Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Antonio Machado
Ha resultado una semana apasionante la precedente, en la que hemos visto florecer un movimiento de reacción ciudadana en numerosas ciudades españolas demandando un cambio, una democracia mucho más participativa y directa, que realmente se preocupe de los problemas de las personas de la calle. La respuesta masiva a la llamada del movimiento 15M nos ha pillado a todos por sorpresa, incluido el estamento político, y a mí en concreto me ha costado bastante tiempo ordenar mis ideas al respecto, de hecho aún sigo aturdido y confuso, pero me gustaría compartir algunas reflexiones sobre el tema.
Quiero dejar claro por adelantado que me parece muy positivo que la gente salga a la calle a defender sus derechos y a decir estoy aquí y tengo algo que decir. Prefiero vivir en una sociedad que cree en la utopía que en una inmovilista; prefiero vivir en un país que sueña antes que en uno que dormita. Pero todo ello me ha sugerido una serie de ideas, acaso algo inconexas y deslabazadas, que resumo a continuación.
Generaciones del miedo. España ha cambiado de forma notable en los últimos cuarenta años. La nación en la que se han criado gran parte de los jóvenes acampados en las plazas es muy distinta de aquella en la que crecimos los que nacimos a finales de los sesenta del siglo pasado, con un antiguo régimen dando sus últimos coletazos y una democracia frágil, inestable y constantemente amenazada. La transición supuso una negociación, un consenso entre las distintas fuerzas y tendencias sociales para construir algo nuevo y distinto, que alejase para siempre la idea de la dictadura. Pero las generaciones que vivimos esa época siempre hemos vivido atormentados por fantasmas: la España de la represión, de la Guerra Civil; la España clerical bajo palio de los crucifijos en las aulas y las beatas rezando la novena. Y nos aferramos a las instituciones y al sistema nacidos en 1978 como a un talismán para ahuyentar la posible vuelta de una dictadura, para poder mirar hacia un futuro distinto del pasado. Es por ello que cualquier cosa que atente contra el sistema democrático establecido, aunque sea pacífico y constructivo, inconscientemente nos produce recelo y un cierto temor inconsciente.
Pero como decía el sábado pasado el sociólogo Ignacio Urquizu en un magnífico artículo de “El País”, citando a Jefferson, ninguna generación debería tener que vivir bajo las reglas del juego democrático establecidas por generaciones precedentes. Entiendo por tanto que la juventud, y por extensión todo aquel que se adhiere al movimiento, pongan en tela de juicio un sistema que, aunque útil y valido en el pasado, en el presente no ofrezca soluciones, o por lo menos, no las esperadas.
Importancia de la economía. En algo en lo que no coincido con el manifiesto redactado por los acampados es en que se pueda separar la economía, las decisiones económicas, de la vida política y social. Será una deformación profesional como economista que soy, pero entiendo que todo colectivo humano siempre se ha encontrado sujeto a un sistema de asignación de recursos, desde el comunismo primitivo de la prehistoria al que aluden en sus obras autores como Samir Amin. Toda idea o acción social y política conlleva una decisión económica, desde defender la educación pública y universal hasta el promocionar energías renovables. Estoy de acuerdo en cambio en que hay que buscar el equilibrio entre la eficiencia económica y la optimización del bienestar de la mayoría. Olvidarse de la gestión eficiente de los recursos económicos puede llevar al desastre, como se ha demostrado en el caso de los países con regímenes de socialismo real: los sistemas acaban estrangulados y su crecimiento lastrado.
Cambio estructural. Y hablando de economía, como ya he sugerido de forma tímida y desordenada en algunos posts que he publicado este año, creo que más que una ante recesión transitoria estamos inmersos ante un cambio estructural del capitalismo mundial, o utilizando la terminología marxista, ante un nuevo modo de producción capitalista. Esto viene a cuento porque está determinando uno de los principales problemas que alimentan las quejas ciudadanas: el desempleo. Ojalá me equivoque, pero pienso que no es cuestión de que crezca o no la economía, véase la actividad productiva y empresarial, sino que en el nuevo sistema económico que se está gestando, por lo menos en los países occidentales, el crecimiento va a necesitar muchísima menos mano de obra que el modelo anterior, es decir, que sobran trabajadores. Se producirá lo mismo que antes pero con mucha menos mano de obra.
