Al pensar en ciberseguridad
siempre nos vienen a la cabeza términos relacionados con la tecnología y con la
formación y los conocimientos informáticos. Firewall, ataque
DDoS, phishing, malware, ransomware… suelen ser palabras
relacionadas con las estrategias y vectores de ciberataque, y con los medios
operativos para defenderse de ellos. Sin embargo, solemos olvidar que, en
última instancia, detrás de las ciberamenazas siempre hay personas –aunque la
agresión la ejecute un ejército de bots-, y que la explotación de
la vulnerabilidad humana es en muchos casos lo que determina que el ataque
tenga o no éxito. Es por ello, que en el campo de la ciberseguridad el papel de
la psicología se está volviendo cada vez más relevante.
En los últimos tiempos, la
ciberseguridad y la psicología han empezado a encontrar intersecciones entre sí
con el fin de analizar los patrones de comportamiento de los hackers,
y, en consecuencia, poder prevenir y neutralizar sus acciones. Igualmente, la
psicología social estudia qué factores nos hacen susceptibles de sufrir un
ciberataque exitoso –que aprovecha las pautas de comportamiento que nos dejan
desarmados ante acciones maliciosas-, y cómo modificar esa conducta y reforzar
nuestras defensas en el mundo digital.
En este ámbito cobra especial
sentido la psicología social, que es la disciplina que estudia cómo el
comportamiento y los sentimientos de las personas son condicionados por la
presencia, real o imaginada, de otros. Los actores que intervienen en la
ciberseguridad se ven influidos recíprocamente en su modo de actuar, tanto en
las motivaciones que están detrás de las acciones, como en la manera en que se
responde a los incidentes. El objetivo consiste en ayudar a los especialistas
en ciberseguridad a comprender mejor a los cibercriminales y las dinámicas de
grupo en las que se ven implicados.
El mundo digital tiene su propia
rama de la psicología, la ciberpsicología, que estudia los fenómenos
psicológicos relacionados con la interacción entre el ser humano y la
tecnología digital. Internet ha transformado la forma en que nos comunicamos,
aprendemos y socializamos, tanto los emigrantes digitales –aquellos que
llegaron a conocer un mundo desconectado-, como los nativos que no han conocido
otra cosa que la vida en las redes. Resulta, por tanto, cada vez más relevante
estudiar las motivaciones y los comportamientos que desarrollamos mientras
usamos la tecnología, algo que ya forma parte de todos los aspectos de nuestras
vidas, especialmente desde la llegada de los teléfonos inteligentes que han
permitido que accedamos a internet en cualquier momento y desde cualquier
lugar.
Dentro de la ingeniería social,
es decir, la práctica que consiste en obtener información confidencial a través
de usuarios legítimos (algo que está a la orden del día en el terreno de la
ciberdelincuencia), se concibe que el eslabón humano es el más débil de toda
una red de seguridad. A menudo los hackers utilizan
conocimientos de psicología social para conseguir que su víctima ceda
voluntariamente la información deseada o pinche un enlace que va a infectar su
dispositivo. Por ejemplo, los envíos de correos fraudulentos suelen jugar con
la reacción esperada del destinatario ante algo atractivo, ante alguna ventaja
ofrecida que se acaba pronto (premura) o ante el miedo ante algún supuesto
problema, como pueden ser los que piden confirmar las claves bancarias.
La psicología se ha convertido en
una poderosa aliada de la ciberseguridad puesto que ayuda a comprender las
motivaciones y estrategias del ciberagresor, así como las pautas de
comportamiento de las víctimas de los ataques que las hacen vulnerables.
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