lunes, 25 de marzo de 2024

Radiografía del internauta español

 


Un año más la Asociación para la Investigación de los Medios de Comunicación (AIMC) ofrece los resultados de su encuesta realizada a usuarios de internet, un documento que constituye una verdadera instantánea sobre el grado de digitalización de la sociedad española y acerca de cómo usamos la tecnología en este país.

Una de las primeras conclusiones de la consulta es que el teléfono móvil es el principal dispositivo que utilizamos para conectarnos a internet, casi el 92% de la muestra lo usa, frente al ordenador portátil (68%) y el de sobremesa (48%). Resulta curioso que el altavoz inteligente, a pesar de aumentar en número de usuarios respecto de años anteriores, no se ha convertido ni mucho menos en el boom previsto cuando se inició su comercialización. En el 2020, lo utilizaba el 12% de los internautas y cuatro años después apenas el 16%.

El móvil vuelve a ser el rey en el ámbito del consumo audiovisual pues el 59,8% de internautas lo hace a través de este dispositivo, mientras que el 53% a través del televisor inteligente y el 33% del ordenador.

Otro dato interesante es que en torno al 67% de la sociedad española pasa más de dos horas en el medio digital, y el 85% está por lo menos una hora al día. El 25% de la muestra pasa más de cuatro horas conectado a internet a través del ordenador frente al 18% que lo hace a través del móvil. En el otro extremo, la tableta y la videoconsola son menos utilizados: en el primer caso, sólo el 10% pasa más de dos horas conectado a redes a través de ese dispositivo, y únicamente el 9% lo hace con el segundo.

El servicio de audio más utilizado es el escuchar música a la carta (50,6%), que supera ya a escuchar la radio en directo (46,7%). La plataforma más popular es Spotify, a la que se conecta el 80% de la muestra, seguida de Amazon Music (28,7%) y YouTube Music (25,7%).

La tecnología inalámbrica 5G da muestras de implantarse a buen paso en nuestro país. Mientras que en 2020 solamente el 10% de los encuestados la tenían en su teléfono móvil, la cifra que arroja este informe es ya del 58,5%.

La inteligencia artificial se ha convertido en un concepto de moda gracias a la popularidad de herramientas como ChatGPT, y, de hecho, el 96% de los españoles ha oído hablar de ella, aunque el 22% no tiene muy claro qué es exactamente. Casi la mitad de la muestra ha utilizado la inteligencia artificial en el último año, especialmente las aplicaciones relacionadas con el lenguaje (texto y chatbots), el 95,5%, y los productos de la empresa OpenAI, el 73,5% de los encuestados. Aunque el 50% de aquellos que utilizan esta tecnología se muestran satisfechos, resulta notable que el 39% de los que han oído hablar de ella considera que sus riesgos son mayores que los beneficios que aporta. El 76% de la muestra opina que debería poder identificarse todo aquello que se realiza con inteligencia artificial, y un 74% piensa que evoluciona más rápido de lo que la sociedad puede asimilar. De hecho, más de la mitad de encuestados cree que no debería seguir desarrollándose hasta que esté debidamente regulada.

Las compras por internet son una actividad ampliamente difundida, y el 96% de encuestados ha realizado alguna adquisición en el último año por este medio. La ropa y los complementos encabezan la lista de productos (58,5%), seguidos de la electrónica (45,5%) y de los alojamientos turísticos (43,6%). Las finanzas de los españoles son también cada vez más digitales: el 78% ha realizado una transferencia por medios como Bizum en el último mes, mientras que en 2019 esta cifra era apenas del 37%. Por otro lado, el 53% de la muestra utiliza el teléfono móvil como tarjeta de crédito (NFC).

Al hablar de la percepción que tiene de internet el usuario, el 68% considera que ofrece demasiada publicidad. La siguiente preocupación en importancia es la relacionada con la seguridad (52%) y luego la privacidad y la falta de confidencialidad de las redes (40,2%). Por otra parte, el 85,2% de los internautas considera que la desinformación es un problema grave, y el 68% se confiesa molesto con los avisos de cookies que aparecen al entrar en una web.

Resulta significativo el temor por la vigilancia digital que presentan los usuarios. El 71% de los encuestados se siente vigilado en internet, el 63% tiene la sensación de que su smartphone escucha sus conversaciones, y, por último, hasta el 78% manifiesta preocupación porque las empresas y los gobiernos controlen su actividad en el ciberespacio.

 

 

 

 

martes, 12 de marzo de 2024

¿Llega un nuevo invierno de la inteligencia artificial?

 


La inteligencia artificial ha pasado de ser una tecnología de moda a convertirse en el centro de atención mediática por su capacidad para generar sorpresa. La velocidad a la que se han ido sucediendo los avances en este terreno en poco tiempo y los impactantes resultados obtenidos generan tanta expectación como preocupación, tanto por su poder disruptivo en la mayoría de las actividades económicas, como por los posibles efectos negativos que puede tener su mal uso. La popularidad adquirida en los últimos dos años por los modelos amplios de lenguaje (large language models), como ChatGPT de OpenAI o Gemini de Google, ha puesto en manos de cualquiera la posibilidad de crear contenido (texto, imagen o vídeo) con estas potentes herramientas, sin necesidad de poseer conocimientos técnicos.

