Dada la sequía intelectual a la que me veo sometido en los últimos tiempos, fruto de una sobredosis de dudas y preguntas, me veo en la obligación de reproducir aquí una entrada ya publicada en otro blog. Es un pequeño homenaje que le dediqué a mi amigo Fernando, tambien conocido como Webmaster de Fundación Telefónica, al día siguiente del concierto que ofreció con su grupo hace un par de semanas. Una de sus canciones se llama "La red de la soledad" y habla de "un fantasma pasando en el último tren". Es casualmente una de mis obsesiones, la pérdida de identidad asociada a la desconexión con el resto de la especie en el entorno urbano ( en el plano artístico me lo sugieren tanto las baladas de Miles Davies como la pintura de Hopper), y en el texto que sigue lo extrapolé al mundo de las redes (más o menos). La imagen, el grabado Melancolía I de Durero, es probablemente una de las obras con las que toda mi vida más me he identificado.
Existe un amplio debate en la actualidad sobre las implicaciones que pueden tener tanto Internet como los medios sociales en el marco de las relaciones personales de los seres humanos. En teoría, la dinámica general de las redes y la filosofía web 2.0 más en concreto, reposan sobre la conversación y el intercambio incesante de información; en la práctica, a lo mejor estamos sustituyendo una parte importante de nuestro contacto físico con otras personas por el digital, con la pérdida de canales de comunicación directos que ello implica. Y la pregunta que surge es, ¿y si esta virtualización de las relaciones condujese al aislamiento y la soledad? No es este el lugar para aventurar un dictamen sobre el tema, ni nos sentimos capacitados para ello, pero no deja de ser un interesante tema de discusión.
Indudablemente, existen numerosos argumentos tanto a favor como en contra. Son bien conocidas las reuniones de usuarios de Twitter en las que la gente se “desvirtualiza”, es decir, se conoce personalmente después de haber iniciado una relación en Internet. En este caso se puede afirmar que el círculo de relaciones se amplía, las personas interactúan presencialmente y se refuerzan los lazos emocionales iniciados en la web. Pero no todos los colectivos de cibernautas son tan activos en este sentido como los twitteros.
Pero existe el problema de la identidad digital y de cuán divergente puede llegar a ser nuestra presencia en entornos virtuales de nosotros mismos. Este particular tiene dos vertientes diferentes, una más plástica y visual, y otra asociada al comportamiento y a la psicología.
En el primer caso hacemos referencia a la tendencia al encubrimiento del que muchas veces hacemos gala en las redes sociales, a través de los alias y de los avatares, que en gran medida contribuyen a ocultarnos, aunque generalmente se haga con una intención más lúdica que otra cosa. Esto puede llevar a que una profesional serio y circunspecto utilice una foto de Bob Esponja como avatar (aunque sea incapaz de contar un chiste en su entorno laboral), o que una persona realmente maravillosa y extrovertida se autobautice paradójicamente en la web “Salander”, como el inquietante y antisocial personaje de Stieg Larsson. No son más que bromas, pero tienen un componente de baile de máscaras y disfraces, es decir, de ocultación.
Como dijo en una ocasión uno de los ponentes de los Debates Abiertos de Fundación Telefónica, “en Facebook aparecemos todos guapos y felices”. ¿Realmente eso es un reflejo mínimamente aproximado de nuestro ser?
El otro factor al que aludíamos es el de “alterar” nuestra personalidad en los medios sociales, que tiene su expresión extrema en aquellos que se hacen pasar por adolescentes para acosar a menores. Pero sin llegar ni de lejos a eso, sí que presentamos una tendencia de proyectar en la web lo que nos gustaría ser, en lugar de mostrar lo que somos en realidad. Todos intentamos ser simpáticos, alegres, extrovertidos, cultos, ingeniosos…
En las relaciones físicas disponemos de muchos otros canales de comunicación adicionales con nuestros interlocutores: el tono de voz, la mirada, los gestos, la presencia física. En este sentido, las relaciones en la red son como un vuelo sin visibilidad.
