sábado, 30 de abril de 2011

Latinoamérica: ¿esta vez sí? (I)

Parece que algo está pasando en América Latina, por fin. Durante la última década, las tasas de crecimiento económico de los principales países de la región han mostrado un comportamiento ejemplar, como comentábamos en el post "La década prodigiosa de América Latina", e incluso estos años de crisis que arrastramos desde 2008 parecen no haber hecho mella en la inercia expansiva del continente. El suplemento de economía del diario “El País” del pasado 24 de abril dedicaba varias páginas a analizar la situación, aunque exclusivamente desde el punto de vista económico, destacando los peligros que desde la perspectiva macroeconómica pueden amenazar a los países americanos. A juicio de uno de los autores, se trata de “una región dividida en torno a dos polos: Brasil, como líder de los países exportadores de materias primas que comercia principalmente con otras economías emergentes, y México, con fuertes vínculos comerciales con Estados Unidos y la Unión Europea, y que arrastra tras de sí a Centroamérica, más dependiente de las remesas que envían a casa sus inmigrantes”. A pesar de los riesgos que prevén los expertos, da la impresión de que todas estas naciones, en mayor o en menor grado, van a emerger como un polo de hegemonía económica en las próximas décadas, pasando a interpretar un papel principal en el tradicional retablo, ya de capa caída, heredado de la posguerra mundial que protagonizaban EE.UU., Europa y Japón. Las reglas cambian y los actores también, y países que antes engrosaban las filas del “Tercer Mundo” o más eufemísticamente, “los países en desarrollo”, -como Brasil, México, Colombia o Perú- van a convertirse en centros de gravedad de la economía mundial, ejerciendo de importante contrapeso a gigantes de la talla de China e India.

Mi preocupación no obstante se centra en este momento en la diferencia conceptual que existe entre crecimiento y desarrollo. A saber, si la bonanza económica realmente va suponer la eliminación de la brecha de la pobreza en esos países o si por el contrario vamos a tener que seguir aguantando la vomitiva situación de que las primeras damas de esas naciones aparezcan en las cumbres de estado vestidas de Armani mendigando fondos para sus niños pobres a los países desarrollados. Si se va a producir una redistribución efectiva de la renta y la riqueza que propicie el bienestar común o si la minoría de ricos de siempre va a tomar posesión de los frutos del crecimiento económico para gastarlo en importaciones de bienes de lujo. Que ya nos conocemos.

Como ya se ha visto a lo largo del pasado siglo, crecimiento económico no es sinónimo de desarrollo; éste último va mucho más allá de la evolución positiva de indicadores como la producción nacional o las exportaciones. Según el economista Ramón Tamames, el desarrollo implica un proceso de crecimiento de la economía en el que “se producen transformaciones sociales, con la consecuencia de una mejor distribución de la riqueza y la renta”. Es decir, un proceso de mejora económica de la que se beneficia, directa o indirectamente, toda la población. Por su parte, el profesor Michael P. Todaro, en su monumental obra “El desarrollo económico del Tercer Mundo” (Alianza Editorial, 1985), afirma en relación con la teoría del desarrollo: “No sólo se trata de la asignación eficiente de los recursos escasos (y ociosos) de que se dispone. Debe ocuparse además de los mecanismos que son necesarios para producir unas mejoras rápidas (al menos en términos históricos) y a gran escala en los niveles de vida de los pueblos”. En suma, que debemos olvidarnos momentáneamente de los indicadores macro y atender a las variables sociales.

A pesar que en el campo de la ciencia económica siempre ha habido una guerra de trincheras entre los adalides del libre mercado y el laissez-faire, y los que pensamos que el estado debe actuar de palanca y estímulo de la economía, la lógica y la experiencia nos orientan sobre qué medidas debería tomar una nación para abandonar el sesentero calificativo de “Tercer Mundo” y encaminar la senda del desarrollo. El truco está en eliminar la polarización extrema entre la minoría pudiente (más ricos que los ricos de los países desarrollados) y la mayoría que habita en la extrema pobreza, creando o favoreciendo la creación de una clase media. Parece una idiotez, pero la clase media puede constituir, por una parte, una oferta de mano de obra cualificada que alimente unos emergentes sectores industrial y de servicios locales; por otro lado, constituye una clase semiacomodada que como demanda puede estimular la producción nacional de productos y servicios de valor añadido, más allá del sector primario y el consumo de subsistencia.

