martes, 11 de febrero de 2020

La digitalización no puede con el libro


Hace ya más de diez años que el libro electrónico llegó al mercado y, sin embargo, su tasa de penetración sigue siendo muy reducida. Por alguna razón, no acabamos de aceptar desprendernos del tacto del papel y de la lectura a través de un objeto físico, con sus páginas y su portada.

Diversas son las razones para esto. Una encuesta a lectores realizada por We are testers, arrojó como principales factores de rechazo a los soportes digitales la costumbre y la inercia que tenemos de leer en medios tradicionales. Casi la mitad de los encuestados que prefieren el papel afirman que así disfrutan más del libro, y más de la quinta parte de los mismos, reconoce que les resulta difícil cambiar sus usos y costumbres de lectura.

Otro trabajo de campo realizado por la Universidad de Arizona, citado por la revista Futurity, aporta más luz sobre este tema. Un resultado muy curioso que aflora de él es que los participantes de los focus groups afirman no tener la sensación de propiedad completa sobre un libro digital, por ejemplo, al no poder copiar el archivo para poder leerlo en distintos dispositivos. A diferencia del libro publicado en papel, el electrónico no se puede prestar, regalar o revender, factores que limitan su valor, a juicio de los encuestados.

Un aspecto interesante que plantea es la relación sentimental que establecemos con el libro físico, que a menudo nos ayuda a expresar nuestra identidad. Los libros presentes en las estanterías de las casas dicen mucho sobre la personalidad y las inclinaciones del morador.

El formato papel nos llega a más sentidos que la vista. El olor de la tinta de un libro nuevo o el tacto de las páginas, establecen una experiencia sensorial que va más allá del mero texto, y esto es algo que el soporte digital no aporta.

Muchos de los participantes en el estudio afirmaron que al adquirir un ebook tienen la sensación de estar alquilándolo más que comprándolo. No genera sensación de propiedad.

Posiblemente, las cifras de ventas de lectores para libros electrónicos hayan crecido más llevadas por el impulso caprichoso de tener el último grito en tecnología, que por una necesidad real de los usuarios. Una de las principales críticas del sector editorial a este soporte es que no aporta prácticamente nada nuevo a la experiencia lectora; sus ventajas se reducen a que los títulos digitales son más baratos que los físicos y que se pueden almacenar muchos libros dentro del espacio reducido del dispositivo. Pero poco más.

Uno de los caminos que tiene el sector editorial para adaptarse al mundo digital es seguir los pasos de la música y el audiovisual, y crear plataformas de streaming de libros. De esta forma, igual que ocurre en Spotify y Netflix, el usuario paga una tarifa plana y tiene acceso a un voluminoso catálogo de títulos, que puede leer, pero no poseer.

Ya existen experiencias de bibliotecas digitales en este sentido, como Nubico, 24Symbols, Kindle Unlimited, o la que ha creado la startup española Odilo. Y, sin embargo, el mundo del libro presenta rasgos específicos que obstaculizan, de alguna forma, la posibilidad de ofrecer las obras como un servicio streaming.

Por una parte, resultaría muy difícil establecer un servicio gratuito sostenido con publicidad, como tiene Spotify. Aunque el consumidor de música acepta las interrupciones publicitarias como algo inevitable para poder disfrutar la gratuidad, sería impensable para muchos lectores el aceptar ser interpelados por anuncios durante la lectura.

El otro factor es que la industria editorial resiste y no ha vendido todavía sus catálogos en masa a las plataformas de streaming, a diferencia de las empresas de audiovisual, que han claudicado hace tiempo.



Photo by Suzy Hazelwood from Pexels

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