lunes, 28 de mayo de 2018

¿Estamos preparados para el coche autónomo?

Los coches autónomos no son solo tecnología. Existen muchos otros elementos que condicionan el que algún día más o menos cercano recorran en gran número nuestras autovías. Un estudio de KPMG, Autonomous Vehicles Readiness Index, ha llevado a cabo el análisis de las condiciones que requieren este tipo de automóviles para ser viables y aporta un índice que clasifica el grado de preparación de una serie de países para acoger este fenómeno.

Este índice de preparación para la llegada de los vehículos autónomos consta de cuatro pilares:

  1. Política y legislación. Considera los siguientes aspectos: la calidad de la regulación de la nación en cuestión sobre vehículos autónomos, el haber creado un organismo específico sobre el tema dentro del área de la administración del Estado responsable del tráfico, la inversión gubernamental en infraestructura para la conducción autónoma y la puesta en marcha de proyectos piloto públicos.
  2. Tecnología e innovación. Este indicador se calcula en base a nueve variables, como, por ejemplo, las alianzas empresariales dentro del sector de la automoción, la existencia en el país de nodos de investigación y desarrollo en conducción autónoma o la inversión total en este concepto.
  3. Infraestructuras. Un agregado que parte de seis variables derivadas de investigaciones precedentes, como, por ejemplo, la cantidad de estaciones de recarga para coches eléctricos que existen, la calidad de las carreteras o el grado de disponibilidad de comunicaciones 4G.
  4. Aceptación por el consumidor. Se basa en indicadores como la cantidad de población que vive en áreas susceptibles de acoger pruebas de conducción autónoma o en otros, como las encuestas directas a la población.
Las conclusiones que extrae el informe de los veinte países analizados es que Holanda es el país mejor preparado para la llegada del coche autónomo, pues obtiene puntuaciones entre los cuatro primeros puestos en tres pilares y el número uno en el relativo a las infraestructuras.

Los Países Bajos son seguidos de cerca por otros cuatro “favoritos”:

  • Singapur, que alcanza los primeros puestos en política y legislación y en aceptación del consumidor.
  • Estados Unidos, el mejor situado en tecnología e innovación gracias a las potentes alianzas que existen entre sus empresas de automoción con otras del extranjero y/o del sector tecnológico.
  • Suecia, ostentando el segundo puesto en tecnología e innovación, con una elevada proporción de casas matrices de empresas de vehículos autónomos por habitante.
  • Reino Unido, entre los cinco primeros puestos de tres de los cuatro pilares y destacando en política y legislación y en aceptación del consumidor.
En el extremo opuesto, el estudio señala a la India, México, Rusia y Brasil, como los peores preparados para la llegada del coche autónomo.

A través de las experiencias analizadas, se pueden extraer cinco condiciones que pueden condicionar el éxito en este campo:

  1. El apoyo del gobierno y la voluntad de desarrollar un acervo legislativo en torno a la conducción autónoma.
  2. Una infraestructura viaria excelente.
  3. Un elevado grado de inversión e innovación del sector privado.
  4. Posibilidad de realizar pruebas a gran escala fruto de la existencia de una fuerte industria de automoción.
  5. Un gobierno proactivo que promueva acuerdos entre fabricantes.
 España aparece en el nada destacado puesto 15 del ranking, por debajo de Australia y por encima de China. Como hito destacado, se subraya la existencia de un plan sobre vehículos autónomos anunciado en noviembre de 2017. Por lo demás, los indicadores considerados sitúan a nuestro país entre los puestos 14 y 17 en los cuatro pilares. Entre los puntos débiles, comentar que no existen aquí empresas de tecnología de coches autónomos y que hay pocas patentes relevantes. A pesar de la buena calidad de las carreteras, baja la puntuación el no disponer prácticamente de estaciones de carga eléctrica y –según los autores del informe-, un nivel medio de cobertura 4G.

martes, 22 de mayo de 2018

El ecosistema Fintech español

El sector financiero ha sido tradicionalmente uno de los primeros en asumir la innovación tecnológica, primero, con la informatización, más tarde, ofreciendo servicios a través de Internet, y ahora, adaptándose a las necesidades de la sociedad digital. La revolución viene de la mano de empresas tecnológicas, las denominadas Fintech, cuyas soluciones financieras han hecho reaccionar a la banca tradicional, que se ha puesto a generar innovación al servicio del cliente.