Las principales causas de este fenómeno, muy a grandes rasgos, son, por una parte, la revolución tecnológica que estamos viviendo – y no me refiero solamente a las TIC-, que automatiza y simplifica muchos procesos productivos; por otro lado, la globalización y la deslocalización de las unidades de producción de los países desarrollados a países en desarrollo con estructuras de costes más bajas; y finalmente, los cambios en la división internacional del trabajo, que supone el paso de un modelo tradicional en el que los países en desarrollo producían materias primas y los países desarrollados productos manufacturados, a un nuevo esquema en el que determinadas naciones de Asia y América Latina se convierten, o están en vías de convertirse, en plataformas de exportación de productos industriales y de servicios especializados.
El impacto de estas transformaciones sobre el desempleo en los países desarrollados puede ser brutal, especialmente entre la mano de obra con un nivel de cualificación bajo o mediano. Es verdad que hay sectores de actividad económica intensivos en tecnología con un alto potencial de crecimiento (TIC, biotecnología, energías renovables…), pero está por ver su capacidad de generación de demanda mano de obra, y en cualquier caso, requieren perfiles muy cualificados y especializados, no tan abundantes en el mercado de trabajo español. El grueso de la población desempleada podría quedar sujeta a los vaivenes coyunturales de sectores tradicionales como la construcción o el turismo.
Falta de capacidad de maniobra de los gobiernos. Nos guste o no, vivimos en un mundo global. Esto quiere decir que ni ahora Don José Luis, ni mañana Don Mariano cuando gane las elecciones, tienen un control y una capacidad de decisión absolutos sobre todas las variables que afectan a la economía de nuestro país. Habitamos un sistema económico mundial excesivamente sensible, en donde cualquier factor, a lo mejor no demasiado trascendental, puede convulsionar las economías de los países en una reacción en cadena. Creo que era Paul Krugman el que comentaba hoy domingo en su artículo de “El País” que el tema de las hipotecas tóxicas de EE.UU. en proporción tenía muy poco peso sobre el sistema financiero, y sin embargo se ha montado la gorda. O como me comentaba mi amigo Juan el viernes, por el hecho de que un señor, que coincide que es el Director General del FMI, salga de la ducha de su habitación de hotel sexualmente excitado (mi amigo Juan lo ilustró de forma algo más explícita), y acose a una camarera, se genere una crisis financiera y política a escala mundial, aunque sea a corto plazo, indica que algo raro pasa aquí.
Los gobiernos cada vez tienen menor control sobre las herramientas de gobierno. En nuestro caso, toda la política monetaria que afecta a España la dirige el Banco Central Europeo; además ésta y otras instituciones europeas influyen en distintos aspectos de la política fiscal y en la aplicación de medidas sociales. Los organismos internacionales (FMI, Banco Mundial…) también meten baza, aunque solamente sea mediante consejos y elaborando informes tenebrosos sobre el futuro de nuestra economía y lo mal que lo hacemos todo; el amigo americano, en este caso Obama, también mete las narices en nuestros asuntos cuando lo considera conveniente; y finalmente, agencias de calificación como Moody´s, pueden hacernos mucho daño al emitir juicios sobre nuestra solvencia y capacidad de endeudamiento. No defiendo la gestión de Zapatero, pero hay que reconocer que no lo ha tenido fácil.
En conclusión, que veo como un fenómeno esperanzador los movimientos ciudadanos pero creo que nos toca estudiar a fondo las normas y el funcionamiento del brave new world que nos ha tocado vivir.
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Antonio Machado
Ha resultado una semana apasionante la precedente, en la que hemos visto florecer un movimiento de reacción ciudadana en numerosas ciudades españolas demandando un cambio, una democracia mucho más participativa y directa, que realmente se preocupe de los problemas de las personas de la calle. La respuesta masiva a la llamada del movimiento 15M nos ha pillado a todos por sorpresa, incluido el estamento político, y a mí en concreto me ha costado bastante tiempo ordenar mis ideas al respecto, de hecho aún sigo aturdido y confuso, pero me gustaría compartir algunas reflexiones sobre el tema.
