Parece ser que por fin Obama ha
entendido la ecuación de la renta y la demanda que explica el primer capítulo
de cualquier manual de macroeconomía. A pesar de la oposición del siniestro Tea Party, ha razonado que la única
forma de combatir el desempleo es ejecutando inversiones y gasto públicos, y
calcula que puede de esta manera situar la tasa de paro de EE.UU. varios puntos
por debajo del actual nueve y pico por ciento (¡jopé, lo que daríamos nosotros
por tener esa tasa de parados!). Aquí por desgracia las infusiones patrias de
graznido de gaviota junto con el colectivo del capullo en la mano parecen haber
considerado el confiar la reactivación económica al Espíritu Santo, a la Virgen del Pilar o a la de
Lourdes (para el caso es lo mismo en una Europa unida), que como todo el mundo
sabe son entes mucho más eficaces que la política fiscal y de rentas. Nuestros
esfuerzos se dedican a aplacar la ira de los mercados.
Los mercados financieros han
venido a sustituir a los viejos dioses que regían los destinos de las personas
en el mundo previo al paso del mito al logos.
Aquellos dioses, que en según qué culturas podían llegar tener muy mala leche,
eran los responsables de las malas cosechas, de que un volcán borrase tu ciudad
del mapa e incluso de que tu mujer te la pegase con ese esclavo nubio de
majestuosa estampa. La única forma de aplacar la ira de los dioses era
realizando ofrendas y sacrificios, y aun así la inestabilidad emocional de la
que hacían gala impedía con frecuencia predecir un resultado satisfactorio a la
operación. Actualmente son los mercados los que nos castigan, los que nos
obligan a realizar sacrificios y a empobrecernos para acallar su furor, los que
deciden que países con estructuras económicas sólidas no son dignos de confianza,
y en suma, los que nos exigen pedir perdón de rodillas por pecados que no hemos
cometido. Y las agencias de calificación son los sumos sacerdotes de este nuevo
culto, y aunque con frecuencia se equivocan provocando daño a millones de
personas, seguimos conservando la fe en ellas y siguiendo sus discutibles
dictámenes a pies juntillas.
Ya en 1936 Keynes explicaba el
funcionamiento de los mercados financieros en un mundo mucho menos globalizado
e interconectado que el actual:
"Cuando faltan los mercados de valores no tiene objeto revaluar con frecuencia una inversión en la cual nos hemos comprometido. Pero la bolsa evalúa muchas inversiones todos los días y estas revaluaciones dan frecuentes oportunidades a los individuos (aunque no a la comunidad en su conjunto) para revisar sus compromisos. Es como si un agricultor, habiendo observado su barómetro después del desayuno, decidiera retirar su capital del negocio agrícola entre diez y once de la mañana y reconsiderar si debía volver a él posteriormente durante la semana. Pero las revaluaciones diarias de la bolsa de valores, aunque se hacen con el objeto principal de facilitar traspasos entre individuos de inversiones pasadas, ejercen inevitablemente influencia decisiva sobre la tasa de las inversiones corrientes; porque no tiene sentido crear una nueva empresa incurriendo en un gasto mayor que aquel a que se puede comprar otra igual ya existente, mientras que hay un incentivo para gastar en un nuevo proyecto lo que podría parecer una suma extravagante, si puede venderse en la bolsa de valores con una ganancia inmediata. Por eso ciertas clases de inversiones se rigen por el promedio de las expectativas de quienes trafican en la bolsa de valores, tal y como se manifiesta en el precio de las acciones, más bien que por las expectativas genuinas del empresario profesional."John Manyard Keynes “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero” 12.III
Básicamente, lo que viene a decir
es que las decisiones de inversión y desinversión en los mercados de valores
dependen del propio funcionamiento de los mismos y son cada vez más ajenas a la
evolución de las empresas a las que los valores hacen referencia. Este fenómeno
se ha multiplicado en las décadas que han seguido a la publicación de este
texto, habiéndose mundializado el mercado de valores y habiéndose afinado su
operativa, por gracias de la tecnología,
de forma que la información fluye en tiempo real por todo el orbe. Esta
separación entre expectativas financieras y economía real se aplica igualmente
al caso de las naciones. Países con una estructura productiva dinámica y
competitiva, y con cifras importantes de crecimiento antes de 2008, son ahora
tratados como repúblicas bananeras al borde de la quiebra. Sin embargo, y
aunque la crisis haya propulsado el cierre de empresas y la caída de la
producción, los factores intangibles que hacen poderosa una economía siguen
ahí: el know-how, el grado de
capacitación de la mano de obra, la especialización en sectores productivos de
alto valor añadido, la capacidad de innovación, la visión y habilidad del
empresariado… Pienso que esos son los factores sobre los que se debe juzgar la
credibilidad de una nación y no en los oráculos de los nuevos dioses.
Acabo de descubrir tu blog, y no podría estar más de acuerdo con esta entrada, sobre todo la última frase: Yo también pienso que esos son los factores por los que se debe juzgar la credibilidad de una nación, sobre todo cuando los oráculos hacen trampas...
ResponderEliminarGracias Ana. A pesar de lo que dice Rubalcaba de que no se puede ignorar a los mercados porque ellos son los que prestan el dinero, considero que alguien debería regularles más estrechamente.
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