A aquellos que estudiábamos en la
década de los ochenta del siglo pasado se nos repetía con insistencia que el
ordenador iba a ser una herramienta básica para cualquier ocupación que
fuésemos a desempeñar. Los más inquietos comenzaron a apuntarse a cursos de
programación de los lenguajes más en boga entonces -Fortram, Cobol, Basic…-, o,
cuando menos, a recibir formación para aprender a manejar el complejo software de
oficina que se utilizaba en la época, como los procesadores de textos WordStar
y WordPerfect o el gestor de bases de datos dBASE, que requerían el
conocimiento de numerosos comandos para su manejo con cierta agilidad. Sin
embargo, con el cambio de década la llegada de Windows de Microsoft trajo
consigo la revolución de la informática de usuario. Los entornos de trabajo
gráficos democratizaron el uso del ordenador, de forma que ya no hacía falta
saber nada para escribir un texto o crear una hoja de datos -por lo menos para
realizar las tareas más básicas-, pues todo se llevaba a cabo pinchando con el
ratón de forma intuitiva iconos y botones virtuales. El farragoso sistema
operativo MS-DOS, con su pantalla negra y sus líneas de comandos, quedó oculto
tras un agradable y colorista entorno de trabajo que permitía hacer lo mismo
-crear, borrar, mover archivos y carpetas- con sólo hacer clic.
Esto viene a cuento porque,
salvando las distancias, nos encontramos actualmente en una situación similar a
la que tuvo lugar en la primera década de los noventa. También hoy en día
recibimos el bombardeo recurrente de mensajes que nos instan a aprender a
programar como una condición necesaria para poder ocupar casi cualquier puesto
de trabajo. Y, también, en paralelo se está fraguando otra democratización de
la informática, otra forma de abrir sus posibilidades a todo el mundo sin la
necesidad de tener una formación técnica, que cobra forma a través dos
tendencias: el low-code y el no-code.
El primer caso, el low-code, se
refiere al desarrollo de software que requiere muy poca
programación. Se trata de plataformas donde podemos crear aplicaciones y
programas a partir de bloques de código prediseñados, aunque también podemos
añadir nuestras propias líneas de código sobre el generado de forma automática.
Aparte de simplificar y agilizar el proceso de gestación de un sistema
informático, reduce sobremanera el nivel de conocimientos técnicos que hay que
tener para hacerlo.
El no-code va un paso más allá y
permite crear productos informáticos sin tener que escribir ni una línea de
código. Al igual que en el caso anterior, es una opción que se ofrece a través
de plataformas digitales en las que el usuario se enfrenta a una interfaz
visual en la que puede coger componentes de programación preconfigurados y
añadirlos a su objeto de desarrollo.
Un buen ejemplo de esta filosofía
reduccionista es el popular CMS (Content Management System) WordPress,
una plataforma para la creación tanto de webs como de medios digitales. Su
versión más sencilla, basada en plantillas y módulos prefabricados, pone en
manos de cualquiera la posibilidad de crearse un sitio en internet. No
obstante, es una solución de código abierto que permite a aquellos con
conocimientos de programación ver el código fuente y modificarlo según sus
necesidades para personalizar la web creada.
Las plataformas low-code y
no-code presentan muchas ventajas, empezando porque permiten que cualquiera
pueda crear programas y aplicaciones sin necesidad de programar (o con un
mínimo de código), y este factor es una palanca relevante de cara a la
digitalización de las empresas. Además, permite generar desarrollos
informáticos de una forma más ágil y rápida, dado que escribir código es algo
lento y farragoso, especialmente para aquellos no muy familiarizados con esta
disciplina. Finalmente, el uso de este tipo de plataformas implica un ahorro de
costes para las organizaciones, ya que evitan mucha de la inversión que
conlleva la programación tradicional.
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