viernes, 4 de noviembre de 2011

Para salir de la crisis hay que abrazar la complejidad


Parece que Rubalcaba, aunque tarde, ha comprendido la ecuación de la renta y la demanda, véase, que si el consumo y la inversión privada están estancados la única variable que queda para estimular la economía es el gasto público, que agrupa el gasto corriente y la inversión de las Administraciones Públicas (del sector exterior mejor ni hablamos). El problema es que Mariano Rajoy no lo tiene tan claro aún y ha presentado un programa económico en la línea ideológica y operativa que el aplicado por Ronald Reagan en la década de los 80 en EE.UU., posteriormente reconocido como un error por los propios miembros del Partido Republicano. La doctrina Reagan básicamente postula que el Estado es el origen de todos los males de la economía y que las medidas adecuadas para estimular el crecimiento son el bajar los impuestos y el reducir programas gubernamentales,  como los seguros sociales en el caso de EE.UU. (en nuestro caso podríamos hablar de la educación, la sanidad o el transporte público), amen de liberalizar más los mercados y privatizar todos los servicios públicos posibles.

En un artículo de la revista TIME, “Why America Must Revive Its Middle Class” Jeffrey Sachs, reflexiona sobre cómo esa política aplicada en los dorados ochenta es parte del origen de los problemas que sufre actualmente la economía productiva estadounidense. Partiendo del hecho del deterioro de la clase media americana, que está llevando a una polarización de la sociedad entre los muy ricos y los muy pobres, Sachs defiende que la ceguera de las autoridades durante las décadas pasadas ha impedido identificar las variables que rigen el nuevo mundo emergente: la globalización y la emergencia de nuevas potencias como China, India o Brasil. La feroz competencia internacional de productos manufacturados ha machacado literalmente al trabajador industrial de baja cualificación, la base de la antaño boyante clase media, que ahora contempla como las empresas de su país siguen ganando buenos beneficios, pero produciendo en el exterior, en países en donde la actividad productiva conlleva importante ahorros de costes. Este fenómeno se ha producido sobre todo en sectores como el textil y el del  automóvil, y en principio no afecta tanto a ramas intensivas en mano de obra altamente cualificada.

Jeffrey Sachs culpa a los gobiernos republicanos de la década de los ochenta de no haber entendido que el crecimiento y bienestar de las décadas previas tenía su origen en las políticas públicas de inversión y gasto, que parten de la New Deal de Roosevelt en los años treinta,  la generación de una robusta economía mixta – pública y privada-, que contribuyó sobremanera a cerrar la brecha de ingresos entre ricos y pobres, y que fortaleció a la clase media norteamericana. La retirada paulatina del apoyo estatal a la población durante los veinte años siguientes, sumado a la burbuja inmobiliaria y del crédito personal que han tenido lugar en el país recientemente, más la falta de competitividad internacional de los sectores manufactureros tradicionales (intensivos en mano de obra y por consiguiente causantes de importantes cifras de desempleo al perder fuerza), han dejado una clase media empobrecida y endeudada.

El error de los republicanos es creer que las empresas americanas invierten en el exterior por gozar allí de una imposición más baja, cuando la verdadera razón es la descompensación entre los altos salarios pagados en EE.UU.  y la cualificación del trabajador, algo que no ocurre en Suecia o Alemania, por poner dos ejemplos. En palabras de Sachs “somos, por decirlo llanamente, sencillamente poco competitivos en numerosos sectores industriales”. La solución para el articulista pasa por realizar inversiones públicas a largo plazo en educación, infraestructuras y capital humano; no basta con programas de estímulo puntuales. En vez de defender la bajada de impuestos para los más ricos, el país debe iniciar un debate sobre cómo cimentar la competitividad futura: “los americanos podrán mantener sus altos niveles de vida solamente si abrazan y gestionan las complejidades de una economía globalizada y tecnológicamente avanzada.”

Parece que el presidente Obama comprendió recientemente este particular, cuando ha empezado a abogar por aumentar la inversión pública,  y ha dejado de pensar en que ésta era otra crisis pasajera coyuntural y no un cambio radical del paradigma geoeconómico mundial. Muchos de los males de EE.UU. son comunes a España, pero ¿lograremos que nuestros políticos abandonen la visión pueblerina y cortoplacista? Miedo me da.

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