Para celebrar los 50 años de la película de Stanley Kubrick 2001: una odisea del espacio me gustaría analizar a través de una serie de artículos algunos conceptos y elementos del film y su vigencia o relación con este mundo de la primera mitad del siglo XXI. En concreto, temas como las visiones de entonces del futuro tecnológico, el desarrollo de la inteligencia artificial y su relación con el ser humano, el transhumanismo o la búsqueda de vida extraterrestre.
2001: A Space Odyssey es quizá la más ambiciosa narración cinematográfica que jamás que haya filmado, pues cubre en sus algo más de dos horas de metraje los millones de años que recorre la humanidad desde sus orígenes simiescos hasta una era de viajes espaciales que todavía en nuestra época no ha llegado. El guion relata el viaje metafísico en el tiempo que transporta al espectador desde los homínidos que dieron origen a la especie humana, hasta una supuesta transformación del ser humano en una suerte de semidiós galáctico por obra de una inteligencia extraterrestre superior.
En la enigmática secuencia final, el astronauta Dave Bowman, que se encuentra más allá de Júpiter, aterriza con su nave en una estancia de corte clásico (decoración estilo Luis XVI) y allí comienza a verse a sí mismo dar saltos de décadas de su vida en minutos, hasta verse decrépito en el lecho de muerte. En ese momento, surge el negro monolito al pie de la cama y Bowman es iluminado por una intensa luz blanca que le transforma en un feto: se ha producido un salto evolutivo del ser humano hacia una nueva raza mucho más avanzada. La imagen final muestra al niño de las estrellas navegando por el espacio en dirección a la Tierra.
Probablemente Stanley Kubrick, al igual que Nietzsche, ya pensaba entonces, cuando rodó la película, que el hombre es algo que debe ser superado y hoy en día igualmente nos encontramos con numerosas voces que predicen la evolución de nuestra especie gracias a la tecnología.
El transhumanismo, término acuñado hacia mediados del siglo pasado, hace alusión a un movimiento cultural e intelectual internacional que tiene como objetivo final transformar la condición humana mediante el desarrollo y la fabricación de tecnología que mejore las capacidades humanas, tanto a nivel físico como psicológico o intelectual.
Ya en nuestro siglo nos encontramos con los denominados biohackers, personas que gestionan su propia biología utilizando una serie de técnicas médicas, nutricionales y electrónicas, con el objetivo de ampliar sus capacidades físicas y mentales. La meta es conseguir desarrollar el hombre aumentado, es decir, un ser fruto de aumentar la capacidad del cuerpo humano haciendo uso de las tecnologías, prótesis o implantes tecnológicos.
Se habla también de los cíborgs, seres formados por materia viva y dispositivos electrónicos, entre los que destaca el británico Neil Harbisson, un artista contemporáneo y activista cíborg, que es conocido mundialmente por la antena que lleva implantada en la cabeza para poder ver los colores. Se trata del primer cíborg oficialmente reconocido por un gobierno. En 2010 fundó, junto con la coreógrafa catalana Moon Ribas, la Cyborg Foundation, una institución destinada a promover el ciborgismo como movimiento social y artístico, así como a defender los derechos de los cíborgs y ayudar a los humanos que lo deseen a convertirse en cíborgs.
La medicina ya está dando grandes pasos en la aplicación de tecnología para ayudar a las personas a superar limitaciones relacionadas con la discapacidad, desde implantes cocleares, que permiten a las personas con limitaciones auditivas escuchar, hasta exoesqueletos destinados a ayudar a moverse a aquellos que tienen limitaciones motoras.
Sin embargo, una de las grandes fronteras en este campo son los interfaces cerebro-ordenador (BCI en sus siglas en inglés), una tecnología que recoge las ondas cerebrales para que puedan ser procesadas por una máquina o un ordenador. De alguna forma, establecen una relación directa entre la mente humana y el entorno. En el ámbito de la discapacidad, pueden hacer que personas con poca o nula capacidad motora muevan con el pensamiento dispositivos mecánicos, como un brazo articulado o una silla de ruedas, o que interactúen con su entorno, por ejemplo, encender y apagar la luz sin tocar un interruptor.
Finalmente, la edición del genoma humano, algo en lo que todavía estamos dando los primeros pasos, puede ser la llave para cambiar y mejorar al ser humano desde su misma esencia. La tecnología CRISPR, definida gráficamente como unas tijeras moleculares, abre la posibilidad de alterar la carga genética de cualquier célula y puede que algún día seamos capaces de esta manera de prevenir y neutralizar enfermedades genéticas y de reforzar y aumentar las capacidades del cuerpo humano.
Quién sabe si a lo largo de este siglo llegaremos a ver al ser humano aumentado.
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