El denominado ecosistema Fintech español es el objeto de estudio del informe Fintech, innovación al servicio del cliente elaborado por el Observatorio de la Digitalización Financiera Funcas-KPMG. La meta, según sus autores, es ofrecer a la sociedad una visión de las transformaciones que se están produciendo en el sector financiero de nuestro país desde la perspectiva de la oferta y de la demanda.

Un primer paso de este trabajo es definir claramente qué es una empresa Fintech, que es aquella que ofrece servicios financieros con las tecnologías más modernas. Este tipo de compañías presenta seis rasgos distintivos:

  1. Su oferta de productos financieros es totalmente online
  2. Utilizan tecnologías disruptivas, tienen estructuras flexibles y metodologías de trabajo ágiles.
  3. Se basan en una filosofía centrada en el cliente
  4. Suelen basarse en un modelo monoproducto
  5. Favorecen la inclusión financiera y la transparencia
  6. Reducen los costes de los servicios actuales
Existen unas 15.000 empresas Fintech en todo el mundo y en nuestro país hay más de 300, que emplean a más de 3.500 trabajadores y que facturan más de 100 millones de euros. España es el 6º país del mundo en número de Fintechs y el 5º en cuanto al uso que hacen las personas de este tipo de servicios.

Las empresas tecnológicas centradas en aplicaciones financieras han actuado como catalizador de la digitalización de las entidades financieras y de la sociedad, favoreciendo la inclusión financiera y la democratización de los servicios, mediante unas políticas de innovación centrada en el cliente.

Aunque en un principio se produce una fuerte competencia entre las start-ups tecnológicas y la banca tradicional, actualmente ambas partes consideran más positivo y más rentable el aliarse y colaborar.
Curiosamente, tras producirse el tándem de cooperación entre la banca y las tecnológicas, aparecen en el horizonte del sector financiero nuevos agentes externos que pueden convertirse en competencia a medio plazo: las GAFA (Google, Amazon, Facebook y Apple) y las BAT (Baiudu, Alibaba, Tencent).

Para comprender la estructura del sector, la Asociación Española de Fintech e Insurtech clasifica las empresas en doce verticales:

  • Asesoramiento y gestión patrimonial.
  • Finanzas personales. Comparar productos financieros y optimización de finanzas personales.
  • Financiación alternativa. Préstamos sin garantía, Crowdlending y Crowdfunding.
  • Crowdfunding/lending sobre activos o bienes tangibles.
  • Servicios transaccionales/divisas. Se trata evitar los costes de la intermediación bancaria.
  • Medios de pago. Entidades que prestan medios de pago electrónicos.
  • Infraestructura financiera. Entidades dedicadas a la mejora de la tecnología existente para la prestación de servicios financieros.
  • Criptocurrencies y blockchain.
  • InsurTech. Tecnología aplicada al sector seguros.
  • Identificación online de clientes.
  • Big data. Generar servicios aprovechando los datos.
  • Neobanks y Challenger Banks. Bancos 100% digitales que utilizan el smartphone o las redes sociales para relacionarse con sus clientes.

Las empresas fintech españolas de acuerdo con el informe basan principalmente su modelo de negocio en los servicios de pago (76% del total) y en menor medida en servicios gratuitos (21%), teniendo poco peso por ahora los servicios freemium (3%).

Los ingresos vienen principalmente de las comisiones por la prestación de servicios financieros (45%), por el pago por uso (25%) y por las comisiones de transacciones (25%).

Finalmente, de todas las empresas Fintech encuestadas para este estudio, el 75% contempla a los bancos tradicionales como colaboradores y solamente una cuarta parte los concibe como competidores.

miércoles, 16 de mayo de 2018

Economía de los Datos: la riqueza de la era digital

Los datos se han convertido en un factor de producción de cualquier proceso económico actual. Aunque en estado bruto, el dato carece a priori de valor, a través de su tratamiento, procesamiento y análisis científico se puede convertir en conocimiento útil y original. Nunca antes se pudieron interpretar los datos como podemos hacerlo hoy gracias a las innovaciones en big data y en Ciencia de los Datos.

