lunes, 19 de octubre de 2020

El coche eléctrico sí tiene impacto ecológico

El coche eléctrico es la gran esperanza para atenuar el cambio climático. El uso desmesurado de combustibles fósiles –especialmente desde la segunda mitad del siglo XX- es uno de los factores que ha desembocado en un cambio climático en el planeta que, a todas luces, ya parece irreversible. Junto a alternativas más o menos realistas de movilidad urbana, como son los vehículos compartidos y el uso de bicicletas y patinetes, emerge el concepto del vehículo eléctrico como el gran paradigma del transporte que va a conseguir que acabemos por reducir las emisiones de gases efectos invernadero en las ciudades.

Existen numerosos tipos de vehículos eléctricos, que en muchos casos combinan diversas fuentes de energía para mover sus motores. El más “puro” sería el vehículo eléctrico de batería (battery electric vehicle, BEV), cuyo funcionamiento se basa exclusivamente en un motor eléctrico alimentado por una batería que almacena la energía.

Sin embargo, el resto de las modalidades implican la combinación de la electricidad con otros tipos de energía. El denominado vehículo híbrido enchufable (plug-in hybrid electric vehicle PHEV) que parte de dos motores, uno eléctrico y de otro de combustión interna, dispuestos para funcionar juntos o por separado. En el caso del vehículo eléctrico de autonomía extendida o range extended electric vehicle (EREV), el motor de combustión interna no está asociado a la tracción, y su misión es generar electricidad para recargar la batería. Un cuarto ejemplo es el vehículo híbrido eléctrico (hybrid electric vehicles, HEV), en el cual la combustión interna apoya al motor eléctrico cuando resulta necesario, por ejemplo, al acelerar para adelantar. El último tipo es el vehículo de celda de combustible (fuel cell electric vehicle, FCEV), que, como su nombre indica, utiliza hidrógeno para generar electricidad a partir de una celda de combustible.

Aun en su modalidad más limpia, el vehículo eléctrico sí que contamina, si bien de otra manera. Más que de contaminar, debemos hablar del impacto ecológico que tiene la construcción de las baterías de ion de litio, dado que contienen níquel, un mineral cuya extracción puede afectar la calidad del terreno y de las aguas. Por otro lado, las baterías también llevan litio y cobalto, minerales cuyas reservas en nuestro planeta no son especialmente abundantes, y cuya demanda se ha disparado en proporción a la popularidad de este tipo de vehículos. Como muestra, entre 2016 y 2018, el precio del cobalto por tonelada métrica se ha cuadruplicado.

Por todo lo anterior, hay quien pone en duda que el precio de los vehículos eléctricos se abarate hasta el nivel de los de combustión interna en los próximos años, y alarga dicho periodo a más de una década. Y todo por culpa de las baterías de litio.

El coste descendente de este tipo de baterías –que suponen en torno a la tercera parte del coste del vehículo- tenderá a estancarse al no bajar más el precio de las materias primas de las que están hechas. Resulta paradójico que las previsiones más optimistas al respecto –que para 2025 alcancen el coste simbólico de 100 dólares/kWh, que equipararía el precio del coche eléctrico (sin subsidios) con el convencional- implica que las baterías tendrían un coste inferior al de los materiales que contienen.

Todo este debate deja clara una cosa: la gran esperanza de la movilidad eléctrica tiene muchas cuestiones pendientes de resolver.

martes, 13 de octubre de 2020

La necesidad de alfabetización digital

Los ciudadanos de una sociedad digital deben de hacer gala de competencias digitales que les permitan usar la tecnología como algo natural en sus vidas cotidianas de una forma provechosa y segura. Resulta fundamental que este tipo de competencias sean adquiridas por niños y jóvenes durante su proceso de formación y aprendizaje.

Los nuevos tiempos demandan del alumno unas habilidades y unas competencias diferentes que requieren de métodos distintos para su adquisición. Sin embargo, la tan nombrada innovación educativa no consiste en cambiar el libro de texto de toda la vida por la Wikipedia, ni en sustituir la clase presencial por una charla equivalente a través de un vídeo en YouTube.
 
En este terreno, el de la educación, la confusión que ha traído la reciente revolución digital se ha traducido en grandes dudas y en una terrible incertidumbre. Nadie tiene muy claro qué y cómo debemos enseñar en el mundo de hoy, aunque las ideas y propuestas se suceden desde el sector educativo, pero también desde el puramente tecnológico. ¿Qué papel real debe juzgar la tecnología en la educación? ¿Cuál es la misión del docente dentro de este nuevo escenario? ¿Cómo puede ayudar la educación no formal a preparar al alumno para vivir en la sociedad actual?
 
Prácticamente todos los países desarrollados llevan alrededor de veinte años introduciendo tecnología en el aula, con el fin de desarrollar las competencias digitales del alumnado. Pero, pensarán algunos, ¿qué le puede enseñar el sistema educativo a unos alumnos nativos digitales, que han nacido y crecido en un medio tecnológico, y que manejan de forma intuitiva dispositivos y herramientas digitales dotadas de una tecnología cada vez más transparente?
 
