población, pero sigue existiendo una importante brecha digital en la conectividad a internet y en el uso de dispositivos. En relación con la calidad educativa, el informe reconoce que la tecnología digital estimula el compromiso del estudiante con el proceso de aprendizaje y favorece el trabajo colaborativo e interconectado, aunque una aproximación educativa individualizada reduce las oportunidades del alumnado de aprender en entornos de la vida real, y tiene un impacto negativo en su privacidad y bienestar. Finalmente, el análisis realizado concede que, en términos de eficiencia, la tecnología digital permite disminuir el tiempo que docentes y alumnos dedican a tareas rutinarias de poco valor añadido, cuyo ahorro puede ser destinado a actividades con un mayor sentido educativo. Para resumir todas las reflexiones en una sola frase: la tecnología digital ha cambiado la educación, pero no la ha transformado.

lunes, 8 de noviembre de 2021

Las brechas digitales en la educación

El Foro Económico Mundial prevé que la crisis sanitaria y sus efectos disruptivos sobre la educación tendrán tres consecuencias a medio plazo. En primer lugar, la pandemia ha acelerado el proceso innovador que venía manifestando el sector desde las últimas décadas. La evidencia ha demostrado que se puede seguir enseñando a distancia a través de las redes, con los adecuados recursos, plataformas y aplicaciones. De alguna forma, el confinamiento ha validado la utilidad de los modelos de enseñanza online, si bien no como una sustitución completa de la presencial. Una segunda tendencia subrayada es el aumento en importancia de la colaboración pública y privada en torno a los objetivos de la educación. La década pasada puso constatar un interés creciente de la inversión privada en este sector, y la pandemia no habría hecho sino amplificarlo, por lo que no será extraño ver cómo se incrementa la presencia de empresas que trabajan en este campo.

Sin embargo, este proceso innovador podría tener su cara negativa en la forma de la ampliación de la brecha digital y de la desigualdad. En la medida en que la calidad educativa repose cada vez más en la posibilidad de acceder a la tecnología más vanguardista -y en poseer las habilidades para explotarla adecuadamente-, es más que probable que una parte importante de la población quede rezagada y no pueda beneficiarse de las ventajas del cambio educativo.

En España, el confinamiento puso en evidencia que existe una importante brecha digital que impide a una parte del alumnado aprovechar los modelos digitales de educación. Aunque las cifras recientes del Instituto Nacional de Estadística arrojan que más del 90% de los hogares españoles tienen acceso a internet, lo cierto es que cerca de 100 000 hogares no pueden conectar con la red. En un escenario basado en el aprendizaje a distancia online, la brecha digital se convierte en una brecha educativa.

Y, a la vez, la brecha digital está directamente asociada con la desigualdad económica, puesto que, de acuerdo con UNICEF, la falta de acceso a un ordenador es veinte veces mayor en los hogares de renta más baja que en los de alta. Por el contrario, el acceso a la televisión y al teléfono móvil es prácticamente universal en la sociedad española, de ahí que en ocasiones se haya recurrido a esos medios, como medida de emergencia, para llegar a toda la población. Los docentes han tenido que enviar las tareas a realizar a los progenitores de los alumnos de hogares sin ordenador a través de aplicaciones de mensajería, como WhatsApp o Telegram, y estos las han devuelto para su corrección a través de una fotografía tomada con el móvil. La cultura tecnológica que exista en el entorno familiar del alumno es también un factor que determina que, teniendo acceso a dispositivos digitales, unos tengan más facilidad que otros para sacarles provecho, al contar con alguien cerca para ayudarle y guiarle en su uso académico.

Sin embargo, existen otros factores aparte del acceso a la tecnología que pueden suponer un obstáculo para el estudio desde el hogar, como, por ejemplo, el que el alumno disponga o no de un lugar tranquilo para poder trabajar. Un informe de la Comisión Europea sobre el impacto del COVID-19 en la educación también menciona un ambiente familiar estresante como factor de desigualdad entre hogares de renta baja y alta, pues de acuerdo con las estadísticas manejadas, este aspecto se da en mucha mayor medida en entornos socioeconómicos más vulnerables.

La transición hacia un modelo educativo fuertemente digitalizado debe contar con un sólido apoyo institucional en la forma de políticas que fomenten y apoyen la inclusión de todo el alumnado, haciendo especial hincapié en los colectivos sociales más desfavorecidos.

 

lunes, 14 de diciembre de 2020

Las élites de la economía digital no quieren tecnología para sus hijos

Los profesionales de las empresas punteras de la economía digital de Silicon Valley no quieren que sus hijos e hijas se eduquen con tecnología. Suena paradójico que, mientras que firmas como Google, Apple o Microsoft apuestan por su utilidad pedagógica y defienden que nuestros hijos se acostumbren a manejar dispositivos en el aula desde su más tierna infancia, sus directivos y empleados prefieren que los suyos lleven a cabo su aprendizaje –por lo menos en los primeros ciclos- en el viejo cole analógico de siempre.

