La frase del título la atribuye The Economist al Nobel de economía Paul Krugman en el artículo A bubble in pessimism. Expresa el temor de que un frenazo de la economía
china pueda agravar la crisis de la economía mundial, estancando el crecimiento
de las economías emergentes y de los sectores de nuestra economía que dependen
de su bonanza, como las telecomunicaciones, las finanzas o las infraestructuras.
El pesimismo de Krugman no es del
todo compartido por el autor del artículo, que observa un cambio de tendencia
en el gigante asiático, aunque no necesariamente negativo.
Es cierto que desde hace algún
tiempo China ha rebajado su poderosa tasa de crecimiento de dos dígitos de
antaño a un “modesto” 7,5%. La tasa de inversión sigue alta, más del 48% del
PIB, pero el ratio de endeudamiento de las familias, empresas y de la
administración ha subido hasta un 200% del producto interior.
Lo que para unos es una evolución
del modelo económico para Krugman es el fin del modelo de crecimiento chino. A
su juicio, lo que ha quebrado es lo que Marx denominó el “ejército de reserva”,
es decir, un exceso de población rural que fluye hacia las actividades industriales
urbanas cuando resulta necesario para mantener los salarios bajos.
Se ha tratado de basar la
competitividad en la explotación del trabajador, que el padre del marxismo
denunció en el capitalismo de su época, y que sus discípulos chinos actuales aplican
para garantizar la expansión económica del país, incurriendo en una más de sus
contradicciones ideológicas.
Pero parece ser que este modelo
no se sostiene y que cada vez es más difícil llevarse mano de obra del entorno
rural sin que se produzcan tensiones salariales al alza allí. El retorno de la
inversión de este modelo era alto, con mano de obra ilimitada a precio de saldo, pero ahora caerá porque los salarios deberán subir para
convencer al trabajador para que acuda a la ciudad. La insuperable competitividad
china no será la misma.
El nuevo modelo exige que la
inversión se centre en aumentar la productividad del trabajador individual y la
rentabilidad de la misma ya no será tan espectacular.
Ahora bien, el sistema político
chino se ha beneficiado de los métodos inhumanos del capitalismo salvaje, la
explotación extrema del trabajador, pero a la vez se salta las reglas del
mercado que son inherentes a éste, y el Gobierno manipula los componentes de la
demanda a su antojo.
Es por ello que el estado
estimula la variable de la inversión (de forma directa o a través de las
empresas intervenidas) cuando otros componentes de la demanda, como el consumo
privado, se debilitan. Están tuneando la ecuación de la renta y la demanda (demanda=consumo+inversión+gasto
público+exportaciones-importaciones) a su antojo.
Para Krugman es una situación
insostenible: a su juicio, China está invirtiendo desmesuradamente en aumentar
su capacidad productiva en vez de nutrir la demanda interna y externa para sus
productos y servicios. Y ello reventará en algún momento.
Recordemos que parte del mundo
que todavía no sufre la crisis, en especial América Latina, depende en gran
medida de la evolución de la economía de países como China e India, entre otros.
Un cataclismo de estos países de oriente puede producir un efecto en cadena y sumirnos a todos en una situación
aún más desesperada. Por eso dice Krugman que, más que tenerles miedo, ahora
debemos temer por ellos (y por nosotros).
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