El poder de la desinformación es
sólido y real. De acuerdo con Reuters Institute for the Study of Journalism,
globalmente, el 56 % de los ciudadanos se consideran preocupados sobre la
dificultad para distinguir las noticias reales de las falsas en internet, y
este porcentaje aumenta notablemente en aquellos países donde el uso de los
medios sociales es alto y las fuentes de información tradicionales están menos
extendidas, y también en aquellos muy polarizados políticamente.
Dentro del uso actual de la
información para hacer daño o manipular a través de medios digitales, existe un
campo que apunta en exclusiva a las mujeres. La denominada desinformación de
género es la difusión de información engañosa o imprecisa para perjudicar la
reputación de mujeres que han destacado en el campo de la política, de los
medios de comunicación o de cualquier otro lugar de la esfera pública, trazando
una narrativa basada en la misoginia y en los estereotipos de género. Por una
parte, persigue alterar la percepción pública sobre la persona en cuestión
–generalmente con fines políticos a corto plazo-, y, por otra, desincentivar la
aspiración de las mujeres de acceder a puestos de liderazgo y responsabilidad
dentro de la sociedad.
La cantidad de ataques contra
mujeres en el mundo de la política a través de la desinformación es
desproporcionada, comparada con el volumen de los que se dirigen hacia figuras
públicas masculinas. El objetivo abiertamente sexista de estas acciones es
presentar a los cargos públicos femeninos como poco fiables, sin la
inteligencia necesaria para asumir la responsabilidad que reciben, o demasiado
emocionales o libidinosas como para ocupar puestos relevantes. Un estudio
llevado a cabo con la inteligencia artificial de la empresa Marvelous AI en las
elecciones primarias previas a la campaña presidencial de 2020 en EE.UU.
concluyó que las cuentas en medios sociales de menor credibilidad
–incluyendo bots y trolls– se cebaron con ataques
a las candidatas del Partido Demócrata en una tasa mucho más elevada que con
sus colegas masculinos, y, además, se trataba de acometidas más concentradas en
la persona que en las ideas políticas. Por ejemplo, la narrativa en torno a la
actual vicepresidenta del país, Kamala Harris, giraba en torno a sus
antecedentes penales y a que su carrera profesional había sido propulsada
gracias a los favores de hombres poderosos.
Expulsar a la mujer de la arena
política es un primer paso dentro de una estrategia mucho más ambiciosa
tendente a erosionar el sistema democrático y los derechos humanos. De hecho,
la desinformación de género es una de las armas preferidas de la que ha sido
denominada “nueva ola de líderes autoritarios” que recorre el mundo, y en la
que estarían incluidas figuras como las de Vladimir Putin en Rusia, Rodrigo
Duterte en Filipinas, Viktor Orban en Hungría, o Recep Tayyip Erdogan en
Turquía, entre otros. Todos tienen en común una abierta política antiliberal,
el ataque indiscriminado a la mujer en la política y la oposición frontal al
feminismo.
En última instancia, los
regímenes autoritarios, al minar los derechos de las mujeres, conspiran por
acabar con los derechos individuales de toda la sociedad. Para el Consejo de
Derechos Humanos de las Naciones Unidas, “la corrosión de los derechos
humanos de la mujer es la prueba de fuego para el nivel de derechos humanos de
toda la sociedad”.
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