Por ejemplo, en el Waldorf School of the Peninsula, un exclusivo centro educativo de la ciudad californiana de Mountain View al que asisten niños y niñas de progenitores que trabajan en la industria techie, tiene alejada por completo la tecnología digital de sus clases de educación primaria, y hace un uso muy escaso de ella en las de secundaria. En lugar de smartphones, tabletas y portátiles, el alumnado trabaja con papel, lápices y bolígrafos y pizarras, pero no electrónicas, sino de las de tiza de toda la vida.

La visión de Waldorf no es la única. Brightworks, en San Francisco, va más allá: aparte de carecer de tecnología digital, el alumnado trabaja en proyectos que desarrolla por su cuenta, y se prima la realización del trabajo manual y las salidas del centro para realizar excursiones con fines didácticos. Nada de pantallas. El juego y el aprendizaje natural son los factores que dominan este planteamiento educativo alternativo, que ha sido bautizado por algunos medios como “low-tech, high play”, y que, por ahora, ha sido el elegido por una serie de pioneros, como son los padres con empleos techies en Silicon Valley, que ven en este tipo de centros elitistas un vehículo para conseguir que sus retoños destaquen, en el mundo automatizado que se avecina (en su visión más distópica), sobre las masas tecno dependientes que pelearán por los escasos puestos de trabajo disponibles.

De acuerdo con dicha visión, estos niños y niñas que están siendo criados sin tecnología, en el aprendizaje lúdico e intuitivo, y en alguna medida, en el desarrollo de la destreza manual, serán los profesionales más demandados dentro de diez o veinte años, pues habrán adquirido las habilidades suaves o soft skills –como el pensamiento crítico o la creatividad- que requerirán los entornos de trabajo de la sociedad digital.

Aparte de esta versión posmoderna de la lucha de clases, lo cierto es que el tecno optimismo que ha impregnado la pedagogía a lo largo de los últimos veinte años se enfrenta en la actualidad con opiniones que plantean serias dudas sobre las ventajas de introducir extensivamente los dispositivos en las aulas. Quizá, después de todo, el objetivo de alcanzar la ratio de un ordenador o tableta por alumno no sea realmente tan deseable.

Ya sea impulsada por el entusiasmo futurista de los gurús digitales o por los intereses comerciales de los fabricantes de equipos y desarrolladores de software, esta tendencia se ha centrado en inundar de tecnología el sistema educativo -a veces sin un proyecto pedagógico serio detrás-, y probablemente, no tardaremos en conocer las consecuencias, buenas o malas, de dicho arrebato modernizador y vanguardista.

No resulta de extrañar que los propios creadores de tecnología no la quieran para la educación de sus hijos. En una entrevista que le hicieron en 2011 al propio Steve Jobs se le escapó que sus hijos jamás habían tocado un iPad. Bill y Melinda Gates también han educado a los suyos en un entorno más analógico que digital. Ellos son la élite digital, y son los que mejor que nadie comprenden los efectos y las implicaciones de la tecnología, de forma que se afanan por asegurar para sus hijos un futuro mejor que el que les espera al resto de los mortales tecnodependientes.

martes, 13 de octubre de 2020

La necesidad de alfabetización digital

Los ciudadanos de una sociedad digital deben de hacer gala de competencias digitales que les permitan usar la tecnología como algo natural en sus vidas cotidianas de una forma provechosa y segura. Resulta fundamental que este tipo de competencias sean adquiridas por niños y jóvenes durante su proceso de formación y aprendizaje.

Los nuevos tiempos demandan del alumno unas habilidades y unas competencias diferentes que requieren de métodos distintos para su adquisición. Sin embargo, la tan nombrada innovación educativa no consiste en cambiar el libro de texto de toda la vida por la Wikipedia, ni en sustituir la clase presencial por una charla equivalente a través de un vídeo en YouTube.
 
En este terreno, el de la educación, la confusión que ha traído la reciente revolución digital se ha traducido en grandes dudas y en una terrible incertidumbre. Nadie tiene muy claro qué y cómo debemos enseñar en el mundo de hoy, aunque las ideas y propuestas se suceden desde el sector educativo, pero también desde el puramente tecnológico. ¿Qué papel real debe juzgar la tecnología en la educación? ¿Cuál es la misión del docente dentro de este nuevo escenario? ¿Cómo puede ayudar la educación no formal a preparar al alumno para vivir en la sociedad actual?
 
Prácticamente todos los países desarrollados llevan alrededor de veinte años introduciendo tecnología en el aula, con el fin de desarrollar las competencias digitales del alumnado. Pero, pensarán algunos, ¿qué le puede enseñar el sistema educativo a unos alumnos nativos digitales, que han nacido y crecido en un medio tecnológico, y que manejan de forma intuitiva dispositivos y herramientas digitales dotadas de una tecnología cada vez más transparente?
 
