lunes, 2 de marzo de 2020

Por qué un robot no podrá sustituir a tu peluquero


La sustitución de trabajadores humanos por máquinas en el entorno laboral, y la pérdida de empleos consecuente, es una de las grandes preocupaciones de las sociedades actuales. El vertiginoso avance de la tecnología parece habernos cogido por sorpresa, y no parecemos ser capaces de dar una respuesta social y política a la perspectiva catastrofista de un futuro cercano caracterizado por el desempleo masivo.

En 2013, dos académicos de la Universidad de Oxford, Carl Benedikt Frey y Michael A. Osborne, abrieron la caja de Pandora con un estudio que postulaba que prácticamente la mitad de los empleos de Estados Unidos podían ser desempeñados por máquinas. En concreto, en el trabajo calculaban la probabilidad de que una determinada ocupación pueda ser automatizada. Los medios dieron a las conclusiones del trabajo un barniz apocalíptico, al sugerir, en ciertos titulares, que los robots iban a sustituir al 47% de los trabajadores del país.

La realidad es mucho más compleja y, aunque efectivamente la inteligencia artificial tiende a desplazar la mano de obra humana, no está tan claro en qué medida y a qué empleos afectará más directamente. Para Frey y Osborne, solamente las ocupaciones muy creativas se librarán de ser automatizadas; otros en cambio extienden el reino del maquinismo incluso a campos que parecían acotados en exclusiva para el ingenio humano, como la redacción periodística.

En cualquier caso, la visión más ortodoxa prevé, en primer lugar, la destrucción del empleo menos cualificado –basado en tareas repetitivas y en gran medida manuales- y más adelante, a medida que las máquinas más inteligentes van avanzando en sofisticación, también la sustitución de cada vez más trabajadores especializados. Numerosas actividades financieras y de seguros o la atención al cliente, por poner dos ejemplos, son susceptibles de ser realizadas por algoritmos informáticos.

Y, sin embargo, parece ser que mientras que las máquinas son muy buenas acometiendo funciones que para los humanos suponen retos intelectuales, fallan bastante en actividades relacionadas con la percepción, la motricidad y la destreza fina. Sorprendentemente, esto podría implicar que muchos empleos manuales que requieren muy poca cualificación –como peluquero, limpiador o jardinero- podrían resistir el empuje de la automatización y seguir siendo desempeñados por humanos. Es lo que se conoce como la paradoja de Moravec.

Hans Peter Moravec es un experto austriaco en robótica del Robotics Institute de la Carnegie Mellon University, en Pittsburgh, Pennsylvania. En la década de los ochenta, desarrolló, junto con Rodney Brooks y Marvin Minsky, una teoría según la cual, mientras que resulta relativamente fácil -o por lo menos alcanzable- aplicar con éxito la inteligencia artificial para reproducir las habilidades intelectuales de los humanos, en cambio, resulta muy complejo programar en un robot nuestra capacidad de percepción y nuestras habilidades sensomotoras.

En suma, lo que Moravec defendía –y parece que treinta años después sigue teniendo razón- es que resulta mucho más sencillo crear algoritmos de inteligencia artificial para llevar a cabo tareas basadas en el cálculo y las matemáticas, que robots inteligentes que sean capaces de interactuar físicamente con el entorno.

Una máquina inteligente nos supera en capacidad de cálculo; puede procesar millones de datos y establecer un dictamen en tiempo record -como, por ejemplo, al analizar e identificar patrones de síntomas de enfermedades más rápido que un médico-, pero le cuesta sobremanera andar a dos patas como los humanos (a pesar de los avances realizados en este campo por empresas Boston Dynamics) o coger de una estantería objetos de distintas formas o tamaños, con la naturalidad con la que lo hacemos nosotros.

Hans Moravec achaca esta paradoja a la evolución de las partes motoras y sensoriales del cerebro humano, un proceso que ha durado de miles de años, y que nos ha dotado de la experiencia que tenemos sobre el mundo físico que nos rodea y de la capacidad para sobrevivir en él. Por el contrario, el proceso que conocemos como razonamiento es la “más fina capa de barniz” de la mente humana, y su efectividad se basa en el mucho más poderoso conocimiento sensomotor-, que ponemos en práctica continuamente, de manera inconsciente, en nuestra vida diaria.

Los algoritmos de inteligencia artificial de esta primera mitad del siglo veintiuno amenazan directamente a los trabajadores cualificados, especialmente del sector servicios. Se trata de ocupaciones muy dependientes del manejo de datos –contables, auditores, tomadores de seguros, meteorólogos, e incluso, empleados del comercio minorista o profesiones relacionadas con la atención al cliente…-, que constituyen un campo en el que el aprendizaje automático de las máquinas demuestra su eficiencia y en donde supone un ahorro de costes respecto a la mano de obra humana. Otras de las candidatas a la automatización son las ocupaciones que demandan muy baja cualificación y que están basadas en tareas repetitivas. Pero en cambio, muchos otros trabajos manuales no son fácilmente automatizables. La adaptación de los robots para realizar determinadas tareas es muy lenta y trabajosa.

De esta forma, la inteligencia artificial tiende a eliminar, en primer lugar, los trabajos manuales más simples y, después, aquellos que están basados, aunque sea implícitamente, en los datos y el álgebra, es decir, en el manejo de información. Las ocupaciones que corren menos riesgo a medio plazo de ser desempeñadas por máquinas basadas en el trabajo físico, serían las que requieren una gran destreza en un entorno no estructurado, lo que dificulta el uso de robots, y que además tienen un componente de habilidades sociales. Por ejemplo, los cuidadores de personas mayores, peluqueros, fisioterapeutas, o educadores de perros. Por su parte, las profesiones basadas en el trabajo cognitivo que están fuera de peligro son aquellas que demandan creatividad o estrategia, y habilidades sociales, como, por ejemplo, psiquiatras, directores de relaciones públicas, trabajadores sociales o abogados criminalistas.



Photo by Alex Knight from Pexels


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