miércoles, 21 de diciembre de 2022

Más que aprender a programar, pensamiento computacional

 


Una sociedad digital demanda competencias digitales en la población. El uso intensivo de tecnología en todos los ámbitos de la vida cotidiana requiere de la ciudadanía la habilidad para establecer un marco de relaciones con las máquinas que permita sacar un rendimiento óptimo de ellas. Es por ello por lo que una de las mayores preocupaciones institucionales actuales en relación con la transformación en la que nos vemos inmersos está relacionada con la capacitación, con el desarrollo de habilidades digitales para poder aprovechar los beneficios de un mundo conectado a las redes.

Este es un aspecto relevante en cualquier ámbito de nuestras vidas, desde realizar una gestión financiera al cumplimiento de las obligaciones fiscales, o solicitar una cita médica, pues cada vez se van convirtiendo más en actividades virtuales que no requieren una presencia física, pero que implican unos mínimos conocimientos de navegación y operativa a través de internet, que, por desgracia, una parte de la población española todavía no posee. No obstante, es en el terreno laboral donde la capacitación digital se convierte en un factor crítico, pues en un futuro a medio plazo el trabajador humano tendrá que convivir con sistemas inteligentes en prácticamente cualquier tipo de actividad.

En los últimos tiempos se ha hecho mucho hincapié en la necesidad de que la programación informática se convierta en una disciplina curricular desde los niveles educativos más básicos, con el fin de preparar a los alumnos para poder vivir, y, sobre todo, para poder trabajar, en un mundo en el que la tecnología está omnipresente. No cabe duda de que aprender lenguajes de programación nos puede aportar un conocimiento sobre la estructura lógica de funcionamiento de un sistema informático, sin embargo, el enseñar a programar sin más puede resultar limitado e incluso insuficiente.

Por una parte, la vertiginosa evolución de la innovación digital tenderá a convertir en obsoletos con relativa rapidez los lenguajes de programación aprendidos durante la infancia, obligando a las personas a asimilar otros nuevos a lo largo de la vida. Por otra parte, las interfaces de las máquinas que nos permiten interactuar con ellas son cada vez más cercanas a la forma de comunicación humana, y el manejo de los programas y de los dispositivos se vuelve progresivamente más intuitivo, lo que implica que para tareas no muy especializadas la programación puede acabar por no resultar necesaria.

Hoy en día podría ocurrir algo similar a lo que sucedió en los albores de la informática de consumo. Durante la década de los ochenta, se hizo mucho énfasis en la necesidad de aprender a programar, porque los ordenadores personales iban a invadir todos los ámbitos laborales, como efectivamente sucedió en la década siguiente. Pero, a la vez que proliferaban los PC, surgieron los entornos de trabajo gráficos, primero en los equipos Apple y poco después a través de la difusión del entorno Windows de Microsoft, de forma que para manejar aplicaciones informáticas estándar ya no hacía falta picar complicadas líneas de comandos, sino únicamente pinchar elementos gráficos virtuales en la pantalla. Hoy en día los interfaces han dado un salto adelante más permitiéndonos manejar los sistemas con el uso del habla.

Es por ello, que, aparte de la enseñanza más específica sobre programación, cobra especial sentido una aproximación mucho más amplia a la relación entre el ser humano y la máquina, algo que se denomina pensamiento computacional.

El término “pensamiento computacional” fue introducido por primera vez en 2006 por Jeannette M. Wing en un breve artículo titulado Computational Thinking. Ella lo concibe como una disciplina que implica “resolver problemas, diseñar sistemas y comprender el comportamiento humano, utilizando los conceptos que son fundamentales para la informática”. En suma, se trata de una filosofía para plantear y resolver problemas utilizando la lógica por la que se rigen las máquinas. La propia Wing amplió su definición en 2011 en este sentido:

“El pensamiento computacional son los procesos mentales implicados en la formulación de problemas y de sus soluciones, de forma que las soluciones son representadas de tal manera que puedan ser llevadas a cabo con efectividad por un agente procesador de información.”

De esta definición emergen dos conceptos: que se trata de una forma de razonamiento que no depende exclusivamente de la tecnología, y que es una metodología para la resolución de problemas por humanos, por máquinas, o a través de la colaboración de ambos. Básicamente, consiste en plantear un problema siguiendo el proceso operativo de un sistema inteligente.

Por otro lado, Jeannette M. Wing también llegó a subrayar en sus escritos qué es lo que no considera que es el pensamiento computacional. En primer lugar, el pensamiento computacional se basa en conceptualizar, no en programar: describe una forma de pensar con diferentes niveles de abstracción, convirtiéndose en un proceso previo a la programación. Se trata además de una habilidad fundamental del ser humano, que no es rutina mecánica y repetitiva. Aunque menciona a los ordenadores, es una forma de razonamiento específicamente humano de resolver problemas, no se trata de una forma de pensar como computadoras, sino de hacerlo con ellas. El pensamiento computacional complementa y se combina con el pensamiento matemático y con el asociado a la ingeniería. Finalmente, se trata de una disciplina que produce ideas y conceptos que usamos para resolver problemas, pero no está creado para producir, artefactos o software.

El pensamiento computacional puede ser considerada una competencia transversal del currículo educativo en la medida en que apoya el desarrollo de la habilidad para trabajar con la incertidumbre en situaciones complejas, y la necesidad de precisión en la resolución de problemas.

 

 

lunes, 28 de noviembre de 2022

Las paradojas del empleo en la transformación digital

 


Frente a una evolución lineal, que supone pasar de un punto A a un punto B, la disrupción implica pasar de un punto A al caos, por lo menos hasta que un punto B acaba por materializarse. Decimos que el mercado de trabajo ha sufrido una disrupción, especialmente a lo largo de la pasada década, porque las reglas que regían antaño ya no valen en la situación actual, y, sin embargo, todavía no podemos vislumbrar más que esbozos y trazos sueltos de la forma que finalmente adquirirá en el futuro.

Hace más o menos diez años se hizo realmente patente -aunque era algo en marcha desde tiempo atrás- que la automatización iba a tener un impacto transversal sobre el empleo de todos los sectores económicos, y no sólo en aquellos tradicionalmente afectados por el maquinismo, como la industria manufacturera. Incluso empezaron a publicarse estudios que cuantificaban el desplazamiento de mano de obra, como el ya mítico The future of employment de Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, que en 2013 predijo que en veinte años casi la mitad de los empleos de Estados Unidos serían desempeñados por máquinas.

El tiempo se ha encargado de matizar y poner en cuestión los vaticinios más catastrofistas, pero, lo que sí es cierto es que:

1.      La digitalización está llevando a que numerosas tareas no tengan ya que ser desempeñadas por humanos, lo que afecta a empleos que pueden llegar a desaparecer, e incluso a modelos de negocio y sectores que dejan de tener sentido en el nuevo escenario.

2.     Por otro lado, aquellos empleos que en principio no están condenados a desaparecer probablemente demandarán competencias digitales -tanto en los sectores puramente tecnológicos como en los que no los son-, de forma que la fuerza de trabajo tendrá que adquirir y hacer gala de nuevos conocimientos para seguir desempeñando su puesto.

3.     Finalmente, la nueva economía digital está creando una demanda de nuevos perfiles laborales que antes no existían, y que actualmente la oferta de mano de obra no está en condiciones de cubrir.

