Parece que
Rubalcaba, aunque tarde, ha comprendido la ecuación de la renta y la demanda,
véase, que si el consumo y la inversión privada están estancados la única
variable que queda para estimular la economía es el gasto público, que agrupa
el gasto corriente y la inversión de las Administraciones Públicas (del sector
exterior mejor ni hablamos). El problema es que Mariano Rajoy no lo tiene tan
claro aún y ha presentado un programa económico en la línea ideológica y
operativa que el aplicado por Ronald Reagan en la década de los 80 en EE.UU.,
posteriormente reconocido como un error por los propios miembros del Partido
Republicano. La doctrina Reagan básicamente postula que el Estado es el origen
de todos los males de la economía y que las medidas adecuadas para estimular el
crecimiento son el bajar los impuestos y el reducir programas
gubernamentales, como los seguros
sociales en el caso de EE.UU. (en nuestro caso podríamos hablar de la educación,
la sanidad o el transporte público), amen de liberalizar más los mercados y
privatizar todos los servicios públicos posibles.
En un artículo de la
revista TIME, “Why America Must Revive
Its Middle Class” Jeffrey Sachs, reflexiona sobre cómo esa política aplicada
en los dorados ochenta es parte del origen de los problemas que sufre
actualmente la economía productiva estadounidense. Partiendo del hecho del
deterioro de la clase media americana, que está llevando a una polarización de
la sociedad entre los muy ricos y los muy pobres, Sachs defiende que la ceguera
de las autoridades durante las décadas pasadas ha impedido identificar las
variables que rigen el nuevo mundo emergente: la globalización y la emergencia
de nuevas potencias como China, India o Brasil. La feroz competencia
internacional de productos manufacturados ha machacado literalmente al
trabajador industrial de baja cualificación, la base de la antaño boyante clase
media, que ahora contempla como las empresas de su país siguen ganando buenos
beneficios, pero produciendo en el exterior, en países en donde la actividad
productiva conlleva importante ahorros de costes. Este fenómeno se ha producido
sobre todo en sectores como el textil y el del
automóvil, y en principio no afecta tanto a ramas intensivas en mano de
obra altamente cualificada.
Jeffrey Sachs culpa
a los gobiernos republicanos de la década de los ochenta de no haber entendido
que el crecimiento y bienestar de las décadas previas tenía su origen en las
políticas públicas de inversión y gasto, que parten de la
New Deal de Roosevelt en
los años treinta, la generación de una
robusta economía mixta – pública y privada-, que contribuyó sobremanera a
cerrar la brecha de ingresos entre ricos y pobres, y que fortaleció a la clase
media norteamericana. La retirada paulatina del apoyo estatal a la población
durante los veinte años siguientes, sumado a la burbuja inmobiliaria y del
crédito personal que han tenido lugar en el país recientemente, más la falta de
competitividad internacional de los sectores manufactureros tradicionales
(intensivos en mano de obra y por consiguiente causantes de importantes cifras
de desempleo al perder fuerza), han dejado una clase media empobrecida y
endeudada.
El error de los
republicanos es creer que las empresas americanas invierten en el exterior por
gozar allí de una imposición más baja, cuando la verdadera razón es la
descompensación entre los altos salarios pagados en EE.UU. y la cualificación del trabajador, algo que
no ocurre en Suecia o Alemania, por poner dos ejemplos. En palabras de Sachs “somos, por decirlo llanamente,
sencillamente poco competitivos en numerosos sectores industriales”. La
solución para el articulista pasa por realizar inversiones públicas a largo
plazo en educación, infraestructuras y capital humano; no basta con programas
de estímulo puntuales. En vez de defender la bajada de impuestos para los más
ricos, el país debe iniciar un debate sobre cómo cimentar la competitividad
futura: “los americanos podrán mantener
sus altos niveles de vida solamente si abrazan y gestionan las complejidades de
una economía globalizada y tecnológicamente avanzada.”
Parece que el
presidente Obama comprendió recientemente este particular, cuando ha empezado a
abogar por aumentar la inversión pública,
y ha dejado de pensar en que ésta era otra crisis pasajera coyuntural y
no un cambio radical del paradigma geoeconómico mundial. Muchos de los males de
EE.UU. son comunes a España, pero ¿lograremos que nuestros políticos abandonen
la visión pueblerina y cortoplacista? Miedo me da.
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