lunes, 29 de noviembre de 2021

El potencial de la televisión por internet en España

Dentro del ecosistema audiovisual, la televisión a través de internet, en cualquiera de sus formatos, va adquiriendo relevancia y estableciendo nuevas normas de funcionamiento para el sector. A pesar del desastre económico que ha traído consigo la pandemia, España presenta las condiciones suficientes para convertirse en una potencia de contenidos con proyección internacional, que hace gala de un mercado muy intenso en términos de competencia.

El crecimiento de la televisión a través de internet es una tendencia imparable, mientras que la tradicional experimenta un lento, pero imparable, declive. Básicamente, dos son los formatos principales del contenido audiovisual en streaming: OTT e IPTV. En el primer caso, la emisión tiene lugar a través de la red pública, como es el caso de Netflix, HBO o Amazon Prime. La segunda, por el contrario, se ofrece por medio de un canal privado exclusivamente dedicado, que, generalmente, es propiedad de un operador de telecomunicaciones, quien suministra el servicio de televisión como un añadido a la oferta de llamadas y datos, tanto fijos como móviles. Este paquete comercial recibe el nombre de quíntuple play. En nuestro país un ejemplo de IPTV es Movistar+ de Telefónica.

A pesar del brutal impacto que ha tenido la pandemia sobre la estructura económica de España, el sector de audiovisual presenta un singular potencial de crecimiento. Nuestro país es dentro de los europeos el que cuenta con mayor oferta de plataformas de suscripción de vídeo por streaming. Por otro lado, se ha convertido en un importante productor de contenidos –donde destacan las series-, algo que atrae la inversión de las productoras internacionales, y que ha llevado a la propia Netflix a instalar en suelo español su sede de creación en el continente.

Dentro del mercado de la televisión de pago, destaca el liderazgo de Telefónica con la IPTV de Movistar, una hegemonía que la consultora Analysys Mason extiende a lo largo de los próximos cinco años. Al ser el único operador de televisión por satélite y estar apostando con fuerza por la fibra óptica como medio para llevar la señal de vídeo a los hogares, es más que previsible que el primer formato reduzca su presencia en nuestro país hasta prácticamente desaparecer en el periodo considerado.

En lo referente a la oferta OTT, España es uno de los mercados de más intensa competencia del entorno, y el modelo que triunfa es el de la suscripción (SVOD): el 92% de los usuarios consume audiovisual a través de este modo, según Analysys Mason. Los principales agentes son Netflix, HBO y Amazon Prime, sin que se perciba una hegemonía clara de ninguno, seguidos de Disney, que crece con fuerza.

Desde la perspectiva de la creación de contenidos, las actividades audiovisuales suponen el 28% de las industrias culturales, y es un sector que lleva años generando empleo, valor añadido, y, como efecto colateral, promoción turística. El año anterior a la crisis generó ingresos por más de 4 000 millones de euros de acuerdo con el Observatorio Nacional de las Telecomunicaciones y de la Sociedad de la Información (ONTSI). Las series de ficción españolas son uno de los valores más rentables, de forma que su producción ha pasado de las 38 de 2018 a las 58 de 2019, y las 70 con las que se cerró 2020.

La presencia de la producción audiovisual española va cobrando peso dentro y fuera de nuestras fronteras. De acuerdo con Parrot Analytics, en 2019 los contenidos de origen nacional ya suponían un 7% de los catálogos locales, mientras que el año precedente apenas superaban el 3%. Y, aún más: a finales del pasado ejercicio representaban el 1,7% de los contenidos disponibles en los catálogos globales, habiendo crecido la participación un 117% en 2020.