Economía de los Datos. Riqueza 4.0 es una nueva publicación de Fundación Telefónica dirigida por Emilio Ontiveros y coordinada por Verónica López Sabater (Analistas Financieros Internacionales) que persigue exponer la capacidad de innovación que se le presenta a las personas, las empresas y las Administraciones públicas, a partir de la explotación inteligente del dato.

La Economía de los Datos puede definirse como el conjunto de iniciativas, actividades y/o proyectos cuyo modelo de negocio se basa en la exploración y explotación de las estructuras de bases de datos existentes (tradicionales y procedentes de nuevas fuen-tes) para identificar oportunidades de generación de productos y servicios.

En términos de generación de valor, el big data puede desarrollar un mayor conocimiento sobre el perfil del cliente, una reducción en los costes mediante la detección y la resolución de ineficiencias y la creación de nuevos productos y servicios de informa¬ción o la implantación de nuevos negocios.

La data science, que engloba métodos computacionales, matemáticos y estadísticos, nos permite responder a preguntas dentro del marco empresarial aplicando el método científico, pasando de la teoría a la práctica, describiendo, anticipando y prediciendo sucesos y prescribiendo acciones.

Según la Comisión Europea, se estima que la Economía de los Datos en la Unión Europea ascendía a un valor de 272.000 millones de euros en 2015. McKinsey estima que el PIB de la economía europea podría incrementarse en 2,5 billones en 2025 si alcanzara un mayor potencial, especialmente en las empresas más retrasadas en términos de digitalización. En el caso de Estados Unidos, McKinsey estima que el Internet de las Cosas, la analítica de datos y las plataformas de talento online podrían añadir 2,2 billones de dólares al PIB de la economía americana en 2025.

El 70% de las empresas financieras del mundo declara que ya han hecho proyectos big data, enfocados, principalmente, en el conocimiento profundo de los clientes, la mejora de sus modelos de propensión a la adopción de sus productos, el análisis de riesgos o la detección de fraude de diferentes tipos, como en transacciones con tarjetas de pago o peticiones de préstamos.

En el caso del sector telecomunicaciones, aproximadamente el 60% de las organizaciones está realizando proyectos big data para analizar la movilidad de sus usuarios, entender cómo están conectados, mejorar sus campañas de marketing o realizar comunicaciones personalizadas gracias a la información geográfica que tienen.

En los medios de comunicación el principal uso del big data está relacionado con la recomendación personalizada de contenidos y la creación de nuevos productos basados en datos, y un 73% de estas empresas declara estar inmerso en este tipo de proyectos.

En España, el 84,8% de las compañías está realizando proyectos big data o tiene planes inminentes para hacerlo.

En América Latina, los países donde más se está apostando por el desarrollo de esta tecnología son Brasil, México y Argentina, donde más de un 75% de las empresas declara que es estratégico para ellas, está realizando proyectos o tiene planes para llevarlos a cabo en los dos próximos años.

Finalmente, es importante destacar que la Economía de los Datos puede convertirse en una fuente de creación de empleo, especialmente a través de la demanda que realiza de nuevos perfiles profesionales.

lunes, 7 de mayo de 2018

Los ecos de 2001 (y V): nuestros hermanos mayores del cosmos

Para celebrar los 50 años de la película de Stanley Kubrick 2001: una odisea del espacio me gustaría analizar a través de una serie de artículos algunos conceptos y elementos del film y su vigencia o relación con este mundo de la primera mitad del siglo XXI. En concreto, temas como las visiones de entonces del futuro tecnológico, el desarrollo de la inteligencia artificial y su relación con el ser humano, el transhumanismo o la búsqueda de vida extraterrestre.