La única certeza que tenemos en este panorama tan incierto es que los empleados de mañana (quizá los de hoy ya también) deberán tener habilidades técnicas y digitales, complementadas por una flexibilidad de pensamiento, y por habilidades relacionadas con la solución de problemas. La pandemia causada por la COVID-19 ha acelerado y profundizado los cambios en el mercado laboral, poniendo en relieve la relevancia que tiene para el trabajador de este siglo la rápida adaptación al cambio. En gran medida, la incapacidad para asumir los cambios del entorno y para desenvolverse en el medio tecnológico pueden determinar el que alguien se quede atrás en este proceso de transformación, generándose o ampliándose las brechas digitales y sociales.

Este desajuste o disrupción del mercado de trabajo está en la base de la paradoja que se da en el momento actual basada en que altas tasas de desempleo conviven con un exceso de demanda de puestos basados en perfiles tecnológicos, que no encuentran profesionales suficientes que los ocupen, factor que pone en peligro el crecimiento a medio plazo de los sectores de actividad más innovadores y dinámicos.

jueves, 17 de noviembre de 2022

Entramos en la era de la computación cuántica

 


De la mecánica cuántica teórica al prototipo real, la computación cuántica está dando el salto del mundo académico a la solución a problemas reales de la ciencia y la economía. La integración de la computación clásica con la cuántica y con la inteligencia artificial constituirá la mayor revolución informática de los últimos sesenta años. Esta década ha sido bautizada como la Década Cuántica, pues es ahora cuando las empresas comienzan a ver esta tecnología como una solución de negocio.

El inmenso poder de esta forma de computación reposa sobre dos propiedades de la mecánica cuántica: la interferencia y el entrelazamiento. El principio de interferencia permite al ordenador cuántico suprimir soluciones no deseadas y solo presentar las correctas. A medida que procesa simultáneamente todos los valores posibles de los datos de entrada (valores denominados superposiciones, pues, a diferencia de los bits clásicos que deben adoptar 1 o 0, los cúbits pueden adoptar simultáneamente 1 y 0), el número de operaciones disminuye considerablemente. El entrelazamiento, por su parte, implica que el estado combinado de los cúbits (los bits cuánticos) contiene más información de la que contienen los cúbits independientes. Estos dos principios no tienen ninguna analogía en la informática clásica.

No obstante, la computación cuántica no reemplazará a la clásica, sino que la potenciará y complementará. Incluso en el caso de los problemas que un ordenador cuántico puede resolver mejor, harán falta los ordenadores convencionales, porque la entrada y salida de datos continuará haciéndose de la forma tradicional.

La próxima gran revolución de la informática tiene lugar cuando se combinan la computación cuántica con la clásica y con la inteligencia artificial. Las sinergias que emanan de esta tríada guiarán el futuro de la computación.

En el medio plazo, se espera que la computación cuántica sea capaz de resolver tres tipos de problemas:

  • Simulación, modelizar sistemas y procesos que tienen lugar en la naturaleza.
  • Búsqueda y mapeo, implica buscar la solución mejor o la óptima en una situación susceptible de tener numerosas respuestas.
  • Problemas algebraicos, incluyendo aplicaciones para el machine learning o aprendizaje automático.

Poco a poco, la computación cuántica va generando soluciones concretas que irán teniendo un impacto significativo en distintos sectores de actividad. Deloitte identifica tres aplicaciones clave en las que esta tecnología aportará mejoras en términos de eficiencia en las empresas y organizaciones de distintos sectores: la optimización de algoritmos, la ciencia de datos y los modelos matemáticos, y la química cuántica y la ciencia de los materiales.

Los algoritmos de optimización persiguen identificar la mejor solución o el mejor proceso, entre distintas opciones posibles. Un ejemplo de esto es la búsqueda de las mejores rutas para vehículos de mercancías, usando para ello datos en tiempo real, algo que ya está estudiando la empresa ExxonMobil para la gestión de las rutas de su flota mercante de más de 50 000 naves.

Las empresas utilizan los macrodatos para intentar establecer patrones que les permitan predecir el comportamiento futuro de un sistema -por ejemplo, el mercado de un bien concreto o la evolución de valores financieros-, o a solucionar un problema específico. El uso de cada vez mayores volúmenes de datos y de información en tiempo real a corto plazo pondrá en evidencia las limitaciones de la informática convencional, y la necesidad de utilizar ordenadores cuánticos para realizar en poco tiempo tareas y operaciones que escapan a la capacidad de los anteriores. Este tipo de modelos intensivos en datos es utilizado especialmente en sectores como el financiero y el asegurador en temas como el credit scoring (la calificación de una operación de riesgo financiero), valoración de activos o el análisis del riesgo en inversiones, entre muchos otros.

Finalmente, la computación cuántica puede aportar mucho en el terreno de la química y de los materiales, dada la incapacidad de los ordenadores actuales para llevar a cabo eficientemente los cálculos necesarios que requieren el estudio de la estructura molecular y sus propiedades, la predicción del comportamiento de los materiales, o el conocer cómo variará este con la menor alteración molecular. Las computadoras cuánticas podrán construir y manejar los modelos moleculares con absoluta precisión, abriendo la puerta a grandes avances en el terreno del estudio y desarrollo de los materiales, y también en la creación de nuevos medicamentos.

jueves, 10 de noviembre de 2022

La necesidad de innovación en la empresa española

 


La empresa española todavía tiene un margen importante para aumentar los beneficios derivados de la adopción de tecnologías digitales, y para emplearlas en la creación de nuevos modelos de negocio y nuevos productos de gran valor añadido. La digitalización permite además optimizar los procesos de la organización, conocer mejor los mercados y las preferencias del consumidor, y establecer una relación directa con el público objetivo -sin necesidad de intermediación-, personalizando la oferta del producto o servicio.

El Foro Económico Mundial habla de cultura digital para hacer referencia a la capacidad de las empresas para utilizar los datos y las herramientas digitales de cara a favorecer la innovación de negocio y la visión centrada en el cliente. De esta forma, la cultura digital estaría soportada sobre cuatro pilares: la colaboración, tanto dentro de la organización como con los agentes del ecosistema al que pertenece (clientes, proveedores, grupos de interés, Administración), el enfoque basado en los datos para guiar la toma de decisiones, la orientación al cliente, y, finalmente, la innovación continua de procesos y productos. Todo ello refuerza el compromiso social de la empresa, la gobernanza, y su apuesta por la sostenibilidad medioambiental.

La OCDE señala que las empresas españolas tienen una relativa alta tasa de adopción de tecnología -si bien existe una brecha importante en función del tamaño-, pero no están aprovechando al máximo las oportunidades que ofrece la digitalización para innovar procesos y productos o servicios[1].

Los datos de la OCDE ponen en evidencia que el porcentaje de empresas innovadoras en España es comparativamente bajo -en torno al 37%-, y que la proporción de compañías que llevaron a cabo actividades innovadoras -implementación de I+D, equipos o software que ha supuesto innovación de producto o de procesos-, durante el periodo considerado de 2014 a 2016, es la menor cifra de la lista de los países considerados, apenas un 17%. Adicionalmente, se observa, en los dos aspectos considerados, una importante brecha entre las grandes empresas y las pequeñas.

Por último, la falta de vocación innovadora queda igualmente patente al analizar el capital intangible, como son las patentes. El indicador número de patentes por volumen de PIB, calculado en el año 2017, en nuestro país supone un 0,31, cifra extremadamente baja, si la comparamos con la de Italia (0,9), Bélgica (1,19) o la media de las naciones de la OCDE (2,43). El porcentaje de patentes relacionadas con las tecnologías de la información y las comunicaciones es en España 8,6%, estando la lista liderada por Irlanda (51,4%), Suecia (44,1%) y Finlandia (33,8%), mientras que el valor medio OCDE se sitúa en 32,1%.

