Está en boca de todo el mundo el tema de la mejora generalizada de las economías de la región de Latinoamérica. Parece ser que, tras varias décadas perdidas en las que avanzó poco o nada el desarrollo de dichos países, desde el año 2000 han enganchado una etapa floreciente que, por ahora, parece haber esquivado las dificultades a las que se enfrentan tanto los Estados Unidos como Europa, entre otros, desde 2008.
En el terreno de la creación de empleo, o lo que es lo mismo, de la lucha contra el desempleo, los resultados son igualmente alentadores. El gráfico siguiente, procedente del diario El País, muestra como en la mayoría de las naciones latinoamericanas el paro ha descendido en los últimos diez años, siendo especialmente significativa la caída en Panamá, Uruguay, Argentina, Paraguay, Venezuela y Colombia.
La pregunta es si esa mejoría estadística tiene un reflejo en las condiciones de vida de los trabajadores y de la población en general. Como refleja el artículo Hacia el pleno empleo pero en precario, publicado por el diario El País el 15 de enero, el hecho de que efectivamente se esté creando empleo en la región no implica necesariamente que dicho empleo sea de calidad, entendiendo como tal un puesto de trabajo que contemple la cobertura social y que proporcione ingresos suficientes como para esquivar la pobreza.
En suma se trata de que la mejoría económica sin precedentes que experimenta el continente realmente se traduzca en una mejora de vida para toda la población, algo que solamente se puede articular mejorando los niveles salariales y las políticas de protección del trabajador por cuenta ajena. Sin embargo, la propia naturaleza económica de la situación latinoamericana actual nos lleva a dudar de su efecto potencial en el bienestar general.
El principal problema, y dejando de lado casos excepcionales, es que la mayoría del empleo se ha creado en sectores de baja productividad, de salarios reducidos y con altos índices de empleo informal. Son por ejemplo el comercio minorista, la construcción y la producción manufacturera, pero de bajo contenido tecnológico. La construcción, que en el año 2000 suponía el 7,1% de los empleos urbanos latinoamericanos, ascendió hasta el 8,7% en 2011, y el comercio pasó del 22,3 al 26,3%. Estamos por tanto hablando de creación de empleo de baja calidad, algo de lo que sabemos mucho en España, por desgracia.
A pesar de proporcionar ingresos en el presente, los empleos precarios tienden a perpetuar y reproducir la pobreza, en vez de ayudar a salir de ella, dado que limita el derecho del trabajador a recibir prestaciones sociales como el acceso a la sanidad, la cobertura del desempleo o la pensión de jubilación.
Resulta imprescindible que América Latina no pierda la ventaja que le está proporcionando el no haber sufrido la crisis global hasta el momento y reenfoque su especialización productiva, y su papel en el teatro de la economía global, hacia la producción de bienes y servicios de alto valor añadido tecnológicamente intensivos (un consejo que también le daría a España, pero nosotros estamos en peores condiciones para cumplirlo).
El modelo clásico basado en exportaciones de productos primarios, en gran parte responsable de esta década de progreso (especialmente gracias a la demanda procedente de China), es en exceso vulnerable pues depende de la relación real de intercambio en el marco internacional de las materias primas, un elemento volátil, y no redunda en la creación de empleo de calidad. De hecho, el artículo citado nos recuerda que “la industria petrolera, la minería y la agricultura no son sectores de mano de obra intensiva, no generan tanto trabajo como divisas.” Quizá la fórmula sería derivar los ingresos procedentes de estas actividades al desarrollo de otros sectores de mayor productividad y capacidad de creación de empleo de calidad. No hay que perder esa oportunidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenta lo que quieras