Probablemente, la cuarentena a la que nos hemos visto sometidos a causa de la pandemia del coronavirus COVID-19 constituya la prueba de fuego para evaluar la efectividad de las nuevas formas de organización del trabajo que han emergido en este siglo XXI. Esta situación inédita en la historia reciente, que ha obligado a millones de personas en todo el mundo a confinarse en sus hogares durante un número de semanas en principio indeterminado, va a poner a prueba la capacidad de los equipos de las empresas e instituciones para mantener, en la medida de lo posible, la actividad normal dentro de la anormalidad de la situación que enfrentamos.
A través de esta experiencia comprobaremos cuán resilientes son las organizaciones hoy en día, es decir, cuál es su capacidad para seguir funcionando ante cualquier adversidad, y cuál su grado de flexibilidad para adaptarse a los escenarios variables de un mundo en constante cambio, un mundo líquido, utilizando la terminología acuñada por Zygmut Bauman.
Sin duda, uno de los factores clave del trabajo de esta era es, en términos generales, su fuerte dependencia de la tecnología, y en concreto, de las tecnologías digitales. La capacidad que estas nos otorgan para, por una parte, acceder a cualquier fuente de información, a recopilar y procesar grandes volúmenes de datos, y por otra, para poder establecer una comunicación permanente remota con cualquier persona, independientemente de dónde se halle, rompe sonoramente con la rigidez de las formas laborales heredadas de la era industrial. Atrás quedaron esas oficinas de largas filas de mesas ocupadas por administrativos cuasi mecánicos, como en la que trabaja Jack Lemmon en el film de Billy Wilder El apartamento.
España es ya prácticamente una sociedad digital; nuestra vida cada vez reposa más en las redes: desde cómo nos divertimos o nos relacionamos, hasta cómo compramos o como interactuamos con nuestra entidad financiera. La esfera laboral no es una excepción. La penetración de las tecnologías de las comunicaciones en nuestro día a día del trabajo ha ido dotando de ubicuidad a muchas ocupaciones, de forma que ahora están deslocalizadas y pueden desempeñarse fuera de las oficinas.
Y España cuenta con una ventaja muy importante en este sentido, puesto que tiene la mejor red de internet de alta velocidad de toda Europa. En porcentaje, el 94% de la población cuenta con cobertura de banda ancha, y entre los tres grandes operadores (Telefónica, Orange y Vodafone) suman 48 millones de hogares pasados con fibra óptica, la infraestructura ultrarrápida de nueva generación. De hecho, contamos con más fibra óptica deplegada que Alemania, Inglaterra, Italia, Francia y Portugal.
Sin embargo, estas nuevas formas de trabajar no consisten solamente en poder trabajar desde casa con el ordenador. El teletrabajo es solamente una parte de todo el planteamiento, si bien dinamita una de las lacras de la oficina clásica, como es el presencialismo, la obligación de hacer horas para que se nos vea desde la dirección.
Un trabajo por objetivos, que persiga el cumplimiento de una serie de metas e hitos establecidos por encima del “tener que estar en el puesto un tiempo definido” tradicional, es una filosofía que ya aplican numerosas empresas, demostrando un enfoque muy maduro al confiar en la responsabilidad y el compromiso del empleado.
Igualmente, la paulatina desaparición de las jerarquías recargadas de las organizaciones, y el “achatamiento” de las estructuras de cuadros de mandos, es otro rasgo de la empresa de este siglo. Frente a los complejos entramados de cargos de antes, ahora los equipos de trabajo más eficaces funcionan como redes, donde cada nodo o trabajador tiene sus tareas asignadas, su autonomía para llevarlas a cabo, y una cierta capacidad de toma de decisiones, sin tener que consultar a su superior cada pequeño paso que se da.
La catástrofe sanitaria que estamos sufriendo estas semanas nos va a demostrar en qué medida estamos preparados para trabajar de otra forma. Para trabajar en la sociedad digital en red de nuestra era.
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