Quiero dejar claro por adelantado que me parece muy positivo que la gente salga a la calle a defender sus derechos y a decir estoy aquí y tengo algo que decir. Prefiero vivir en una sociedad que cree en la utopía que en una inmovilista; prefiero vivir en un país que sueña antes que en uno que dormita. Pero todo ello me ha sugerido una serie de ideas, acaso algo inconexas y deslabazadas, que resumo a continuación.
Generaciones del miedo. España ha cambiado de forma notable en los últimos cuarenta años. La nación en la que se han criado gran parte de los jóvenes acampados en las plazas es muy distinta de aquella en la que crecimos los que nacimos a finales de los sesenta del siglo pasado, con un antiguo régimen dando sus últimos coletazos y una democracia frágil, inestable y constantemente amenazada. La transición supuso una negociación, un consenso entre las distintas fuerzas y tendencias sociales para construir algo nuevo y distinto, que alejase para siempre la idea de la dictadura. Pero las generaciones que vivimos esa época siempre hemos vivido atormentados por fantasmas: la España de la represión, de la Guerra Civil; la España clerical bajo palio de los crucifijos en las aulas y las beatas rezando la novena. Y nos aferramos a las instituciones y al sistema nacidos en 1978 como a un talismán para ahuyentar la posible vuelta de una dictadura, para poder mirar hacia un futuro distinto del pasado. Es por ello que cualquier cosa que atente contra el sistema democrático establecido, aunque sea pacífico y constructivo, inconscientemente nos produce recelo y un cierto temor inconsciente.
Pero como decía el sábado pasado el sociólogo Ignacio Urquizu en un magnífico artículo de “El País”, citando a Jefferson, ninguna generación debería tener que vivir bajo las reglas del juego democrático establecidas por generaciones precedentes. Entiendo por tanto que la juventud, y por extensión todo aquel que se adhiere al movimiento, pongan en tela de juicio un sistema que, aunque útil y valido en el pasado, en el presente no ofrezca soluciones, o por lo menos, no las esperadas.
Importancia de la economía. En algo en lo que no coincido con el manifiesto redactado por los acampados es en que se pueda separar la economía, las decisiones económicas, de la vida política y social. Será una deformación profesional como economista que soy, pero entiendo que todo colectivo humano siempre se ha encontrado sujeto a un sistema de asignación de recursos, desde el comunismo primitivo de la prehistoria al que aluden en sus obras autores como Samir Amin. Toda idea o acción social y política conlleva una decisión económica, desde defender la educación pública y universal hasta el promocionar energías renovables. Estoy de acuerdo en cambio en que hay que buscar el equilibrio entre la eficiencia económica y la optimización del bienestar de la mayoría. Olvidarse de la gestión eficiente de los recursos económicos puede llevar al desastre, como se ha demostrado en el caso de los países con regímenes de socialismo real: los sistemas acaban estrangulados y su crecimiento lastrado.
Cambio estructural. Y hablando de economía, como ya he sugerido de forma tímida y desordenada en algunos posts que he publicado este año, creo que más que una ante recesión transitoria estamos inmersos ante un cambio estructural del capitalismo mundial, o utilizando la terminología marxista, ante un nuevo modo de producción capitalista. Esto viene a cuento porque está determinando uno de los principales problemas que alimentan las quejas ciudadanas: el desempleo. Ojalá me equivoque, pero pienso que no es cuestión de que crezca o no la economía, véase la actividad productiva y empresarial, sino que en el nuevo sistema económico que se está gestando, por lo menos en los países occidentales, el crecimiento va a necesitar muchísima menos mano de obra que el modelo anterior, es decir, que sobran trabajadores. Se producirá lo mismo que antes pero con mucha menos mano de obra.
