La empresa española todavía tiene
un margen importante para aumentar los beneficios derivados de la adopción de
tecnologías digitales, y para emplearlas en la creación de nuevos modelos de
negocio y nuevos productos de gran valor añadido. La digitalización permite
además optimizar los procesos de la organización, conocer mejor los mercados y
las preferencias del consumidor, y establecer una relación directa con el
público objetivo -sin necesidad de intermediación-, personalizando la oferta
del producto o servicio.
El Foro Económico Mundial habla
de cultura digital para hacer referencia a la capacidad de las empresas para
utilizar los datos y las herramientas digitales de cara a favorecer la
innovación de negocio y la visión centrada en el cliente. De esta forma, la
cultura digital estaría soportada sobre cuatro pilares: la colaboración, tanto
dentro de la organización como con los agentes del ecosistema al que pertenece
(clientes, proveedores, grupos de interés, Administración), el enfoque basado
en los datos para guiar la toma de decisiones, la orientación al cliente, y,
finalmente, la innovación continua de procesos y productos. Todo ello refuerza
el compromiso social de la empresa, la gobernanza, y su apuesta por la
sostenibilidad medioambiental.
La OCDE señala que las empresas
españolas tienen una relativa alta tasa de adopción de tecnología -si bien
existe una brecha importante en función del tamaño-, pero no están aprovechando
al máximo las oportunidades que ofrece la digitalización para innovar procesos
y productos o servicios[1].
Los datos de la OCDE ponen en
evidencia que el porcentaje de empresas innovadoras en España es
comparativamente bajo -en torno al 37%-, y que la proporción de compañías que
llevaron a cabo actividades innovadoras -implementación de I+D, equipos o
software que ha supuesto innovación de producto o de procesos-, durante el
periodo considerado de 2014 a 2016, es la menor cifra de la lista de los países
considerados, apenas un 17%. Adicionalmente, se observa, en los dos aspectos
considerados, una importante brecha entre las grandes empresas y las pequeñas.
Por último, la falta de vocación
innovadora queda igualmente patente al analizar el capital intangible, como son
las patentes. El indicador número de patentes por volumen de PIB,
calculado en el año 2017, en nuestro país supone un 0,31, cifra extremadamente
baja, si la comparamos con la de Italia (0,9), Bélgica (1,19) o la media de las
naciones de la OCDE (2,43). El porcentaje de patentes relacionadas con las
tecnologías de la información y las comunicaciones es en España 8,6%, estando
la lista liderada por Irlanda (51,4%), Suecia (44,1%) y Finlandia (33,8%),
mientras que el valor medio OCDE se sitúa en 32,1%.
Esta falta de innovación en
nuestro tejido empresarial es en parte la responsable de la baja productividad
que presenta, de acuerdo con la OCDE. España enfrenta dos problemas: el
prácticamente estancamiento de la productividad en las dos últimas décadas, y
la alta dispersión de la productividad en función del tamaño corporativo, que
implica que las empresas más pequeñas carecen de los incentivos o de la capacidad
para adoptar buenas prácticas en innovación tecnológica que mejoren su
rendimiento en términos de productividad.
[1] Jin, Y. (2021) “Enhancing digital diffusion for higher productivity in
Spain. OECD Economics department working papers No. 1673”
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