jueves, 21 de junio de 2012

Sobre la identidad digital y los diversos ridículos

Ese vídeo colgado en YouTube en el que sales en la despedida de soltero del Jonatán bailando el “Aserejé” en gayumbos encima de la mesa del restaurante mexicano (¿o era un chino?); tus transacciones ganaderas en Farmville que hacen suspirar a tus allegados de Facebook por el advenimiento de  una drástica reducción de las cuotas lácteas de la PAC combinada con una epidemia brutal de peste porcina; las fotos en Flickr de tu perro Pitocho devorando con furia selvática la alpargata de la tía Micaela, y de la anciana abriéndole al can el cráneo a garrotazos; tus contundentes consejos al seleccionador Vicente del Bosque en Twitter (“menos tiki-taka y más patapúm parriba y todos palante, coño! #pandarrangaos”) o las citas de Diógenes Laercio de Wikiquotes que tuiteas por las noches, aunque todo el mundo sabe que tu profundidad intelectual no desciende más allá de las cotas marcadas por las novelas de Dan Brown; todo esos elementos configuran lo que los expertos, gurús, chamanes y (en ocasiones) mercachifles 2.0 denominan la identidad digital del individuo.

Aunque no eres consciente, te has convertido en un Dorian Gray, con la desventaja de que el cuadro en la novela de Oscar Wilde, que simbolizaba el alter ego del personaje, podía ocultarse del público, mientras que la proyección de tu personalidad en las redes campa a sus anchas abiertamente, a la vista de todos, por las ágoras y mentideros del ciberespacio. 

Pero los sabios también advierten que eres el prisionero de tu narcisismo; te pierde la pasión de verte reflejado en los medios sociales. Te encanta exhibirte y que te vean. Ya lo decía el tecnoerudito McLuhan allá por el año 80, mucho antes de que todo esto empezase:

“Lo que el mito [de Narciso] pone en relieve es que el hombre queda inmediatamente fascinado por cualquier prolongación de sí mismo en cualquier material distinto de su propio ser.”

Cuanta sabiduría destilan esas palabras, máxime al ver como ahora en los medios sociales todo el mundo pone fotos de lo que come en cada momento (del grado de obstrucción de las arterias del cibernauta medio ya hablaremos en otra ocasión) o de la cara de idiota que produce el tercer cubata ingerido en una noche de juerga. En cualquier caso, ¿a quién le importan las majaderías que haces que te hacen sentirte alguien especial?

Tu identidad digital ha sido definida por los lumbreras antes mencionados como “identidad mosaico”, dado que cada pequeño contenido que pones en las redes (fotos, vídeos, textos, comentarios, “me gustas”, retuits, etc) supone una tesela, una pequeña pieza del mosaico de tu personalidad en Internet que te construye y describe, creando un todo proyectado hacia la galería.

Por favor, controla a tu otro yo digital para hacernos creer que no eres tan cretino como pareces en la web.

lunes, 18 de junio de 2012

Facebook en la encrucijada

El jayán Facebook está mostrando flaquezas después de haber liderado durante cinco años la transformación del mundo hacia lo 2.0. Será por la crisis, será porque se agota su modelo de crecimiento, será por un incierto esquema de ingresos o por otras razones, pero lo cierto es que se enfrenta a una encrucijada en la que debe elegir un camino óptimo para seguir manteniendo su tradicional liderazgo.

Dos son la principales amenazas a las que se enfrenta cuyo grado de peligro no voy a entrar a discutir. En primer lugar, el descalabro que ha sufrido en su salida a bolsa, que ha rebajado al abismo el valor de la compañía quizá porque había generado expectativas demasiado generosas. No le deseo ningún mal a Zuckerberg, pero prefiero que se la pegue en la salida a que se genere otra burbuja tecnológica como la de 2000 que al explotar posteriormente agrave los problemas de nuestras ya de por sí maltrechas economías.

Por otro lado, informes y estudios advierten de que, a pesar de la monumental masa crítica de usuarios de Facebook, el tiempo de permanencia en dicha red está disminuyendo considerablemente. El valor de un espacio en Internet no depende solamente del número de afiliados sino de lo que éstos hacen allí. ¿Se habrá cansado la gente de Facebook (pregunta horribilis)? Personalmente yo sí he notado una bajada del volumen de actividad de mis allegados en esa red social, pero no creo que constituya una muestra lo suficientemente representativa del conjunto de los 800 millones (creo que por ahí va la cifra) de parroquianos.