Todo ello convierte las relaciones a través de Internet en un caudal muy fluido de interacción humana, pero a lo mejor estamos más solos de lo que creemos al estar mostrando una personalidad distinta a otros a los que a la vez concebimos diferentes de lo que son. Y a lo mejor hay verdadero temor a mirar detrás de la máscara…
Existe un amplio debate en la actualidad sobre las implicaciones que pueden tener tanto Internet como los medios sociales en el marco de las relaciones personales de los seres humanos. En teoría, la dinámica general de las redes y la filosofía web 2.0 más en concreto, reposan sobre la conversación y el intercambio incesante de información; en la práctica, a lo mejor estamos sustituyendo una parte importante de nuestro contacto físico con otras personas por el digital, con la pérdida de canales de comunicación directos que ello implica. Y la pregunta que surge es, ¿y si esta virtualización de las relaciones condujese al aislamiento y la soledad? No es este el lugar para aventurar un dictamen sobre el tema, ni nos sentimos capacitados para ello, pero no deja de ser un interesante tema de discusión.
Indudablemente, existen numerosos argumentos tanto a favor como en contra. Son bien conocidas las reuniones de usuarios de Twitter en las que la gente se “desvirtualiza”, es decir, se conoce personalmente después de haber iniciado una relación en Internet. En este caso se puede afirmar que el círculo de relaciones se amplía, las personas interactúan presencialmente y se refuerzan los lazos emocionales iniciados en la web. Pero no todos los colectivos de cibernautas son tan activos en este sentido como los twitteros.
Pero existe el problema de la identidad digital y de cuán divergente puede llegar a ser nuestra presencia en entornos virtuales de nosotros mismos. Este particular tiene dos vertientes diferentes, una más plástica y visual, y otra asociada al comportamiento y a la psicología.
En el primer caso hacemos referencia a la tendencia al encubrimiento del que muchas veces hacemos gala en las redes sociales, a través de los alias y de los avatares, que en gran medida contribuyen a ocultarnos, aunque generalmente se haga con una intención más lúdica que otra cosa. Esto puede llevar a que una profesional serio y circunspecto utilice una foto de Bob Esponja como avatar (aunque sea incapaz de contar un chiste en su entorno laboral), o que una persona realmente maravillosa y extrovertida se autobautice paradójicamente en la web “Salander”, como el inquietante y antisocial personaje de Stieg Larsson. No son más que bromas, pero tienen un componente de baile de máscaras y disfraces, es decir, de ocultación.
Como dijo en una ocasión uno de los ponentes de los Debates Abiertos de Fundación Telefónica, “en Facebook aparecemos todos guapos y felices”. ¿Realmente eso es un reflejo mínimamente aproximado de nuestro ser?
El otro factor al que aludíamos es el de “alterar” nuestra personalidad en los medios sociales, que tiene su expresión extrema en aquellos que se hacen pasar por adolescentes para acosar a menores. Pero sin llegar ni de lejos a eso, sí que presentamos una tendencia de proyectar en la web lo que nos gustaría ser, en lugar de mostrar lo que somos en realidad. Todos intentamos ser simpáticos, alegres, extrovertidos, cultos, ingeniosos…
En las relaciones físicas disponemos de muchos otros canales de comunicación adicionales con nuestros interlocutores: el tono de voz, la mirada, los gestos, la presencia física. En este sentido, las relaciones en la red son como un vuelo sin visibilidad.
Todo ello convierte las relaciones a través de Internet en un caudal muy fluido de interacción humana, pero a lo mejor estamos más solos de lo que creemos al estar mostrando una personalidad distinta a otros a los que a la vez concebimos diferentes de lo que son. Y a lo mejor hay verdadero temor a mirar detrás de la máscara…
Quiero hacer un comentario ¿puedo?
ResponderEliminarMaría, ¿desde cuando se pide permiso para hacer comentarios en un blog? Ahora, que si vas a ponerme verde... :-)
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