martes, 13 de octubre de 2020

La necesidad de alfabetización digital

Los ciudadanos de una sociedad digital deben de hacer gala de competencias digitales que les permitan usar la tecnología como algo natural en sus vidas cotidianas de una forma provechosa y segura. Resulta fundamental que este tipo de competencias sean adquiridas por niños y jóvenes durante su proceso de formación y aprendizaje.

Los nuevos tiempos demandan del alumno unas habilidades y unas competencias diferentes que requieren de métodos distintos para su adquisición. Sin embargo, la tan nombrada innovación educativa no consiste en cambiar el libro de texto de toda la vida por la Wikipedia, ni en sustituir la clase presencial por una charla equivalente a través de un vídeo en YouTube.
 
En este terreno, el de la educación, la confusión que ha traído la reciente revolución digital se ha traducido en grandes dudas y en una terrible incertidumbre. Nadie tiene muy claro qué y cómo debemos enseñar en el mundo de hoy, aunque las ideas y propuestas se suceden desde el sector educativo, pero también desde el puramente tecnológico. ¿Qué papel real debe juzgar la tecnología en la educación? ¿Cuál es la misión del docente dentro de este nuevo escenario? ¿Cómo puede ayudar la educación no formal a preparar al alumno para vivir en la sociedad actual?
 
Prácticamente todos los países desarrollados llevan alrededor de veinte años introduciendo tecnología en el aula, con el fin de desarrollar las competencias digitales del alumnado. Pero, pensarán algunos, ¿qué le puede enseñar el sistema educativo a unos alumnos nativos digitales, que han nacido y crecido en un medio tecnológico, y que manejan de forma intuitiva dispositivos y herramientas digitales dotadas de una tecnología cada vez más transparente?
 
La respuesta está contenida en el concepto de alfabetización digital, es decir, más allá de formar única y exclusivamente sobre el correcto uso de las distintas tecnologías, intentar proporcionar al alumnado competencias dirigidas hacia el desarrollo de las habilidades comunicativas, del sentido crítico, la participación o la capacidad de análisis de la información a la que acceden, entre otras. En concreto, se trata de enseñar a interpretar la información, valorarla y ser capaz de crear sus mensajes propios.
 
Precisamente, y relacionado con lo anterior, se hace referencia al término tercera brecha digital para aludir a la huida del cibernauta del conocimiento especializado, con la separación de los mensajes complejos, a la incapacidad que presentan muchas personas de distinguir entre las aportaciones que existen en la red de especialistas y toda la información de escaso valor que circula por Internet, que es impulsada, en gran medida, por las redes sociales. El problema es que el usuario se decanta hacia ese conocimiento social huyendo de la complejidad que implica el conocimiento riguroso de calidad. Se abre una brecha entre los que saben acudir a la información de calidad y los que picotean de fuentes de diversa índole, que no saben discernir contenidos valiosos de la basura, de la inexactitud y de la mentira. Todo esto se agrava si hablamos de fake news o deep fake, acciones malintencionadas dirigidas a la manipulación de las personas.
 
Las competencias digitales le aportan al ciudadano la capacidad de aprovechar la riqueza asociada al uso de la tecnología digital y de superar los retos que plantea, y, en cualquier caso, se vuelven prácticamente imprescindibles para poder participar de forma significativa en la sociedad y en economía del conocimiento emergentes.

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