El informe Artificial Intelligence Market in the US Education Sector realizado
por Technavio prevé que el uso de la inteligencia artificial en la educación
crezca un 47,5% en el breve periodo entre 2017 y 2021, en Estados Unidos. Una
de las aplicaciones más extendidas serán los chatbots o robots conversacionales. Los vaticinios sobre este tema
apuntan a que las máquinas inteligentes apoyarán y complementarán la labor del
maestro, liberándole de realizar determinadas tareas, y cambiando de alguna
manera su función en el aula.
De hecho, estos sistemas pueden llegar a
encargarse de llevar a cabo tareas que actualmente le ocupan mucho tiempo al
docente –como corregir exámenes o contestar online a dudas del alumnado-,
permitiéndole dedicar más tiempo a otras actividades más productivas. Se trata
de combinar lo mejor que pueden ofrecer las personas y la computación para
optimizar el proceso de enseñanza y aprendizaje de los alumnos.
Una de las grandes demandas de la
pedagogía contemporánea es individualizar la enseñanza que recibe cada alumno,
en función de su capacidad y necesidades. Los sistemas educativos tradicionales
agrupan al alumnado por edades, ignorando las diferencias que presentan en
relación con el ritmo de aprendizaje, los intereses o el talento.
La principal
línea de trabajo en este sentido es conseguir que la inteligencia artificial
personalice la experiencia educativa del estudiante. Por ejemplo, podría
sugerir objetivos de aprendizaje particulares, en función de sus aptitudes y
conocimientos, adaptar la forma de hacerle llegar el conocimiento o seleccionar
ejercicios y exámenes basados en su nivel de habilidad.
A grandes rasgos, sería
como cuando Amazon nos sugiere nuevos productos en función de lo que “sabe de nosotros” por compras pasadas. Existe
el convencimiento general de que una educación personalizada puede redundar
positivamente en la motivación del alumno y en su desempeño dentro del aula.
Rose Luckin, profesora del
University College London, opina que debemos redefinir el concepto de
inteligencia y la forma en que la medimos. Y la inteligencia artificial puede
jugar un papel crucial en ello.
Luckin define otras
inteligencias, como la habilidad de asociar temas de campos distintos, la
inteligencia social o cómo gestionar las emociones ante otros, nuestra relación
con el conocimiento, nuestra relación con los procesos cognitivos, la capacidad
para entender nuestras propias emociones, la interpretación del contexto del
aprendizaje y el poder conocer nuestras habilidades y sus límites.
En este
sentido, la inteligencia artificial es una herramienta decisiva que nos puede
ayudar a desarrollar todo este espectro de inteligencias humanas, en parte
porque nos permite medir estos “intangibles” que están más allá de la medida
del conocimiento, y que incluyen aspectos como la colaboración, la
persistencia, la confianza y la motivación.
A través de aplicaciones
instaladas en terminales -ya sean ordenadores tabletas o móviles-, podrían
llegar a ser evaluados distintos aspectos de las inteligencias del estudiante
–social, interdisciplinaria y meta inteligencias-, dibujando un retrato más
certero sobre lo que puede y no puede acometer, y cómo se puede ayudarle a
superarse.
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