Todo parece indicar que estamos ante una revolución tecnológica sin precedentes. El propio Bill Gates, fundador de Microsoft y uno de los grandes gurús de la era digital, comparaba hace unos días el desarrollo de la inteligencia artificial con hitos fundamentales de la historia de la innovación, como la creación del microprocesador, el ordenador personal, internet y el teléfono móvil. Todos ellos transformaron los cimientos de las vidas de las personas, contribuyendo a cambiar la economía y la sociedad, y todo parece indicar que la línea principal de investigación en inteligencia artificial -basada en el aprendizaje automático y las redes neuronales- va a producir un terremoto similar al que trajeron consigo esos avances.

A pesar del convencimiento generalizado sobre el descomunal potencial de crecimiento a medio plazo de estas tecnologías, hay voces que predicen que, por el contrario, esta época dorada iniciada hace poco más de un decenio podría estar tocando techo, de manera que entraríamos en otro “invierno de la inteligencia artificial”, como los que tuvieron lugar en el pasado.

No nos engañemos, aunque solamente llevamos oyendo hablar de máquinas que ganan a campeones de ajedrez, chatbots, vehículos autónomos y asistentes personales desde mediados de la pasada década, estamos ante una disciplina cuyos orígenes teóricos se remontan a la década de los años cincuenta del siglo XX, con los trabajos de Alan Turing, John McCarthy, Marvin Misky y Claude Shannon, entre muchos otros. La historia de la inteligencia artificial ha experimentado crisis cíclicas, en las que ha cundido el desánimo por el fracaso de los avances o el incumplimiento de las expectativas depositadas, y la financiación de la investigación se ha visto frenada ante las dificultades para rentabilizar las cuantiosas inversiones realizadas. Es lo que ha venido a denominarse “inviernos de la inteligencia artificial”, momentos de parón en la investigación y desarrollo, como los que tuvieron lugar entre 1974 y 1980, o el iniciado a principios de la década de los 90.

¿Cuáles son las principales limitaciones y obstáculos que puede encontrar actualmente el desarrollo de la inteligencia artificial? En el caso general del aprendizaje automático y el aprendizaje profundo, que son las ramas de la inteligencia artificial en los que está basado el boom de los últimos años, el principal problema es que están basadas en el big data, es decir, se trata de algoritmos devoradores de datos, que utilizan para generar patrones, pero, ante situaciones donde los datos no están disponibles o resultan difíciles de conseguir en grandes cantidades, el aprendizaje profundo puede no resultar la mejor solución. Por otro lado, el uso de estos sistemas puede atentar contra los derechos individuales de las personas, en términos de privacidad e intimidad.

Además, en el estado actual de desarrollo, esta tecnología no es capaz de distinguir claramente causalidad y correlación. Puede identificar que existe una relación entre el suceso A y el B, pero no suele poder establecer si hay una relación causal entre ambos. Una de las principales críticas que reciben estos sistemas es que no entienden el mundo que les rodea, como ha demostrado hace poco la herramienta Gemini de Google que, al pedírsele que generara imágenes de soldados alemanes de 1943, ofreció un catálogo compuesto por mujeres asiáticas y hombres negros, se conoce que en un intento de garantizar un equilibrio étnico dentro de las fuerzas de Tercer Reich. Algo parecido le ocurrió al crear imágenes de vikingos del siglo XII.

Algunos expertos consideran que el aprendizaje automático debería ser combinado con otras técnicas de la inteligencia artificial para poder seguir avanzando satisfactoriamente.

En el caso concreto de la inteligencia artificial generativa, es decir, la que se utiliza para crear contenidos como textos, imágenes, vídeos o líneas de código de programación, a las limitaciones anteriores se suman otras de distinto índole. Por una parte, el propio funcionamiento de los algoritmos con frecuencia ofrece malos resultados, lo que se denomina “alucinaciones”, como lo que hemos visto de Gemini un poco más arriba, lo que pone en cuestión su fiabilidad. Por otra, no existe un modelo sólido de negocio en empresas como OpenAI y, teniendo en cuenta lo costoso que supone desarrollar y mantener sistemas como ChatGPT-4, la falta de recursos financieros se puede convertir en un cuello de botella para seguir adelante.

A lo anterior hay que sumarle que los modelos amplios de lenguaje se nutren mayormente de información y contenidos procedentes de internet para realizar sus creaciones, contenidos que en su gran mayoría están sujetos a derechos de autor. El director de Open AI, Sam Altman, llegó a afirmar en enero que sería imposible entrenar a los modelos actuales de inteligencia artificial sin violar los derechos de autor, pero ¿serían rentables sus aplicaciones si tuviese que pagar por ellos? 

Una última cuestión es la relativa al impacto ambiental de los sistemas de inteligencia artificial, cuya huella de carbono derivada de las emisiones de gases efecto invernadero por la cantidad de energía que demandan es creciente, a medida que se hacen más complejos y sofisticados. Se ha llegado a calcular que entrenar a un solo modelo de inteligencia artificial produce una huella de carbono superior a las de cinco automóviles durante toda su vida útil.

¿Estaremos ante un nuevo invierno de la inteligencia artificial? Por si acaso, vayan cogiendo ropa de abrigo.

 

 

 

 

 

 
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