lunes, 4 de mayo de 2020

No es la educación del siglo XXI (todavía)


La realidad que va a emerger tras la pandemia no va a ser la misma que existía antes, no hace falta ser una lumbrera para darse cuenta. En el campo de la educación, esto va a suponer con seguridad que una gran parte de las prácticas digitales improvisadas para salvar la situación generada por el confinamiento se van a convertir en habituales, no solo a lo largo de las fases de la desescalada, sino en el horizonte de la denominada “nueva normalidad”, donde el trabajo y el estudio en remoto van a cobrar un protagonismo sin precedentes en el mundo pre-COVID-19.

Las redes y los medios digitales han resultado cruciales en un momento de emergencia como el que vivimos, permitiendo que los docentes mantengan el contacto con su alumnado, y, en la medida en que ha sido posible, avancen en la enseñanza de los contenidos académicos del curso, un curso que en la mayor parte de los niveles educativos finalizará sin la reapertura de los centros. En este escenario, puede haber quien piense que esta crisis sanitaria está proporcionando a la educación el empujón final que necesitaba para innovar sus procesos y dar el alto a la era digital. Pero es una versión en exceso simplista de la cuestión.

El error de partida es que frecuentemente se asocia la innovación con el mero traslado sin más de los formatos físicos al medio digital: las clases presenciales se transforman en videoconferencias, los libros se presentan en versión web, y las tutorías se convierten en vídeos de YouTube. Y, con todo lo que implica de avance, no es esto: la educación de la era digital necesita desarrollar sus propios formatos, metodologías y procesos.

En principio, la tecnología por sí sola no puede cambiar los procesos de enseñanza y de aprendizaje. Independientemente del dispositivo utilizado o de la herramienta informática seleccionada para enseñar, se trata de elementos que deberán articularse adecuadamente con los propósitos educativos en los que son desplegados, y con la modalidad de enseñanza.

La pedagogía que emerja en un mundo digital no puede ser una copia de la enseñanza de toda la vida. El nuevo paradigma o ecosistema educativo debe poder desafiar las fronteras del espacio y del tiempo escolar incorporando espacios virtuales de intercambio de contenidos, que, de alguna forma rompan la unidad de espacial y temporal de la clase tradicional. Además, estos espacios digitales deben ser capaces de construir nuevos vínculos entre los agentes de la comunidad educativa: centros, docentes, el alumnado y las familias.

Dentro de este esquema, el maestro será ahora autor y curador de sus propios materiales didácticos, aportando valor con ellos al contexto de aprendizaje al que van destinados, y a la vez resulta empoderado en su rol de docente. Asimismo, se convierte en un aprendiz permanente e incluso desarrolla estrategias de narración de su propio proceso de construcción didáctica, compartiéndolo e intercambiándolo con otros docentes. Por último, la docencia del siglo XXI tendrá que incorporar nuevos lenguajes acordes con el medio digital, y desafiar a los estudiantes para que desarrollen formas de lectura en un contexto de literacidad electrónica, entendiendo por literacidad el conjunto de competencias que hacen hábil a una persona para recibir y analizar información en determinado contexto por medio de la lectura, y poder transformarla en conocimiento posteriormente para ser consignado gracias a la escritura.

lunes, 27 de abril de 2020

Llega la era de las plataformas digitales de televisión


Ya se alzan voces que profetizan que el mundo en el que viviremos tras la pandemia ya no será el mismo. No obstante, en muchos casos la crisis provocada por el COVID-19 no ha hecho más que acelerar grandes tendencias que ya estaban en marcha. Uno de los casos más representativos de esto es el de la emergencia de un nuevo modelo de ocio televisivo y el auge de las plataformas audiovisuales.

A lo largo de la década que ahora cerramos hemos visto como la llegada de nuevos agentes al mercado televisivo español han transformado ya no solo el panorama del tejido empresarial, sino también las reglas del juego. Internet ha acabado por afianzarse como el medio protagonista a donde se ha trasladado la competencia, y, frente a los modelos de ingresos basados en la publicidad y en la lucha por la audiencia, han emergido otros diferentes basados en la suscripción.

El año 2020 comenzó con un tablero en el que los grupos grandes nativos del sector de la televisión –Atresmedia, Medisaset y RTVE- se enfrentan a una competencia llegada de otros sectores, como Movistar+ (telecomunicaciones), Netflix (alquiler de vídeo), HBO (televisión por cable) y Amazon (comercio electrónico). En marzo se sumó Disney+, con una oferta centrada en su propia producción, así como en los exitosos catálogos de Marvel y Star Wars. En esto llegó la emergencia sanitaria y nos vimos obligados a quedarnos en casa, prácticamente de un día para otro. Desde entonces, el consumo de audiovisual a través de plataformas digitales se ha disparado, subrayando que esta forma de ofertar –con sus distintos modelos de negocio- y consumir contenidos va a ser la norma en el futuro cercano.

