lunes, 24 de octubre de 2022

La transformación digital deja atrás a los mayores

 


Que la sociedad española ha resultado digitalizada, especialmente a lo largo de la última década, es algo que ya ha quedado patente. No obstante, los distintos indicadores y fuentes estadísticas también reflejan que existe una parte de la población española que se va quedando atrás, que, por distintos motivos y circunstancias, no es capaz de aprovechar las oportunidades que ofrecen las tecnologías digitales para mejorar el bienestar.

No se trata de un problema de acceso, pues nuestro país cuenta con una cobertura de banda ancha fija y móvil de todo el territorio, y las comunicaciones ultrarrápidas a través de fibra óptica van gradualmente llegando a todo tipo de localidades. De hecho, de acuerdo con los datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2021 el 95,9% de los hogares españoles dispone de conexión de banda ancha. El origen de las brechas digitales está en la falta de capacidad o experiencia en el uso de internet que presentan determinados colectivos vulnerables, como pueden ser las personas mayores, los jóvenes de baja cualificación o las personas económicamente desfavorecidas.

La Encuesta sobre equipamiento y uso de tecnologías en los hogares que lleva a cabo regularmente el INE señala que en 2021 el 6% de la población española entre 16 y 74 años no utiliza internet, lo que supone una cifra de más de dos millones de personas. Una de las brechas digitales más evidentes es la relacionada con la edad, puesto que el acceso de las personas mayores a las redes es sensiblemente menor que el de los pertenecientes a franjas de edad más jóvenes. Con todo, el uso del teléfono móvil está prácticamente generalizado, pero al contemplar el uso de internet se aprecian las diferencias de edad más notables a partir de la población de más de 55 años, y especialmente, de los 65 en adelante -el INE cuantifica en 4 700 273 el colectivo de personas entre 65 y 74 años-, donde apenas un 70% de la población hace uso de internet, y tan solo la mitad se conecta diariamente.

Una de las consecuencias más graves de la falta de cultura tecnológica de la población mayor está relacionada con la acelerada digitalización del sector bancario y la progresiva desaparición tanto de sucursales de atención al público como de cajeros automáticos, lo que puede poner en situación de riesgo de exclusión financiera a este colectivo, al no poder acceder a los servicios bancarios más básicos. Entre 2008 y 2021, en España el número de sucursales bancarias se ha reducido de 45.707 oficinas a 21.612, en un proceso que sigue en marcha. De acuerdo con los datos de la encuesta llevada a cabo por el INE, tan solo un 38,2% de la población entre 65 y 74 años es capaz de realizar operaciones bancarias por internet.

Es evidente que la falta de competencias básicas digitales es más acusada entre la población de mayor edad. Entre los mayores de 65 años, algo más de la tercera parte sabe realizar alguna de las tareas más elementales, como copiar o mover ficheros o descargar aplicaciones, y menos de la quinta parte sabe cambiar la configuración de un programa o de un dispositivo.

La edad condiciona el uso que hacen las personas de la tecnología. De esta manera, mientras que en torno al 90% de los españoles de entre 16 y 44 años hacen un uso regular del correo electrónico, tan solo el 44,9% de los mayores de 65 lo utilizan. La mensajería instantánea, como por ejemplo WhatsApp, es la utilidad de internet más utilizada por los mayores, un 67% hace un uso regular de ella. Por otro lado, el 52,3% lee periódicos o revistas online frente al más del 80% de la población de entre 25 y 54 años. Finalmente, tan solo el 30% de los mayores de 65 es capaz de concertar una cita médica vía internet.

La conclusión de este análisis es que existe una gran cantidad de la ciudadanía española susceptible de quedar fuera del proceso de transformación digital, y, en consecuencia, de sufrir exclusión social al no poder realizar las actividades más básicas a través de medios tecnológicos, cosas como realizar operaciones bancarias o solicitar la consulta con un médico. Urge, por tanto, acompañar las políticas de digitalización con medidas tendentes a alfabetizar digitalmente a los colectivos que se muestran más vulnerables en este sentido.

lunes, 3 de octubre de 2022

El mercado de trabajo se transforma

 


El mercado de trabajo está experimentando una profunda transformación estructural, que la pandemia no ha hecho sino acelerar. La estructura económica de las naciones ha ido evolucionando desde el final del siglo XX hacia una digitalización progresiva de todos los sectores de actividad. Ya no tiene tanto sentido utilizar expresiones como sector TIC, puesto que la informática y las telecomunicaciones están presentes en mayor o menor medida en todos los entornos de producción de bienes y servicios. Lo digital se ha convertido en transversal. La consecuencia directa para el mundo laboral es que, a la vez que crece la demanda de nuevos perfiles profesionales que no encuentran oferta suficiente para cubrir las necesidades, asistimos a la destrucción de empleo en actividades que han sido automatizadas, o que, sencillamente, ya no tienen razón de ser en el escenario emergente.

Aparte de los efectos más que evidentes derivados de la introducción de tecnología, el mercado parece reflejar el impacto de la crisis de abastecimiento que ha traído consigo la guerra de Ucrania, que vino a sumarse al cierre de fronteras y la ruptura de las cadenas de producción internacionales que dejó tras de sí la pandemia. Hay sectores económicos tradicionales, como pueden ser el transporte por carretera o la construcción, que se ven incapaces de encontrar mano de obra para cubrir sus necesidades actuales. En paralelo, la tasa de paro juvenil se sitúa alrededor del 40% de población activa menor de 24 años. Nos enfrentamos a un claro desajuste entre la oferta y la demanda en el mercado de trabajo, pero todavía no está claro si se trata de un fenómeno coyuntural derivado de la crisis, o si, por el contrario, es el rasgo de un cambio más profundo.

Las tendencias no están nada claras. Por ejemplo, Mckinsey Global Institute predice que, una vez que la economía se recupere, Europa puede sufrir una carencia de trabajadores cualificados, a pesar de la ola creciente de automatización. La causa de ello la atribuye al envejecimiento de los habitantes del continente, que implica que para 2030 la población en edad de trabajar se habrá reducido un 4%, en torno a 13 millones y medio de personas, provocando una contracción significativa de la oferta laboral. Y, de plasmarse la tendencia de acortar de la semana laboral, dicha oferta podría contraerse un 2% más.

La transformación del entorno laboral derivada de la automatización afectará de alguna forma o de otra a los 235 millones de trabajadores europeos que existen en la actualidad, según McKinsey. De acuerdo con esta predicción, más de 90 millones deberán desarrollar nuevas habilidades dentro de su profesión, acordes con la tecnología digital, mientras que 21 millones directamente tendrán que cambiar de ocupación, al desaparecer la suya actual. La visión más optimista de esta tendencia es que el trabajador se verá liberado de realizar las tareas más repetitivas y mecánicas, para dedicarse a otras más creativas y estimulantes.

Otra consecuencia de este proceso de cambio será el movimiento de mano de obra de regiones en declive a los polos de desarrollo europeos, a lo largo de esta década. Mckinsey estima que el 30% de la población europea vive en regiones en declive económico, bien porque su estructura productiva esté basada en la industria tradicional poco innovadora o en la agricultura, bien porque se trata de zonas dependientes del sector público, o, también, porque presentan bajos niveles de formación de la población activa y altas tasas de desempleo. En el lado opuesto, identifica varios tipos de núcleos europeos que se caracterizan por si dinamismo económico, y por atraer inversión y mano de obra muy especializada, que son clasificados como megaciudades (París, Londres) y superstar hubs, que son ciudades que han manifestado un importante crecimiento económico y de población (Amsterdam, Munich o Madrid, entre otras).

 

 
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