La edición del 21 de mayo de la revista Time ofrece un abanico de posibles acciones y políticas que debería acometer el gigante 2.0 para mantener su preeminencia en el patio digital, que paso a resumir a continuación:

  • Aprovechar la inmensa masa crítica de usuarios y crear una pasarela de pago, del tipo PayPal, para compras a través de Internet.
  • Convertirse en un potente servicio de búsqueda en tiempo real, dado que los usuarios postean alrededor de 300.000 actualizaciones por minuto. Supone un tsunami de información cuya indexación sería una fuente de gran valor.
  • Vender “bienes virtuales”, como los que se tienen juegos como Farmville. Los pagos virtuales supusieron en 2011 una quinta parte de los ingresos de Facebook, gracias a appis como Mafia Wars y CityVille, entre otros.
  • Mostrar más publicidad dirigida; es un tema que de acuerdo con Time está infraexplotado, teniendo en cuenta la cantidad de valiosa información que tiene Facebook sobre los gustos y aficiones de sus usuarios. Debe ir más allá del modelo actual, quizá demasiado tímido.
  • Potenciar el uso móvil de la red. La aplicación para teléfonos de Facebook ha sido la más descargada en el iPhone y otros smartphones, con 550.000 usuarios.
  • Controlar más a fondo la política de privacidad que tantas críticas y sanciones le produce con harta frecuencia.
  • Mantener la emoción de la novedad. Dado lo cambiante de las modas en la red y lo inestable de la fidelidad del usuario, que siempre busca nuevas emociones, Facebook debe siempre mantener un ritmo constante de lanzamiento de nuevas sorpresas y funcionalidades, de innovación en suma, que mantengan enganchado a su público.

Así que ya sabes Zuckerberg, majete…

lunes, 11 de junio de 2012

¿Qué harías sin Google en un campo de concentración?

“Google y Apple son fantásticos pero no pueden encargarse de educar a nuestros chicos” comenta el filósofo José Antonio Marina en una entrevista en una edición del diario “La Vanguardia” publicada en mayo. Este pensador considera que las nuevas tecnologías (prefiero hablar de TIC porque ya no son tan nuevas) configuran el cerebro, no sabemos si para bien o para mal. A pesar de que la gente joven, los nativos digitales, han desarrollado habilidades estrictamente relacionadas con el uso de los dispositivos informáticos, como la multitarea y la capacidad para aprender a manejar intuitivamente cualquier teminal o aplicación, en opinión del escritor este colectivo "usa superficialmente mucha información pero se le queda muy poco, se acuerda de muy poco y eso es un problema".

Lo que afirma Marina es algo que nos preocupa a muchos de los que no estamos entontecidos con la última appi de Facebook o el nuevo ingenio lanzado por los sucesores de Steve Jobs. Ese desprecio que muestran los tecnopedagogos 2.0 por el esfuerzo en el estudio y por el desarrollo de la capacidad de la memoria humana se me antoja como irresponsable. Espero que no nos tengamos que arrepentir en el futuro de todas las idioteces que postulan las (los) lumbreras de la educación actuales sobre los nuevos paradigmas educativos. Yo creo con José Antonio Marina que los estudiantes tienen "que aprender de memoria cuanto más, mejor; y luego tienen que aprender qué hacer con ello". Él lo justifica porque "construirte tu propia memoria es tu gran recurso, es tu gran tesoro. Es lo que te va a dar más o menos posibilidades y, por tanto, tienes que diseñártela tú. Es una de las funciones de la inteligencia ejecutiva: la memoria de trabajo, creársela y saberla activar".

Y entonces me acuerdo del historiador belga Henri Pirenne que escribió, prácticamente sin recursos de información, una historia de Europa en un campo de concentración alemán. No tuvo Google, por supuesto, ni tampoco una biblioteca mínimamente dotada a la que recurrir. Lo escribió prácticamente de memoria.

El libro en cuestión se llama Historia de Europa, desde las invasiones al siglo XVI (Fondo de Cultura Económica, 1942) y relata con profundidad la gestación en la Edad Media de las naciones europeas. En el prefacio de la obra su hijo Jacques relata los pormenores de la gestación. En marzo de 1916 Henri Pirenne es arrestado en su domicilio por un oficial alemán y trasladado a un campo de concentración de oficiales en Alemania. El motivo fue haberse negado junto con sus colegas a abrir la Universidad de Gante, en donde impartía clase, tras la ocupación  alemana.

El confinamiento supuso un duro golpe para un Pirenne ya bastante abatido por la muerte de su hijo Pedro en el frente, en la batalla de Yser, pero a pesar de ello, no se dejó arrastrar por la desesperación. Lo relata en un nota preliminar:

“Es absolutamente indispensable que reaccione. `Hay personas -me escribe mi mujer- que se dejan abatir por la desgracia y otras a las que templa la desdicha. Es preciso querer pertenecer a estas últimas.' Voy a intentarlo por ella y por mí.”