La respuesta está contenida en el concepto de alfabetización digital, es decir, más allá de formar única y exclusivamente sobre el correcto uso de las distintas tecnologías, intentar proporcionar al alumnado competencias dirigidas hacia el desarrollo de las habilidades comunicativas, del sentido crítico, la participación o la capacidad de análisis de la información a la que acceden, entre otras. En concreto, se trata de enseñar a interpretar la información, valorarla y ser capaz de crear sus mensajes propios.
 
Precisamente, y relacionado con lo anterior, se hace referencia al término tercera brecha digital para aludir a la huida del cibernauta del conocimiento especializado, con la separación de los mensajes complejos, a la incapacidad que presentan muchas personas de distinguir entre las aportaciones que existen en la red de especialistas y toda la información de escaso valor que circula por Internet, que es impulsada, en gran medida, por las redes sociales. El problema es que el usuario se decanta hacia ese conocimiento social huyendo de la complejidad que implica el conocimiento riguroso de calidad. Se abre una brecha entre los que saben acudir a la información de calidad y los que picotean de fuentes de diversa índole, que no saben discernir contenidos valiosos de la basura, de la inexactitud y de la mentira. Todo esto se agrava si hablamos de fake news o deep fake, acciones malintencionadas dirigidas a la manipulación de las personas.
 
Las competencias digitales le aportan al ciudadano la capacidad de aprovechar la riqueza asociada al uso de la tecnología digital y de superar los retos que plantea, y, en cualquier caso, se vuelven prácticamente imprescindibles para poder participar de forma significativa en la sociedad y en economía del conocimiento emergentes.

lunes, 5 de octubre de 2020

La fábrica inteligente, una nueva revolución industrial

Existe una revolución en marcha dentro de los entornos productivos, un cambio que va más que la mera evolución de las tecnologías aplicadas a la fabricación, y que está transformando las plantas industriales en espacios inteligentes con capacidad de planificar el mantenimiento de forma óptima, de predecir los errores, e incluso de reaccionar de manera automática ante los problemas, sin que resulte necesaria la intervención humana.

Estamos hablando de la Industria 4.0, una etiqueta detrás de la cual se esconde el maridaje de las técnicas de fabricación más avanzadas y del internet de las cosas, para construir procesos de producción interconectados, que comunican y analizan la información para devolver al mundo físico acciones basadas en la inteligencia. Una idea básica sobre la que reposa este concepto es que los elementos físicos y los digitales se alían –podríamos decir que incluso se fusionan- para impulsar la productividad de la empresa.

Y llegamos a la denominada fábrica inteligente, que no es otra cosa que una determinada instalación productiva altamente conectada y digitalizada, cuyo combustible principal es la información en grandes cantidades procedente de los objetos conectados a las redes, que son almacenados y analizados para poder optimizar los procesos, mejorando los tiempos y minimizando los costes de producción. La automatización extrema de este tipo de plantas hace que consigan funcionar con la menor presencia de trabajadores humanos posible, puesto que se acaban convirtiendo en organismos autónomos, que pueden aprender del entorno y adaptarse a los cambios en tiempo real. Por supuesto, la producción de este tipo de fábricas innovadoras es mucho más versátil y adaptable a las necesidades de la demanda que las de las plantas tradicionales.

La información se convierte en un elemento clave de este nuevo modelo, y la digitalización alcanza a la cadena de suministro, a la cadena de fabricación, al producto, y hasta a las relaciones entre los empleados entre sí y con los procesos de la compañía. Todos los elementos de la cadena de valor se ven transformados por la ola digital.

Y todo ello reposa sobre un amplio abanico de tecnologías de vanguardia, entre las que destaca el internet de las cosas (IoT) como eje vertebrador del intercambio de información entre los sensores, las máquinas y los sistemas que intervienen en los procesos. Pero, junto al IoT, se hacen visibles otras ramas tecnológicas, como el big data, cuya función es recolectar y analizar toda la información que generan los objetos interconectados, para poder identificar patrones en el funcionamiento, encontrar ineficiencias e, incluso, prevenir eventos futuros, como, por ejemplo, una avería.

Por supuesto, las tecnologías cloud, “la nube”, también cobran un protagonismo especial como lugar de almacenamiento de toda la información generada. En el plano más cercano a la cadena de producción, surge la robótica, en la forma de autómatas inteligentes y autónomos capaces de tomar decisiones durante la realización de tareas, y la fabricación aditiva, conocida coloquialmente como impresión en 3D, capaz de construir objetos tridimensionales desde modelos virtuales, algo de gran utilidad, por ejemplo, para crear piezas de repuesto cuando son necesarias, disminuyendo en gran medida la necesidad de mantener stocks.

En la nueva industria que emerge las cadenas de producción, la cadena de suministro, los sistemas logísticos, y cada área operativa de la empresa, se transforman en entornos ciberfísicos donde las redes y los ríos de datos abrazan y envuelven a las máquinas e infraestructuras de fabricación.

 

 
Google Analytics Alternative