martes, 13 de marzo de 2018

Frankenstein como reflexión para la ciencia y la tecnología actuales

El 1 de enero de 2018 se cumplió el bicentenario de la publicación de Frankenstein o el moderno Prometeo de Mary Shelley, una de las grandes novelas góticas del siglo XIX y un icono clásico del género de la ciencia ficción. El libro tiene su origen en una reunión que celebraron la autora y su marido, el poeta Percy Bysshe Shelley, con el amigo de ambos Lord Byron, en la Villa Diodati, su residencia en Suiza. Lo que empezó como un juego o un reto entre amigos -a ver quién compone la mejor novela de terror- desembocó en uno de los mejores relatos de la literatura fantástica de todos los tiempos.

Frankenstein, aparte de sus virtudes literarias, constituyen una seria reflexión sobre los límites de la ciencia y del desarrollo científico.  La trama es harto conocida: un científico, Victor Frankenstein, construye un ser humano con partes de cadáveres y consigue insuflarle vida. El ser creado tiene un aspecto monstruoso y es rechazado por las personas con las que coincide, por lo que desarrolla un odio hacia el ser humano en general y hacia su creador en particular. De esta forma, se dedica a perseguir a Victor Frankenstein y a asesinar a sus seres queridos.

Para conmemorar los 200 años de la obra y como una forma de reivindicar su vigencia actual, la Universidad Estatal de Arizona ha lanzado una edición de la novela anotada para científicos, ingenieros y creadores de todo tipo. El volumen reproduce el texto completo de Shelley con comentarios de científicos y personal académico de distintos centros de enseñanza superior, que puntualizan o reflexionan sobre distintos aspectos. Adicionalmente, los responsables de la edición han incluido una serie de ensayos en los que varios expertos realizan aproximaciones a la obra que arrojan conclusiones relevantes sobre la investigación y el desarrollo científico y tecnológico. Conviene detenerse un poco en estos textos.

La investigadora Josephine Johnston centra su aportación a la obra en la responsabilidad que debe asumir el científico y el tecnólogo, algo que a su juicio Victor Frankenstein desatiende. Se trata de una responsabilidad ante la sociedad, por los efectos que puede tener tu creación científica, y también una responsabilidad ante lo creado, en este caso, ante el monstruo. Ambos aspectos son extraordinariamente actuales, el segundo en concreto en relación con los avances de la biotecnología y de la inteligencia artificial como áreas “creadoras”

Por otra parte, la escritora de ciencia ficción Cory Doctorow en su ensayo titulado He creado un monstruo (y tú también puedes hacerlo) saca de la obra la conclusión de que, aunque los avances tecnológicos suelen ser el resultado de las decisiones individuales, el cómo se utilizan se convierte en una decisión colectiva. Pone de ejemplo Facebook, fruto de una decisión individual de su creador, pero cuya popularidad procede del uso masivo en todo el mundo, de la decisión colectiva de utilizar esa y no otras redes sociales precedentes que fracasaron.

Jane Maienschein y Kate Maccord se preguntan sobre si la criatura de Frankenstein es o no un ser humano, o lo que es lo mismo, por qué es considerado como un monstruo en la novela. Para ellas, lo monstruoso del ser no es su apariencia física, por desagradable que pueda ser, ni sus actos violentos, generados por el rechazo social, sino el hecho de que no ha experimentado un proceso de desarrollo para ser como es, que, a juicio de las autoras, es lo que define la naturaleza humana.

La cuestión sobre si Victor Frankenstein es un científico o un alquimista centra la reflexión del profesor de filosofía Alfred Nordmann. A modo de ver, el proceder del creador del monstruo está más próximo a la magia y la superstición que a la ciencia moderna. El científico estudia la naturaleza de forma objetiva y desapasionada, mientras que Victor acomete su trabajo investigador con “una ansiedad que casi se convierte en agonía”.

El texto de Elizabeth Bear Frankenstein Reframed or the Problem with Prometheus estudia los que ella identifica como fallos en la personalidad de Victor Frankenstein, que llevan al desencadenamiento de la tragedia en la historia: la falta de empatía y el narcisismo, esto último muy asociado al pensamiento científico de la Ilustración (lo humano por encima de cualquier otra cosa).

Anne K. Mellor de la Universidad de California se aproxima a la obra de Shelley desde el punto de vista del género. ¿Habría cambiado algo la relación con su creación si Frankenstein hubiese sido mujer en vez de hombre? ¿Crear un ser vivo sin madre no es alterar las leyes básicas de la naturaleza? ¿Qué implicaciones morales y éticas debería tener en consideración la genética moderna y la biotecnología?

Finalmente, Heather Douglas de la Universidad de Waterloo compara la novela Frankenstein con el desarrollo de la bomba atómica. Según su teoría, existe una dulzura técnica en la investigación científica cuando aparece la solución a un problema y todas las piezas encajan. Lo peligroso es que, como en el caso del proyecto Manhattan, la satisfacción que produce el haber salvado un obstáculo importante y haber alcanzado el objetivo último de la investigación, impide que los científicos tengan la perspectiva suficiente para darse cuenta de que probablemente acabar el proyecto no era deseable, ya sea dar vida al monstruo de Frankenstein o el desarrollo de un arma nuclear.

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