Esta falta de innovación en nuestro tejido empresarial es en parte la responsable de la baja productividad que presenta, de acuerdo con la OCDE. España enfrenta dos problemas: el prácticamente estancamiento de la productividad en las dos últimas décadas, y la alta dispersión de la productividad en función del tamaño corporativo, que implica que las empresas más pequeñas carecen de los incentivos o de la capacidad para adoptar buenas prácticas en innovación tecnológica que mejoren su rendimiento en términos de productividad.



[1] Jin, Y. (2021) “Enhancing digital diffusion for higher productivity in Spain. OECD Economics department working papers No. 1673”

lunes, 24 de octubre de 2022

La transformación digital deja atrás a los mayores

 


Que la sociedad española ha resultado digitalizada, especialmente a lo largo de la última década, es algo que ya ha quedado patente. No obstante, los distintos indicadores y fuentes estadísticas también reflejan que existe una parte de la población española que se va quedando atrás, que, por distintos motivos y circunstancias, no es capaz de aprovechar las oportunidades que ofrecen las tecnologías digitales para mejorar el bienestar.

No se trata de un problema de acceso, pues nuestro país cuenta con una cobertura de banda ancha fija y móvil de todo el territorio, y las comunicaciones ultrarrápidas a través de fibra óptica van gradualmente llegando a todo tipo de localidades. De hecho, de acuerdo con los datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2021 el 95,9% de los hogares españoles dispone de conexión de banda ancha. El origen de las brechas digitales está en la falta de capacidad o experiencia en el uso de internet que presentan determinados colectivos vulnerables, como pueden ser las personas mayores, los jóvenes de baja cualificación o las personas económicamente desfavorecidas.

La Encuesta sobre equipamiento y uso de tecnologías en los hogares que lleva a cabo regularmente el INE señala que en 2021 el 6% de la población española entre 16 y 74 años no utiliza internet, lo que supone una cifra de más de dos millones de personas. Una de las brechas digitales más evidentes es la relacionada con la edad, puesto que el acceso de las personas mayores a las redes es sensiblemente menor que el de los pertenecientes a franjas de edad más jóvenes. Con todo, el uso del teléfono móvil está prácticamente generalizado, pero al contemplar el uso de internet se aprecian las diferencias de edad más notables a partir de la población de más de 55 años, y especialmente, de los 65 en adelante -el INE cuantifica en 4 700 273 el colectivo de personas entre 65 y 74 años-, donde apenas un 70% de la población hace uso de internet, y tan solo la mitad se conecta diariamente.

Una de las consecuencias más graves de la falta de cultura tecnológica de la población mayor está relacionada con la acelerada digitalización del sector bancario y la progresiva desaparición tanto de sucursales de atención al público como de cajeros automáticos, lo que puede poner en situación de riesgo de exclusión financiera a este colectivo, al no poder acceder a los servicios bancarios más básicos. Entre 2008 y 2021, en España el número de sucursales bancarias se ha reducido de 45.707 oficinas a 21.612, en un proceso que sigue en marcha. De acuerdo con los datos de la encuesta llevada a cabo por el INE, tan solo un 38,2% de la población entre 65 y 74 años es capaz de realizar operaciones bancarias por internet.

Es evidente que la falta de competencias básicas digitales es más acusada entre la población de mayor edad. Entre los mayores de 65 años, algo más de la tercera parte sabe realizar alguna de las tareas más elementales, como copiar o mover ficheros o descargar aplicaciones, y menos de la quinta parte sabe cambiar la configuración de un programa o de un dispositivo.

La edad condiciona el uso que hacen las personas de la tecnología. De esta manera, mientras que en torno al 90% de los españoles de entre 16 y 44 años hacen un uso regular del correo electrónico, tan solo el 44,9% de los mayores de 65 lo utilizan. La mensajería instantánea, como por ejemplo WhatsApp, es la utilidad de internet más utilizada por los mayores, un 67% hace un uso regular de ella. Por otro lado, el 52,3% lee periódicos o revistas online frente al más del 80% de la población de entre 25 y 54 años. Finalmente, tan solo el 30% de los mayores de 65 es capaz de concertar una cita médica vía internet.

La conclusión de este análisis es que existe una gran cantidad de la ciudadanía española susceptible de quedar fuera del proceso de transformación digital, y, en consecuencia, de sufrir exclusión social al no poder realizar las actividades más básicas a través de medios tecnológicos, cosas como realizar operaciones bancarias o solicitar la consulta con un médico. Urge, por tanto, acompañar las políticas de digitalización con medidas tendentes a alfabetizar digitalmente a los colectivos que se muestran más vulnerables en este sentido.

lunes, 3 de octubre de 2022

El mercado de trabajo se transforma

 


El mercado de trabajo está experimentando una profunda transformación estructural, que la pandemia no ha hecho sino acelerar. La estructura económica de las naciones ha ido evolucionando desde el final del siglo XX hacia una digitalización progresiva de todos los sectores de actividad. Ya no tiene tanto sentido utilizar expresiones como sector TIC, puesto que la informática y las telecomunicaciones están presentes en mayor o menor medida en todos los entornos de producción de bienes y servicios. Lo digital se ha convertido en transversal. La consecuencia directa para el mundo laboral es que, a la vez que crece la demanda de nuevos perfiles profesionales que no encuentran oferta suficiente para cubrir las necesidades, asistimos a la destrucción de empleo en actividades que han sido automatizadas, o que, sencillamente, ya no tienen razón de ser en el escenario emergente.

Aparte de los efectos más que evidentes derivados de la introducción de tecnología, el mercado parece reflejar el impacto de la crisis de abastecimiento que ha traído consigo la guerra de Ucrania, que vino a sumarse al cierre de fronteras y la ruptura de las cadenas de producción internacionales que dejó tras de sí la pandemia. Hay sectores económicos tradicionales, como pueden ser el transporte por carretera o la construcción, que se ven incapaces de encontrar mano de obra para cubrir sus necesidades actuales. En paralelo, la tasa de paro juvenil se sitúa alrededor del 40% de población activa menor de 24 años. Nos enfrentamos a un claro desajuste entre la oferta y la demanda en el mercado de trabajo, pero todavía no está claro si se trata de un fenómeno coyuntural derivado de la crisis, o si, por el contrario, es el rasgo de un cambio más profundo.

Las tendencias no están nada claras. Por ejemplo, Mckinsey Global Institute predice que, una vez que la economía se recupere, Europa puede sufrir una carencia de trabajadores cualificados, a pesar de la ola creciente de automatización. La causa de ello la atribuye al envejecimiento de los habitantes del continente, que implica que para 2030 la población en edad de trabajar se habrá reducido un 4%, en torno a 13 millones y medio de personas, provocando una contracción significativa de la oferta laboral. Y, de plasmarse la tendencia de acortar de la semana laboral, dicha oferta podría contraerse un 2% más.

La transformación del entorno laboral derivada de la automatización afectará de alguna forma o de otra a los 235 millones de trabajadores europeos que existen en la actualidad, según McKinsey. De acuerdo con esta predicción, más de 90 millones deberán desarrollar nuevas habilidades dentro de su profesión, acordes con la tecnología digital, mientras que 21 millones directamente tendrán que cambiar de ocupación, al desaparecer la suya actual. La visión más optimista de esta tendencia es que el trabajador se verá liberado de realizar las tareas más repetitivas y mecánicas, para dedicarse a otras más creativas y estimulantes.

