So he tells all his problems to his friends and relations,
exposes his neuroses to their view.
They accept as fact every masochistic mumble of his act—
how could they know what was false and what was true?
Masks. Peter Hamill
Una mañana de 1935 un adolescente estadounidense llamado Lito se voló la tapa de los sesos en un parque en la más completa soledad. No dejó notas ni mensajes que justificasen su decisión, pero se piensa que no pudo sufrir por más tiempo el acoso que experimentaba en su centro de estudios por preferir la compañía de las alumnas antes que la de los varones.
En 2012, otro adolescente llamado Jamey se ahorcó en su casa de la ciudad de Buffalo a causa también de las burlas que sufría por parte de sus compañeros de estudios por sus tendencias homosexuales. El final de ambos es parecido, sin embargo Jamey antes de morir explicó en Facebook, en su blog y a través de un vídeo colgado en YouTube por qué iba a cometer tan fatal acción. Además, le envío un tuit de despedida a su idolatrada Lady Gaga, hecho que conmovió de tal manera a la artista que le dedicó una canción al difunto en un concierto celebrado en Las Vegas. La principal diferencia entre ambos chavales es que Jamey vivió en la sociedad digital que le permitió convertir su dolor en un espectáculo público.
La gran diferencia con épocas pasadas es que con el advenimiento de la era de Internet ya no solo podemos ser testigos, sino también protagonistas del sufrimiento propio y ajeno, como afirma la investigadora mexicana Rosalía Winocur en su artículo Sufrimiento y performance en las redes sociales que aparece publicado en el número 93 de la revista TELOS. Los blogs y las redes sociales, especialmente Facebook y Twitter, recogen con frecuencia los síntomas del malestar de los usuarios, tanto las pequeñas miserias cotidianas como el dolor más profundo y trascendental.
La autora establece un paralelismo entre la función que cumplía la literatura en el mundo predigital como vehículo para expresar las distintas dimensiones del sufrimiento humano y los medios sociales actuales que de alguna forma han democratizado, acercándola a todo el mundo, la función de expresar el dolor individual que antaño desempeñaba el escritor profesional:
“La Red habilitó un espacio para que cualquier sujeto que lea y escriba y tenga acceso a Internet, pueda comunicar, exorcizar y ventilar el sufrimiento cotidiano desde su propia perspectiva de hombres y mujeres comunes y corrientes que hablan sin giros literarios ni eufemismos acerca de la experiencia diaria con los pequeños y grandes padecimientos que los atormentan.”
Otro factor que introduce el artículo es el de la fractura que produce la vida en la urbe moderna en las antiguas relaciones de comunidad. En este sentido las redes sociales han satisfecho, si se quiere parcialmente, el ansia de un “vecindario” que arrope la soledad del urbanita del siglo XXI. Se establecen realidades paralelas de vínculos afectivos que nos recuerdan que existimos, que ocupamos un lugar en el universo.
A este respecto, es notable el deseo compulsivo, casi bulímico, de acumular seguidores que manifiesta el internauta medio en las redes, así como su inquietud febril por recibir mensajes y menciones de los demás, como preso solitario de su propio mundo soñado, parafraseando a Walter Pater.
Dos son los perfiles que afloran en este contexto emergente de las relaciones digitales:
La del mirón o voyeur: el observador y consumidor de los contenidos ajenos (fotos, vídeos, vínculos…), que como dice Rosalía Winocur, se comportan como la audiencia de televisión haciendo zapping por los distintos contenidos de las redes, los escrutan, comparten, descargan, comentan… “Calman el impulso voyerista del goce de la mirada”, en palabras del antropólogo Armando Silva:
“Si acaso algún placer nutre esta pulsión será el impulso voyerista; el placer de mirar oculto en el anonimato y gozar en la intimidad los deseos que se fraguan con nuestra descarga afectiva [...]. Por todo ello la vitrina es un espacio de deseos; su composición, el diseño, construye un escenario de posibilidades que sobrepasa lo realmente conseguible. La vitrina por principio psicológico nos muestra más de lo que puede darnos, es decir, vemos más de lo que podemos obtener”
Por otro lado, está el perfil del que se exhibe en las redes en toda su desnudez anímica (fingida o real) convirtiendo su malestar en un espectáculo mediático digital: la performance, como la denomina Winocur, en asociación evidente a las artes dramáticas, y sobre todo, al espectáculo:
“La comunicación del malestar cotidiano o del sufrimiento, ya sea eventual o crónico, en la mayoría de los casos no ofrece detalles sobre los motivos o las circunstancias del mismo. De las frases publicadas, ‘los ajenos' solo podemos estar seguros de que quien las escribió tuvo un mal día, padece un malestar transitorio, una insatisfacción permanente, sufrió una pérdida o está atravesando un episodio amoroso doloroso. Pero lo más importante es que el mensaje no tiene un destinatario claro: pueden ser todos los de la lista de contactos que se comportan como el público del teatro que mira y escucha pero que no se supone que opine ni intervenga (aunque durante el drama, pueden eventualmente aplaudir o abuchear a los actores).”
Aplaudir y abuchear también causa daños personales en las redes sociales; no son pocos los que han sucumbido ante la presión de las críticas o las alabanzas, que en un mundo global como el digital, pueden resultar avasalladoras para una frágil personalidad. Tu yo digital puede acabar por destruir a tu yo ¿real?