La urbanización del mundo se ha
acelerado, y Naciones Unidas calcula que el 55 % de la población global habita
en ciudades, y vaticina además que en 2050 esta cifra superará las dos terceras
partes. Y otro dato: es probable que en 2030 existan 43 megaciudades de más de
10 millones de habitantes. El modelo de ciudad heredado del siglo XX es
difícilmente sostenible, y actualmente existen muchos problemas que dificultan
la vida de los ciudadanos, que minan su calidad de vida o reducen su nivel de
bienestar. El urbanismo de esta época está siendo replanteado en muchos países,
y hay grandes ciudades -París es un paradigma en este sentido-, que están
viendo cambiar su fisonomía en aras de un modelo más centrado en las personas.
La tecnología es un poderoso
aliado para optimizar el funcionamiento urbano y su gestión, gracias a la
posibilidad que ofrece de recoger cualquier tipo de dato en tiempo real,
procesarlos en grandes cantidades y convertirlos en una herramienta de análisis
para el apoyo de la toma de decisiones. En este sentido, el diseño y la
configuración del espacio urbano del presente siglo, siga la orientación que
siga, lleva a asociado indefectiblemente la aplicación de inteligencia; más
tarde o más temprano todas las ciudades serán smart.
Ahora bien, en los últimos
tiempos se han alzado voces denunciado lo limitado del concepto de smart
city en relación con las necesidades reales del desarrollo regional.
Es decir, el concebir la ciudad como una entidad en sí misma, aislada del
territorio al que pertenece, supone una abstracción y una negación de la
realidad geográfica, susceptible de abrir brechas entre el entorno urbano o
rural, o ahondar las ya existentes. Es por ello, que muchos prefieren hablar de
territorios inteligentes, en vez de ciudades inteligentes, como una forma de
articular territorialmente las políticas de optimización de la gestión de
comunidades basadas en la tecnología.
El concepto de territorio
inteligente no es solo la extensión de la ciudad inteligente, sino también su
opuesto. La digitalización de la urbe es susceptible de abrir brechas en los
territorios, especialmente en las áreas rurales circundantes que carecen de los
servicios y capacidades del medio urbano. Por lo tanto, el desarrollo de
la smart city puede ampliar y profundizar los desequilibrios
territoriales existentes.
En sentido amplio, se entiende
por territorio inteligente aquel que hace uso de la tecnología de forma
innovadora para mejorar el nivel de vida de la población y para impulsar la
eficiencia y la competitividad de las operaciones y los servicios urbanos,
garantizando que satisface las necesidades de las generaciones presentes y
futuras, a la vez que respeta los aspectos culturales. En la práctica, se trata
de redes integradas por núcleos poblacionales interconectados, pudiendo abarcar
tanto zonas rurales como urbanas. De esta forma, se convierte en una
herramienta para combatir los desequilibrios territoriales y articular
adecuadamente la relación entre áreas urbanas y rurales, favoreciendo el
desarrollo de estas últimas y frenando el proceso de despoblación.
Es importante señalar que un
territorio inteligente no tiene por qué coincidir necesariamente con una unidad
administrativa, es decir, no tiene por qué ser una comunidad autónoma,
provincia, comarca u otras. Es por ello, que hay autores que proponen sustituir
el término territorio inteligente por el de comunidad inteligente,
para subrayar que la delimitación espacial de la iniciativa no está determinada
por la organización territorial existente, sino por las personas que se van a
beneficiar de un plan integral que lleva definidos unos objetivos a lograr,
unas acciones a llevar a cabo para ello, y los medios necesarios para
acometerlas.
Los territorios inteligentes
contribuyen a la cohesión social y geográfica al promover el acceso igualitario
de la población rural a los servicios. Por ejemplo, al permitir la gestión de
líneas de transporte interurbano “bajo demanda” en lugar de “por defecto”, es
decir, diseñando la ruta basada en la demanda real, optimizando los tiempos y
costes a las necesidades concretas. Otra aplicación puede ser la gestión de la
demanda de asistencia sanitaria ambulatoria en el ámbito rural mediante
herramientas digitales que organizan eficientemente los desplazamientos del
personal sanitario.
La tecnología digital tiene
numerosas áreas de aplicación en el marco de la gestión municipal, siendo las
más comunes la sostenibilidad medioambiental (control de emisiones y de ruido),
la movilidad (optimización de los desplazamientos), la seguridad (vigilancia y
prevención) y la prestación de servicios públicos (sanidad, educación y
formación, atención al ciudadano). A pesar de lo heterogéneo de las acciones y
proyectos que pueden integrar una estrategia smart, resulta
recomendable contar con un plan integral que contemple conjuntamente y de forma
articulada las principales dimensiones que hay que tener en cuenta: gobierno,
movilidad, medioambiente, estilo de vida, ciudadanos y economía. Los distintos
aspectos de la estrategia se pueden secuenciar en fases, pues no hace falta
acometerlos de forma simultánea.
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