Hace ya más de diez años que el
libro electrónico llegó al mercado y, sin embargo, su tasa de penetración sigue
siendo muy reducida. Por alguna razón, no acabamos de aceptar desprendernos del
tacto del papel y de la lectura a través de un objeto físico, con sus páginas y
su portada.
Diversas son las razones para
esto. Una encuesta a lectores realizada por We
are testers, arrojó como principales factores de rechazo a los soportes
digitales la costumbre y la inercia que tenemos de leer en medios
tradicionales. Casi la mitad de los encuestados que prefieren el papel afirman
que así disfrutan más del libro, y más de la quinta parte de los mismos,
reconoce que les resulta difícil cambiar sus usos y costumbres de lectura.
Otro trabajo de campo realizado
por la Universidad de Arizona, citado por la revista Futurity, aporta más luz
sobre este tema. Un resultado muy curioso que aflora de él es que los
participantes de los focus groups
afirman no tener la sensación de propiedad completa sobre un libro digital, por
ejemplo, al no poder copiar el archivo para poder leerlo en distintos
dispositivos. A diferencia del libro publicado en papel, el electrónico no se
puede prestar, regalar o revender, factores que limitan su valor, a juicio de
los encuestados.
Un aspecto interesante que
plantea es la relación sentimental que establecemos con el libro físico, que a
menudo nos ayuda a expresar nuestra identidad. Los libros presentes en las
estanterías de las casas dicen mucho sobre la personalidad y las inclinaciones
del morador.
El formato papel nos llega a más
sentidos que la vista. El olor de la tinta de un libro nuevo o el tacto de las
páginas, establecen una experiencia sensorial que va más allá del mero texto, y
esto es algo que el soporte digital no aporta.
Muchos de los participantes en el
estudio afirmaron que al adquirir un ebook
tienen la sensación de estar alquilándolo más que comprándolo. No genera
sensación de propiedad.
Posiblemente, las cifras de
ventas de lectores para libros electrónicos hayan crecido más llevadas por el
impulso caprichoso de tener el último grito en tecnología, que por una
necesidad real de los usuarios. Una de las principales críticas del sector
editorial a este soporte es que no aporta prácticamente nada nuevo a la
experiencia lectora; sus ventajas se reducen a que los títulos digitales son
más baratos que los físicos y que se pueden almacenar muchos libros dentro del
espacio reducido del dispositivo. Pero poco más.
Uno de los caminos que tiene el
sector editorial para adaptarse al mundo digital es seguir los pasos de la
música y el audiovisual, y crear plataformas de streaming de libros. De esta forma, igual que ocurre en Spotify y
Netflix, el usuario paga una tarifa plana y tiene acceso a un voluminoso catálogo
de títulos, que puede leer, pero no poseer.
Ya existen experiencias de
bibliotecas digitales en este sentido, como Nubico, 24Symbols, Kindle
Unlimited, o la que ha creado la startup
española Odilo. Y, sin embargo, el mundo del libro presenta rasgos específicos
que obstaculizan, de alguna forma, la posibilidad de ofrecer las obras como un
servicio streaming.
Por una parte, resultaría muy
difícil establecer un servicio gratuito sostenido con publicidad, como tiene
Spotify. Aunque el consumidor de música acepta las interrupciones publicitarias
como algo inevitable para poder disfrutar la gratuidad, sería impensable para
muchos lectores el aceptar ser interpelados por anuncios durante la lectura.
El otro factor es que la
industria editorial resiste y no ha vendido todavía sus catálogos en masa a las
plataformas de streaming, a
diferencia de las empresas de audiovisual, que han claudicado hace tiempo.
Photo by Suzy Hazelwood from Pexels
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