Como ya he dicho, creo, no hay recetas para el desarrollo, pero está claro que el estado debe asumir un papel trascendental en la asignación de recursos nacional, de forma que se pueda garantizar una mejora considerable en el nivel de bienestar general de la población. Un sistema fiscal transparente y eficaz, basado en la progresividad impositiva (paga más el que más tiene o el que más valor consume), que garantice al estado un margen de maniobra para invertir, tanto en infraestructuras, como en educación, sanidad y transferencias directas a la población (seguro de desempleo, ayudas familiares), de forma que se cree una cobertura, una red, que poco a poco, vaya sacando a la población de la extrema pobreza. ¿Se está produciendo esto en las boyantes economías Latinoamericanas?



sábado, 23 de abril de 2011

Napoleón en Ulm: be water my friend

Hoy toca otra batallita para ilustrar la importancia de disponer de una organización ágil y descentralizada.Y qué mejor que seguir el genio estratégico del general Bonaparte para inspirarnos... Dedico este post a Paco (@domina4trix) y Ricardo (@avisnigra67), los tuiteros más marciales, a los que sé que les gustan estas causas bélicas.

En abril de 1805 Austria, Inglaterra y Rusia firmaron una alianza contra Francia para restaurar las fronteras previas al ansia conquistadora de Napoleón. En el verano acordaron la estrategia a seguir:   una fuerza austriaca de 95.000 hombres atacaría a los franceses en el norte de Italia, otro contingente de 23.000 efectivos aseguraría la zona del Tirol entre Italia y Austria, y el general Karl  Mack dirigiría un ejército de 70.000 soldados siguiendo el Danubio hasta Baviera para impedir que ésta se aliase con Francia. Una vez acampado allí, Mack debía esperar la llegada desde el norte de un cuerpo de 70.000 rusos junto con el cual emprender un ataque devastador y definitivo contra Napoleón. Mientras, los ingleses hostigarían a los franceses desde el mar. A mediados de septiembre Mack estableció su posición en Ulm, en el corazón de Baviera.  Mack sabía que Napoléon no podía permitirse mandar más de 70.000 soldados para invadir Baviera, y para cuando pudiese cruzar el Danubio, los rusos ya habrían llegado para iniciar la gran ofensiva. Todo parecía ir a pedir de boca.

Sin embargo, a finales de septiembre empezaron a suceder cosas raras. Aunque lo lógico era que Napoleón cruzase el Danubio más al norte, los exploradores austriacos avistaron fuerzas francesas al oeste, en la Selva Negra, una maniobra que metería al ejército de Bonaparte en un embudo. No parecía tener sentido... Mack por tanto envió efectivos para frenar a los franceses en la Selva Negra para mantener su posición hasta la llegada de los rusos, cuando le llegó noticia de la llegada de un ejército francés desde el norte. La información comenzó a llegar confusa y contradictoria: unos decían que el enemigo estaba en Stuttgart, al noroeste de Ulm, otros que mucho más al este o más al norte. Mack pensó que Napoleón presentaría batalla en Ulm. A comienzos de octubre, la situación se tornó una pesadilla para el ejército austriaco. Un ejército francés había cruzado el Danubio al este  de Ulm bloqueando el paso hacia Austria y el avance de las fuerzas rusas; por otro lado, otro contingente había aparecido al sur cerrando el paso hacia Italia. ¿Cómo 70.000 soldados franceses podían aparecer en tantos sitios a la vez? El día 11 Mack creyó haber descubierto el punto débil de Bonaparte: el ejército que cerraba el norte y el oeste era muy pequeño, a juzgar por las noticias de los exploradores. Los austriacos decidieron avanzar en dicha dirección para romper el cerco. Pero cuando estaban listos para partir dos días después apareció de la nada una inmensa fuerza francesa que bloqueó la ruta del noroeste también. El 20 de octubre, confuso y desesperado,  y consciente de que los rusos ya no llegarían en su ayuda, Mack se rindíó, y Napoleón obtuvo una inmensa victoria sin apenas disparar un solo tiro. ¿Qué había pasado?

