Ya lo decía yo en otro post,
que China tiene fuertes intereses comerciales en Latinoamérica, sobre todo en
la parte menos influida por EE.UU., es decir, América del Sur. Es otro de los
fenómenos emergentes en este brave new
world que se está gestando: las
potencias asiáticas y el cambio en las relaciones comerciales entre áreas geográficas
del mundo. Como decía Enrique Iglesias, el secretario general iberoamericano en
mi post anterior, en América hay países que reciben “vientos del Pacífico”, es
decir, aquellos que están orientando sus relaciones comerciales hacia China y
que se benefician del vigor de dicha economía. Pero no todo es tan bonito ni
tan entrañable como puede parecer a simple vista, a pesar de que la fuerza del
gigante asiático pueda estimular las economías en desarrollo de la región del
hemisferio sur.
La estrategia china se basa en importar materias primas de
los países americanos y en colocarles, o más bien inundarles, de productos
manufacturados. Vamos, a grandes rasgos el esquema colonial del siglo XIX: yo
te compro el algodón y te vendo el traje confeccionado con él, por lo que tú me
estás devolviendo lo que te he pagado por el algodón pero con un plus. Pero América
ya ha aguantado demasiadas majaderías de este tipo en el pasado tanto de
españoles, de portugueses y de yanquis, y por suerte, ya no transige con unas
condiciones tan abusivas. Las relaciones del siglo XXI se tienen que basarse en
una igualdad de condiciones entre socios comerciales que suponga un beneficio
mutuo (win-win como dicen los pijos).
Volviendo a Enrique Iglesias: “Es
importante que América Latina no repita en sus relaciones con China el modelo
del siglo XIX, sino que persiga un modelo integral, en el que los intercambios
incluyan tanto materias primas como productos manufacturados, que son los que
crean empleo y riqueza en los países.”
Se puede decir más alto pero no más claro.
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