Otra consecuencia de este proceso de cambio será el movimiento de mano de obra de regiones en declive a los polos de desarrollo europeos, a lo largo de esta década. Mckinsey estima que el 30% de la población europea vive en regiones en declive económico, bien porque su estructura productiva esté basada en la industria tradicional poco innovadora o en la agricultura, bien porque se trata de zonas dependientes del sector público, o, también, porque presentan bajos niveles de formación de la población activa y altas tasas de desempleo. En el lado opuesto, identifica varios tipos de núcleos europeos que se caracterizan por si dinamismo económico, y por atraer inversión y mano de obra muy especializada, que son clasificados como megaciudades (París, Londres) y superstar hubs, que son ciudades que han manifestado un importante crecimiento económico y de población (Amsterdam, Munich o Madrid, entre otras).

 

lunes, 26 de septiembre de 2022

El ramsomware a la cabeza de los ciberdelitos

 


El 8 de noviembre de 2021, la cadena MediaMarkt informó que había sufrido un ciberataque que afectó directamente a las tiendas de Alemania, Holanda y Bélgica, y que trajo consecuencias entre las de otros países, como es el caso de España. Se estima que en torno a 3 000 servidores Windows fueron afectados, así como numerosos servidores web. Según se supo por la propia empresa, el ataque fue de tipo ransomware, es decir, la introducción en los sistemas de un programa malicioso que “secuestra” los datos de la víctima –generalmente, encriptándolos-, para posteriormente exigir un rescate por su liberación, de ahí el nombre. En concreto, el malware utilizado en este caso fue HIVE, un virus que ha sido utilizado en el pasado para infectar los sistemas informáticos de centros sanitarios. Los delincuentes habrían solicitado a MediaMarkt más de 200 millones de euros a modo de rescate. La misma semana sufrió una ciberagresión similar la empresa cervecera Estrella Damm, que se vio obligada a parar la producción de su fábrica de El Prat. El método fue el mismo, los delincuentes cifraron los archivos informáticos de la compañía y pidieron un rescate por su desencriptación.

Los casos de MediaMarkt y de Damm no son excepcionales, sino parte de una tendencia de crecimiento en todo el mundo del ransomware como modalidad preferida por los ciberdelicuentes. El poder de esta clase de ciberamenaza quedó patente en 2017, cuando el virus WannaCry infectó en un día 230 000 ordenadores de 150 países. En aquella ocasión los hackers explotaron una vulnerabilidad de un puerto SMB, y el malware fue difundido a todos aquellos equipos que no habían recibido la actualización de un software de seguridad de Microsoft. Los costes globales que supuso el ataque se estiman entre cientos y miles de millones de dólares.

La principal característica del ransomware frente a otros tipos de ciberataques es la demanda de un rescate a la víctima para devolverle el control sobre su información y sus equipos, que el asaltante ha bloqueado o encriptado. Generalmente, tras el ataque, se recibe un correo electrónico anónimo que establece la cantidad a pagar y el método para hacerlo, que suele ser a través de criptomonedas, como Bitcoin. El pago del rescate no garantiza la devolución del acceso a la información. De hecho, algunas acciones criminales que se hacen pasar por ransomware tienen como objetivo la destrucción de los datos de la víctima, independientemente de que pague o no la cantidad pedida (wiper malware).

Es por ello, que la principal recomendación cuando se es objeto de un chantaje de estas características es no pagar nunca, dado que nada ni nadie garantiza que los hackers vayan a desencriptar los sistemas afectados, y, además, pagando se alienta este tipo de delito, incluso es posible que la víctima vuelva a ser objetivo del ataque, como ocurrió con la empresa nipona Olympus. La mejor forma de minimizar el daño producido por el ransomware es disponer de copias de seguridad de la información estratégica y sensible, para que su posible encriptación no implique una pérdida irreparable para la organización.

lunes, 19 de septiembre de 2022

La pyme y la cultura digital

 


La introducción de tecnología en la operativa y los procesos de las pymes puede ayudarlas a enfrentar los retos impuestos por su pequeño tamaño, y a mejorar su estrategia de negocio y su resiliencia ante un entorno incierto y cambiante. La digitalización contribuye a la reducción de costes de la empresa optimizando los procesos existentes, pues permite medirlos y controlarlos con precisión. Además, proporciona nuevos canales para conocer mejor los mercados en los que se mueve la compañía –CRM, redes sociales-, y para llegar a nuevos clientes potenciales, a través del comercio electrónico y la posibilidad de vender a través de plataformas y marketplaces. El big data y la analítica se han convertido en herramientas fundamentales de apoyo a la toma de decisiones, pues proporcionan una información relevante para conocer en tiempo real tanto factores internos de la empresa, como del entorno en el que se desenvuelve. Esto es especialmente importante para poder conocer los cambios en la demanda, la aparición de nuevas preferencias y necesidades de los consumidores, y poder actuar en consecuencia con la flexibilidad requerida.

La cultura digital permite que la organización utilizar el conocimiento derivado de la gestión de los datos para tomar decisiones, y para funcionar con un enfoque centrado en el cliente, y, a la vez, establece un marco de colaboración entre todas las áreas, y fomenta el espíritu de innovación permanente. Todo ello debe redundar en la creación de valor para todos los actores implicados y grupos de interés.

En este sentido, el Foro Económico Mundial hace reposar la cultura digital sobre cuatro pilares: la colaboración dentro del ecosistema de la organización para el desarrollo conjunto de soluciones innovadoras; el dato como timón que guía las actuaciones; el enfoque centrado en la experiencia de cliente; y, finalmente, la innovación, concebida como la mejora continua de productos y procesos, probando cosas nuevas y asumiendo riesgos.

La cultura digital implica flexibilidad y el tener una plantilla capaz de asumir nuevos retos, de forma que la organización no se quede atrás. La tecnología ayuda a adaptarse a entornos en rápido cambio como los actuales, aportando la posibilidad de que los equipos trabajen en remoto, de manera que se generen redes colaborativas deslocalizadas. Por otra parte, permite desarrollar productos y servicios innovadores que satisfagan las necesidades del cliente, y crear modelos de negocio y nuevos canales de distribución.

La digitalización del tejido productivo es algo muy presente en las políticas públicas. El plan España Digital 2025 incluye hasta cincuenta medidas, entre las que se encuentra el acelerar la digitalización de las empresas, con especial atención a las micropymes y a las startups. En concreto, se ha fijado como objetivo que al menos el 25% del volumen de negocio de las pymes provenga en 2025 del comercio electrónico. De esta forma, se pretende vertebrar las acciones lideradas por el Estado con el fin de movilizar la inversión pública y privada, y maximizar el avance en la digitalización de las empresas y reducir las brechas de género existentes, buscando alinear prioridades, asegurar economías de escala, sinergias y el desarrollo de programas, infraestructuras y capacidades comunes para contribuir y acelerar las distintas iniciativas.

Esta acción pretende llegar con ayudas a al menos 1 350 000 pymes, cifra que podría subir hasta las 1 500 000 en función de las intensidades de ayudas establecidas. Entre las compañías objetivo, cabe destacar la apuesta por la digitalización de microempresas y autónomos mediante el Programa Digital Toolkit, con un impacto esperado entre 1 200 000 y 1 350 000 microempresas y autónomos.

lunes, 5 de septiembre de 2022

La ciberseguridad necesita psicólogos

 


Al pensar en ciberseguridad siempre nos vienen a la cabeza términos relacionados con la tecnología y con la formación y los conocimientos informáticos. Firewall, ataque DDoS, phishing, malware, ransomware… suelen ser palabras relacionadas con las estrategias y vectores de ciberataque, y con los medios operativos para defenderse de ellos. Sin embargo, solemos olvidar que, en última instancia, detrás de las ciberamenazas siempre hay personas –aunque la agresión la ejecute un ejército de bots-, y que la explotación de la vulnerabilidad humana es en muchos casos lo que determina que el ataque tenga o no éxito. Es por ello, que en el campo de la ciberseguridad el papel de la psicología se está volviendo cada vez más relevante.