El origen de la estrategia de Napoleón hay que buscarlo en los años de paz entre 1800 y 1805, cuando reorganizó su ejército, la Grande Armée de 210.000 efectivos, dividiéndola en distintos cuerpos, cada uno con su comandante en jefe, su caballería, infantería y artillería. Constituían ejércitos completos en miniatura de entre 15.000 y 30.000 hombres. La clave estaba en la rapidez con la que se movían estos cuerpos y en que cada comandante en jefe tenía claros los objetivos y la estrategia general, pero disponía de libertad para la toma de decisiones y el desarrollo de la acción de sus fuerzas: no se perdía tiempo en enviar órdenes de un lado a otro y la se ganaba en eficiencia y agilidad en los movimientos de tropas. De esta forma, los distintos cuerpos del ejército napoleónico habían realizado una maniobra envolvente, funcionando de forma autónoma, y comportándose como un fluido que iba rellenando los huecos del cerco a Mack. No esperaban las órdenes de Bonaparte en cada momento, sabían lo que tenían que hacer y lo hacían a gran velocidad; por ejemplo, uno de los generales franceses tuvo noticia de que la ruta del noreste estaba pobremente cubierta e inmediatamente, sin encomendarse a nadie, corrió a reforzarla con su contingente.

Las organizaciones y los equipos a menudo presentan formas de funcionamiento centralizadas y escleróticas, caracterizadas por un exceso enfermizo de burocracia y jerarquía. En estos casos, el proceso de toma de decisiones está supercentralizado y los elementos subordinados, ya sean departamentos o personas, dependen de unas directrices muy detalladas para actuar, sin margen de maniobra. Pero los mercados actuales demandan agilidad y rapidez de movimientos, y castigan y relegan a aquellos agentes que llegan tarde y no se adaptan al cambio continuo. Pero el ejemplo de Napoleón nos demuestra que podemos funcionar mucho mejor si empoderamos (otro palabro de moda) a las personas de la empresa o el equipo, es decir, si les capacitamos y habilitamos para la toma de decisiones y la acción, siguiendo unos objetivos y una estrategia general que todos deben conocer y entender a la perfección. Deben poder responder e incluso anticiparse a las situaciones sin necesidad de que un superior se lo ordene. La organización debe eliminar rigideces y funcionar como un fluido que se amolda y se adapta a las circunstancias. Be water my friend.


Me gustaría exponer aquí un ejemplo de lo anterior sacado de mi experiencia personal. El caso tiene su origen en el año 2007, cuando yo era el responsable de la formación presencial a docentes dentro del área de educación de Fundación Telefónica. Se nos transmitió la directriz de estrechar lazos con la Administración regional, es decir, de firmar convenios con el mayor número de consejerías de educación como forma de obtener importantes aliados para impulsar nuestros proyectos de educación. La primera actuación contemplada en los convenios era un curso presencial de tres días para docentes sobre uso de las TIC en el aula celebrado en una ciudad de la región anfitriona. Durante el evento las autoridades competentes de ambas partes firmaban el convenio en un acto mediático. Yo no tenía un equipo bajo mi mando, sino  un “equipo virtual” constituido por personas de distintos departamentos de la fundación (algunas con más cargo que yo) y de empresas contratadas al efecto. No me voy a colgar la medalla porque no fue idea mía, pero el equipo llegó a funcionar con la precisión de un mecanismo de relojería, en el que cada pieza sabía exactamente lo que tenía que hacer en cada momento y lo hacía sin necesidad de esperar directrices; desde la toma de contacto con la consejería a los aspectos logísticos, desde el diseño del plan de formación específico para cada caso a la coordinación de la presencia de medios de comunicación, desde la negociación del convenio hasta el despliegue de equipos informáticos (los llevábamos nosotros) y ADSL en el centro de profesores correspondiente... Toda una larga serie de tareas que ellos ejecutaban autónomamente y de las que yo estaba informado en tiempo real, como coordinador del proyecto, interviniendo en cada caso específico cuando la situación lo requería. Bastaba con decir el nombre de la comunidad autónoma que tocaba para que la maquinaria se pusiese en marcha de forma veloz y eficaz. Puedo decir con orgullo que fuimos un gran equipo: éramos agua, amigo.