La respuesta está contenida en el concepto de alfabetización digital, es decir, más allá de formar única y exclusivamente sobre el correcto uso de las distintas tecnologías, intentar proporcionar al alumnado competencias dirigidas hacia el desarrollo de las habilidades comunicativas, del sentido crítico, la participación o la capacidad de análisis de la información a la que acceden, entre otras. En concreto, se trata de enseñar a interpretar la información, valorarla y ser capaz de crear sus mensajes propios.
 
Precisamente, y relacionado con lo anterior, se hace referencia al término tercera brecha digital para aludir a la huida del cibernauta del conocimiento especializado, con la separación de los mensajes complejos, a la incapacidad que presentan muchas personas de distinguir entre las aportaciones que existen en la red de especialistas y toda la información de escaso valor que circula por Internet, que es impulsada, en gran medida, por las redes sociales. El problema es que el usuario se decanta hacia ese conocimiento social huyendo de la complejidad que implica el conocimiento riguroso de calidad. Se abre una brecha entre los que saben acudir a la información de calidad y los que picotean de fuentes de diversa índole, que no saben discernir contenidos valiosos de la basura, de la inexactitud y de la mentira. Todo esto se agrava si hablamos de fake news o deep fake, acciones malintencionadas dirigidas a la manipulación de las personas.
 
Las competencias digitales le aportan al ciudadano la capacidad de aprovechar la riqueza asociada al uso de la tecnología digital y de superar los retos que plantea, y, en cualquier caso, se vuelven prácticamente imprescindibles para poder participar de forma significativa en la sociedad y en economía del conocimiento emergentes.

lunes, 29 de junio de 2020

El big data aplicado a la educación


El mundo de la educación no es ajeno, ni mucho menos, a la innovación, y hace varias décadas que está inmerso en la transformación de los procesos de enseñanza a través del impulso de la creatividad, la incorporación de la tecnología en el aula, y el análisis sobre su papel como motor de cambio hacia un modelo de aprendizaje más personalizado. Dentro de las tendencias más vanguardistas en este campo, destaca el concepto de analítica del aprendizaje o learning analytics, que aprovecha el rastro digital que deja el estudiante en la esfera digital para recopilar y sintetizar toda esa información con el fin de conocerle mejor, y de poder adaptar y personalizar las acciones formativas a sus necesidades específicas. En suma, se trata de hacer uso de datos inteligentes, de los datos producidos por los alumnos y de modelos de análisis, para descubrir información y conexiones sociales que permitan predecir y asesorar el aprendizaje de las personas.

Numerosos expertos en innovación pedagógica se muestran partidarios de introducir las técnicas de analítica en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Básicamente se basan en tres elementos: los datos, como materia prima de este proceso, el análisis, que añade valor a los datos por medio de algoritmos, y la acción a emprender, como respuesta proactiva a los resultados del proceso de analítica.

En general, son diversos los beneficios que se hacen patentes, tanto para el alumno como para centro educativo. Por una parte, la learning analytics es una herramienta para mejorar la tasa de retención de alumnado y su desempeño formativo. Disponiendo de los resultados adecuados de los análisis, se puede llevar a cabo una intervención tutorial efectiva, que evite el abandono y refuerce el rendimiento.

Otra ventaja es que permite optimizar la calidad de los cursos, puesto que identifica patrones de consumo de contenidos. En función de los resultados de la analítica, es posible reforzar aquellas partes de cada curso con más aceptación entre el alumnado y mejorar las que menos. Además, la analítica del aprendizaje puede utilizarse para identificar los factores que determinan el éxito académico, y ayudar al diseño del currículo del estudiante. Finalmente, es un apoyo fiable para el diseño de estrategias y la distribución de costes, al señalar qué recursos formativos funcionan bien y cuáles no.

Las principales barreras a las que se enfrenta el desarrollo de la learning analytics están relacionadas con los datos, el verdadero combustible de este motor. Como hemos visto recientemente en todo el mundo, el uso indiscriminado de big data con fines comerciales o políticos ha levantado una corriente crítica y un gran debate en torno a este tema, que en ocasiones ha desembocado en el desarrollo de un acervo legislativo restrictivo, tendente a proteger la privacidad, como es el Reglamento General de Protección de Datos europeo. Puede darse el caso de que, aunque estén disponibles, los datos no puedan ser utilizados para estos fines por razones legales o por la propia normativa de las instituciones educativas.

Con todo, la analítica del aprendizaje se perfila como una de las mejores herramientas de que disponemos, dentro de este mundo inundado de datos en el que nos ha tocado vivir, para alcanzar el ansiado objetivo de la pedagogía actual de ofrecer una formación lo más personalizada posible a las necesidades del estudiante.
 
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