El año 2020 impuso un abrupto
cambio en la forma de trabajar de una parte importante de la población ocupada
del mundo. Todo aquel que pudo por las características de su empleo adoptó el
trabajo en remoto desde el confinamiento de su domicilio, y, una vez que se
inició la desescalada, numerosas empresas optaron por el formato combinado de
asistencia presencial y teletrabajo, mientras las condiciones sanitarias no podían
garantizar la seguridad absoluta para los empleados.
A primera vista, podría parecer
que la nueva normalidad nos devolverá a las oficinas y al trabajo completamente
presencial, pero cada vez se alzan más opiniones en contra de este
planteamiento, de forma que todo apunta a que nada volverá a ser ya como antes.
En los últimos meses, tanto empleados como empleadores han podido descubrir las
ventajas del trabajo a distancia, y es muy posible que, a partir de ahora, esta
modalidad esté mucho más extendida en nuestra sociedad.
Esto no implica que las oficinas
tiendan a desaparecer y que todo el mundo vaya a acabar trabajando en su casa.
El modelo más en boga entre las empresas es el del denominado “trabajo
híbrido”, que implica que trabajador realiza parte de su jornada en las
dependencias de la compañía y la otra parte fuera de allí, de forma
deslocalizada. Es decir, combinar la presencialidad con el trabajo en remoto.
Si bien el magno experimento laboral que tuvo lugar hace ya dos años ha
demostrado las virtudes del teletrabajo, en los departamentos de recursos
humanos de las organizaciones causan no poca preocupación temas como la posible
pérdida de compromiso del empleado trabajando en remoto con la marca, o la
ausencia de esa “gestión del conocimiento de pasillo” que surge de compartir un
espacio de trabajo con otros compañeros.
El futuro inmediato es híbrido.
McKinsey Global Institute predice que entre el 20% y el 25% de los trabajadores
de las economías avanzadas continuará trabajando de forma híbrida -quedándose
en casa entre tres y cinco días a la semana-, una proporción entre cuatro y
cinco veces la que había antes de la pandemia.
A pesar de sus evidentes
ventajas, también se alzan voces anunciando los peligros que entraña el formato
basado en el teletrabajo parcial. Por un lado, los empleados más ausentes de la
oficina, es decir, aquellos con modalidades que impliquen más cantidad de
trabajo en remoto pueden llegar a hacerse menos visibles que los otros, y
quedar relegados a la hora de promocionar o recibir reconocimientos.
Igualmente, y relacionado con lo
anterior, el trabajo híbrido puede ampliar las brechas de género dentro de las
empresas, puesto que las mujeres jóvenes con hijos pequeños tenderán a
solicitar más horas de teletrabajo que sus compañeros masculinos. Este factor
puede frenar sus carreras profesionales convirtiéndolas en invisibles frente a
otros empleados y empleadas que opten por una mayor presencialidad.
Existen otros temas relacionados
con asuntos materiales, como el poder garantizar a cada empleado un puesto en
la oficina cada vez que viene, dado que ya no habrá, por norma general, sitios
fijos como antaño, o la financiación del coste que asumen los teletrabajadores
para poder disponer de las condiciones adecuadas en su domicilio, algo que,
según la nueva ley sobre teletrabajo, debería asumir el empleador. El tiempo
dirá cómo se van resolviendo estas cuestiones de forma satisfactoria para
todos.
Con todo, es más que probable que
las oficinas que conozcamos a finales de esta década que empieza se parezcan
muy poco a las que dejamos atrás en la pasada, con sus grandes praderas de
mesas de trabajo, y los puestos fijos en los que nos sentábamos día tras día,
decorados con objetos personales y las fotos de la familia.