jueves, 14 de abril de 2011

Las oportunidades globales derivadas del desarrollo de China

No lo neguemos, la globalización nos da miedo. Estamos viendo como poco a poco (o incluso más rápido) está cambiando el mapa geoeconómico del mundo y esa cómoda época que heredamos de la posguerra, al final de la cual nacimos algunos de nosotros, ha quedado relegada a los libros de texto y a las canciones de Cliff Richards & The Shadows. Durante las décadas de los 80, 90 y 00, la vieja Europa ha ido perdiendo protagonismo en el escenario mundial y los Estados Unidos, si bien mantienen su posición de primera potencia, están viendo seriamente amenazada su hegemonía tradicional del siglo XX y sufriendo cambios internos en su estructura socioeconómica con un alto coste para las familias de clase media, como ya se ha comentado en otros artículos de este mismo blog (soy demasiado vago para buscarlos y enlazarlos). La amenaza a nuestro establishment ahora tiene nombres como China, India, y en menor medida, Brasil, México, e incluso desde más lejos, Colombia o Perú. Es decir, una serie de economías emergentes que han demostrado una capacidad de crecimiento y de desarrollo de factores de competitividad en los mercados internacionales que les otorgan una posición preeminente en el cuadro de fuerzas global.

Por supuesto, a países como China se le puede acusar de jugar sucio, de rebajar los costes de sus productos empleando mano de obra semiesclava (no olvidemos que sigue siendo una dictadura), de producir sin la menor consideración al medio ambiente (una producción respetuosa con la naturaleza encarece los costes necesariamente, aunque sea a través de la Investigación y el Desarrollo), e incluso de  exportar mercancía de bajísima calidad que en ocasiones no cumple las normativas de seguridad de los países antaño denominados desarrollados. Pero, como cantaba Rosendo Mercado con el grupo Leño, “no sé si estoy en lo cierto, lo cierto es que estoy aquí”: efectivamente, están aquí para quedarse, se han convertido en una gran potencia y el mundo es así, no hay que darle más vueltas.

Sin embargo, nada es blanco ni negro, siempre hay una escala de grises y una perspectiva, como la que introduce, hablando sobre este tema, Michael Schuman, en el artículo del número de la revista TIME del 28 de marzo, “Your next job: Made in India or China”, que constituye un interesante análisis sobre las implicaciones del crecimiento de estas economías emergentes para el resto del mundo desde un punto de vista positivo. Siguiendo su tesis, tanto la India como China hace varias décadas eran países en los que el ciudadano medio tan sólo se podía permitir productos de primera necesidad, comida y poco más, lo que suponía un problema para “todos nosotros”, es decir, los países desarrollados, que teníamos que orientar nuestra producción de bienes manufacturados de consumo a la escasa población que configura los mercados de las naciones del primer mundo.

Pero la bonanza económica de que gozan países como India y China en la actualidad, en los que millones de ciudadanos están superando la economía de mera subsistencia e ingresando en lo que se puede llamar una clase media consumidora –y ávida de consumo-, está generando una demanda descomunal para empresas de todo el mundo, más ingresos y beneficios, y por ende, deberían generarse empleos en los países exportadores de esos bienes y servicios.  De alguna forma, el efecto destructor de empleo que tiene en los países desarrollados la deslocalización industrial o la entrada de productos asiáticos más competitivos en términos de precio que los locales, puede compensarse e invertirse por el tirón de la demanda de productos manufacturados de alto valor añadido procedente de esas mismas economías emergentes. Cambian las reglas del juego, pero debemos saber convertir una amenaza en una oportunidad, aunque este nuevo orden todavía lo percibamos como raro.

jueves, 7 de abril de 2011

Superávit cognitivo


El 25 de abril vuelve a Madrid el profesor Clay Shirky para hablar de su nuevo libro “Cognitive Surplus” (Superávit cognitivo), una obra que sigue la estela de las anteriores que ha publicado en el análisis de los efectos de las redes en las vidas de las personas y en la forma de operar de las organizaciones.

Shirky, que estuvo ya en Fundación Telefónica en diciembre de 2009 (su conferencia completa se puede ver aquí) para hablar de su publicación anterior “Here Comes Everybody”, es profesor adjunto en la Universidad de Nueva York en el programa de Telecomunicaciones Interactivas y colaborador habitual de   conocidos medios como Wired o The New York Times.

