lunes, 25 de octubre de 2021

El teletrabajo y la oficina conectada

La revolución digital ha puesto en cuestión la organización del trabajo que nos legó el siglo XX. El concepto de oficina –un invento que se impone especialmente desde finales del siglo XIX, con la Segunda Revolución Industrial- parece no ser ya la única opción para gestionar los recursos de la empresa, y ya desde hace varias décadas se plantean nuevas modalidades basadas en la deslocalización del trabajador y en el trabajo en remoto. El principal problema que plantea esta opción es la coordinación de equipos desperdigados geográficamente, y el acceso de estos a los recursos de la empresa, como, por ejemplo, la información. Y, esta, es precisamente la barrera que ha salvado la innovación tecnológica: el uso de dispositivos digitales conectados a redes habilita al empleado mantenerse conectado en todo momento con su entorno laboral y trabajar en red con los demás desde la distancia.

Lo que en principio era una tendencia que avanzaba con mayor o menor velocidad según los países, se convirtió en la norma durante los meses que duró el confinamiento por la pandemia causada por el COVID-19. Tras los meses de estricto encierro, en los que todo aquel trabajador que pudo trabajó desde su domicilio, hemos sufrido una larga época en la que resulta necesario limitar el contacto físico entre las personas y las aglomeraciones de gente. Muchas empresas han optado por mantener formas parciales de teletrabajo, combinadas con la asistencia al centro laboral, pero lo cierto es que está teniendo lugar una revaluación del lugar de trabajo físico, y emergen conceptos como la oficina conectada y la oficina virtual, que con toda probabilidad cobrarán importancia incluso cuando desaparezca la emergencia sanitaria, imponiendo un cambio cultural trascendental. Las organizaciones tendrán que encontrar el equilibrio entre la oficina conectada y la virtual.

La oficina conectada será un híbrido entre la oficina física tradicional y el trabajo del hogar. Es concebida como una plataforma para las personas, que une el espacio físico y la tecnología, permitiendo que la empresa crezca como una comunidad. La clave será crear espacios colaborativos más reducidos –frente a las inmensas “praderas” de mesas de la oficina tradicional-, espacios de distintos tipos para satisfacer distintas necesidades del empleado.

En general, destacan una serie de ventajas que aporta el teletrabajo y el trabajo en movilidad frente a los formatos tradicionales, como que el empleado goza de mayor autonomía, puede llevar un mejor equilibrio entre su vida laboral y su vida doméstica, no pierde tiempo en desplazamientos a la oficina, y, a menudo, aumenta su productividad. También se subrayan posibles peligros, como que, al trabajar desde el hogar, se difuminan los límites de la jornada laboral, y se solapan con la vida privada.

Quizá el aspecto más preocupante del teletrabajo es la difuminación de los límites entre la jornada laboral y el tiempo libre. El hecho de disponer de tecnologías que nos mantienen constantemente conectados con el centro de trabajo es un arma de doble filo, que puede dar lugar a que las horas dedicadas al trabajo se extiendan más de lo normal como norma. Una encuesta llevada a cabo por Eurofound a raíz de la pandemia descubrió que uno de cada cuatro teletrabajadores (27%) trabaja durante su tiempo libre para satisfacer necesidades de su organización, y, de hecho, hasta un 30% de todos los trabajadores confiesa que experimenta preocupación por temas de trabajo durante su tiempo libre. A esto último hay que añadirle los problemas que enfrentan aquellos trabajadores en el domicilio que tienen hijos menores. De acuerdo con la encuesta, uno de cada cinco (22%) de los que viven con menores de 12 años ha confesado que encuentra problemas para concentrarse en el trabajo siempre o de cuando en cuando.

Los nuevos entornos laborales deberán recibir la respuesta institucional adecuada, a través del desarrollo de un acervo legislativo, que pueda garantizar que se alcanzan los máximos incrementos en la productividad a la vez que se asegura y protege el bienestar del trabajador.

lunes, 11 de octubre de 2021

Los límites de la inteligencia artificial

Durante la segunda mitad del siglo pasado y el principio del presente hemos asumido que la inteligencia artificial “compite” por llegar a ser más inteligente que nosotros. Hemos vivido la evolución de esta rama de la ciencia como una carrera en la que la inteligencia de los humanos es seguida cada vez más de cerca por la de las máquinas, hasta que, en algún momento cercano del futuro, los ordenadores llegarán a superar a las personas en inteligencia. Ese hito es lo que ha sido bautizado como singularidad. 

Los medios de comunicación y la ciencia ficción, en cualquiera de sus formatos, han abundado en esta visión de la llegada de cerebros electrónicos capaces de superar y controlar a la raza humana. En algunos casos, se han llegado a dibujar horribles distopías, como en el caso de The Matrix (1999), sobre el futuro de la humanidad; en otras visiones futuristas, el frío razonamiento de los dispositivos nos intenta salvar de nosotros mismos, de nuestras pasiones más destructivas. El relato de Harry Bates A Farewell to the Master – en el que está basada la película clásica de ciencia ficción dirigida por Robert Wise Ultimátum a la Tierra (The Day the Earth Stood Still, 1951)-, plantea la existencia de un ejército de androides encargados de preservar la paz de la galaxia, cuyo fin es destruir a toda civilización cuya excesiva belicosidad pueda poner en peligro a otras. Al final del cuento (en la versión cinematográfica no es así) el protagonista descubre horrorizado que el robot que acompaña al humanoide extraterrestre llegado a la Tierra es quien está al mando, y no al revés:

“No me está entendiendo”, había dicho el poderoso robot, “yo soy el señor.”

Lejos de la iconografía fantástica, la idea de singularidad tiene entre sus defensores al científico Ray Kurzweil, quien ha llegado a postular que, en un futuro cercano, llegaremos a construir un sistema inteligente tan avanzado que será capaz de diseñar un ordenador todavía más inteligente que él, y este diseñará otro aún más inteligente, de forma que la inteligencia informática habrá superado la biológica humana fruto de siglos de evolución.

Una de las principales críticas a esta teoría se basa en negar que determinados atributos asociados a la inteligencia humana puedan ser replicados artificialmente, por lo que las máquinas nunca podrán alcanzar o superar al intelecto humano. Principalmente, la inteligencia artificial actual carece de conciencia de ser, y se trata de algo que muchos dudan que pueda llegar a adquirir. Sin ella, no puede tener objetivos, metas y un sentido por el que hacer las cosas. La conciencia de uno mismo hace que los humanos desarrollemos la curiosidad, la imaginación, la intuición, las emociones, la pasión, los deseos, el sentido estético, la alegría, los valores y la moral, y el juicio. Todos estos elementos están ligados a la inteligencia humana, y, sin ellos, la inteligencia artificial se queda en un mero sistema lógico.

Por otro lado, la fase actual de desarrollo de la inteligencia artificial basada en la inferencia y en el tratamiento de grandes volúmenes de datos, a través de machine learning y deep learning, ha traído consigo grandes progresos en áreas como el análisis predictivo, el reconocimiento de imágenes y el procesado de voz natural. Sin embargo, y a pesar de su innegable utilidad, por ahora no se acerca ni de lejos al funcionamiento del pensamiento humano, que puede aprender conceptos a través de unos pocos ejemplos, a diferencia del aprendizaje automático, que requiere de ingentes cantidades de datos para ello.

 

 
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