 Foto de cottonbro en Pexels

 

lunes, 22 de noviembre de 2021

Los principios de la Administración pública digital

El escenario al que se enfrenta el sector público en la actualidad es incierto y muy variable. Resulta mucho más complejo que antaño dar servicio a una sociedad en plena transformación, como la actual, y en un mundo globalizado, en donde las reglas del tablero geopolítico se han roto respecto a los esquemas que rigieron en el pasado. La Administración se ve obligada a gestionar los asuntos públicos para una nueva ciudadanía en un entorno cada vez más confuso. Por supuesto, la revolución digital es una de las principales causas de este cambio en el orden de las cosas, pero no es la única. La pandemia causada por el COVID-19 nos ha demostrado lo frágil y vulnerable que es la realidad que vivimos. Las Administraciones públicas deben estar preparadas para desenvolverse en lo que se denomina entornos VUCA, acrónimo cuyas siglas en inglés corresponden a volátiles, inciertos, complejos y ambiguos. Ello implica que las sociedades actuales deben hacer frente a riesgos de tipo socioeconómico, medioambientales, geopolíticos y tecnológicos, en la forma de ciberataques de gran envergadura, por ejemplo, como el que sufrió el Ayuntamiento de Jerez en octubre de 2019.

Pero existen otros factores que explican por qué la relación entre la Administración y el ciudadano debe evolucionar. La atomización de los grupos de interés –cuyo paradigma es el paso del bipartidismo al multipartidismo en la política española- complican la interlocución entre las instituciones y los representantes de los colectivos, haciendo más difícil de anticipar y gestionar los intereses públicos. El envejecimiento de la población y su concentración progresiva en grandes núcleos urbanos son elementos que exigen igualmente nuevas formas de administrar por parte de los poderes públicos. A todo ello hay que sumarle que el gestor se encuentra ante una ciudadanía hiperinformada, gracias a los medios digitales, y a la vez muy desinformada, por la excesiva proliferación de los bulos y las noticias falsas. Finalmente, la crisis de la pasada década ha dejado un fuerte poso de desconfianza en las instituciones, y de descrédito sobre su voluntad y su capacidad para resolver los problemas que sufre el hombre de la calle.

En este contexto, cobran especial relevancia dos conceptos asociados a la transformación digital: la e-administración y el gobierno abierto. En ambos casos se trata de esquemas basados en la tecnología. El primer caso consiste en digitalizar el funcionamiento del sector público, tanto sus procesos internos como la oferta de servicios al ciudadano. Dentro del gobierno abierto hablamos de una filosofía que parte de los principios de transparencia, para que el ciudadano tenga acceso a toda la información sobre lo que se está haciendo y cómo se está haciendo, colaboración, entre las empresas, la sociedad civil y la Administración, y de participación activa de la ciudadanía en los asuntos públicos. En una sociedad tan compleja como la que vivimos, estos tres principios solo pueden llegar a cumplirse haciendo uso de las redes y las tecnologías de la comunicación.

La transformación digital de las Administraciones públicas requiere de un enfoque más amplio que la mera introducción de tecnología en su modo de operar. Se trata de un cambio de mentalidad, que debe alcanzar desde los más altos niveles hasta los funcionarios de base. Naciones Unidas establece nueve principios que deben guiar la digitalización de un órgano de gobierno.

  1. Visión, liderazgo y cambio de mentalidad, y desarrollo de capacidades digitales en la esfera individual.
  2. Creación de un ecosistema institucional a través del marco regulatorio.
  3. Transformar la cultura organizativa y su planteamiento.
  4. Promover esquemas mentales y aproximaciones integradas a la gestión de políticas, y a la prestación de servicios.
  5. Asegurar la gobernanza de los datos mediante la gestión estratégica y profesional, que permita el desarrollo de políticas guiado por los datos, y el acceso a la información a través de datos gubernamentales abiertos.
  6. Disponibilidad de infraestructura TIC: tecnología accesible y sufragable. 
  7. Movilizar recursos y alinear prioridades, planes y presupuestos, incluyendo la realización de alianzas público privadas.
  8. Impulsar el potencial de las escuelas de administración y de otras instituciones. 
  9. Promover las capacidades digitales entre la sociedad, de forma que nadie quede atrás y se cierre la brecha digital.

lunes, 15 de noviembre de 2021

Llegan los robots

La robótica no es algo nuevo. Los autómatas, con un mayor o menor nivel de inteligencia, llevan trabajando en las plantas industriales desde el último cuarto del siglo pasado. La automatización de las cadenas de producción y de montaje tiene una larga tradición, si bien, en principio centrada en tareas repetitivas y en entornos estructurados. Por otro lado, el uso de robots se ha concentrado hasta ahora en una serie de sectores industriales, como, por ejemplo, el del automóvil. Sin embargo, estamos a punto de asistir a un salto evolutivo, a una migración de la robótica desde los entornos controlados a los espacios libres, y desde los sectores especializados al resto del tejido productivo. Se abre una nueva era en la que las máquinas inteligentes van a salir a la calle y a mezclarse con nosotros.

