-->Vale, que no somos enviados del Príncipe de las Tinieblas, pero hacía falta utilizar un título impactante, como se hace en el Heavy Metal, y a ritmo de doble bombo. A menudo me pregunto si esto del community management es una profesión como otra cualquiera, que es como lo veo yo, o una forma de vida, como nos lo venden los iluminados, que implica estar a todas horas pegado a Twitter y a los blogs más punteros para ser el primero en enterarse de la última tecnopollez que los hados 2.0 han tenido a bien poner en manos de la humanidad. Y dándole vueltas y más vueltas, me recuerda este dilema a los grupos de rock denominados satánicos, como fueron Black Sabbath, los más originales del género.
En su magnífico documental “Metal: A Headbanger´s Journey” (2005), Sam Dunn analiza desde una perspectiva antropológica el fenómeno del heavy, desbrozando cada uno de los rasgos característicos del movimiento musical. Cuando llega al epígrafe del satanismo y heavy, una asociación más que evidente para todo el que haya contemplado alguna vez las portadas de la sección metalera de cualquier tienda de discos, el espectador se encuentra los testimonios de señores muy elegantes, como Tommy Iommi (Black Sabbath) o Alice Cooper (otro gran siniestro en escena), que viven en grandes mansiones y que juegan al golf, manifestando que todo eso del satanismo asociado a su imagen no es más que marketing y una forma de llamar la atención mediática sobre el grupo. De hecho, y no me acuerdo dónde ni cuándo, tras un concierto de Black Sabbath el grupo se encontró en los pasillos de su hotel con un nutrido grupo de seguidores de Satanás que, con cirios encendidos, habían montado una sentada para homenajear la vena satánica de la banda, y de paso, a su señor Lucifer. La reacción inmediata de Ozzy Osbourne y sus colegas fue meterse en sus respectivas habitaciones y, a la de tres, salir y mear encima de los devotos del maligno, en un acto de chacota más extrema por el lado oscuro.
Y parece que en esto del community management es más importante parecer que ser. No importa lo bien o mal que estés haciéndolo, todo ello por cierto muy discutible, sino que hay que darle a tu perfil un aire de innovador (cuidado con esta palabra), emprendedor (ésta es peor que la anterior) y techie o superfan de la tecnología (ésta es la más jodida). He leído en varios sitios que un Community Manager nunca desconecta, que siempre está al quite, y que su vocación le obliga a estar las 24 horas pendiente de las redes y de la última majadería que pueda sacar Apple en su colmado.
Pero, ¿realmente es necesaria tanta devoción, tanta esclavitud por la causa? Yo francamente creo que no: es una profesión como otra cualquiera, puede que no de 9 to 5, pero tampoco tipo Seven Eleven. Podemos ser techies en nuestra jornada laboral, como otros son satánicos encima de un escenario, pero luego dedicarnos a temas más sanos que dilucidar las virtudes de Android, y no creo que por ello seamos peores profesionales; quizá más oxigenados mentalmente.
Yo personalmente prefiero, en mi tiempo libre, explorar las afinaciones de guitarra de blues en abierto o traducir los 154 sonetos de Shakespeare (vale, esto ha quedado muy pedante), o incluso relacionarme en el mundo real y, por Dios, sin visos de networking (otro palabro 2.0).
A lo mejor tendríamos que salir de nuestras habitaciones y mearnos encima de tanto gurú, que el mundo off line siempre será más interesante que The Matrix.
En su magnífico documental “Metal: A Headbanger´s Journey” (2005), Sam Dunn analiza desde una perspectiva antropológica el fenómeno del heavy, desbrozando cada uno de los rasgos característicos del movimiento musical. Cuando llega al epígrafe del satanismo y heavy, una asociación más que evidente para todo el que haya contemplado alguna vez las portadas de la sección metalera de cualquier tienda de discos, el espectador se encuentra los testimonios de señores muy elegantes, como Tommy Iommi (Black Sabbath) o Alice Cooper (otro gran siniestro en escena), que viven en grandes mansiones y que juegan al golf, manifestando que todo eso del satanismo asociado a su imagen no es más que marketing y una forma de llamar la atención mediática sobre el grupo. De hecho, y no me acuerdo dónde ni cuándo, tras un concierto de Black Sabbath el grupo se encontró en los pasillos de su hotel con un nutrido grupo de seguidores de Satanás que, con cirios encendidos, habían montado una sentada para homenajear la vena satánica de la banda, y de paso, a su señor Lucifer. La reacción inmediata de Ozzy Osbourne y sus colegas fue meterse en sus respectivas habitaciones y, a la de tres, salir y mear encima de los devotos del maligno, en un acto de chacota más extrema por el lado oscuro.
Y parece que en esto del community management es más importante parecer que ser. No importa lo bien o mal que estés haciéndolo, todo ello por cierto muy discutible, sino que hay que darle a tu perfil un aire de innovador (cuidado con esta palabra), emprendedor (ésta es peor que la anterior) y techie o superfan de la tecnología (ésta es la más jodida). He leído en varios sitios que un Community Manager nunca desconecta, que siempre está al quite, y que su vocación le obliga a estar las 24 horas pendiente de las redes y de la última majadería que pueda sacar Apple en su colmado.
Pero, ¿realmente es necesaria tanta devoción, tanta esclavitud por la causa? Yo francamente creo que no: es una profesión como otra cualquiera, puede que no de 9 to 5, pero tampoco tipo Seven Eleven. Podemos ser techies en nuestra jornada laboral, como otros son satánicos encima de un escenario, pero luego dedicarnos a temas más sanos que dilucidar las virtudes de Android, y no creo que por ello seamos peores profesionales; quizá más oxigenados mentalmente.
Yo personalmente prefiero, en mi tiempo libre, explorar las afinaciones de guitarra de blues en abierto o traducir los 154 sonetos de Shakespeare (vale, esto ha quedado muy pedante), o incluso relacionarme en el mundo real y, por Dios, sin visos de networking (otro palabro 2.0).
A lo mejor tendríamos que salir de nuestras habitaciones y mearnos encima de tanto gurú, que el mundo off line siempre será más interesante que The Matrix.