Netflix es sin duda el paradigma del nuevo modelo televisivo. La plataforma de Reed Hastings ha ganado casi 16 millones de nuevos clientes en el primer trimestre del año en todo el mundo. La suscripción esta en la base de sus ingresos dado que su oferta carece de publicidad. En España, prácticamente todas las cadenas por streaming han incrementado su tráfico de forma espectacular durante las semanas en las que se ha impuesto el confinamiento. El caso más notable es el de HBO, cuyo tráfico creció un 244% entre el 15 de marzo y el 9 de abril, seguida de cerca por la web española para cinéfilos Filmin, que lo hizo en un 235%. En el mismo periodo, el de Movistar + aumentó en un 209%, mientras que los de Netflix y Amazon Prime en un 186% y un 176%, respectivamente. Por su parte, la recién llegada Disney+ lleva contabilizadas en un mes en torno a un millón de descargas de su aplicación en nuestro país.

Resulta lógico pensar que, al haber encerrado nuestras posibilidades de ocio entre cuatro paredes, nos volquemos sobre el consumo de series y películas para matar el exceso de tiempo en el hogar. Pero una vez que acabe el confinamiento podremos comprobar que la posición de las plataformas digitales se habrá consolidado entre los hábitos de consumo de nuestro país, lejos de constituir algo anecdótico. Hemos entrado en la era de la televisión digital por internet.

lunes, 13 de abril de 2020

El confinamiento y las brechas digitales en la educación


No deja de resultar irónico que, después de veinte años que llevamos escuchando la necesidad de innovar el sistema educativo y adaptarlo a las necesidades formativas de una sociedad digital, el cambio a una enseñanza completamente online se ha impuesto de la noche a la mañana por culpa de la pandemia. De acuerdo con la información ofrecida por la UNESCO, el 91% de los alumnos matriculados del mundo están afectados por los cierres de los centros educativos a nivel nacional –en un total de 192 países-, lo que en valores absolutos arroja una cifra de más de 1.500 millones de estudiantes sin clases presenciales.

Por supuesto, y a pesar de que el uso de tecnología ya es algo bastante extendido en la educación de nuestro país, la situación que se ha creado ha sido cercana al caos, con unos alumnos enclaustrados comunicándose con el profesorado exclusivamente por medios informáticos, y unos docentes intentando adaptar a mata caballo los contenidos curriculares al nuevo escenario, en un intento desesperado por no perder el curso, sin los medios ni las directrices concretas adecuadas. Sin embargo, este brusco cambio de agujas no afecta a todos los estudiantes por igual, puesto que salen bastante más perjudicados de la digitalización de la enseñanza aquellos que no disponen en sus hogares de los dispositivos necesarios para seguir el aprendizaje online. Estamos hablando de una brecha digital ya presente, pero que se hace aún más evidente en esta situación de confinamiento.

La Plataforma de Infancia España cifra en 500.000 los niños y niñas que no pueden acceder a un ordenador en casa, y en torno a los 100.000 hogares que carecen de conexión a internet. En la gran parte de los casos se trata de familias con niveles de ingresos muy bajos, inferiores a los 900 euros al mes. Hablamos de una brecha digital derivada de la vulnerabilidad socioeconómica, que impide que estos alumnos puedan ejercer su derecho a la educación en las mismas condiciones que los demás. 

Ya existen iniciativas, tanto desde el sector público como desde la iniciativa privada, para paliar esta desventaja, dotando al alumnado sin recursos de los medios técnicos necesarios para garantizar su conectividad y capacidad para llevar a cabo el trabajo de clase en red.

Pero la brecha digital tiene ramificaciones más profundas y mucho más difíciles de eliminar. La falta de capacitación digital de los progenitores o tutores de los estudiantes supone una barrera más que frena su aprovechamiento de los medios tecnológicos, y una desventaja añadida frente a aquellos niños y niñas que viven en entornos en los que los adultos les pueden apoyar en el uso de la tecnología. España presenta un bajo nivel de capacitación digital de la población comparada con el resto de Europa, a juzgar por los resultados del estudio comparativo DESI (Digital Economy and Society Index), y esto puede llegar a convertirse en un factor de exclusión social, tanto o más que propia formación académica.

Finalmente, podemos hablar de una brecha digital adicional que afecta a un volumen mayor de población: la relacionada con la diferencia entre el conocimiento experto y el denominado conocimiento social, es decir, entre las aportaciones que existen en la red de especialistas y toda la información de escaso valor que circula por internet, impulsada en gran medida por las redes sociales y las aplicaciones de mensajería instantánea, como WhatsApp. Se abre una brecha entre los que saben acudir a la información de calidad y los que picotean de fuentes de diversa índole, y que no saben discernir contenidos valiosos de las fake news, y no son capaces de identificar la inexactitud y la mentira abierta.

La capacitación digital, más allá de la emergencia impuesta por el COVID-19, es una asignatura pendiente en la formación del ciudadano, desde su educación más básica, y en este sentido, una condición indispensable para la superación de las brechas digitales.
 
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