Hasta hace poco los robots han mostrado algunas limitaciones, por una parte, para operar en entornos desestructurados, y por otra, en la destreza fina necesaria para agarrar objetos de distintas formas y tamaños. La robótica más básica parte de máquinas diseñadas para realizar tareas muy específicas en un entorno concreto, generalmente invariable. Pero los robots más avanzados tienden a ser lo más autónomos posible y adaptativos a los cambios del medio en el que operan. Es por ello que, en función de las tareas que queremos que realicen, su nivel de complejidad varía. La empresa Boston Dynamics es el paradigma de la revolución que experimenta la ciencia robótica. Sus modelos cada vez se desenvuelven mejor en entornos desestructurados, como pueden ser la superación de obstáculos y desigualdades del terreno.

Poco a poco iremos viendo robots interactuando con nosotros en aspectos de la vida cotidiana, si bien este proceso de despliegue será lento y laborioso. Hay que tener en cuenta que, aparte de las propias limitaciones del aparato para desenvolverse con mayor o menor soltura, el operar en un escenario real no acotado les enfrenta a numerosos obstáculos impredecibles, además de tener que interactuar con personas. El gigante del comercio electrónico Amazon está experimentando desde el pasado año con un prototipo de vehículo inteligente bautizado como Scout. Se trata de un carrito autónomo de seis ruedas para realizar entregas de pedidos, que por ahora solamente está en funcionamiento en zonas de Washington y California, y que está experimentando los avatares de discurrir libremente por las calles: desde sufrir fenómenos atmosféricos imprevistos –como tormentas de lluvia o nieve-, hasta tener que esquivar a perros y gatos o evitar a las personas que tratan de tocarlo o dañarlo, y sortear elementos del mobiliario urbano. A pesar de que los dispositivos seguirán una ruta de entrega de forma independiente, al principio irán acompañados de un empleado humano, el denominado Amazon Scout Ambassador.

El despliegue de autómatas inteligentes en empresas y negocios, fuera de las plantas de ensamblaje y de las cadenas de producción, va a conllevar largos desarrollos jalonados de innumerables pruebas, que retroalimentarán de información el proceso de mejora de los sistemas. Una vez en uso, las propias máquinas generarán los grandes volúmenes de datos que podrán ser utilizados para su mejora continua y para refinar su funcionamiento.

La nueva generación de robots está preparada para ir más allá de las tareas mecánicas de una cadena de montaje o del transporte de objetos. Una startup californiana, FarmWise, está desarrollando maquinaria autónoma que se ocupe de todas las tareas del ciclo agrícola, desde la siembra, hasta el desbroce y la cosecha. Sus tractores incorporan visión artificial y algoritmos que aprenden sobre cómo actuar con cada cultivo específico. Sin salir del sector agrario, en Dinamarca la empresa Rosborg Food Holding utiliza robots con visión artificial y motricidad fina para manipular y transportar plantas delicadas. El brazo mecánico RG6 tiene dos extremidades a modo de dedos que incorporan inteligencia e imitan el modo en el que los humanos utilizamos de forma instintiva el sentido del tacto a la hora de agarrar cosas y moverlas.

Otro campo de acción de la robótica implica la interacción directa con seres humanos, como ocurre en el caso del autómata sueco Tengai, un busto humanoide que realiza entrevistas laborales. De acuerdo con sus creadores de Furhat Robotics, esta máquina de rostro amigable puede evaluar las aptitudes de un candidato a un puesto de trabajo sin los sesgos y prejuicios que puede mostrar un entrevistador humano.

Aparte de las limitaciones impuestas por la inteligencia artificial y por la motricidad, la razón por la que los robots han estado confinados en espacios controlados –como almacenes o fábricas- ha sido que en ellos no tiene demasiada importancia la latencia, es decir, los retardos que se producen en la transmisión a través de una red. Pero el operar en espacio abiertos del mundo real requiere que los sistemas estén conectados con una latencia muy baja, algo que hasta ahora no podía darse, pero que a partir del despliegue de las redes 5G se convierte en una realidad. La revolución de las comunicaciones móviles que ahora comienza sin duda impulsará y transformará el mundo de la robótica en los próximos años.