En este caso, Clay Shirky ha centrado su tesis sobre lo que el denomina “superávit cognitivo”, según la cual en la actualidad gran parte del tiempo que dedicaban los estadounidenses a formas de ocio pasivo, como ver la televisión, están siendo redirigidas hacia el desarrollo de actividades creativas en Internet, como participar en  Facebook y Twitter, escribir en blogs o editar y subir fotografías y vídeos a sitios como Flickr y YouTube. La paradoja del fenómeno es que este tipo de acciones no persiguen ningún fin lucrativo, que no deja de ser una motivación esencial del ser humano, sino que se llevan a cabo porque sí, por el puro placer de realizarlas.

El modelo de sociedad altamente tecnificado que emergió tras la Segunda Guerra Mundial en EE.UU. y que posteriormente fue extendiéndose al resto de países industrializados dotó al trabajador de una cantidad de tiempo libre muy superior a la de cualquier época anterior. El auge de la televisión en las décadas de los años cincuenta y sesenta estableció una forma de ocio pasiva que, a juicio de Shirky, llevó a malgastar ese superávit de tiempo que recibieron las personas. Sin embargo, algo está cambiando: cada vez en mayor medida la gente va dejando de lado la televisión para dedicarse a Internet, volcando el “superávit cognitivo” tanto en actividades más o menos frívolas, como en compartir y crear conocimiento o en participar en causas relacionadas con el activismo político y/o social. El autor expone el siguiente ejemplo cuantitativo: todos los artículos, comentarios y labores de edición que conlleva en la actualidad la Wikipedia han supuesto alrededor de 100 millones de horas de trabajo humano, que aunque parece mucho no lo es tanto si se compara con el número de horas que pasan anualmente los estadounidenses frente a la televisión, 200 billones de horas.

Y lo mejor de todo este fenómeno es que la gente hace cosas en la red porque son interesantes, sin buscar en general una contraprestación monetaria, por lo menos inmediata, y porque implican relacionarse con otras personas, muchísimas más de las que un ser humano normal puede gestionar de forma física pero que son fácilmente manejables en el entorno digital.

Los grados de participación en la red los expuso Josh Bernoff, autor del libro “Groundswell”, en la ponencia que este mismo año ofreció en Fundación Telefónica (que también se puede ver completa aquí), que el ordena en los siguientes perfiles:

- Joiners
  • Mantienen perfiles en redes sociales
  • Visitan páginas en redes sociales

- Collectors
  • Utilizan agregadores RSS
  • Añaden etiquetas (tags) a sitios web y fotos
  • Votan on line por webs

- Critics
  • Postean valoraciones de bienes y servicios
  • Comentan en los blogs ajenos
  • Participan en foros
  • Aportan o editan artículos en wikis

- Conversationalists
  • Postean regularmente en Twitter
  • Mantienen actualizadas sus páginas en redes sociales

- Creators
  • Tienen su propio blog
  • Publican en sus propias páginas web
  • Suben vídeos creados por ellos
  • Suben música/audio creado por ellos
  • Escriben artículos o historias y las postean


martes, 5 de abril de 2011

Nunca tantos debieron tanto a tan pocos


Este título es la famosa frase que Winston Churchill dedicó a los pilotos de la RAF tras la Batalla de Inglaterra, sólo que en este caso no se refiere a algo positivo –como la salvaguarda de la nación de la invasión alemana-, sino todo lo contrario: en la crisis actual, nunca tantas personas debieron tanto dolor y sufrimiento a la irresponsabilidad y la corrupción de tan pocos. Y lo peor es que las medidas tomadas para salvar la situación parecen castigar más al ciudadano, como si fuese el culpable, mientras se intenta ayudar desesperadamente a los distintos agentes del sector financiero.

Hoy quiero hablar de la mentira, la desvergüenza y la sensatez a través de tres artículos publicados en el diario “El País” del domingo pasado. Los dos primeros demuestran que los poderes públicos toman al ciudadano por idiota; el tercero abre una vía de esperanza presentando a un país que ha actuado con lógica en momentos como estos.

