Leyendo el artículo de Paul
Krugman en “El País” de hoy, “Un desastre impecable”, he empezado
a entender muchas cosas, no tanto por los hechos y razonamientos que expone sobre
la crisis (que los lleva repitiendo desde hace meses), sino por una expresión
que utiliza, un matiz que puede parecer producto del estilo literario pero que
no lo es. En concreto, y disertando sobre la falta de operatividad del Banco
Central Europeo a la hora de salvar a los países más endeudados de la zona
euro, dice lo siguiente:
“Pero el BCE se vio inmediatamente bajo la extrema presión de los moralizadores, que odian la idea de permitir que los países se libren del castigo por sus supuestos pecados fiscales.”
Dos palabras: pecados y castigo.
Inmediatamente me ha venido a la mente “La
ética protestante y el espíritu del capitalismo” de Max Weber, donde se
explica como el capitalismo es fruto de la moral protestante, y más en concreto
del calvinismo, cuya visión determinista de la existencia defiende que aquellos
que triunfan desde el punto de vista material es porque Dios así lo quiere,
mientras que los que fracasan están recibiendo un castigo divino, por algo que
han hecho o dejado de hacer. Es una religión profundamente austera que rechaza el
lujo, la ostentación y que defiende el trabajo y el apego a lo material,
frente, según Weber, los católicos que presentan una doctrina basada en el
desapego terrenal y una búsqueda de espiritualidad. Dejo a continuación un par
de citas del libro:
“Porque hay una pregunta que forzosamente tuvo que surgir en cada creyente empujando todos los demás intereses a un segundo plano: ¿He sido elegido yo? Y ¿cómo puedo yo estar seguro de esa elección? Para el propio Calvino esto no constituyó un problema. Se sentía “instrumento” y estaba seguro de su estado de gracia. Por consiguiente, para la pregunta de cómo el individuo podía estar seguro de su propia condición de elegido, sólo tenía una respuesta: que debemos conformarnos con el conocimiento de la decisión de Dios y con la confianza permanente en Cristo que otorga la fe verdadera.”
“El calvinista, tal como ocasionalmente se dice, “logra” su bienaventuranza por si mismo – aún cuando lo correcto sería decir que obtiene la certeza de esa bienaventuranza por si mismo. Sin embargo, este logro no es una progresiva acumulación de acciones meritorias, tal como puede ser en el catolicismo, sino un sistemático auto-control, constantemente puesto ante la alternativa de ¿Elegido o Condenado?”
Y eso es lo que está pasando
ahora mismo en Europa: los protestantes del norte no se deciden a ayudar a los
estados más periféricos porque consideran que hemos “pecado”, que hemos
derrochado y que no hemos cumplido con rigor la austeridad presupuestaria de la
que ellos hacen gala (supuestamente). Y el nuevo dios mercado nos castiga. Sin embargo, señala
Krugman, este castigo, según sus valores protestantes, es válido para Grecia y
para nadie más. Subraya que España tenía superávit presupuestario y una deuda
baja antes de 2008, “un historial fiscal
impecable”, y su situación no es peor actualmente que la de, por ejemplo
Gran Bretaña. Pero el déficit público nos obliga a emitir deuda, en un
escenario de retirada de inversores, y tenemos que ofrecerla más cara para que
alguien nos la compre. Pero al venderla más cara nuestro endeudamiento crece y
nos metemos en un círculo vicioso, un espiral que puede conducir al desastre. Y
sigue Paul Krugman, ¿qué haría un país con una divisa propia y el control de su
política monetaria? Pues comprar su propia deuda con dinero recién creado. Pero
ni Italia, ni España, ni Grecia tienen su propia moneda, y dependen de las
decisiones del BCE, que por lo que se ve, en vez de actuar tiene ciertas dudas
morales sobre si intentar rescatarnos o aliviar la situación, o dejar (postura
defendida por Alemania) que nos quememos en nuestro propio infierno para purgar
nuestros pecados de derroche. En suma, el dios mercado nos castiga por
ineficientes; es una de los principios básicos del pensamiento neoliberal y de
la ética protestante.
Así que en vez de una Europa
unida que se ayuda y apoya mutuamente, los vecinos del norte prefieren castigar
a los que lo están pasando peor, haciéndole el juego a los mercados
internacionales de capitales, que se supone no se equivocan nunca porque son
una deidad o ley natural. Qué pena de Tercios de Flandes.
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