Ese vídeo colgado en YouTube en el que sales en la despedida de soltero del Jonatán bailando el “Aserejé” en gayumbos encima de la mesa del restaurante mexicano (¿o era un chino?); tus transacciones ganaderas en Farmville que hacen suspirar a tus allegados de Facebook por el advenimiento de una drástica reducción de las cuotas lácteas de la PAC combinada con una epidemia brutal de peste porcina; las fotos en Flickr de tu perro Pitocho devorando con furia selvática la alpargata de la tía Micaela, y de la anciana abriéndole al can el cráneo a garrotazos; tus contundentes consejos al seleccionador Vicente del Bosque en Twitter (“menos tiki-taka y más patapúm parriba y todos palante, coño! #pandarrangaos”) o las citas de Diógenes Laercio de Wikiquotes que tuiteas por las noches, aunque todo el mundo sabe que tu profundidad intelectual no desciende más allá de las cotas marcadas por las novelas de Dan Brown; todo esos elementos configuran lo que los expertos, gurús, chamanes y (en ocasiones) mercachifles 2.0 denominan la identidad digital del individuo.
Aunque no eres consciente, te has convertido en un Dorian Gray, con la desventaja de que el cuadro en la novela de Oscar Wilde, que simbolizaba el alter ego del personaje, podía ocultarse del público, mientras que la proyección de tu personalidad en las redes campa a sus anchas abiertamente, a la vista de todos, por las ágoras y mentideros del ciberespacio.
Pero los sabios también advierten que eres el prisionero de tu narcisismo; te pierde la pasión de verte reflejado en los medios sociales. Te encanta exhibirte y que te vean. Ya lo decía el tecnoerudito McLuhan allá por el año 80, mucho antes de que todo esto empezase:
“Lo que el mito [de Narciso] pone en relieve es que el hombre queda inmediatamente fascinado por cualquier prolongación de sí mismo en cualquier material distinto de su propio ser.”
Cuanta sabiduría destilan esas palabras, máxime al ver como ahora en los medios sociales todo el mundo pone fotos de lo que come en cada momento (del grado de obstrucción de las arterias del cibernauta medio ya hablaremos en otra ocasión) o de la cara de idiota que produce el tercer cubata ingerido en una noche de juerga. En cualquier caso, ¿a quién le importan las majaderías que haces que te hacen sentirte alguien especial?
Tu identidad digital ha sido definida por los lumbreras antes mencionados como “identidad mosaico”, dado que cada pequeño contenido que pones en las redes (fotos, vídeos, textos, comentarios, “me gustas”, retuits, etc) supone una tesela, una pequeña pieza del mosaico de tu personalidad en Internet que te construye y describe, creando un todo proyectado hacia la galería.
Por favor, controla a tu otro yo digital para hacernos creer que no eres tan cretino como pareces en la web.