Las principales causas de este fenómeno, muy a grandes rasgos, son, por una parte, la revolución tecnológica que estamos viviendo – y no me refiero solamente a las TIC-, que automatiza y simplifica muchos procesos productivos; por otro lado, la globalización y la deslocalización de las unidades de producción de los países desarrollados a países en desarrollo con estructuras de costes más bajas; y finalmente, los cambios en la división internacional del trabajo, que supone el paso de un modelo tradicional en el que los países en desarrollo producían materias primas y los países desarrollados productos manufacturados, a un nuevo esquema en el que determinadas naciones de Asia y América Latina se convierten, o están en vías de convertirse, en plataformas de exportación de productos industriales y de servicios especializados.
El impacto de estas transformaciones sobre el desempleo en los países desarrollados puede ser brutal, especialmente entre la mano de obra con un nivel de cualificación bajo o mediano. Es verdad que hay sectores de actividad económica intensivos en tecnología con un alto potencial de crecimiento (TIC, biotecnología, energías renovables…), pero está por ver su capacidad de generación de demanda mano de obra, y en cualquier caso, requieren perfiles muy cualificados y especializados, no tan abundantes en el mercado de trabajo español. El grueso de la población desempleada podría quedar sujeta a los vaivenes coyunturales de sectores tradicionales como la construcción o el turismo.
Falta de capacidad de maniobra de los gobiernos. Nos guste o no, vivimos en un mundo global. Esto quiere decir que ni ahora Don José Luis, ni mañana Don Mariano cuando gane las elecciones, tienen un control y una capacidad de decisión absolutos sobre todas las variables que afectan a la economía de nuestro país. Habitamos un sistema económico mundial excesivamente sensible, en donde cualquier factor, a lo mejor no demasiado trascendental, puede convulsionar las economías de los países en una reacción en cadena. Creo que era Paul Krugman el que comentaba hoy domingo en su artículo de “El País” que el tema de las hipotecas tóxicas de EE.UU. en proporción tenía muy poco peso sobre el sistema financiero, y sin embargo se ha montado la gorda. O como me comentaba mi amigo Juan el viernes, por el hecho de que un señor, que coincide que es el Director General del FMI, salga de la ducha de su habitación de hotel sexualmente excitado (mi amigo Juan lo ilustró de forma algo más explícita), y acose a una camarera, se genere una crisis financiera y política a escala mundial, aunque sea a corto plazo, indica que algo raro pasa aquí.
Los gobiernos cada vez tienen menor control sobre las herramientas de gobierno. En nuestro caso, toda la política monetaria que afecta a España la dirige el Banco Central Europeo; además ésta y otras instituciones europeas influyen en distintos aspectos de la política fiscal y en la aplicación de medidas sociales. Los organismos internacionales (FMI, Banco Mundial…) también meten baza, aunque solamente sea mediante consejos y elaborando informes tenebrosos sobre el futuro de nuestra economía y lo mal que lo hacemos todo; el amigo americano, en este caso Obama, también mete las narices en nuestros asuntos cuando lo considera conveniente; y finalmente, agencias de calificación como Moody´s, pueden hacernos mucho daño al emitir juicios sobre nuestra solvencia y capacidad de endeudamiento. No defiendo la gestión de Zapatero, pero hay que reconocer que no lo ha tenido fácil.
En conclusión, que veo como un fenómeno esperanzador los movimientos ciudadanos pero creo que nos toca estudiar a fondo las normas y el funcionamiento del brave new world que nos ha tocado vivir.
Hace poco pensaba que parece haber surgido una generación lo suficientemente lúcida para cuestionar el sistema, pero no tanto como para valorarlo. Sin embargo el 15-M no es un movimiento antisistema, o al menos han insistido en desligarse de los perroflautas que de vez en cuando arrasan Barcelona. Al final la pregunta es si tenemos los representantes políticos que nos merecemos, o podemos aumentar el nivel de exigencia, con expresiones como la dela Puerta del Sol. Y en todo caso, es un tributo al valor cívico de tunecinos, egipcios y sirios
ResponderEliminarTenemos lo que nos merecemos, como demuestra la victoria de Camps en Valencia. ¿A quién presentarán a las próximas, al Dioni? Un abrazo Chema
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