Son numerosos los expertos del
sector tecnológico y de actividades asociadas a él que expresan sus miedos y
preocupaciones acerca de los peligros que presenta la inteligencia artificial. Uno
de los nombres más destacados en este campo es el de Elon Musk, el fundador de
empresas de alta tecnología como Tesla o Space X, pero también el propio
Stephen Hawking, en sus últimos años de vida, también se manifestó en esa
dirección.
Sobre este particular, el Pew
Research Center en el verano de 2018 reunió en un estudio la opinión sobre el
tema de grupo de casi 1.000 pioneros tecnológicos, innovadores,
desarrolladores, líderes políticos y empresariales, investigadores y
activistas. Las principales preocupaciones que surgieron sobre el posible impacto
negativo de las máquinas inteligentes fueron las siguientes:
La
pérdida de control sobre nuestras vidas. Acabamos cediendo a las
herramientas herméticas basadas en el código aspectos clave de nuestras vidas. No
conocemos el funcionamiento de estas complejas herramientas, ni por qué toman
las decisiones que toman, y sacrificamos nuestra independencia, privacidad y en
última instancia nuestra capacidad de elegir.
Mal
uso descontrolado de los datos por las empresas y los gobiernos. La
inteligencia artificial pone en las manos de las compañías privadas y de los
poderes públicos potentes sistemas de control y manipulación de la gente, a
través de la gestión de sus datos. Es un aspecto muy difícil de regular, dada
la globalidad de las redes y la dispersión de la información que circula a
través de ellas.
Efectos
sobre el mercado de trabajo. La disrupción que provoca la incorporación
de sistemas inteligentes a los entornos laborales conlleva la sustitución de trabajadores
por máquinas, hinchando las cifras de desempleo.
Pérdida
de habilidades y dependencia. Aunque hay quienes piensan que
la inteligencia artificial aumentará la capacidad del ser humano, existen otras
teorías contrarias que defienden que el uso intensivo de la tecnología
erosionará nuestras habilidades como personas y nos hará dependientes de las
máquinas, destruyendo nuestra iniciativa.
Caos
mundial. Para los más catastrofistas el cambio tecnológico dañará las
estructuras sociopolíticas tradicionales, provocando que el planeta vaya
derivando al caos. El uso militar descontrolado de armas inteligentes, la
propaganda y las noticias falsas o un cibercrimen cada vez más sofisticado, son
elementos que tienden a desestabilizar el frágil orden mundial.
En otro orden de cosas, existen
riesgos mucho más concretos e inmediatos, subrayados por el MIT en un texto
publicado a principios de este año, que analiza algunos sucesos que han tenido
lugar recientemente. El artículo hace referencia a:
Los
accidentes de los vehículos autónomos. El coche de Uber que atropelló
a un peatón en marzo de 2018 en Arizona, o el Tesla que se estrelló en 2016
matando a su ocupante, ponen de manifiesto que, o bien la tecnología de estos
automóviles no está lo suficientemente desarrollada para garantizar su
autonomía completa y que la intervención de un conductor humano es todavía
necesaria. En cualquier caso, los coches completamente autónomos son
actualmente un factor de riesgo.
Los
bots que manipulan la opinión pública y la intención de voto. El caso
Cambridge Analytica, que saltó a los medios en marzo del pasado año, demostró
cómo se puede manipular la intención de voto del electorado haciendo uso de la
información de la gente (en ese caso de los usuarios de Facebook), es decir, explotando
adecuadamente el big data.
La
creación de armas inteligentes. Los trabajadores de Google se
rebelaron al conocer la intención de la empresa de aportar tecnología a las
fuerzas aéreas de Estados Unidos, y consiguieron impedir el acuerdo para participar
en el proyecto Maven. No obstante, el peligro de que los gobiernos –o, peor
aún, terroristas- desarrollen armas autónomas sigue allí, y, de hecho, otras
grandes tecnológicas como Microsoft y Amazon parecen no tener limitaciones
morales para colaborar en programas en ese terreno.
La
identificación facial como herramienta de control. Otra de
las aplicaciones de la inteligencia artificial que está en boga en la
actualidad es el reconocimiento facial. Se trata de una tecnología que puede
invadir en derecho a la privacidad de las personas y que puede acumular sesgos
que lleven a discriminar a determinados colectivos.
Falsificación
de vídeos o deep fake. Es un campo en el que los algoritmos han
demostrado su peculiar destreza: construir vídeos falsos de personalidades para
desacreditarlas (muchos de ellos de contenido pornográfico) o campañas
agresivas de desprestigio para manipular a la opinión pública.
La
discriminación que desarrollan los propios algoritmos. Los
sesgos de los programas basados en la inteligencia artificial, que bien aparecen
en el proceso de aprendizaje automático o que llevan deliberadamente en su
propio diseño, pueden conducir a la discriminación de determinados colectivos, por
ejemplo, por motivos raciales o de género.
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