La web del futuro próximo ya no
funcionará sobre plataformas digitales de servicios, sino sobre la tecnología
blockchain, una base que garantizará las relaciones directas sin intermediación
entre los usuarios de la red, y traerá condigo la llegada de un internet más
democrático, a juicio de los expertos.
Sir Tim Berners-Lee inventó la
World Wide Web que hoy todos conocemos y usamos hacia 1989, mientras estaba
empleado en el CERN, la Organizacion Europea para la Investigacion Nuclear. Él
solamente buscaba una solución operativa a las limitaciones que encontraba el
intercambio de información entre las distintas áreas de su organización y, por
aquel entonces, no podía ni imaginar que su idea iba a diseñar la forma que ha
tenido internet en los últimos treinta años. La filosofía de la web parecía
destinada a cumplir la utopía de darle una voz a cada habitante del planeta
gracias a su estructura descentralizada y aparentemente democrática.
Un nuevo giro de guion ocurre entre
2008 y 2010, cuando comienza a hablarse de la web social o web 2.0, una evolución
de internet basada en los medios sociales, que convertía a los usuarios
en prosumers, es decir, consumidores y a la vez productores de
información y de contenidos digitales, pues la simplificación de las
herramientas -especialmente blogs y redes sociales- permitían que todo el mundo
pudiese publicar y crear sin conocimientos avanzados de ningún tipo. Sin
embargo, a la hora de la verdad, la experiencia de la web se ha acabado concentrando
a través de unas pocas empresas, que en su mayor parte trafican con los datos
personales de las personas exprimiéndolos en su beneficio y en el de sus
clientes.
En los últimos tiempos hablamos
de que la Web3 va a transformar el marco de relaciones de la red, eliminado el
papel de las plataformas, los servidores y la centralización de autorizaciones
en la gestión de la información que circula por internet y de los flujos de
valor que se generan entre los distintos agentes. Y vuelve el viejo anhelo de
navegar por un internet más libre y participativo, en el que todas las personas
tengan un protagonismo específico y en el que sus manifestaciones digitales no
constituyan materia prima para alimentar algoritmos para la manipulación
comercial o ideológica.
El padre de la criptomoneda Ether
Gavin Wood, acuñó el término Web3 en 2014, y resume su esencia en una frase
sintética: “menor confianza, mayor verdad”. Para él, la
confianza constituye básicamente fe, la creencia ciega de que el mundo va a
funcionar, pero sin una evidencia real o un argumento racional que lo
justifiquen. En sus propias palabras: “la confianza implica que estás
depositando algún tipo de autoridad en otra persona, o en alguna
organización, y ellos pueden hacer uso de esta autoridad de una forma arbitraria”.
Y concluye: “queremos más verdad- a lo que realmente me refiero es a
una razón de más peso para creer que nuestras expectativas se cumplirán”. Y
la tecnología de las cadenas de bloques aporta la verdad que demanda Wood.
El planteamiento de partida de la
Web3 es que los usuarios, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, son
los dueños de sus datos personales, tanto los que definen su identidad, como de
los que generan a través de las interacciones de las redes, y todos ellos
quedarán protegidos en wallets o monederos digitales
personales y anónimos. De esta forma, tanto nuestra información personal -de la
que ahora se benefician empresas como Facebook o Google-, como otros activos
digitales de nuestra propiedad, representados por tokens, están
registrados y protegidos en bloques de blockchain. Cualquier operación que
hagamos con los mismos quedará igualmente registrada y protegida por la cadena
de bloques de posibles alteraciones o manipulaciones. Estamos, por tanto, ante
el surgimiento de nuevos esquemas de relaciones sociales y de negocios en las
redes.