domingo, 20 de marzo de 2011

Lo peor de nosotros mismos


Hoy le he vuelto a echar mucho de menos cuando he bajado a comprar el periódico y me he enfrentado al titular que anunciaba que los aliados han bombardeado Libia. Estoy completamente de acuerdo en que hay que parar a la bestia esa que es Gadafi, pero no puedo dejar de tener la sensación de que como en otras guerras “necesarias” –aquel octubre en que empezaron a caer las bombas sobre Afganistán o cuando los misiles surcaban como bengalas el cielo nocturno de Bagdad-, hemos vuelto a fallar moralmente, hemos liberado de nuevo la barbarie, en suma, ha aflorado una vez más lo peor de nosotros mismos. Me siento orgulloso cuando militares españoles se traen a nuestro país a un niño afgano para operarle de una enfermedad que en su país le condenaría necesariamente a la muerte, pero me produce malestar y desasosiego leer que un F-18 “de los nuestros” ha destruido una columna de blindados libios. Lo siento, pero creo que otro mundo es posible.

Él también lo creía así y se esforzaba por proclamarlo a los cuatro vientos aprovechando su fama, a través de mensajes directos y sencillos: dadle una oportunidad a la paz. Reconocía que a muchos les podía parecer una postura soñadora, pero también que él no era el único que pensaba así, que hay muchos otros que creen que hay otra forma de hacer las cosas y de vivir en la tierra que no impliquen la destrucción y la violencia.

The Beatles fue quizá el primer fenómeno global que demostró que a los habitantes de este planeta perdido en la periferia de la galaxia hay más cosas que nos unen de las que nos separan. Independientemente de que vivamos en Bogotá, San Francisco, Osaka, Nairobi o Salmeroncillos, todos sentimos una euforia espontánea y una sensación de bienestar al escuchar los acordes de “She Loves You”, aunque no entendamos la letra, que por otra parte es intrascendente. A todos nos une un mismo sentimiento a través de esa música.

Las redes sociales son otro factor de globalización de principios de este milenio. Las redes han permitido que las personas se conecten entre sí y que se comuniquen; han estrechado el mundo salvando distancias geográficas. A pesar de los hackers, piratas, pederastas, y estafadores diversos que los pueblan, los medios sociales son un paso positivo para la humanidad, pues se basan en los principios implícitos y no impuestos de Conversar, Compartir y Colaborar, que a su vez se pueden declinar en Empatizar, Ayudar y Construir. Nos permiten acercarnos a otras realidades y llegar a comprender a los demás, por lejos que vivan de nosotros. Y otra vez ponen en evidencia que no somos tan distintos, que todos compartimos los mismos sueños y aspiraciones, los mismos sentimientos.

A veces pienso que en muchos casos las redes sociales sacan lo mejor de nosotros quizá por su filosofía social (válgame la redundancia) que nos relaciona con otras personas. Por eso no entiendo cómo podemos estar construyendo dentro del mundo virtual y destruyendo fuera de él, si somos los mismos dentro que fuera. ¿A qué se deberá esa dicotomía tan Jekyll y Hyde?

Mi primera experiencia proto-2.0 tuvo lugar a finales de la década de los 90 cuando me inscribí en una lista de distribución, Raindogs, sobre el músico Tom Waits. Para el que no se acuerde, las listas de distribución eran sistemas de comunicación asíncrona en los que los usuarios que mandaban correos electrónicos que eran distribuidos automáticamente al resto de los miembros. Raindogs estaba integrada por mucha gente de EE.UU. y no poca de distintos países de Europa. También había japoneses y hasta un taxista australiano que nos divertía y enternecía a la par con sus anécdotas sobre sus noches “apatrullando” Melbourne. En mi caso, mi motivación principal para darme de alta era estar informado sobre lanzamientos discográficos y anécdotas de mi idolatrado Waits. Sin embargo, poco a poco la música fue quedando de lado y lo que primaba eran las conversaciones sobre las vidas de los miembros, nuestras vidas, y ¡oh sorpresa!, resulta que aparte de la música todos compartíamos innumerables cosas; nuestras existencias no eran tan distintas a pesar de lo distante (perdón por la aliteración).

Después de los atentados de las Torres Gemelas, a través de la lista, los que vivíamos fuera de Estados Unidos pudimos conocer de primera mano detalles de lo que estaba ocurriendo en el país, anécdotas que no aparecían en periódicos ni noticiarios, y lo que es más importante, pudimos compartir con nuestros amigos americanos su profundo dolor y desolación. Por desgracia los madrileños lo experimentamos en nuestras propias carnes unos años más tarde.

Hoy él de seguir vivo hubiera manifestado el mismo malestar que siento yo ante el nuevo triunfo de la barbarie. Probablemente hubiera aparecido en los medios de comunicación explicando que no nos tenemos que resignar ante la violencia, que no debemos aceptarla como un mal menor, que podemos construir un mundo distinto en el que haya sitio para todos. Una vez dijo, no recuerdo dónde, “por alguna razón que no comprendo la gente hace lo que yo digo. Bueno pues yo digo: PAZ”. Se puede decir más alto pero no más claro.

Joder, Lennon, no sabes cómo te echo hoy de menos.

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