A modo de ejemplo de los cambios que nos aguardan, Accenture ha realizado las siguientes predicciones, que pueden parecer en exceso optimistas: en el plazo de cinco años los habitantes de las ciudades tendrán entre cinco y diez interacciones diarias con dispositivos autónomos; en siete años, un gran grupo de tiendas de moda habrá sido el primero en introducir servicios robóticos de cara al cliente; en diez años habrá en los grandes hospitales la misma proporción de robots que de profesionales sanitarios.

 

lunes, 8 de noviembre de 2021

Las brechas digitales en la educación

El Foro Económico Mundial prevé que la crisis sanitaria y sus efectos disruptivos sobre la educación tendrán tres consecuencias a medio plazo. En primer lugar, la pandemia ha acelerado el proceso innovador que venía manifestando el sector desde las últimas décadas. La evidencia ha demostrado que se puede seguir enseñando a distancia a través de las redes, con los adecuados recursos, plataformas y aplicaciones. De alguna forma, el confinamiento ha validado la utilidad de los modelos de enseñanza online, si bien no como una sustitución completa de la presencial. Una segunda tendencia subrayada es el aumento en importancia de la colaboración pública y privada en torno a los objetivos de la educación. La década pasada puso constatar un interés creciente de la inversión privada en este sector, y la pandemia no habría hecho sino amplificarlo, por lo que no será extraño ver cómo se incrementa la presencia de empresas que trabajan en este campo.

Sin embargo, este proceso innovador podría tener su cara negativa en la forma de la ampliación de la brecha digital y de la desigualdad. En la medida en que la calidad educativa repose cada vez más en la posibilidad de acceder a la tecnología más vanguardista -y en poseer las habilidades para explotarla adecuadamente-, es más que probable que una parte importante de la población quede rezagada y no pueda beneficiarse de las ventajas del cambio educativo.

En España, el confinamiento puso en evidencia que existe una importante brecha digital que impide a una parte del alumnado aprovechar los modelos digitales de educación. Aunque las cifras recientes del Instituto Nacional de Estadística arrojan que más del 90% de los hogares españoles tienen acceso a internet, lo cierto es que cerca de 100 000 hogares no pueden conectar con la red. En un escenario basado en el aprendizaje a distancia online, la brecha digital se convierte en una brecha educativa.

Y, a la vez, la brecha digital está directamente asociada con la desigualdad económica, puesto que, de acuerdo con UNICEF, la falta de acceso a un ordenador es veinte veces mayor en los hogares de renta más baja que en los de alta. Por el contrario, el acceso a la televisión y al teléfono móvil es prácticamente universal en la sociedad española, de ahí que en ocasiones se haya recurrido a esos medios, como medida de emergencia, para llegar a toda la población. Los docentes han tenido que enviar las tareas a realizar a los progenitores de los alumnos de hogares sin ordenador a través de aplicaciones de mensajería, como WhatsApp o Telegram, y estos las han devuelto para su corrección a través de una fotografía tomada con el móvil. La cultura tecnológica que exista en el entorno familiar del alumno es también un factor que determina que, teniendo acceso a dispositivos digitales, unos tengan más facilidad que otros para sacarles provecho, al contar con alguien cerca para ayudarle y guiarle en su uso académico.

Sin embargo, existen otros factores aparte del acceso a la tecnología que pueden suponer un obstáculo para el estudio desde el hogar, como, por ejemplo, el que el alumno disponga o no de un lugar tranquilo para poder trabajar. Un informe de la Comisión Europea sobre el impacto del COVID-19 en la educación también menciona un ambiente familiar estresante como factor de desigualdad entre hogares de renta baja y alta, pues de acuerdo con las estadísticas manejadas, este aspecto se da en mucha mayor medida en entornos socioeconómicos más vulnerables.

La transición hacia un modelo educativo fuertemente digitalizado debe contar con un sólido apoyo institucional en la forma de políticas que fomenten y apoyen la inclusión de todo el alumnado, haciendo especial hincapié en los colectivos sociales más desfavorecidos.

 

 
Google Analytics Alternative