En los últimos tiempos, la ciberseguridad y la psicología han empezado a encontrar intersecciones entre sí con el fin de analizar los patrones de comportamiento de los hackers, y, en consecuencia, poder prevenir y neutralizar sus acciones. Igualmente, la psicología social estudia qué factores nos hacen susceptibles de sufrir un ciberataque exitoso –que aprovecha las pautas de comportamiento que nos dejan desarmados ante acciones maliciosas-, y cómo modificar esa conducta y reforzar nuestras defensas en el mundo digital.

En este ámbito cobra especial sentido la psicología social, que es la disciplina que estudia cómo el comportamiento y los sentimientos de las personas son condicionados por la presencia, real o imaginada, de otros. Los actores que intervienen en la ciberseguridad se ven influidos recíprocamente en su modo de actuar, tanto en las motivaciones que están detrás de las acciones, como en la manera en que se responde a los incidentes. El objetivo consiste en ayudar a los especialistas en ciberseguridad a comprender mejor a los cibercriminales y las dinámicas de grupo en las que se ven implicados.

El mundo digital tiene su propia rama de la psicología, la ciberpsicología, que estudia los fenómenos psicológicos relacionados con la interacción entre el ser humano y la tecnología digital. Internet ha transformado la forma en que nos comunicamos, aprendemos y socializamos, tanto los emigrantes digitales –aquellos que llegaron a conocer un mundo desconectado-, como los nativos que no han conocido otra cosa que la vida en las redes. Resulta, por tanto, cada vez más relevante estudiar las motivaciones y los comportamientos que desarrollamos mientras usamos la tecnología, algo que ya forma parte de todos los aspectos de nuestras vidas, especialmente desde la llegada de los teléfonos inteligentes que han permitido que accedamos a internet en cualquier momento y desde cualquier lugar.

Dentro de la ingeniería social, es decir, la práctica que consiste en obtener información confidencial a través de usuarios legítimos (algo que está a la orden del día en el terreno de la ciberdelincuencia), se concibe que el eslabón humano es el más débil de toda una red de seguridad. A menudo los hackers utilizan conocimientos de psicología social para conseguir que su víctima ceda voluntariamente la información deseada o pinche un enlace que va a infectar su dispositivo. Por ejemplo, los envíos de correos fraudulentos suelen jugar con la reacción esperada del destinatario ante algo atractivo, ante alguna ventaja ofrecida que se acaba pronto (premura) o ante el miedo ante algún supuesto problema, como pueden ser los que piden confirmar las claves bancarias.

La psicología se ha convertido en una poderosa aliada de la ciberseguridad puesto que ayuda a comprender las motivaciones y estrategias del ciberagresor, así como las pautas de comportamiento de las víctimas de los ataques que las hacen vulnerables.

lunes, 11 de julio de 2022

Una inteligencia artificial europea ética y fiable

 


La Comisión Europea ha realizado una aproximación a la inteligencia artificial completamente distinta que sus competidores directos, apostando por hacerla ética, fiable y transparente, de forma que no perjudique a ninguna persona y colectivo, y que traiga bienestar a la ciudadanía europea. Frente al modelo estadounidense dirigido por los intereses del mercado, y al chino que está guiado por las prioridades del Gobierno, la europea pretende establecer un marco normativo muy rígido para el desarrollo y uso de sistemas inteligentes, que proteja a las personas de los sesgos que pueden surgir y de las malas prácticas, salvaguardando el derecho a la privacidad y a la seguridad, y la protección de los datos personales.

La estrategia de despliegue de la inteligencia artificial que ha llevado a cabo la Unión Europea siempre se ha centrado en limitar los posibles efectos adversos que puede traer consigo esta tecnología. Desde el informe de 2019 Directrices éticas para una IA fiable hasta el Libro blanco sobre la inteligencia artificial – un enfoque europeo orientado a la excelencia y la confianza, los esfuerzos de las autoridades comunitarias se han centrado en definir una estrategia para el desarrollo de la IA en la zona que repose sobre los valores europeos. En abril de 2021, el Parlamento Europeo presentó lo que será el borrador de la futura Ley de inteligencia artificial a la que estará sometida toda empresa o institución que quiera desarrollar esta tecnología u ofrecer servicios basados en ella dentro del mercado de la Unión.

La ley define de forma amplia la inteligencia artificial como el software que se desarrolla empleando una o varias de las técnicas y estrategias (aprendizaje automático, sistemas lógicos y expertos o aproximaciones Bayesianas o estadísticas), y que puede, para un conjunto determinado de objetivos definidos por seres humanos, generar información de salida como contenidos, predicciones, recomendaciones o decisiones que influyan en los entornos con los que interactúa. Y distingue entre tres tipos de prácticas: prohibidas, de alto riesgo y sistemas con riesgo limitado.

A grandes rasgos, las prácticas prohibidas son aquellas que:

1.   Se sirvan de técnicas subliminales que trasciendan la conciencia de una persona para alterar de manera sustancial su comportamiento de un modo que provoque perjuicios físicos o psicológicos.

2.   Aprovechen alguna de las vulnerabilidades de un grupo específico de personas debido a su edad o discapacidad física o mental para alterar de manera sustancial el comportamiento de una persona.

3.   Permitan a las autoridades públicas evaluar o clasificar la fiabilidad de personas físicas durante un período determinado de tiempo atendiendo a su conducta social o a características personales o de su personalidad.

4.     Utilicen el uso de sistemas de identificación biométrica remota «en tiempo real» en espacios de acceso público, excepto en casos específicos tipificados. Por ejemplo, las técnicas de identificación por reconocimiento facial.

Por su parte, se consideran de alto riesgo aquellos sistemas de inteligencia artificial que tengan consecuencias perjudiciales importantes para la salud, la seguridad y los derechos fundamentales de las personas de la Unión.

 

 

martes, 28 de junio de 2022

Del videojuego al metaverso: el internet inmersivo

 


Hablamos de metaverso para referirnos a un mundo virtual en 3D –o a una serie de mundos conectados entre sí-, que es interactivo, inmersivo y colaborativo. A pesar de que puede guardar similitudes con videojuegos online de moda basados en mundos virtuales como Fortnite, Minecraft o Roblox, se trata de un concepto mucho más amplio y ambicioso que un mero producto, servicio o app, y es solamente equiparable a términos generalistas que ya utilizamos con naturalidad, como ciberespacio, internet de las cosas o la nube. Podríamos hablar de que estamos ante una nueva dimensión dentro de internet.

Palabra construida a partir del prefijo meta (más allá) y de la contracción de universo –verso-, es acuñada por vez primera en 1992 por el escritor de ciencia ficción Neal Stephenson en su obra Snow Crash, que describe un mundo digital en tres dimensiones al que las personas acceden a través de avatares. Por cierto, como curiosidad, la palabra avatar viene del sánscrito y designa dentro del hinduismo la encarnación de una deidad en la tierra. De esta forma, Krisna y Rama son dos avatares del dios Visnú.

