Un par de artículos aparecidos recientemente en el periódico nos vuelven a aportar piezas para componer el rompecabezas que nos explique qué está pasando realmente con la economía española, lejos de la demagogia vocinglera, de uno u otro bando, que culpan en exclusiva al Gobierno de todos los males presentes. Que conste que no quiero convertir este blog en un campo de batalla entre gaviotas, rosas y campistas, así que obviaré los matices políticos, aunque están allí bien presentes.
Dos son los factores destacables que aportan los textos a los que hago alusión:
- Situar la génesis de la crisis actual en la segunda mitad de la década de los noventa, momento en que se comienza a desplazar la economía productiva por una economía especulativa basada en el ansia de dinero fácil procedente del sector financiero y de la construcción.
- La ineficacia de las políticas económicas actuales en parte por no haber acometido reformas profundas en el sistema financiero tras el desplome, habiéndose convertido éste en un coágulo que impide que el crédito fluya hacia los principales componentes de la demanda interna, el consumo y la inversión, manteniendo e incluso empeorando progresivamente la situación de estancamiento económico.
La primera pieza lleva por título “La factura política de la crisis económica” (El PAIS 18/06/2011) y está firmada por el economista Justo Zambrana. Como he adelantado al principio, el autor nos recuerda como desde finales de los 90 el capitalismo industrial va perdiendo peso frente al capitalismo financiero, y algo más adelante, frente a la construcción. La inversión en un negocio o una empresa para la producción de bienes y servicios suele conllevar, si los tiene, beneficios a medio y largo plazo, que llegan de forma gradual. Sin embargo, la especulación, tanto inmobiliaria como en los mercados de valores, pudo generar para algunos inmensas plusvalías, en situaciones de “burbuja” o ascenso exponencial de los precios. El pinchazo bursátil del año 2000 arrasó con los ahorros de numerosos pequeños inversores, y la posterior caída del sector de la construcción ha puesto en jaque al propietario de viviendas que se endeudó con hipotecas en cantidades astronómicas y ahora es incapaz de responder a la deuda. Desde el punto de vista macroeconómico, esta tendencia ha traído consigo un déficit exterior, pues como apunta el autor “si todos somos más ricos y no producimos para ello, alguien nos lo está prestando”. Desde el punto de vista social, el auge de sectores de bajo valor añadido en general y de la construcción en particular, extrajo del sistema educativo y formativo a un importante porcentaje de jóvenes atraídos por el dinero fácil, que ahora se encuentran desempleados y sin formación.
El segundo artículo, de la pluma del profesor del IE Business School José María O´Kean, establece un paralelismo estremecedor entre la historia económica reciente española y la del Japón de las últimas décadas. Se trata de “España, ¿una crisis a la japonesa?” (EL PAÍS, 19/06/2011). Resumiendo, Japón sufrió el pinchazo de una burbuja financiera a principios de la década de los noventa, que había sido acompañado en paralelo por otra burbuja inmobiliaria. Tras la caída de los precios de los valores mobiliarios y de la vivienda, las familias se vieron en dificultades para devolver las deudas contraídas, el sistema bancario entró en crisis y la economía en recesión. Las políticas monetarias y fiscales llevadas a cabo desde entonces por los distintos gobiernos han sido incapaces de enderezar la senda económica: el consumo está estancado –la gente ahorra la renta que recibe por miedo en vez de demandar bienes y servicios-, y la inversión en el sector productivo no se produce. A pesar de que los tipos de interés ha llegado a ser casi nulo, lo que en teoría debería incentivar el crédito tanto para el consumo como para la inversión, el dinero es absorbido por el sistema bancario para mantener su liquidez, que se ha convertido en un pozo sin fondo que obstaculiza la llegada de recursos a familias y empresas, al no haber sufrido las reformas estructurales necesarias. Por otro lado, los únicos sectores que mantienen activa la demanda son el sector exportador y el gasto público, que ha llegado a generar una deuda nacional del 200 por ciento del PIB. Hasta aquí, la evolución de Japón parece una radiografía reciente de España. Si seguimos la senda del sol naciente, nuestro país se encontrará con décadas de estancamiento, con políticas económicas sin efecto en la demanda interna, con un proceso deflacionario –caída generalizada de los precios-, que es más peligroso que la inflación, y con una generación de jóvenes sin expectativas, que con ese halo poético que inunda todo lo nipón ha sido denominada generación de los sueños rotos.
¿La solución? No sabemos cómo, pero volver a confiar en la economía productiva y racionalizar las expectativas de beneficio a largo plazo; apostar por la competitividad, por las buenas ideas, por la cualificación de la mano de obra, por la I+D… En suma, por todo aquello que defiende la teoría empresarial y que se nos olvida en momentos de “pelotazo” o dinero fácil.
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