jueves, 27 de enero de 2022

Ciudades inteligentes frente a las pandemias


 La pandemia ha transformado el mundo en que vivíamos. Numerosos sectores han visto anulada su actividad por el cierre de fronteras y los confinamientos, como es el caso del transporte de viajeros y del turismo; las cadenas globales de producción se han visto desmanteladas, y en la esfera local, todos los negocios están sufriendo el rigor de las medidas diseñadas para frenar la expansión del virus, mientras que las vidas de los ciudadanos han cambiado completamente. De hecho, las ciudades trastocaron de un día a otro su fisonomía convirtiéndose en escenarios desoladores al reducirse la circulación y el control de flujos de personas para promover el distanciamiento social, al cerrar o disminuir los aforos en espacios públicos, comercios y hostelería, y al minimizar la actividad del transporte público.

A medida que la COVID-19 se fue expandiendo por el mundo, las grandes ciudades se convirtieron en epicentros nacionales de la pandemia (Naciones Unidas calculó en julio de 2020 que concentraban en torno al 90% de los casos), dado que su alta densidad de población y gran movilidad de personas amplifican la difusión y la transmisión de la enfermedad. Como destaca la Organización Mundial de la Salud, los gobiernos regionales y locales son fundamentales de cara a hacerle frente y dar una respuesta, puesto que tienen un contacto directo con las comunidades a las que representan, y están en muy buena posición para ofrecer apoyo a la población y ejercer el liderazgo necesario para dirigir las estrategias y acciones a implementar.

Las urbes han sido especialmente golpeadas por la COVID-19, tanto desde el punto de vista social, como desde del económico. Dentro de este nuevo escenario, los núcleos urbanos deben desarrollar la capacidad para poder predecir alertas antes de que se produzcan, y para poder responder efectivamente ante las crisis, así como de desarrollar la resiliencia que les permita seguir funcionando y prestando servicios al ciudadano en medio de una emergencia global. En este marco, la rápida gestión de la mayor parte posible de información relevante se convierte en una herramienta imprescindible, y, por ello, resulta decisivo el papel que pueden jugar las tecnologías digitales, como el internet de las cosas, el big data y la inteligencia artificial. En suma, cobra una mayor relevancia, si cabe, el concepto de inteligencia aplicada a los núcleos urbanos, que es lo que se conoce como smart city.

Tradicionalmente, smart city ha sido un tema de moda, algo innovador para vender en términos de comunicación por parte de los poderes públicos locales. Sin embargo, la inteligencia poco a poco va penetrando en el funcionamiento de las urbes, y cada vez existen más ejemplos de programas y proyectos de colaboración entre el sector público y las empresas privadas en este sentido. La COVID-19 ha traído cambios en este planteamiento, y ha obligado a redefinir las plataformas digitales existentes para la gestión urbana, trayendo consigo nuevas formas interactuar, compartir, comprometer al ciudadano y tomar decisiones.

La paralización que han conocido las ciudades de todo el mundo por culpa de la COVID-19 ofrece una serie de enseñanzas que pueden ayudar a salir de la presente crisis y a enfrentar las que surjan en el futuro. La OCDE ofrece en este sentido una serie de consejos de política para construir mejores ciudades, que parten de principios como la inclusividad, garantizando oportunidades para todos, la sostenibilidad ecológica, que conlleve una transición a una economía limpia, y el impulso de las smart cities, como una forma de poner la innovación al servicio del ciudadano y reforzar su bienestar. En este último aspecto, la OCDE recomienda a los poderes públicos:

  • Garantizar la inclusividad y sostenibilidad de la nueva tecnología aplicada al transporte público (por ejemplo, las apps de transporte como servicio), de forma que no excluyan a ningún colectivo, y que en paralelo preserven la privacidad de los ciudadanos protegiendo sus datos personales.
  • Regular adecuadamente las actividades englobadas en la economía colaborativa y gig economy, protegiendo los derechos de los trabajadores y el interés público.
  • Seguir avanzando en la agenda de medición de datos para asegurar el buen funcionamiento de las ciudades inteligentes y su contribución al bienestar de los residentes.
  • Potenciar la digitalización para poder ofrecer servicios públicos locales más eficientes, sostenibles, inclusivos y competitivos, como datos en tiempo real, sistemas de aparcamiento inteligentes, contratos inteligentes, peajes electrónicos para los atascos, etc.
  • Promover infraestructuras para el apoyo de la innovación en las ciudades.

