lunes, 18 de septiembre de 2023

Tecnología contra la despoblación del mundo rural

 


La urbanización del mundo se ha acelerado, y Naciones Unidas calcula que el 55 % de la población global habita en ciudades, y vaticina además que en 2050 esta cifra superará las dos terceras partes. Y otro dato: es probable que en 2030 existan 43 megaciudades de más de 10 millones de habitantes. El modelo de ciudad heredado del siglo XX es difícilmente sostenible, y actualmente existen muchos problemas que dificultan la vida de los ciudadanos, que minan su calidad de vida o reducen su nivel de bienestar. El urbanismo de esta época está siendo replanteado en muchos países, y hay grandes ciudades -París es un paradigma en este sentido-, que están viendo cambiar su fisonomía en aras de un modelo más centrado en las personas.

La tecnología es un poderoso aliado para optimizar el funcionamiento urbano y su gestión, gracias a la posibilidad que ofrece de recoger cualquier tipo de dato en tiempo real, procesarlos en grandes cantidades y convertirlos en una herramienta de análisis para el apoyo de la toma de decisiones. En este sentido, el diseño y la configuración del espacio urbano del presente siglo, siga la orientación que siga, lleva a asociado indefectiblemente la aplicación de inteligencia; más tarde o más temprano todas las ciudades serán smart.

Ahora bien, en los últimos tiempos se han alzado voces denunciado lo limitado del concepto de smart city en relación con las necesidades reales del desarrollo regional. Es decir, el concebir la ciudad como una entidad en sí misma, aislada del territorio al que pertenece, supone una abstracción y una negación de la realidad geográfica, susceptible de abrir brechas entre el entorno urbano o rural, o ahondar las ya existentes. Es por ello, que muchos prefieren hablar de territorios inteligentes, en vez de ciudades inteligentes, como una forma de articular territorialmente las políticas de optimización de la gestión de comunidades basadas en la tecnología.

El concepto de territorio inteligente no es solo la extensión de la ciudad inteligente, sino también su opuesto. La digitalización de la urbe es susceptible de abrir brechas en los territorios, especialmente en las áreas rurales circundantes que carecen de los servicios y capacidades del medio urbano. Por lo tanto, el desarrollo de la smart city puede ampliar y profundizar los desequilibrios territoriales existentes.

En sentido amplio, se entiende por territorio inteligente aquel que hace uso de la tecnología de forma innovadora para mejorar el nivel de vida de la población y para impulsar la eficiencia y la competitividad de las operaciones y los servicios urbanos, garantizando que satisface las necesidades de las generaciones presentes y futuras, a la vez que respeta los aspectos culturales. En la práctica, se trata de redes integradas por núcleos poblacionales interconectados, pudiendo abarcar tanto zonas rurales como urbanas. De esta forma, se convierte en una herramienta para combatir los desequilibrios territoriales y articular adecuadamente la relación entre áreas urbanas y rurales, favoreciendo el desarrollo de estas últimas y frenando el proceso de despoblación.

Es importante señalar que un territorio inteligente no tiene por qué coincidir necesariamente con una unidad administrativa, es decir, no tiene por qué ser una comunidad autónoma, provincia, comarca u otras. Es por ello, que hay autores que proponen sustituir el término territorio inteligente por el de comunidad inteligente, para subrayar que la delimitación espacial de la iniciativa no está determinada por la organización territorial existente, sino por las personas que se van a beneficiar de un plan integral que lleva definidos unos objetivos a lograr, unas acciones a llevar a cabo para ello, y los medios necesarios para acometerlas.

Los territorios inteligentes contribuyen a la cohesión social y geográfica al promover el acceso igualitario de la población rural a los servicios. Por ejemplo, al permitir la gestión de líneas de transporte interurbano “bajo demanda” en lugar de “por defecto”, es decir, diseñando la ruta basada en la demanda real, optimizando los tiempos y costes a las necesidades concretas. Otra aplicación puede ser la gestión de la demanda de asistencia sanitaria ambulatoria en el ámbito rural mediante herramientas digitales que organizan eficientemente los desplazamientos del personal sanitario.

La tecnología digital tiene numerosas áreas de aplicación en el marco de la gestión municipal, siendo las más comunes la sostenibilidad medioambiental (control de emisiones y de ruido), la movilidad (optimización de los desplazamientos), la seguridad (vigilancia y prevención) y la prestación de servicios públicos (sanidad, educación y formación, atención al ciudadano). A pesar de lo heterogéneo de las acciones y proyectos que pueden integrar una estrategia smart, resulta recomendable contar con un plan integral que contemple conjuntamente y de forma articulada las principales dimensiones que hay que tener en cuenta: gobierno, movilidad, medioambiente, estilo de vida, ciudadanos y economía. Los distintos aspectos de la estrategia se pueden secuenciar en fases, pues no hace falta acometerlos de forma simultánea.


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