Una sociedad digital demanda
competencias digitales en la población. El uso intensivo de tecnología en todos
los ámbitos de la vida cotidiana requiere de la ciudadanía la habilidad para
establecer un marco de relaciones con las máquinas que permita sacar un
rendimiento óptimo de ellas. Es por ello por lo que una de las mayores
preocupaciones institucionales actuales en relación con la transformación en la
que nos vemos inmersos está relacionada con la capacitación, con el desarrollo
de habilidades digitales para poder aprovechar los beneficios de un mundo
conectado a las redes.
Este es un aspecto relevante en
cualquier ámbito de nuestras vidas, desde realizar una gestión financiera al
cumplimiento de las obligaciones fiscales, o solicitar una cita médica, pues
cada vez se van convirtiendo más en actividades virtuales que no requieren una
presencia física, pero que implican unos mínimos conocimientos de navegación y
operativa a través de internet, que, por desgracia, una parte de la población
española todavía no posee. No obstante, es en el terreno laboral donde la
capacitación digital se convierte en un factor crítico, pues en un futuro a
medio plazo el trabajador humano tendrá que convivir con sistemas inteligentes
en prácticamente cualquier tipo de actividad.
En los últimos tiempos se ha
hecho mucho hincapié en la necesidad de que la programación informática se
convierta en una disciplina curricular desde los niveles educativos más
básicos, con el fin de preparar a los alumnos para poder vivir, y, sobre todo,
para poder trabajar, en un mundo en el que la tecnología está omnipresente. No cabe
duda de que aprender lenguajes de programación nos puede aportar un
conocimiento sobre la estructura lógica de funcionamiento de un sistema
informático, sin embargo, el enseñar a programar sin más puede resultar
limitado e incluso insuficiente.
Por una parte, la vertiginosa
evolución de la innovación digital tenderá a convertir en obsoletos con
relativa rapidez los lenguajes de programación aprendidos durante la infancia,
obligando a las personas a asimilar otros nuevos a lo largo de la vida. Por
otra parte, las interfaces de las máquinas que nos permiten interactuar con
ellas son cada vez más cercanas a la forma de comunicación humana, y el manejo
de los programas y de los dispositivos se vuelve progresivamente más intuitivo,
lo que implica que para tareas no muy especializadas la programación puede
acabar por no resultar necesaria.
Hoy en día podría ocurrir algo
similar a lo que sucedió en los albores de la informática de consumo. Durante
la década de los ochenta, se hizo mucho énfasis en la necesidad de aprender a
programar, porque los ordenadores personales iban a invadir todos los ámbitos
laborales, como efectivamente sucedió en la década siguiente. Pero, a la vez
que proliferaban los PC, surgieron los entornos de trabajo gráficos, primero en
los equipos Apple y poco después a través de la difusión del entorno Windows de
Microsoft, de forma que para manejar aplicaciones informáticas estándar ya no
hacía falta picar complicadas líneas de comandos, sino únicamente pinchar
elementos gráficos virtuales en la pantalla. Hoy en día los interfaces han dado
un salto adelante más permitiéndonos manejar los sistemas con el uso del habla.
Es por ello, que, aparte de la
enseñanza más específica sobre programación, cobra especial sentido una
aproximación mucho más amplia a la relación entre el ser humano y la máquina,
algo que se denomina pensamiento computacional.
El término “pensamiento computacional”
fue introducido por primera vez en 2006 por Jeannette M. Wing en un breve
artículo titulado Computational Thinking. Ella lo concibe como una
disciplina que implica “resolver problemas, diseñar sistemas y
comprender el comportamiento humano, utilizando los conceptos que son
fundamentales para la informática”. En suma, se trata de una filosofía para
plantear y resolver problemas utilizando la lógica por la que se rigen las
máquinas. La propia Wing amplió su definición en 2011 en este sentido:
“El pensamiento computacional son
los procesos mentales implicados en la formulación de problemas y de sus
soluciones, de forma que las soluciones son representadas de tal manera que
puedan ser llevadas a cabo con efectividad por un agente procesador de información.”
De esta definición emergen dos
conceptos: que se trata de una forma de razonamiento que no depende
exclusivamente de la tecnología, y que es una metodología para la resolución de
problemas por humanos, por máquinas, o a través de la colaboración de ambos.
Básicamente, consiste en plantear un problema siguiendo el proceso operativo de
un sistema inteligente.
Por otro lado, Jeannette M. Wing
también llegó a subrayar en sus escritos qué es lo que no considera que es el
pensamiento computacional. En primer lugar, el pensamiento computacional se
basa en conceptualizar, no en programar: describe una forma de pensar con
diferentes niveles de abstracción, convirtiéndose en un proceso previo a la
programación. Se trata además de una habilidad fundamental del ser humano, que
no es rutina mecánica y repetitiva. Aunque menciona a los ordenadores, es una
forma de razonamiento específicamente humano de resolver problemas, no se trata
de una forma de pensar como computadoras, sino de hacerlo con ellas. El pensamiento
computacional complementa y se combina con el pensamiento matemático y con el
asociado a la ingeniería. Finalmente, se trata de una disciplina que produce
ideas y conceptos que usamos para resolver problemas, pero no está creado para
producir, artefactos o software.
El pensamiento computacional
puede ser considerada una competencia transversal del currículo educativo en la
medida en que apoya el desarrollo de la habilidad para trabajar con la
incertidumbre en situaciones complejas, y la necesidad de precisión en la
resolución de problemas.
El pensamiento computacional, más allá de enseñar programación, debe ser integrado en la educación para ayudar a los estudiantes a resolver problemas complejos.
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