A pesar de que el calvinismo, en el que basa su doctrina el capitalismo, hace un alarde de crueldad al ser traducido a una doctrina económica, justificando la acumulación de riqueza de unos pocos y condenando moralmente la pobreza de los desfavorecidos; existe una interpretación social de las Sagradas Escrituras, en concreto desde el judaísmo, que identifica en el Antiguo Testamento principios éticos destinados a promover el bien general de las personas.
He llegado a estas teorías a través del libro Primero la gente (Deusto, 2007), una obra a dos manos entre el Nobel de Economía Amartya Sen y el experto en responsabilidad social corporativa Bernardo Kliksberg. Es este último autor el que dedica en el volumen un capítulo a analizar la visión social de la Biblia, desde su fe que coincide que es la hebrea.
A juicio de Kliksberg, los textos de la Tora (instrucción), base del judaísmo, no sólo centran su foco en cuestiones como la pobreza, la exclusión social, las desigualdades y las responsabilidades de la sociedad frente a estos temas; la preocupación se materializa en principios rectores y orientaciones de comportamiento al respecto muy precisas. Es decir, que no se puede hablar de unas vagas ideas bondadosas.
Son escritos de los que emana una profunda doctrina económica y social, que es canalizada por la Divinidad a través de figuras humanas, los profetas, que intentan llamar la atención del pueblo sobre los problemas sociales.
Kliksberg identifica las siguientes visiones de economía social en el Antiguo Testamento:
A. La idea de responsabilidad del uno por el otro
Básicamente, que cada uno debe velar por sus semejantes, expresado no como una opción recomendable, sino como mandato. Levítico (19:18): “y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. No supone una forma especial de actuar, debe ser la manera cotidiana de vivir.
B. La pobreza debe ser erradicada
Coincidiendo con teorías del desarrollo actuales, el Antiguo Testamento afirma que la pobreza no es inevitable y que no forma parte del designio divino. El texto del Deuteronomio (15-4), “bien que no debe haber en medio de ti menesteroso alguno”, es interpretado por analistas como Yeshahahu Leibowicz, no como una promesa divina, sino como una exigencia impuesta al ser humano. Debemos evitar que haya indigentes entre nosotros.
C. La dignidad del pobre debe ser preservada por todo los medios
Según la interpretación de Kliksberg, el mensaje bíblico obliga a proteger a las figuras que encarnan la exclusión en la antigüedad, es decir, las viudas, los huérfanos, los extranjeros y los pobres, a grandes rasgos. La solidaridad con los semejantes es una obligación primordial.
D. Evitar las grandes desigualdades
La interpretación parte de la idea de que las grandes desigualdades han sido generadas por las sociedades, no están en los designios divinos. Como indica Kliksberg, en el texto bíblico surge de forma poderosa la idea de que la tierra ha sido creada para compartirla, Levítico (25:23): “la tierra, pues, no podrá venderse a perpetuidad, porque mía es la tierra, pues vosotros sois extranjeros y forasteros para conmigo”.
E. La sociedad debe organizarse para combatir la pobreza
Se plantea en la Sagradas Escrituras un verdadero estado del bienestar: acción colectiva de comunidad frente a los problemas económicos y buen gobierno. Se plantean los cimientos de los sistemas fiscales, una primitiva legislación laboral, regulaciones del mercado, además de medidas asistenciales para los enfermos, los ancianos, la educación de los niños… Hasta el punto de afirmar: “ayudar al otro de modo tal que después no necesite ayuda, entrando en sociedad con él o dándole un préstamo”. Enseñar a pescar en vez de alimentar, vamos.
F. El voluntariado es una obligación ética
Aparte de la acción del Estado, se considera necesaria una conducta individual solidaria en el día a día. El voluntariado debe ser una forma de vida; en el Talmud se considera que la “tzedaka”, la acción solidaria, es “igual en importancia que todos los otros mandamientos combinados. El mandato bíblico considera un grave error de omisión no actuar cuando se puede hacerlo.
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