Su hijo continúa explicando como Henri se consagró a mantener alta la moral de sus compañeros de campo, por una parte, impartiendo un curso de historia económica a prisioneros rusos capturados en Lieja en agosto de 1914; por otra, le contaba a sus compatriotas la historia de Bélgica. Los oyentes se aglomeraban en la barraca que hacía las veces de aula, unos tumbados sobre jergones, otros sentados en bancos y muchos de pie. Afirma Pirenne: “jamás he tenido discípulos más atentos ni he enseñado con más gusto”.

Sus alumnos rusos expresaron el deseo de que publicase sus lecciones, y tras conseguir no sin esfuerzo la autorización de las autoridades alemanas del campo, Henri Pirenne comenzó la redacción de una historia general de Europa, que es el volumen que nos ocupa. Muchas de las fechas aparecen entre paréntesis, indicando que el autor no tenía absoluta certeza de las mismas. Su historia de Europa se interrumpe bruscamente en 1550: había llegado el armisticio y los prisioneros fueron liberados. Posteriormente, Pirenne nunca se dedicó a terminar y completar su Historia de Europa, sin bien algunas de sus partes sirvieron para nutrir otros libros suyos.

Este ejemplo nos demuestra el valor del rigor en el estudio y el aprendizaje, y sobre todo, el importante papel que juega la memoria en la construcción del conocimiento, algo denostado por los adalides de la nueva enseñanza basada en TIC. No estoy diciendo que la tecnología no sea útil, pero en ningún caso sustituye al esfuerzo intelectual de memorizar la sabiduría, un proceso que contribuye a ordenar y ejercitar el pensamiento intelectual.

¿Serán capaces los futuros profesionales ya formados en la era de Internet de  realizar una hazaña equivalente a la de Henri Pirenne? Permitidme que lo ponga en duda.

miércoles, 6 de junio de 2012

La tercera brecha digital fue la que nos hizo idiotas

El termino “brecha digital” fue acuñado por Lloyd Morrisett para referirse a aquellos que no tienen acceso a las tecnologías de la información y las comunicaciones, o lo que es lo mismo, al mundo digital. Desde el advenimiento de Internet se han identificado distintas brechas digitales; una primera que hacía referencia a las limitaciones de acceso a la tecnología del mundo en desarrollo, que establecía un serio obstáculo de cara a que los ciudadanos de esos países gozasen de las ventajas de un mundo hiperconectado. Por otro lado, se alude a segundas brechas digitales, esta vez relacionadas con colectivos específicos de personas que no saben o no pueden hacer uso de las redes, sea por limitaciones en su educación, formación, por razones de exclusión social, desarraigo e incluso por motivos de genero, entre otros factores. Finalmente, se ha detectado una tercera brecha digital, y esta vez dentro de la propia sociedad en red.

La tercera brecha está relacionada con la diferencia entre el conocimiento experto y el denominado conocimiento social, es decir, entre las aportaciones que existen en la red de especialistas y toda la información de escaso valor que circula por Internet, impulsada últimamente por las redes sociales.

El problema es, y aquí deberían reflexionar todos los santones y gurús que defienden nuevas formas educativas basadas en las redes, que el usuario se decanta hacia ese conocimiento social huyendo de la complejidad que implica el conocimiento riguroso de calidad. Se abre una brecha entre los que saben acudir a la información de calidad y los que picotean de fuentes de diversa índole, y que no saben discernir contenidos valiosos de la basura, de la inexactitud y de la mentira.

Ese grito alegre que emiten todos los que huelen a incienso cibernético, que afirma que todos generamos contenido, que todos somos periodistas, que la contribución de todos es valiosa, que los libros han muerto, que la educación tradicional es patética… a lo mejor nos está llevando a la más absoluta de las ignorancias: una sociedad manipulable y sin criterios intelectuales, incapaz de crear y difundir conocimiento real. Una distopía en vez de la utopía digital prometida por los tecnocreyentes.

¿Cuánta gente consulta sus malestares físicos y síntomas en Internet sin verificar la validez médica de las páginas consultadas? ¿Cuántos nativos digitales, tan encumbrados, copian directamente de Wikipedia o de la primera página que pillan los contenidos de sus trabajos de clase, sin una mínima capacidad de contraste de fuentes?

La habilidad tecnológica no supone más que saber manejar una máquina, no nos engañemos, no dice nada ni de la inteligencia, ni de la capacidad intelectual del usuario. Ya existen estudios que demuestran que estos nativos digitales están perdiendo habilidades y capacidades básicas de aprendizaje, aunque preferimos dibujarlos como superhombres tecnológicos, poniéndonos las generaciones precedentes como la cuerda que les enlaza con el animal, como imaginaba Nietzsche en sus escritos otoñales. Pero a lo mejor la supuesta evolución acaba en involución. El tiempo lo dirá.

 
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