Los ciudadanos de una sociedad
digital deben de hacer gala de competencias digitales que les permitan usar la
tecnología como algo natural en sus vidas cotidianas de una forma provechosa y
segura. Resulta fundamental que este tipo de competencias sean adquiridas por
niños y jóvenes durante su proceso de formación y aprendizaje.
Los nuevos tiempos demandan del
alumno unas habilidades y unas competencias diferentes que requieren de métodos
distintos para su adquisición. Sin embargo, la tan nombrada innovación
educativa no consiste en cambiar el libro de texto de toda la vida por la
Wikipedia, ni en sustituir la clase presencial por una charla equivalente a
través de un vídeo en YouTube.
En este terreno, el de la
educación, la confusión que ha traído la reciente revolución digital se ha
traducido en grandes dudas y en una terrible incertidumbre. Nadie tiene muy
claro qué y cómo debemos enseñar en el mundo de hoy, aunque las ideas y
propuestas se suceden desde el sector educativo, pero también desde el
puramente tecnológico. ¿Qué papel real debe juzgar la tecnología en la
educación? ¿Cuál es la misión del docente dentro de este nuevo escenario? ¿Cómo
puede ayudar la educación no formal a preparar al alumno para vivir en la sociedad
actual?
Prácticamente todos los países
desarrollados llevan alrededor de veinte años introduciendo tecnología en el
aula, con el fin de desarrollar las competencias digitales del alumnado. Pero,
pensarán algunos, ¿qué le puede enseñar el sistema educativo a unos alumnos
nativos digitales, que han nacido y crecido en un medio tecnológico, y que
manejan de forma intuitiva dispositivos y herramientas digitales dotadas de una
tecnología cada vez más transparente?
La respuesta está contenida en el
concepto de alfabetización digital, es decir, más allá de formar única y
exclusivamente sobre el correcto uso de las distintas tecnologías, intentar
proporcionar al alumnado competencias dirigidas hacia el desarrollo de las
habilidades comunicativas, del sentido crítico, la participación o la capacidad
de análisis de la información a la que acceden, entre otras. En concreto, se
trata de enseñar a interpretar la información, valorarla y ser capaz de crear
sus mensajes propios.
Precisamente, y relacionado con
lo anterior, se hace referencia al término tercera brecha digital para aludir a
la huida del cibernauta del conocimiento especializado, con la separación de
los mensajes complejos, a la incapacidad que presentan muchas personas de
distinguir entre las aportaciones que existen en la red de especialistas y toda
la información de escaso valor que circula por Internet, que es impulsada, en
gran medida, por las redes sociales. El problema es que el usuario se decanta
hacia ese conocimiento social huyendo de la complejidad que implica el
conocimiento riguroso de calidad. Se abre una brecha entre los que saben acudir
a la información de calidad y los que picotean de fuentes de diversa índole,
que no saben discernir contenidos valiosos de la basura, de la inexactitud y de
la mentira. Todo esto se agrava si hablamos de fake news o deep fake,
acciones malintencionadas dirigidas a la manipulación de las personas.
Las competencias digitales le
aportan al ciudadano la capacidad de aprovechar la riqueza asociada al uso de
la tecnología digital y de superar los retos que plantea, y, en cualquier caso,
se vuelven prácticamente imprescindibles para poder participar de forma
significativa en la sociedad y en economía del conocimiento emergentes.
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