Dado lo elevado y esquivo de este concepto, resulta tentador y fácil simplificarlo asociándolo a cosas que ya conocemos. Por ejemplo, alguno podrá pensar que el metaverso no es más que otro mundo virtual, como aquellos diseñados como escenario de videojuegos, o un espacio virtual, como Second Life -cuya popularidad estalló en la primera década del siglo para luego caer en el olvido-, o tan solo una aplicación de realidad virtual, o incluso una pasarela para intercambios económicos virtuales. Sin embargo, es mucho más que todas estas cosas que ya están inventadas.

En suma, se trata de generar un universo que va más allá de los videojuegos inmersivos al uso o de aplicaciones concretas, pues hablamos de un mundo virtual completo no ligado a un solo sitio web o plataforma. Debe ser un entorno persistente en el que los objetos e identidades que lo habitan circulan fluidamente por los distintos mundos que lo componen, donde incluso pueden proyectarse al mundo físico a través de la realidad aumentada. Se trata del sucesor natural del ecosistema que conforma el internet móvil, al que los usuarios acceden a través de dispositivos y plataformas. Sin embargo, al igual que no identificamos Facebook o Google con internet, porque no son más que plataformas de servicios dentro de internet, tampoco podemos asociar entornos de juego que hacen uno de tecnologías inmersivas, como Fortnite, con el metaverso, puesto que, aunque ofrecen una idea aproximada de lo que podría ser navegar por él, no son más que desarrollos concretos que en todo caso serán una parte más de este meta universo.

El sector del videojuego está guiando hasta ahora el camino hacia el metaverso, y, especialmente, Fortnite de Epic Games. Y es que lo que empezó siendo un mero juego online se ha convertido en algo mucho más ambicioso, en una plataforma social, donde, más allá de jugar una partida, los usuarios se relacionan entre sí y lo convierten en ágora. Otro factor distintivo es que se ha convertido en escaparate para que otras marcas expongan sus productos. En 2019, Disney estrenó el tráiler de la película Star Wars: The Rise of Skywalker en exclusiva en Fortnite, y, al año siguiente, el DJ Marshmello ofreció un recital en uno de sus parques. Marvel también tiene presencia allí, pero, más allá del entretenimiento, también atrae a otro tipo de marcas, como Nike, que anuncia su línea de zapatillas deportivas Air Jordan. Por otro lado, los usuarios pueden desarrollar sus propios disfraces y objetos virtuales, y hasta comercializarlos.

¿Estamos ante un videojuego, una red social o un marketplace? Estamos ante el embrión de lo que podría ser el metaverso futuro, aunque con las limitaciones de la tecnología de la que disponemos actualmente.

 

lunes, 13 de junio de 2022

Apuntes sobre el nuevo mercado de trabajo

 


Antes de la crisis sanitaria, el trabajo desde el hogar en Europa era muy desigual, oscilando en los distintos países en una media entre el 4,8% y el 5,5%, mientras que España presentaba una cifra inferior, entre el 3,6% y el 4,8%, en el periodo de 2011 a 2019. La COVID-19 disparó esos porcentajes en el segundo trimestre de 2020 hasta el 12,3% en el caso de Europa y hasta el 10,9% de los trabajadores españoles. Dentro de UE27, las naciones más avanzadas eran –en datos de 2020- Finlandia (25,1%), Luxemburgo (23,1%), Irlanda (21,5%), Austria (18,1%), y Países Bajos (17,8%). En la cola se sitúan Bulgaria (1,2%), Rumanía (2,5%), Croacia (3,1%) y Hungría (3,6%). Aunque la vuelta a la normalidad ha bajado esos porcentajes, el trabajo en remoto registra cifras muy superiores a las de antes de la pandemia.

Sin embargo, la creciente adopción del teletrabajo no es sino una de las facetas que asume el nuevo mercado de trabajo al que nos enfrentamos en la década que entra, pero hay varios factores de disrupción que están cambiando por completo el panorama laboral. COTEC define cinco elementos en este sentido: la digitalización, la transición energética, el envejecimiento de la población, la presión competitiva derivada de la integración de los mercados, y las consecuencias económicas de la COVID-19.

Sin duda, una de las mayores transformaciones que está conociendo la sociedad actual es la revolución digital, que en el plano laboral significa la desaparición de puestos de trabajo que resultan automatizados. Se trata de un factor que no amenaza por igual a todos los trabajadores, puesto que la probabilidad de automatización supone más riesgo para aquellos empleos basados en tareas más rutinarias, por ejemplo, las administrativas, de ventas, y del sector primario. Otras variables determinantes son la responsabilidad y la formación, pues a mayor responsabilidad en el trabajo, menor probabilidad de automatización del puesto, y lo mismo ocurre con el nivel educativo.

Otro factor de disrupción del mercado laboral es la transición energética hacia fuentes renovables, que implicará la desaparición de empleo en sectores directamente relacionados con el uso de combustibles fósiles, pero que a la vez creará nuevos puestos de trabajo relacionados con la adopción de energías limpias y renovables. Este proceso tiene un horizonte temporal pues el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima tiene como objetivo convertir a España en un país neutro en carbono para el 2050, con el 42% de la energía consumida al 2030 proveniente de fuentes de energía renovable.

El tercer tema que destaca COTEC es el envejecimiento de la población, un reto demográfico que traerá consigo un aumento notable de la tasa de dependencia (estimada en alrededor del 80% para el 2050), una presión sobre las cuentas fiscales, y una limitación del stock de talento y conocimiento, dado que la educación y la curva de aprendizaje de las generaciones más jóvenes no incluye el desarrollo de ciertas habilidades, ni el tener que enfrentar algunos desafíos que ahora se consideran fácticamente resueltos y abordables por los algoritmos.

El siguiente elemento considerado es la integración cada vez mayor de España en la Unión Europea y el progresivo aumento de la competencia en los mercados, a través de las importaciones. Todos aquellos sectores de la economía española que carezcan de ventajas competitivas tenderán a, o bien desaparecer, o, cuando menos, a tener que hacer frente continuamente a la competencia de los productos que vienen del exterior. La presión competitiva tendrá un efecto negativo sobre los salarios de esas actividades, pues solamente podrán mantener unos precios competitivos vía la reducción de los costes laborales.

La COVID-19 es un factor de disrupción en sí mismo, pues sus efectos sobre la sociedad y la economía pueden llegar a afectar al mercado de trabajo más allá del corto plazo. En primer lugar, la actividad económica en muchos sectores ha estado ralentizada o semiparalizada por un período prolongado, algo que ha conducido a muchas empresas a llevar a cabo despidos, siendo los más afectados los trabajadores temporales. En segundo lugar, la crisis sanitaria se ha cebado especialmente en los jóvenes, que ya habían sufrido los efectos de la recesión de 2008-2013, creando una generación que vive del empleo precario y del subempleo, sin posibilidad de construir un proyecto de vida sólido.

 

 

lunes, 6 de junio de 2022

Los sesgos de género en la inteligencia artificial

 


Aparte de la asignación de roles de género en la robótica, lo que implica, por ejemplo, que los robots militares sean por norma masculinos y los sociales o relacionales femeninos, existen otros sesgos de género que afectan a la inteligencia artificial, más allá del mero diseño de androides. Un reciente informe de la Fundación Alternativas los clasifica en dos grupos: sesgos de datos y de diseño.