A pesar de sus aires filosóficos, 2001 es una película de extraterrestres. El eje central de la acción describe la intervención en la evolución humana de inteligencias superiores, desde la prehistoria hasta el salto evolutivo que protagoniza el astronauta Bowman en la última secuencia del film.

No obstante, se trata de una película de extraterrestres atípica, pues es una película de extraterrestres sin extraterrestres. En efecto, no aparece ningún ser de otro mundo en todo el metraje y solamente hacen patente su presencia las inteligencias superiores a través del monolito negro, que es el verdadero protagonista del guion.

El director Stanley Kubrick le explicó al escritor Joseph Gelmis en una entrevista realizada en 1969 el porqué de esta ausencia de iconografía alienígena. El equipo de rodaje debatió largo y tendido sobre cómo presentar a los extraterrestres de una forma absolutamente rompedora y alucinante, pero al final se llegó a la conclusión de que «no se puede imaginar lo inimaginable». Deciden por tanto representar la inteligencia de otros mundos desde un punto de vista simbólico y artístico, un monolito negro, que en palabras de Kubrick «tiene en sí mismo algo de arquetipo jungiano y a la vez es un ejemplo muy fiel de ‘arte minimalista’».

De alguna forma, los entes superiores extraterrestres son un equivalente a dioses. El mismo Kubrick dijo en 1968: «Diría que el concepto de Dios está en el corazón de 2001, pero no cualquier imagen tradicional antropomórfica de Dios». No es extraño que una civilización tecnológica “actualice” el culto religioso tradicional tiñéndolo de tecnología. No son pocas las personas que sustituyen la fe en los dogmas de las religiones por la creencia en seres galácticos que nos visitan con asiduidad y que interfieren en nuestras vidas.

Pero dejando de lado las seudoreligiones basadas en extraterrestres, lo cierto es que la ciencia lleva desde el siglo pasado realizando esfuerzos serios por encontrar y comunicarse con seres de otros mundos. El proyecto SETI (Search for ExtraTerrestrial Intelligence) comenzó en la década de los setenta analizando señales de radio procedentes del cosmos buscando inteligencia y enviando a su vez mensajes que puedan ser descifrados e interpretados por civilizaciones avanzadas (que por lo menos hayan llegado a dominar la radioastronomía).

Por otro lado, tanto las sondas Pioneer 10 y 11 como las Voyager 1 y 2 albergan mensajes sobre la Tierra por si algún día son encontradas por seres extraterrestres inteligentes. Las dos primeras llevan una placa con grabados sobre el aspecto del hombre y de la mujer y la posición del planeta Tierra en el Sistema Solar, mientras que las Voyager contienen un disco con música y sonidos de nuestro planeta.

Uno de los campos más activos en la actualidad en la búsqueda de vida fuera de la Tierra es identificar y analizar exoplanetas, es decir, planetas que giran en torno a otras estrellas. En concreto, se trata de estudiar grandes cantidades de estrellas para desentrañar si cerca de ellas orbitan planetas con características parecidas a las de la Tierra. En este sentido, recientemente se ha puesto en órbita el satélite TESS (Transiting Exoplanet Survey Satellite) cuya misión consiste en analizar más de 500.000 estrellas durante los próximos dos años con el objeto de identificar posibles cambios de la luz procedente de estos astros, que puedan implicar que un planeta ha cruzado entre la estrella y la Tierra.

¿Llegaremos algún día a conocer a nuestros hermanos mayores del cosmos?

jueves, 3 de mayo de 2018

Los ecos de 2001 (IV): el ser humano es algo que debe ser superado

Para celebrar los 50 años de la película de Stanley Kubrick 2001: una odisea del espacio me gustaría analizar a través de una serie de artículos algunos conceptos y elementos del film y su vigencia o relación con este mundo de la primera mitad del siglo XXI. En concreto, temas como las visiones de entonces del futuro tecnológico, el desarrollo de la inteligencia artificial y su relación con el ser humano, el transhumanismo o la búsqueda de vida extraterrestre.