 


miércoles, 12 de enero de 2022

La importancia creciente de la computación en la nube

La pandemia trajo consigo de un día para otro un aumento exponencial en el tráfico de internet. La sustitución del contacto presencial por la videoconferencia llevó a que la plataforma Zoom tuviese más usuarios nuevos en los primeros meses del año que en todo 2019. Nuestro ocio también se trasladó al mundo digital, de forma que plataformas como Netflix, YouTube, Facebook o Disney+ tuvieron que bajar en Europa la calidad de su tráfico de vídeo en streaming para disminuir el estrés que soportaban las redes. De la misma forma, durante la época más intensa de la crisis, las empresas responsables de la plataforma de videojuegos Steam –Sony, Microsoft y Valve- dejaron de realizar actualizaciones de las versiones o lo hacían en horas valle de uso. Y es que, de acuerdo con Sandvine, el tráfico dedicado al vídeo, a los juegos y a medios sociales supone el 80% del tráfico total de internet.

Hacer frente a este crecimiento inesperado e instantáneo de la demanda no hubiera sido posible si no existiesen por todo el mundo los grandes centros de computación que configuran la denominada nube. Las últimas dos décadas han visto como numerosos agentes han invertido en la generación de estas infraestructuras para el almacenamiento y la gestión del tráfico masivo de datos, tanto operadores de telecomunicaciones, como empresas que necesitan un soporte sólido y potente para poder realizar su oferta de valor, como Amazon en el comercio electrónico, Netflix en los contenidos, o Dropbox, que ofrece servicios de almacenamiento. De esta manera, se ha producido lo que algunos llaman la industrialización de internet, es decir, la transformación de aquella red de redes incipiente de los años noventa –más dependiente del impulso de las universidades y de organizaciones filantrópicas- en un poderoso medio para el negocio digital, en cualquiera de sus vertientes.

La COVID-19 ha impulsado las intenciones de las compañías de todo el mundo de subirse al cloud. Factores como el teletrabajo, el mayor volumen de comunicaciones digitales o la automatización de los procesos corporativos han puesto en evidencia que las empresas cada vez más necesitan articular su actividad en plataformas que, además de fiables, ofrezcan flexibilidad y un potencial de escalabilidad. El paradigma son las firmas tecnológicas, que han demostrado la importancia de la nube para que un modelo de negocio digital pueda adaptarse sin traumas a cambios súbitos y significativos en la demanda.

Actualmente existe una parte importante de las empresas que hacen uso de sus propias instalaciones de tecnología y son propietarias de sus centros de procesamiento de datos (CPD). Sin embargo, diversas razones aconsejan el trasladar el CPD a la nube. Por una parte, las organizaciones se enfrentan actualmente a una complejidad tecnológica creciente, difícil de seguir sin grandes inversiones por un CPD local. Por el contrario, los servicios de cloud computing le ofrecen a la empresa una flexibilidad para adaptarse a necesidades de procesamiento o almacenamiento de datos cambiantes, sin un coste económico excesivo.

Precisamente, el coste es otra razón para apostar por la nube. Un CPD local debe ser financiado íntegramente por la empresa, tanto los equipos y el software instalados inicialmente, como las actualizaciones y ampliaciones permanentes. En cambio, un centro alojado en el servidor de un proveedor cloud le evita a la compañía la inversión inicial, y solamente pagará por los servicios que consume, desentendiéndose además de la necesidad de estar actualizando constantemente su propia plataforma con la última tecnología del mercado.

Foto de Shawn Stutzman en Pexels

 
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