El primer aspecto son los datos, el combustible de la inteligencia artificial actual basada en machine learning o aprendizaje automático. Estos algoritmos aprenden a base de consumir ingentes cantidades de datos –cuanto más volumen dispongan de ellos, más precisos serán sus diagnósticos-, sin embargo, nadie puede garantizar que la información que reciben los algoritmos sea realmente representativa. De hecho, se trata de datos que tienen los mismos sesgos que existen en las sociedades. Por ejemplo, el primer concurso de belleza en contar con un jurado no humano, Beauty.AI 2.0, demostró que el algoritmo había desarrollado un sesgo racista que le llevó a puntuar más bajo a las mujeres asiáticas o de color. Probablemente, el sesgo se produjo porque el sistema fue alimentado a base de modelos de belleza más occidentales.

En el aspecto de género, los datos pueden no ser lo suficientemente representativos de lo que ocurre en la sociedad y ocultar la presencia y el papel de las mujeres en la misma, convirtiéndolas en invisibles. Otro ejemplo que ilustra esto es la experiencia de Amazon, que empezó a utilizar la inteligencia artificial para llevar a cabo las contrataciones, entrenando al algoritmo sobre el ideal de empleado utilizando datos de las contrataciones llevadas a cabo en los diez años precedentes. El problema es que los puestos técnicos durante ese periodo habían sido ocupados en su mayoría por hombres, por lo que el sistema determinó que las candidatas no se ajustaban al perfil requerido por la empresa. Los datos que aparentemente son neutros esconden poderosos sesgos.

La segunda categoría corresponde a los sesgos de diseño, es decir, los prejuicios que vierten en la inteligencia artificial los propios diseñadores de esta. Por ejemplo, es muy común que los chatbots de atención al público tengan una voz femenina, llevando al plano tecnológico el rol estereotipado de la mujer como asistente, como recepcionista, o como empleada de atención al cliente. En España nos encontramos numerosos ejemplos de esto, como Lola de la Universidad de Murcia, Eva de Vueling, o Rosi, que contesta preguntas sobre información básica de Murcia.

También los asistentes de voz suelen tener voces femeninas -Siri de Apple, Alexa de Amazon, Cortana de Microsoft, y Google Assistant-, y sus creadores les asignan una personalidad específica de mujer. Por ejemplo, James Giangola, uno de los desarrolladores de Google Assistant, reconoció ante un medio de comunicación que habían concebido al asistente como una mujer joven del estado de Colorado, hija pequeña de una pareja de investigadores. El estereotipo de género en los asistentes inteligentes tiene su paradigma en la respuesta que da Siri ante la expresión “Eres una zorra”, que es “Me sonrojaría si pudiese”, frase que dio título a un conocido informe de Unesco sobre brechas de género tecnológicas.

Una de las causas de esto es la escasa presencia de mujeres en los equipos que desarrollan sistemas basados en inteligencia artificial. De acuerdo con un reciente informe de la Fundación Alternativas, en la Unión Europea la brecha digital de género en actividades de programación era de 8 puntos en 2014; las mujeres solo representan el 12% de los autores de artículos en las principales conferencias sobre machine learning y el 13,83% de los miles que se escriben en general sobre inteligencia artificial. Por otro lado, un estudio realizado en 2017 por Emerj demostró que sólo el 13% de las altas posiciones ejecutivas en empresas tecnológicas dedicadas a la inteligencia artificial son ocupadas por mujeres, y, si nos centramos en el subámbito del lenguaje natural, el porcentaje cae hasta el 5%.

 

martes, 24 de mayo de 2022

Desinformación, misoginia y derechos humanos

 

El poder de la desinformación es sólido y real. De acuerdo con Reuters Institute for the Study of Journalism, globalmente, el 56 % de los ciudadanos se consideran preocupados sobre la dificultad para distinguir las noticias reales de las falsas en internet, y este porcentaje aumenta notablemente en aquellos países donde el uso de los medios sociales es alto y las fuentes de información tradicionales están menos extendidas, y también en aquellos muy polarizados políticamente.

Dentro del uso actual de la información para hacer daño o manipular a través de medios digitales, existe un campo que apunta en exclusiva a las mujeres. La denominada desinformación de género es la difusión de información engañosa o imprecisa para perjudicar la reputación de mujeres que han destacado en el campo de la política, de los medios de comunicación o de cualquier otro lugar de la esfera pública, trazando una narrativa basada en la misoginia y en los estereotipos de género. Por una parte, persigue alterar la percepción pública sobre la persona en cuestión –generalmente con fines políticos a corto plazo-, y, por otra, desincentivar la aspiración de las mujeres de acceder a puestos de liderazgo y responsabilidad dentro de la sociedad.

La cantidad de ataques contra mujeres en el mundo de la política a través de la desinformación es desproporcionada, comparada con el volumen de los que se dirigen hacia figuras públicas masculinas. El objetivo abiertamente sexista de estas acciones es presentar a los cargos públicos femeninos como poco fiables, sin la inteligencia necesaria para asumir la responsabilidad que reciben, o demasiado emocionales o libidinosas como para ocupar puestos relevantes. Un estudio llevado a cabo con la inteligencia artificial de la empresa Marvelous AI en las elecciones primarias previas a la campaña presidencial de 2020 en EE.UU. concluyó que las cuentas en medios sociales de menor credibilidad –incluyendo bots y trolls– se cebaron con ataques a las candidatas del Partido Demócrata en una tasa mucho más elevada que con sus colegas masculinos, y, además, se trataba de acometidas más concentradas en la persona que en las ideas políticas. Por ejemplo, la narrativa en torno a la actual vicepresidenta del país, Kamala Harris, giraba en torno a sus antecedentes penales y a que su carrera profesional había sido propulsada gracias a los favores de hombres poderosos.

Expulsar a la mujer de la arena política es un primer paso dentro de una estrategia mucho más ambiciosa tendente a erosionar el sistema democrático y los derechos humanos. De hecho, la desinformación de género es una de las armas preferidas de la que ha sido denominada “nueva ola de líderes autoritarios” que recorre el mundo, y en la que estarían incluidas figuras como las de Vladimir Putin en Rusia, Rodrigo Duterte en Filipinas, Viktor Orban en Hungría, o Recep Tayyip Erdogan en Turquía, entre otros. Todos tienen en común una abierta política antiliberal, el ataque indiscriminado a la mujer en la política y la oposición frontal al feminismo.

En última instancia, los regímenes autoritarios, al minar los derechos de las mujeres, conspiran por acabar con los derechos individuales de toda la sociedad. Para el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, “la corrosión de los derechos humanos de la mujer es la prueba de fuego para el nivel de derechos humanos de toda la sociedad”.

 

 

lunes, 9 de mayo de 2022

Robots sociales para el trastorno del espectro autista

 


Desde hace más de dos décadas, la informática lleva siendo un fiel aliado de las personas con discapacidad, suministrando medios para que puedan superar las barreras de comunicación o apoyando el aprendizaje mediante software especializado y ayudas técnicas. Ya a principios de este siglo empezaron a proliferar herramientas basadas en la conversión de texto a voz y viceversa, y en sistemas de comunicación no vocal aumentativos -como Bliss o SPC-, que pusieron en evidencia la gran capacidad que tiene la tecnología digital de apoyar la calidad de vida de las personas con diversidad funcional.

En los últimos tiempos han surgido numerosos estudios y experiencias que ponen el foco en el uso de robots inteligentes para apoyar el desarrollo y la educación de los niños con autismo, dado que estos dispositivos parecen despertar su interés y el deseo de interactuar con ellos. Se trata de sistemas programados para llevar a cabo interacciones muy predecibles y uniformes, algo que hace sentir cómoda a la persona con este tipo de trastorno a la hora de relacionarse con la máquina. Los investigadores en este campo parten de la base de que los niños con TEA (trastorno del espectro autista) no soportan lo que es impredecible –de hecho, les aterra-, y, precisamente, los robots manifiestan un comportamiento repetitivo y mínimamente expresivo, creando de esta manera un entorno predecible en el que se sienten más a gusto.