2001: A Space Odyssey es quizá la más ambiciosa narración cinematográfica que jamás que haya filmado, pues cubre en sus algo más de dos horas de metraje los millones de años que recorre la humanidad desde sus orígenes simiescos hasta una era de viajes espaciales que todavía en nuestra época no ha llegado. El guion relata el viaje metafísico en el tiempo que transporta al espectador desde los homínidos que dieron origen a la especie humana, hasta una supuesta transformación del ser humano en una suerte de semidiós galáctico por obra de una inteligencia extraterrestre superior.

En la enigmática secuencia final, el astronauta Dave Bowman, que se encuentra más allá de Júpiter, aterriza con su nave en una estancia de corte clásico (decoración estilo Luis XVI) y allí comienza a verse a sí mismo dar saltos de décadas de su vida en minutos, hasta verse decrépito en el lecho de muerte. En ese momento, surge el negro monolito al pie de la cama y Bowman es iluminado por una intensa luz blanca que le transforma en un feto: se ha producido un salto evolutivo del ser humano hacia una nueva raza mucho más avanzada. La imagen final muestra al niño de las estrellas navegando por el espacio en dirección a la Tierra.

Probablemente Stanley Kubrick, al igual que Nietzsche, ya pensaba entonces, cuando rodó la película, que el hombre es algo que debe ser superado y hoy en día igualmente nos encontramos con numerosas voces que predicen la evolución de nuestra especie gracias a la tecnología.

El transhumanismo, término acuñado hacia mediados del siglo pasado, hace alusión a un movimiento cultural e intelectual internacional que tiene como objetivo final transformar la condición humana mediante el desarrollo y la fabricación de tecnología que mejore las capacidades humanas, tanto a nivel físico como psicológico o intelectual.

Ya en nuestro siglo nos encontramos con los denominados biohackers, personas que gestionan su propia biología utilizando una serie de técnicas médicas, nutricionales y electrónicas, con el objetivo de ampliar sus capacidades físicas y mentales. La meta es conseguir desarrollar el hombre aumentado, es decir, un ser fruto de aumentar la capacidad del cuerpo humano haciendo uso de las tecnologías, prótesis o implantes tecnológicos.

Se habla también de los cíborgs, seres formados por materia viva y dispositivos electrónicos, entre los que destaca el británico Neil Harbisson, un artista contemporáneo y activista cíborg, que es conocido mundialmente por la antena que lleva implantada en la cabeza para poder ver los colores. Se trata del primer cíborg oficialmente reconocido por un gobierno. En 2010 fundó, junto con la coreógrafa catalana Moon Ribas, la Cyborg Foundation, una institución destinada a promover el ciborgismo como movimiento social y artístico, así como a defender los derechos de los cíborgs y ayudar a los humanos que lo deseen a convertirse en cíborgs.

La medicina ya está dando grandes pasos en la aplicación de tecnología para ayudar a las personas a superar limitaciones relacionadas con la discapacidad, desde implantes cocleares, que permiten a las personas con limitaciones auditivas escuchar, hasta exoesqueletos destinados a ayudar a moverse a aquellos que tienen limitaciones motoras.

Sin embargo, una de las grandes fronteras en este campo son los interfaces cerebro-ordenador (BCI en sus siglas en inglés), una tecnología que recoge las ondas cerebrales para que puedan ser procesadas por una máquina o un ordenador. De alguna forma, establecen una relación directa entre la mente humana y el entorno. En el ámbito de la discapacidad, pueden hacer que personas con poca o nula capacidad motora muevan con el pensamiento dispositivos mecánicos, como un brazo articulado o una silla de ruedas, o que interactúen con su entorno, por ejemplo, encender y apagar la luz sin tocar un interruptor.

Finalmente, la edición del genoma humano, algo en lo que todavía estamos dando los primeros pasos, puede ser la llave para cambiar y mejorar al ser humano desde su misma esencia. La tecnología CRISPR, definida gráficamente como unas tijeras moleculares, abre la posibilidad de alterar la carga genética de cualquier célula y puede que algún día seamos capaces de esta manera de prevenir y neutralizar enfermedades genéticas y de reforzar y aumentar las capacidades del cuerpo humano.

Quién sabe si a lo largo de este siglo llegaremos a ver al ser humano aumentado.

 
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