El primer texto, “Crisis y reformas en España” del exministro de economía Miguel Boyer, rebate con bastante eficacia la leyenda negra tan en boga acerca de la falta de competitividad y de rigor presupuestario de las economías periféricas de la UE. Nos están contando mentiras sobre la economía española atribuyéndonos gran parte de la culpa de lo que ha pasado, sin embargo, tanto el BCE, mediante políticas continuas en el tiempo de mantenimiento de los tipos de interés bajos, como la banca privada de distintos países, financiando el auge inmobiliario sin considerar los riesgos, tienen una parte importante de responsabilidad sobre la llegada y profundidad de la crisis.

En resumen: Boyer establece la siguiente defensa de la política económica de España frente a sus detractores, Francia, Alemania y las autoridades comunitarias:

  • España entró en la Unión Monetaria cumpliendo los cuatro criterios de convergencia, a diferencia de Francia y Alemania.
  • España tuvo déficits públicos inferiores al 1 por ciento hasta 2005 en que entra en una etapa de superávit que dura hasta 2007. Durante este periodo los países de la Eurozona experimentaron déficits entre el 3 y el 1 por ciento.
  • La deuda soberana española es en porcentaje del PIB la menor del grupo de grandes países europeos, un 64 por ciento, y el coste de los intereses es igualmente inferior, 2 por ciento frente al 2,4 de Alemania, el 2,6 de Francia y el 4,6 de Italia.
  • Otra idea errónea es la baja productividad del trabajador español pues este indicador fue superior a la media europea entre 1981 y 1990, y entre 2001 y 2010.

No veo por tanto que nuestra economía haya mostrado un comportamiento tan penoso como se nos quiere vender, ni que la política económica aplicada en las últimas década hay sido diseñada y aplicada de forma irresponsable.

Lo que en cambio sí parece irresponsable es la forma de combatir la crisis que están aplicando los gobiernos de los países desarrollados siguiendo la estela de EE.UU., como describe el premio Nobel Paul Krugman en su artículo “La doctrina de Mellon”. Resulta patético y desvergonzado que se acepte y se siga en todo el mundo la doctrina de la ”austeridad expansiva”, que emana del Partido Republicano, y que básicamente pregona que la forma de recuperar el crecimiento económico consiste en reducir el poder adquisitivo de los ciudadanos, mediante el recorte de los salarios y la reducción del gasto público. No hace falta haber estudiado en el London Business School para visualizar lo contradictorio de la frase anterior.

Como indica Krugman, un recorte salarial en una empresa puede mejorar su competitividad, llevarla a producir más y por ende a contratar más fuerza de trabajo. Pero este supuesto no se produce si se bajan al mismo tiempo los salarios en todas partes, y lo único que conseguimos es empobrecer más aún a los trabajadores, limitar su poder adquisitivo y frenar un posible crecimiento de la demanda.

La otra idea brillante, el recorte del gasto público, parte de la hipótesis de que esta acción “estimulará el gasto privado al aumentar la confianza de los consumidores y las empresas, lo cual conduce a la expansión económica”. Pues parece ser que el Reino Unido ha aplicado obedientemente esta herramienta en fechas recientes obteniendo como resultado una economía estancada y un nivel más bajo de confianza empresarial que el de hace dos años. De nuevo parece un insulto a la lógica el pensar que limitando las inversiones directas del Estado, que generan empleos directos e indirectos, y las transferencias directas al ciudadano, que pretenden mantener su poder adquisitivo, puede crecer la demanda de bienes y servicios que saque a la economía de la crisis. Más bien ocurrirá lo contrario, digo yo.

Me parece de una caradura inaceptable que después del daño causado, y todo el mundo sabe quién lo ha hecho, se pretenda engañar a la gente y seguir machacándola para beneficiar a los verdugos.

Al principio he hablado de un artículo que da pie a la esperanza. En efecto, “Islandia enjaula a sus banqueros”, cuanta como esa pequeña isla del vecindario del Polo Norte ha dado una lección de sensatez al mundo, en primer lugar, al dejar caer a sus bancos sin apoyarlos desde el sector público, y en segundo lugar, al perseguir penalmente a todos aquellos banqueros, políticos y empresarios, que bien por corrupción, bien por irresponsabilidad, han llevado al país a la bancarrota. Deberíamos aprender todos de ellos.
 
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