Desde el trabajo pionero de Kerstin Dautenhahn en el proyecto AURORA (AUtonomous RObotic platform as a Remedial tool for children with Autism) en la década de 1990, se han ido sucediendo experiencias relacionadas con la aplicación de la robótica al desarrollo y el aprendizaje de niños que padecen trastorno de espectro del autismo. La sofisticación que han alcanzado las máquinas actuales permite que se adapten a la forma individual de aprendizaje de cada alumno. En general, el uso de robots está demostrando ser un recurso muy útil de cara al desarrollo de habilidades sociales y de comunicación.

Un equipo de investigadores de la Universidad Tecnológica de Chipre utilizó al robot humanoide NAO en la terapia llevada a cabo con un niño de diez años con TEA. En cada sesión, el androide invitaba al menor a identificar animales de una baraja, celebrando alegremente si acertaba y corrigiéndole si fallaba. El resultado de la experiencia es que Joe –seudónimo del niño- cada vez se mostraba más independiente e iniciaba proactivamente la sesión con NAO, dirigiéndole la mirada y expresándole afecto.

Otro equipo de la Universidad de Yale dirigido por Brian Scassellati llevó a cabo en 2018 un experimento robótico destinado a desarrollar el contacto visual y otros comportamientos sociales en doce niños y niñas autistas de edades comprendidas entre los 6 y los 12 años, en el que participaron con sus familias en sesiones de cuentacuentos y juegos interactivos. El objetivo era que los adquiriesen habilidades sociales, como la comprensión emocional, el respetar los turnos y el ver las cosas desde la perspectiva de otros. En este caso, el robot se alejaba bastante del modelo humano y asemejaba un flexo de sobremesa con dos luces azules a modo de ojos.

Un tercer ejemplo de esta línea de trabajo ha sido llevado a cabo en la Universidad del Sur de California y se basa en la creación de un algoritmo de inteligencia artificial –Kiwi- capaz de identificar cuándo el niño autista necesita ayuda. El robot en cuestión adquirió la forma de un ave de rostro simpático que iba guiando a los participantes trabajar con una tableta en un juego matemático. La tableta iba grabando vídeos de los niños que sirvieron para entrenar al algoritmo de forma que pudiese identificar cuándo el alumno estaba prestando atención. El experimento pretendía medir en qué medida Kiwi conseguía mantener la atención del menor con TEA, y el resultado fue que, cuando el robot había hablado en el minuto previo al inicio de la actividad, los niños prestaban atención alrededor del 70% del tiempo, mientras que, si había estado en silencio, ese porcentaje descendía a menos del 50%.

Un último caso de especial interés, por tener su origen en España, es el de la empresa de Elche Aisoy Robotics, que inventó y lanzó al mercado un robot social capaz de reconocer a la persona con la que interactúa y simular emociones. Aunque en principio no había sido diseñado para ayudar a niños con TEA, un estudio del MIT sobre robótica y autismo utilizó, entre otros, el modelo Aisoy 1. La publicación de este trabajo científico llegó a manos de una enfermera de Kansas, madre de un niño autista, que se puso en contacto con la empresa alicantina para solicitar uno de sus productos. Su hijo Juan, que no respondía a ninguna terapia convencional, comenzó a trabajar con el robot español (que habla cuatro idiomas), y empezó a adquirir un vocabulario básico, todo un logro puesto que hasta entonces su comunicación había sido no verbal. Por supuesto que Lisa, que así se llamaba la enfermera, podría haber adquirido cualquier otro robot del mercado, pero la diferencia de precio era notable (un modelo japonés NAO costaba alrededor de 9 000 euros frente a los 265 del Aisoy), y, además, el español era fácilmente programable, de forma que ella lo pudo hacer sola con el apoyo del equipo de Aisoy Robotics.

lunes, 4 de abril de 2022

Adiós a la oficina tradicional: los modelos de trabajo híbridos

 



El año 2020 impuso un abrupto cambio en la forma de trabajar de una parte importante de la población ocupada del mundo. Todo aquel que pudo por las características de su empleo adoptó el trabajo en remoto desde el confinamiento de su domicilio, y, una vez que se inició la desescalada, numerosas empresas optaron por el formato combinado de asistencia presencial y teletrabajo, mientras las condiciones sanitarias no podían garantizar la seguridad absoluta para los empleados.

A primera vista, podría parecer que la nueva normalidad nos devolverá a las oficinas y al trabajo completamente presencial, pero cada vez se alzan más opiniones en contra de este planteamiento, de forma que todo apunta a que nada volverá a ser ya como antes. En los últimos meses, tanto empleados como empleadores han podido descubrir las ventajas del trabajo a distancia, y es muy posible que, a partir de ahora, esta modalidad esté mucho más extendida en nuestra sociedad.

Esto no implica que las oficinas tiendan a desaparecer y que todo el mundo vaya a acabar trabajando en su casa. El modelo más en boga entre las empresas es el del denominado “trabajo híbrido”, que implica que trabajador realiza parte de su jornada en las dependencias de la compañía y la otra parte fuera de allí, de forma deslocalizada. Es decir, combinar la presencialidad con el trabajo en remoto. Si bien el magno experimento laboral que tuvo lugar hace ya dos años ha demostrado las virtudes del teletrabajo, en los departamentos de recursos humanos de las organizaciones causan no poca preocupación temas como la posible pérdida de compromiso del empleado trabajando en remoto con la marca, o la ausencia de esa “gestión del conocimiento de pasillo” que surge de compartir un espacio de trabajo con otros compañeros.

El futuro inmediato es híbrido. McKinsey Global Institute predice que entre el 20% y el 25% de los trabajadores de las economías avanzadas continuará trabajando de forma híbrida -quedándose en casa entre tres y cinco días a la semana-, una proporción entre cuatro y cinco veces la que había antes de la pandemia.

A pesar de sus evidentes ventajas, también se alzan voces anunciando los peligros que entraña el formato basado en el teletrabajo parcial. Por un lado, los empleados más ausentes de la oficina, es decir, aquellos con modalidades que impliquen más cantidad de trabajo en remoto pueden llegar a hacerse menos visibles que los otros, y quedar relegados a la hora de promocionar o recibir reconocimientos.

Igualmente, y relacionado con lo anterior, el trabajo híbrido puede ampliar las brechas de género dentro de las empresas, puesto que las mujeres jóvenes con hijos pequeños tenderán a solicitar más horas de teletrabajo que sus compañeros masculinos. Este factor puede frenar sus carreras profesionales convirtiéndolas en invisibles frente a otros empleados y empleadas que opten por una mayor presencialidad.

Existen otros temas relacionados con asuntos materiales, como el poder garantizar a cada empleado un puesto en la oficina cada vez que viene, dado que ya no habrá, por norma general, sitios fijos como antaño, o la financiación del coste que asumen los teletrabajadores para poder disponer de las condiciones adecuadas en su domicilio, algo que, según la nueva ley sobre teletrabajo, debería asumir el empleador. El tiempo dirá cómo se van resolviendo estas cuestiones de forma satisfactoria para todos.

Con todo, es más que probable que las oficinas que conozcamos a finales de esta década que empieza se parezcan muy poco a las que dejamos atrás en la pasada, con sus grandes praderas de mesas de trabajo, y los puestos fijos en los que nos sentábamos día tras día, decorados con objetos personales y las fotos de la familia.

Foto de fauxels en Pexels

 

 
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