miércoles, 21 de diciembre de 2022

Más que aprender a programar, pensamiento computacional

 


Una sociedad digital demanda competencias digitales en la población. El uso intensivo de tecnología en todos los ámbitos de la vida cotidiana requiere de la ciudadanía la habilidad para establecer un marco de relaciones con las máquinas que permita sacar un rendimiento óptimo de ellas. Es por ello por lo que una de las mayores preocupaciones institucionales actuales en relación con la transformación en la que nos vemos inmersos está relacionada con la capacitación, con el desarrollo de habilidades digitales para poder aprovechar los beneficios de un mundo conectado a las redes.

Este es un aspecto relevante en cualquier ámbito de nuestras vidas, desde realizar una gestión financiera al cumplimiento de las obligaciones fiscales, o solicitar una cita médica, pues cada vez se van convirtiendo más en actividades virtuales que no requieren una presencia física, pero que implican unos mínimos conocimientos de navegación y operativa a través de internet, que, por desgracia, una parte de la población española todavía no posee. No obstante, es en el terreno laboral donde la capacitación digital se convierte en un factor crítico, pues en un futuro a medio plazo el trabajador humano tendrá que convivir con sistemas inteligentes en prácticamente cualquier tipo de actividad.

En los últimos tiempos se ha hecho mucho hincapié en la necesidad de que la programación informática se convierta en una disciplina curricular desde los niveles educativos más básicos, con el fin de preparar a los alumnos para poder vivir, y, sobre todo, para poder trabajar, en un mundo en el que la tecnología está omnipresente. No cabe duda de que aprender lenguajes de programación nos puede aportar un conocimiento sobre la estructura lógica de funcionamiento de un sistema informático, sin embargo, el enseñar a programar sin más puede resultar limitado e incluso insuficiente.

Por una parte, la vertiginosa evolución de la innovación digital tenderá a convertir en obsoletos con relativa rapidez los lenguajes de programación aprendidos durante la infancia, obligando a las personas a asimilar otros nuevos a lo largo de la vida. Por otra parte, las interfaces de las máquinas que nos permiten interactuar con ellas son cada vez más cercanas a la forma de comunicación humana, y el manejo de los programas y de los dispositivos se vuelve progresivamente más intuitivo, lo que implica que para tareas no muy especializadas la programación puede acabar por no resultar necesaria.

Hoy en día podría ocurrir algo similar a lo que sucedió en los albores de la informática de consumo. Durante la década de los ochenta, se hizo mucho énfasis en la necesidad de aprender a programar, porque los ordenadores personales iban a invadir todos los ámbitos laborales, como efectivamente sucedió en la década siguiente. Pero, a la vez que proliferaban los PC, surgieron los entornos de trabajo gráficos, primero en los equipos Apple y poco después a través de la difusión del entorno Windows de Microsoft, de forma que para manejar aplicaciones informáticas estándar ya no hacía falta picar complicadas líneas de comandos, sino únicamente pinchar elementos gráficos virtuales en la pantalla. Hoy en día los interfaces han dado un salto adelante más permitiéndonos manejar los sistemas con el uso del habla.

Es por ello, que, aparte de la enseñanza más específica sobre programación, cobra especial sentido una aproximación mucho más amplia a la relación entre el ser humano y la máquina, algo que se denomina pensamiento computacional.

El término “pensamiento computacional” fue introducido por primera vez en 2006 por Jeannette M. Wing en un breve artículo titulado Computational Thinking. Ella lo concibe como una disciplina que implica “resolver problemas, diseñar sistemas y comprender el comportamiento humano, utilizando los conceptos que son fundamentales para la informática”. En suma, se trata de una filosofía para plantear y resolver problemas utilizando la lógica por la que se rigen las máquinas. La propia Wing amplió su definición en 2011 en este sentido:

“El pensamiento computacional son los procesos mentales implicados en la formulación de problemas y de sus soluciones, de forma que las soluciones son representadas de tal manera que puedan ser llevadas a cabo con efectividad por un agente procesador de información.”

De esta definición emergen dos conceptos: que se trata de una forma de razonamiento que no depende exclusivamente de la tecnología, y que es una metodología para la resolución de problemas por humanos, por máquinas, o a través de la colaboración de ambos. Básicamente, consiste en plantear un problema siguiendo el proceso operativo de un sistema inteligente.

Por otro lado, Jeannette M. Wing también llegó a subrayar en sus escritos qué es lo que no considera que es el pensamiento computacional. En primer lugar, el pensamiento computacional se basa en conceptualizar, no en programar: describe una forma de pensar con diferentes niveles de abstracción, convirtiéndose en un proceso previo a la programación. Se trata además de una habilidad fundamental del ser humano, que no es rutina mecánica y repetitiva. Aunque menciona a los ordenadores, es una forma de razonamiento específicamente humano de resolver problemas, no se trata de una forma de pensar como computadoras, sino de hacerlo con ellas. El pensamiento computacional complementa y se combina con el pensamiento matemático y con el asociado a la ingeniería. Finalmente, se trata de una disciplina que produce ideas y conceptos que usamos para resolver problemas, pero no está creado para producir, artefactos o software.

El pensamiento computacional puede ser considerada una competencia transversal del currículo educativo en la medida en que apoya el desarrollo de la habilidad para trabajar con la incertidumbre en situaciones complejas, y la necesidad de precisión en la resolución de problemas.

 

 

 
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